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—¿Cómo lograste traerlo de entre los muertos? —jadeó el Wyser.

—Yo no lo hice. Fueron ustedes, en realidad —contestó madame Soler, tranquila—. Cuando Miranda entregó el reloj, parte de la esencia de Evan resucitó. Él compartía un vínculo con el objeto, porque le había pertenecido originalmente —repuso ella—. Se presentó en mis sueños varias veces y me dejaba mensajes. Incluso me dio la ubicación de la chica.

—¿Por qué haría algo así? —preguntó Hunter, todavía sin poder creerlo.

—Ha venido por ti, por tu alma.

—No lo creo —aseguró Hunter.

Madame Soler sonrió.

—Tú no perteneces aquí ni en ningún otro lado, chico —contestó ella—. Tu lugar está con los muertos, es momento de que vuelvas con ellos.

—Inténtalo, bruja —siseó Hunter.

A nuestras espaldas, el portal que yo misma creé, emitió un ruido y crujió, liberando toda la presión atrapada en su núcleo. Se escucharon lamentos que provenían en la parte central, después, todo el suelo empezó a temblar.

Del interior del portal emergieron criaturas, no eran criaturas ordinarias, sino demonios.

Estos tenían la forma de animales: venados, perros, arañas y gusanos gigantes, caballos y cuervos; pero la mayoría había sufrido una especie de mutación. Se paraban en dos patas, otros en cuatro. Sus pelajes estaban manchados de un líquido oscuro, casi podía decir que era sangre descompuesta.

El resto de los demonios agitaba sus tentáculos con pinzas o tenía los huesos expuestos, rodeado de carne muerta.

Con asco me fijé que los ojos de los demonios se desprendían de sus cuencas.

Las criaturas abrían y cerraban la boca, siseando y aullando, mostrando al mismo tiempo la lengua larga y los colmillos afilados.

—Mátenlos a todos —ordenó el Wyser.

—¡No! —grité, pero fue en vano.

La legión de demonios se alzó como la marea enfurecida.

El pequeño grupo se preparó, conjurando fuego y algún tipo de poder que los ayudaría a defenderse. Sin embargo, nada bastaría para detenerlos, porque los demonios no dejaban de brotar de portal.

La única forma viable era cerrarlo por completo, pero ¿cómo?

—¡Basta! —chillé, viendo al grupo caer uno a uno—- ¡Detente! ¡No los mates!

Únicamente el Dwaal era capaz de derribar a los demonios, pero estos seguían apareciendo sin detenerse. Pronto llenarían el salón y no sabía con exactitud si atacarían también a los Guardianes.

Esperaba que así fuera.

Arthur dio un paso al frente, alzando las manos.

Una serpiente con escamas brillantes y en forma de carbón ardiente siseó a lo lejos, derrumbando parte del techo de la tribuna. Abrió la boca para escupir un chorro de fuego a los desconocidos, pero falló, incinerando el suelo al instante.

Se escucharon gritos, que pronto fueron apagados de golpe.

Las llamas devoraban la madera, expandiéndose en medio de un destello perturbador.

Todo el refugio ardía como una hoguera.

—¡Detente, por favor! —supliqué—. ¡No lo hagas!

Los estruendos no terminaban, al contrario, se intensificaban.

Busqué con la mirada a madame Soler, pero no estaba en ningún lado. Arthur volvió a parecer, realizando movimientos con sus manos; parecía controlar a la serpiente, que se movía con bastante rapidez entre los escombros.

Tres valientes hombres se plantaron frente a la bestia, cada uno hizo aparecer una lanza en forma de rayo en sus manos. Parpadeando, vi cómo arrojaban aquellos artefactos luminosos, apuntando el corazón de la serpiente.

La criatura se agitó, esquivando las lanzas.

Los hombres, sin vacilar, se prepararon nuevamente.

Pero, pronto fueron atacados por los demonios.

