Para dónde apunta tu flecha,

oh, dios cupido.

¿No sientes el dolor que me causan tus descuidos?

Me obligas a sentir un amor que no deseo,

¿No ves que en mi vida no hay tiempo para cuentos?

Lo único que provocas es que el dolor abrace mi corazón,

porque, oh, cómo te equivocas con tu elección.

No me hagas amar a alguien, te lo pido por favor,

si no voy a ser el objetivo

de la flecha que dispares en su honor.

¿Por qué me obligas a sentir amor?

Si el sujeto de este enamoramiento

no va a amarme como lo amo yo.

Tal vez no es sólo tu culpa,

sino también la de mi corazón,

que seguro fue su llamado

el que obedeciste cuando disparaste

deseando encontrarme un amor.

Te ruego, por favor, no escuches los lamentos

que la soledad provoca en mi corazón.

Porque cuando se aburre es él mismo

el que busca desesperado una razón.

Una razón para que ambos veamos,

cuán equívoca fue tu elección.

Fragmento de una carta escrita por Ciro, el día que Dionisio conoció a Rose.

13 de agosto, 1850.