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Hotel Alvear Palace Hotel

Alvear Grill

Apenas el actor se retiró del restaurante, Bruno la mató con la mirada.

—¿¡Te volviste estúpida con el hipo o qué!? —La acusó al saber que su amiga no le dio una respuesta.

—¿Por qué lo decís? —preguntó sorprendida.

—Ni un ni le dijiste —dijo exasperado—, le saliste con que lo tenías que pensar, ¿sabés la cantidad de plata que son treinta mil euros? Mamma mia, Amarilis, si no calculo mal, son casi seis millones al mes, tarada —emitió desesperado—. Hasta le podés comprar una casa nueva a tus padres y alquilar la que están viviendo ahora.

—Pero Bruno, no es nada fácil —se lamentó—, aceptar un empleo así implica mudarse a otro país, a uno donde muy bien no sé hablar el idioma, empiezo de cero porque no conozco a nadie.

—Acá el único amigo que tenés soy yo. Y tus papás pueden ir a visitarte cuando ellos quieran, y vos igual. Yo también puedo viajar a verte.

—Lo hiciste a propósito, ¿no? —Quiso saber.

—¿Qué cosa? —Se hizo el disimulado.

—No te hagas el tonto que no te queda, Bruno —dijo molesta.

—Sí, te lo hice a propósito porque te quería meter de alguna manera en mi mismo ambiente —sonrió guiñando un ojo—. No estás solo para estar sentada frente a un escritorio.

—Me gustaba el trabajo que tenía de no ser por el imbécil de mi exjefe. Hablando de él, ¿no habrás abierto esa bocota que tenés en decirle algo a tu conocido, o sí? —le formuló con interés.

—Para nada, fue una casualidad lo que dijo, en serio... Incluso me sorprendió cuando le mentiste también.

—Él no me conoce y no tiene porqué saber que mi exjefe me despidió por no aceptar su intento de metida de mano —expresó y pensó en lo amable que había resultado ser el dueño de la empresa—, ¿sabés? Era súper amable pero estaba claro que era por algo más. Si acepto el trabajo que me ofrece el señor Cabassi, mi vida dejará de ser privada y la de mis papás también, terminas casi perdiendo el control.

—Ay, el señor Cabassi, ¿cuántos años crees que tiene? —se quejó Bruno y su amiga se rio.

—¿Cuarenta? —formuló con dudas.

—No tonta, tiene diez años más que nosotros.

—¿Y cómo crees que me verán si de la nada aparece alguien muy allegada a él siendo su asistente personal? Eso es dudoso. Que el allegada es dudoso también.

—¡Qué tipa eh! —Se exasperó—. Tenés muchos pretextos, Amarilis. Yo ni siquiera lo pensaba, le enviaba un mensaje por instagram y le pedía que trajera el contrato para firmarlo en la cena —dijo riéndose a carcajadas.

—Vos tenés otra personalidad, Bruno, yo soy más lenteja en ese sentido.

—Por eso necesitas tener ese trabajo de asistente —reafirmó.

—Lo seguiré pensando. Ahora, volveré a casa.

—Te llevo porque yo también te iba a decir si querías irte.

Los amigos salieron del restaurante abrazados y se metieron en el coche de Bruno que se encontraba en el estacionamiento del hotel.


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Dos días después

El argentino le gritó en el oído cuando la chica atendió su llamada deseándole un feliz cumpleaños.

—Brunito, me dejarás sorda. Gracias, mi amor, ¿cómo estás?

—Muy bien, ¿y vos?

—Igual, terminando de comprar un par de cosas para esta noche, ¿estás trabajando?

—Estoy editando la entrevista para publicarla en estos días en el blog personal —comentó—, así que estoy en el departamento. ¿Lo llamaste?

—No.

—¿Cuándo le vas a dar una respuesta?

—Cuando tenga ganas —se rio por lo bajo—. Ni siquiera se lo dije a mis papás, esa noche cuando entré me preguntaron, pero no les di mucha información.

—Vas a tener que decirles algo, Amarilis. Este trabajo les puede cambiar la vida a los tres.

—Sabés bien lo que pienso.

—Lo sé pero vas a tener que aceptarlo.

La chica se quedó en silencio.

—No sé, tengo mil dudas y ninguna certeza.

—Para eso está el señor Cabassi, como vos lo llamas, para que te las saque.

—El día de mi cumpleaños no lo voy a llamar, ya me fue suficiente con la cena.

—De acuerdo, ¿y qué pensás hacer hoy?

—A eso iba, ¿vienen a cenar a casa?

—Por supuesto. ¿Te parece bien a las nueve de la noche que vayamos?

—Me parece bien.

—A propósito... En media hora más o menos llegará una sorpresita a tu casa —le dijo mirando su reloj pulsera.

—¿Qué clase de sorpresita me enviaste? —preguntó intrigada.

—No es nada raro o malo. Ya lo sabrás, te mando un beso, nos vemos a la noche.

—Tus sorpresas me dan miedo, Bruno. Nos vemos pronto. Gracias, otro para vos.

Durante el día, la joven realizó las compras que necesitaba y regresó a su casa pasadas las cinco de la tarde, horario en donde desde hacía tiempo le había llegado a domicilio la sorpresa de Bruno.


