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» 48 «

El cuerpo de Hunter apenas podía resistir la presencia oscura y letal que se expandía dentro de él.

Aspiró hondo, tratando de compartir aire con el parásito.

Muy lentamente lo vi sujetar el mango de la espada y lo arrancó con un suave y eficaz movimiento. El arma hizo ruido al caer, pero fue ignorado por el repentino silencio que invadió todo el salón.

La criatura estiró una mano y de sus dedos surgió una descarga de energía, esta viajó una velocidad sorprendente y redujo a polvos a uno de los Guardianes.

—Me... siento... vivo —dijo entre jadeos, hablando por sorpresa en lenguaje común—. Este poder... es... asombroso.

Se miró las manos nuevamente, sin comprender lo que pasaba.

—Por fin... soy... libre.

Cerrando los ojos, saboreó el aire, respirando varias veces.

Su pecho subía y bajaba, completamente relajado.

—Ven conmigo, Miranda —me suplicó con desespero el Hunter que no era Hunter—. Juntos... gobernaremos desde... nuestros tronos... en la tierra prometida.

Negué varias veces, llorando.

El demonio alzó una mano y me acercó a él, ansioso.

—Este nuevo reino... nos pertenece —insistió Kin-raa, su voz menos entrecortada.

Cuando las últimas criaturas emergieron de portal, Kin-raa me arrastró en su interior, que vibraba y expulsaba un olor desagradable. El aire de esa dimensión estaba contaminado y me provocaba ardor en los ojos. La llanura era una explanada cubierta de tierra muerta y no había señales de que hubo vida alguna vez.

El cielo era un contraste rojo, adornado de nubes negras que se desplazaban de un extremo a otro.

—Este lugar solía ser hermoso... igual que yo, como la estrella más brillante que pendía en lo alto, cumpliendo órdenes sin atreverse a desafiar la voluntad de su superior —murmuró el demonio—. Pensaba que los humanos eran frágiles y sencillos de persuadir por la naturaleza en que fueron creados, sus almas se corrompen fácilmente... tú misma lo puedes asegurar.

Me removí de su agarre, sin logar liberarme.

—Además, perdonan muy poco y entran en el olvido llevando en sus corazones rencor en lugar de amor. Yo quería cambiar eso, eliminado por completo aquello que los vuelve inferiores a nosotros, los custodios del cielo —repuso Kin-raa con severidad—, pero entonces fui desterrado por pensar diferente. Prometí volver, esta vez con más poder del que puedo controlar.

Con esfuerzo miré por encima de mi obro y me percaté que el portal se cerraba y estaba segura que me dejaría allí, sin posibilidades de regresar.

Todo había sido por mi culpa.

Y ahora estaba pagando por mis tontos deseos prohibidos.

Mientras resistía en ser arrastrada, un ladrido potente cortó el aire.

El Dwaal dio un salto y quiso embestir a Hunter, pero él pudo reaccionar a tiempo y usar todo su poder para lanzar lejos al perro. No obstante, había sido una simple distracción bastante ingeniosa, porque el fantasma de Evan Armentrout flotó en dirección al pecho de Hunter.

Con total asombro, pude ver cómo el demonio era separado del cuerpo de Hunter.

Kin-raa, por otra parte, salió expulsado con fuerza, pero no perdió el equilibrio. En lugar de eso, emitió un gruñido y la energía de sus manos abrieron un enorme agujero en la tierra, dispuesto a devorarnos a todos.

Por fin pude liberarme, sintiendo la movilidad de mi cuerpo.

Sin gastar ni un segundo, hice a un lado el vestido maltratado y me arrastré hacia tras, alejándome de todos ellos. Una vez fuera del portal, me giré a tiempo para darme cuenta que el demonio, junto al Dwaal, luchaban entorno al abismo.

El alma de Hunter, sin embargo, pronto abandonó su cuerpo y se alejaba en compañía de su padre. Desde esa distancia, me fijé que se despedía de mí con aquella frágil sonrisa, que fue como la suave caricia del pétalo de una rosa.

«Adiós, Hunter Armentrout. Siempre te amaré, lo prometo», lloré en silencio.

Envuelto completamente en una espiral creciente de humo brillante y cautivadora, observé cómo su cuerpo flotaba en dirección al portal y lo atravesaba sin hacer ruido y supe entonces que jamás lo volvería a ver.

Mientras me arrastraba, sentí algo pegajoso que se adhería a mí, y reparé en la sangre que salpicaba el suelo.

La sangre era del Wyser, que yacía muerto al piel del portal.

—Levántate, Miranda Roux. Tienes que vivir —era la voz de una mujer, la misma que me tendía la mano.

—¿Quién eres? —le pregunté.

—Madge Wood, hacedora de la magia buena y seguidora del poder divino —explicó ella sin vacilar—. Y estoy aquí para recuperar el equilibrio de las cosas.

Asentí varias veces, agradecida.

Juntas, empezamos a avanzar con lentitud.

Pero aquella abertura infernal empezaba a cerrarse, primero expulsó una luz blanca que nos lanzó por los aires, lastimando mi brazo en el proceso. Después, el portal empezó a atraer a todo aquello que emergió de su interior.

