9: Lluvia de fuego [final 1]
La hoguera más grande de Larem desde Matar a Cenicienta
La muchedumbre estaba reunida en mi plaza a pesar del torrente que manaba del cielo, la mayoría ni siquiera se preocupó en conseguir impermeables o paraguas para salir, solo salieron a toda prisa de su casa incentivados por el inusual incendio de Casa Uno que prevalecía a pesar de la tormenta. Los cimientos de la que en su tiempo fue la casa más envidiada de mi localidad, se consumían como avivados por el odio que se cocinó en las entrañas de ese hogar en secreto por años.
Una hoguera que barría riquezas, recuerdos y secretos por igual.
Aura la contemplaba estática, con los ojos vacíos como su interior.
Ana, Anabel y Anís la consolaban con sus brazos, como si lo necesitara, como si pudiera servirle de algo. Su hija estaba en coma, sin razón y sin promesas de que se recuperaría. La bruja cumplió su promesa al final. Y su matrimonio de casi dos décadas ardía ahí, junto a los restos de su prisión.
Era lo único que la reconfortaba, saber que no sería la única que quedaría en la calle.
Su marido no había movido un dedo por salvar a Aurora, ni siquiera le dio importancia a la situación cuando les llegó la amenaza. No lamentaría tenerlo lejos. Y si preguntan mi opinión, sospecho que lo único que Aura lamentaba en ese momento de enajenación mientras sus pupilas y las llamas se fusionaban, era no poder arrojarlos a él y a Maléfica a la hoguera y, luego de verlos consumirse entre gritos de agonía, poder descansar en paz sobre sus cenizas.
—Malditos los dos.
—¿Quiénes, señora? —preguntó una de las criadas. Pero ella ya no estaba ahí, sino dieciséis años en el pasado.
Qué equivocada estuvo, y qué lejana se sentía de aquella ingenua mujer que justificaba la escoria porque se había dejado manipular, porque sin él no tendría que aprender a valerse por sí misma y le tenía más miedo a la vida y a la soledad que a la dependencia.
Ojalá ese día hubiese acabado con todo, huido con su hija y buscar un futuro en la ciudad lejos del maldito pueblo en donde siempre llueve y las brujas acechan niñas pequeñas en el bosque.
—¡Hay que quemarla! —gritó alguien entre la multitud—. Esa bruja ya hizo suficiente daño y lo volverá a hacer. Hay que quemarla.
—¡Sí, solo el fuego hará justicia sobre su alma putrefacta! —contestó Anaís, la trilliza que aferraba el lado derecho de su señora—. Miren que el que daña un angelito de Dios no tiene otro fin que el infierno, nuestro deber es darle un empujoncito a las llamas.
—¡Sí, que arda!
—¡Que arda!
—¡Busquémosla! —gritó un hombre.
Su incentivo tuvo una gran acogida entre los de su género que elevaron sus voces en aprobación y emprendieron la marcha antes de que hubiera una votación real.
Las mujeres, incluso algunos niños, no tardaron en sumarse a la marcha.
Aura no salía del letargo, como si todo a su alrededor sucediera en la superficie del mar en el que ella se ahogaba con la mano en alto en señal de auxilio, sin que nadie la notara, sin esperanza de ayuda.
Estuvo así un rato, quedándose sola con las caricias de su amado Larem y el incendio que su odio provocó. No supo por cuánto tiempo estuvo así, para ella fue como una pausa hasta que una mujer vestida de oficial se le acercó.
—¿Señora? —Era la segunda vez que la llamaba, solo entonces reaccionó.
—Oh, sí, disculpe. ¿Qué sucede?
—Tengo… noticias para usted. Del caso.
—¿Mi hija despertó?
—No, lo lamento, pero…
—Si no viene a decirme eso o que tiene a Maléfica crucificada en mi jardín, entonces no me diga nada.
—Bueno, algo de eso sí que tengo que decirle.
Aura volteó con tal brusquedad que la oficial se sobresaltó. Rosa, la identificaba su distintivo.
—¿Atraparon a Maléfica?
—Nosotros, no. Su esposo.
—¿Y dónde está?
—Muerta.
—¿La mató?
La oficial asintió, pero no sonreía. ¿Por qué no hacerlo? Puede que condenaron a su esposo por asesinato, pero se había hecho justicia, su hija se lo merecía. Aura no habría hecho menos.
—¿Qué pasa? —preguntó al fin.
Aunque temía la respuesta ni siquiera su destrozada imaginación se acercaba a la verdad que estaba a punto de escuchar.
—Hay algo más, ¿no?
—Me temo… me temo que hay algo más, sí. Su hija espera un bebé, señora. Y el padre es su esposo.
Nota:
NO SE VAYAN. Este es el capítulo final, pero falta el epílogo. Saben que en mis retellings todo se resuelve después del epílogo. Última oportunidad para dejar sus conclusiones como detectives, ya mañana les subo el desenlace ♡
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