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Casa de Amarilis

—Lis, un chico trajo este sobre a tu nombre, te lo envía Bruno —le dijo su madre señalando el sobre de tamaño oficio sobre la mesa.

—Gracias, mamá.

Una vez que dejó guardadas las cosas que había comprado, tomó en sus manos el sobre y lo abrió. Quedó estupefacta con lo que se encontraba dentro, fotos. Las fotos que le habían sacado a Demetrio. Su madre se acercó a ella al verla de espaldas y sin moverse, se puso a su lado y las miró.

—Madre mía —dijo asombrada—, ¿quién es? ¿Tu novio?

—Ay mamá —cerró los ojos cuando se lo preguntó—, no digas pavadas —le contestó con risita haciéndole gracia el comentario.

—¿Y por qué no? Sos linda, te vendría bien un novio así —rio con agrado.

—Me lo decís porque soy tu hija.

—Aún así, es muy lindo, ¿quién es?

—Un actor, Bruno lo entrevistó hace dos días atrás. Fue con él y Bruno con quienes cené.

—¿Y por qué? —Su madre se extrañó—, nos dijiste que tenías la cena con Brunito pero no con él también. ¿Qué está pasando, Lis?

—Este actor me pidió ser su asistente. Supo por Bruno que estoy desempleada y que necesito un trabajo.

—¿Y por qué no lo aceptaste? —cuestionó intrigada y mirándola.

—No le dije nada todavía y de darle un no, es porque sería una locura aceptar un trabajo como el que pide, tendría que llevarle toda su agenda. Y lo peor, mudarme.

—¿Mudarte adónde? —Unió las cejas queriendo saber más.

—Posiblemente a Italia, si es que vive ahí.

—¿Y no te gusta la idea? ¿Por qué no aceptas? —cuestionó curiosa.

Amarilis giró la cabeza en dirección a su madre para mirarla con asombro y desconcierto.

—Mamá, no conozco nada del país, no sé del todo el idioma y estaré muy lejos. En otro continente —dio aquellas excusas solo para no preocuparla más.

—Tomando unas clases de italiano podrías aceptar su trabajo, ¿o no?

—Supongo que sí.

—¿Y entonces? ¿Quién o qué te impide aceptar el trabajo? —formuló y luego se dio cuenta ella sola—, ¿en serio es por eso? No seas tonta, Lis —respondió su madre un poco molesta—. Me extraña de vos, que siempre te proponés lo que querés y no aceptes un trabajo así.

—Hay muchos factores, no solo por eso.

—¿Cuáles? Si te preocupas por nosotros, estamos bien, sé que no es fácil tomar una decisión así pero es una gran puerta que se abre y la oportunidad es única, dudo que se te presente algo así más adelante. Y nena, cumplís veintitrés años, aunque te veamos siempre niña, tu vida debe seguir y explorar otros horizontes —le dijo con resolución.

Su planteo era mucho más resuelto y simple como el panorama que ella misma tenía de la situación.

—No puedo darme el lujo de pretender un trabajo como ese.

—¿Te hizo algo que no querías? —preguntando aquello su madre se acordó de su exjefe.

—Claro que no, fue todo un caballero.

—¿Entonces?

—Me preocupa un poco dejarlos solos.

—Amarilis, la vida es así, vos tenés que buscar la tuya propia y a veces no es donde uno creció.

—Lo sé pero no es tan fácil.

—Te estás ahogando en un vaso de agua, mi amor —sonrió acariciándole la espalda con cariño.

—Si acepto el trabajo, yo me encargo de pagar el crédito completo.

—Pero podemos pagarlo con el trabajo de tu papá.

—No mamá, yo les dije que sacaran el crédito porque la casa casi se venía abajo, así que yo lo termino de pagar, por favor —expresó mirándola con atención.

—De acuerdo —asintió con la cabeza.


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En la cena de cumpleaños junto a sus padres, Bruno y su pareja, la mamá de la chica sacó a colación el posible trabajo de su hija.

—Me parece que Amarilis está a un pasito de aceptar la propuesta de trabajo —acotó y ella se sonrojó.

—¿En serio? —Fue Bruno quien preguntó sorprendido levantando las cejas.

—Puede que sí, alguien me abrió más la cabeza.

—Ya era hora, ¿viste las fotos que te mandé? —cuestionó guiñándole un ojo y dándole sonrisitas.

—Sí, no pensé que me las ibas a mandar cuando yo ni siquiera lo conozco.

—Esas fotos son el primer revelado, así que vos tenés las originales, está re fuerte, ¿no? —La picó y Fausto, su novio, se quejó.

—Oye, que estoy acá eh —habló con indignación fingida.

—Bueno, lo veo pero no puedo tocarlo pero Amarilis sí —admitió y su amiga casi escupe el agua.

—Jamás lo toqué —abrió más los ojos con asombro.

—No, pero te faltará poco —rio a carcajadas.

—No seas sinvergüenza —dijo quejosa pero se terminó riendo.

—Ay... como si no lo pensaras.

—Bruno... Que están mis papás.

La pareja de cincuentones se rio con las bromas de Bruno y entre un diálogo al otro se unieron a estas, y sobre todo a aceptar que su hija iba a tener un trabajo en el extranjero.

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