Me puse de pie y con algo de esfuerzo, sostuve mi brazo herido, evitando que se lesionara aún más o que sangrara.

—¡Vete! ¡Tienes que vivir! —exclamó la mujer.

—Pero... ¿y los otros?

—Olvídate de ellos, los frenaremos.

Negué con la cabeza, insegura.

—Madadme Soler... mis padres... sus cuerpos... ellos...

—¡Tienes que dejarlos ir!

—¡No! ¡No los dejaré en este horrible lugar! —protesté.

—Teníamos una misión y fallar no es una opción —murmuró Madge—. Todos hicimos una promesa de mantenerte con vida y así pagar por nuestros pecados. Y si morimos, podremos descansar en paz. Ahora vete, Miranda —repuso ella, con la expresión seria.

Asentí de nuevo, sin saber qué decir.

—Hagas lo que hagas, no mires atrás.

—Gracias, lo haré.

Avancé entre los escombros, buscando la salida.

Sin embargo, el fuego era un obstáculo a vencer.

Rodeé una de las paredes que se había derrumbado, sintiendo el calor que desprendían los restos que ardían en llamas, pero mis pies apenas podían reaccionar, entonces los arrastré y seguí andando sin siquiera detenerme a mirar los cuerpos que yacían muertos en el suelo.

Detrás de mí, los Guardianes y los demonios que quedaban, seguían siendo absorbidos por el portal, emitiendo ruidos y gritos de desesperación que se perdían en la oscuridad.

Bajé los escalones, ejerciendo presión en mis tobillos. No había avanzado lo suficiente, cuando una explosión me lanzó de golpe sobre la tierra. Caí boca abajo, mi cuerpo recibió todo el impacto del estallido, provocándome parálisis temporal en las extremidades.

Jadeé para recuperar aire, sin embargo, absorbí el calor, lacerando mi garganta.

Acurrucada, acepté que mi mundo no tenía color, no tenía vida.

Me faltaba algo... la parte importante que fue arrancada de esta tierra y llevada al cielo.

—Miranda —susurró una voz.

No me atreví a responder.

—Miranda —insistió la voz.

—¿Mamá? —pregunté, mirando aquella figura sombría que se acercaba a mí—. Mamá, ¿eres tú?

—Sí —contestó ella—. Soy yo.

Su tono era dulce, libre de temor o preocupación.

No podía ser cierto...

Los latidos de mi corazón aumentaron y mi respiración se agitó.

Ella...

—¡Mamá! ¡Realmente eres tú! —exclamé con desconcierto, tratando de levantarme—. ¿Dónde estoy?, ¿dónde estamos, mamá? —me corregí, frenética—. ¿Estamos en casa? Y papá, ¿dónde está él? ¿Por qué no está con nosotras?

Mamá se recostó a mi lado, sonriendo.

—Él no pudo venir, cariño —murmuró, apartando el cabello que cubría mi rostro—. Porque me está esperando.

Moví la cabeza, apreciando mi alrededor y me percaté que estaba en un campo que se extendía kilómetros y kilómetros hacia el oscuro horizonte, un campo que no conocía, salvo por la casa que se encontraba detrás de mí

Las paredes de la Mansión Haven estaban intactas, las ventanas atrapaban el reflejo de la luna. El techo se erguía en el cielo, como si intentara alcanzarlo y robar parte de los astros, que parpadeaban sonrientes y dejaban un rastro, un camino que sabía que necesitaría cuando me perdiera.

Era la misma.

No había cambiado en nada.

—Oh, cariño —dijo mamá y me sonrió de nuevo.

Estaba una vez más con ella.

Con mamá.

Su rostro se iluminó; perfecto e inmaculado.

—Lo siento, mamá —murmuré—. Yo no quería...

—No te preocupes. Todo está bien —afirmó ella.

—Desearía poder hacer algo.

—Ya lo has hecho —continuó diciendo mamá.

—¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo regresaste? —le pregunté.

Me rodeó con uno de sus brazos, muy ansiosa.

Ese calor, esa protección y el amor que me habían arrebatado, estaban ahí nuevamente.

—No, cariño —musitó ella—. Solo una de nosotras lo hará, pronto. Muy pronto.

Me besó la frente con ternura.

Sus abrazaos me atraparon y me envolvieron como solía hacerlo cuando era niña, con aquella limitada fuerza que tenía y la voluntad con la que se aferraba a este mundo. Se sujetaba de mí y su aroma imposible de olvidar me llenó de energía.

Cerré los ojos, saboreando su lejana presencia.

Las lágrimas que resbalaban por mi mejilla seguían siendo testigos de mi dolor.

—Nos volveremos a ver, Miranda —afirmó mamá.

Su voz por fin se apagó.

El aire enardecido susurró en mi odio, recordándome que hacía poco tiempo, había escapado de mi destino, pero ya muy tarde. No obstante, aunque no estuviera en casa, al menos, algún día estaría con mamá y papá, y eso era lo que más me importaba.

Sonriendo, deseé nunca volver a despertar.

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