Uno de ellos, en forma de reptil esquelético con patas gruesas, cuernos en su cabeza deformada y alas, le propinó un golpe certero con su cola a un hombre y lo derribó, luego le arrancó la cabeza con su enorme y ansiosa boca, derramando sangre sobre el suelo.

Otros dos, que eran insectos del color de la tierra, embistieron a los que faltaban.

Arthur se alejó, riendo.

Con renuente horror presencié la violencia con la que los demonios arremetían contra los hombres. Arrancaban parte de sus cuerpos, usando sus bocas como arma, separado órganos, desgarrando piel y carne, incluso supuse que saboreaban la sangre que goteaba lentamente de las heridas.

No soportaba seguir viendo todo aquello.

Era horrible.

¿Ekam juntir? —murmuró Kin-raa, hablaba en un zumbido que hacía eco.

Hunter inclinó la cabeza, como una muestra de respeto.

—Sí, amo. Ya casi todos están muertos.

Utz ba. Jo choja, chanim —repuso el demonio.

—¿Qué haremos con ella?

Kape quk. Retam jaw ko urichoch.

—Como usted diga, mi señor —comentó Hunter.

Eché un vistazo al desastre, y fue entonces que divisé a madame Soler, tendida en el suelo, siendo mordida por un demonio en forma de venado. Abrí la boca para emitir un grito ahogado, ignorando el escalofrío que recorrió mi cuerpo.

La criatura, al terminar, gruñó a la mujer sin vida.

Supuse que ella se había defendido hasta el final.

—Todo este caos es apenas el comienzo —afirmó Hunter con una sonrisa.

—Este mundo y sus habitantes verán los horrores que se esconden más allá del conocimiento que poseen —añadió el Wyser.

Sintiendo una palpitación en la cabeza, traté de moverme, pero mi cuerpo no reaccionaba.

Oculté el rostro entre mis manos, llorando.

Quería luchar, defender a aquellos que habían hecho lo mismo conmigo de una manera desinteresada, sin embargo, no podía. Porque era una cobarde, una chica débil, indefensa y mi ayuda probablemente empeoraría las cosas.

En ese momento, podía escuchar mi propio llanto, incontrolable y a la vez satisfactorio, porque significaba que me lo merecía. Lo que veía, ere el resultado de mis acciones y lo malo era que muchos pagarían por mi culpa.

De todos modos, todo terminaría.

Sí, tal vez.

Supuse que sería algo pasajero, como la suave brisa que se desplazaba tranquilamente por el campo y se llevaba consigo mis penas, inquietudes y mi dolor. Y además, lo que sentía por Hunter, se resumía en odio, rabia y resentimiento.

Después de todo, el amor es un sentimiento que también se puede borrar con bastante facilidad.

—Ya es hora —anunció Hunter.

Me removí de mi lugar, atormentada.

Hunter usó algo para frenar mis movimientos y sujetarme desde mi lugar.

—Estoy listo, amo —dijo Hunter, acercándose a Kin-raa.

Pero, el fantasma de su padre intervino primero.

Avanzó hacia su hijo, con una mano extendida deseando tocar su alma corrompida. Se deslizó a él con el suave movimiento de la niebla, una bruma blanca que envolvió su cuerpo y al momento de tocarlo, quedó apartado del mundo de los vivos.

Hunter gritó.

El Wyser se apartó de él, sin comprender lo que pasaba.

—¿Qué le ha hecho? —preguntó, enfadado.

Por un instante, en medio del caos, el fuego que se propagaba en la Mansión, la muerte y la desesperación, supe que Evan Armentrout trataba de ayudar a su hijo, porque cuando el humo blanco se disipó, Hunter finalmente dejó de gritar.

Jadeando, trató de incorporarse, pero no logró.

Varios intentos después, se quedó de rodillas, observando el suelo.

Me acerqué a él, nerviosa y asustada.

Hunter levantó la mirada, pero no era el mismo.

Mi corazón empezó a latir de forma desenfrenada al reconocer su rostro enrojecido, lleno de manchas de sangre y... sus ojos, esos ojos que alguna vez estaban llenos de vida, volvían a ser azules.

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