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El verdadero Hunter se aproximó y se colocó de rodillas, diciendo:

—Mi señor, ¿lo he servido bien?

At uztlaj achi —comentó Kin-raa.

—Sí, mi señor.

Jaw chi inkowi? —susurró el demonio.

Hablaba en un idioma que no pude reconocer.

De todos modos, no me interesaba averiguar qué estaba diciendo.

—Haven, el refugio, su refugio —respondió el Wyser.

Are uchabej in? —repuso Kin-raa, señalándome con la mirada.

El Wyser asintió, nervioso.

—Sí, amo, ella hizo posible su regreso.

Subanik?

—Usó la sangre para abrir el portal.

El demonio se aproximó a mí, con creciente interés.

De su cuerpo emanaba aquel olor desagradable, similar a plástico quemado. Aparté la mirada, iracunda. Sufrí un repentino dolor de cabeza. Mi estómago, además, se contrajo al percatarse de aquella peste fastidiosa.

—Akojo bal kuya nulotajem —comentó el demonio, acariciando sumamente mi rostro con sus feas manos—. In ksach ukux. —repuso, pasando su lengua por mi piel hasta detenerse cerca de mi odio—. Kat pe chanim wuk.

—Kin-raa asegura que tú fe es su salvación —tradujo el Wyser—. También dice estar sorprendido. Ahora irás con él.

Torcí el gesto con desagrado.

—¡Están locos!

Me di la vuelta para escapar, pero Hunter me cortó el paso.

—Tú no irás a ningún lado —afirmó con aspereza.

—¡Déjame ir! —le supliqué—. ¡Ya les di lo que querían! ¡Ahora quiero irme de aquí!

—Esto todavía no ha terminado —concluyó Hunter.

Un gruñido surgió de la nada, seguido de una sombra, que saltó sobre Hunter y lo tumbó sobre el suelo. Era el Dwaal; abrió el hocico y estaba dispuesto a acabar con Hunter, clavando sus colmillos en su garganta.

Hunter, sin embargo, no opuso resistencia.

Kin-raa lo hizo por él.

Un destello blanco impulsó a la criatura lejos de Hunter, entre aullidos de lamento chocó contra una de las columnas y la destruyó, provocando una fuerte sacudida en todo el anfiteatro.

Con horror vi que un grupo de desconocidos se aceraba a nosotros, algunos usaban conjuros para defenderse y otros armas artesanales con una eficacia envidiable.

La mayoría de ellos tenían los rostros pálidos, usaban ropa andrajosa y sus expresiones no reflejaban ninguna emoción. Los veía tristes o afligidos, y no sabía muy bien por qué sentí pena de solo observarlos.

Y liderando la tropa estaba madame Soler.

El escalofrío no tardó en llegar, seguido de espasmos que tensaban mi estómago debido a la inesperada impresión. ¿Qué estaba haciendo ella aquí? ¿Cómo supo dónde me encontraba? ¿Acaso me estuvo rastreando? Eso era... imposible.

—Detente, demonio —sentenció ella con firmeza—. La Luna Roja se terminó, es tarde para que cumplas tus planes. Ahora vuelve a tu dimensión y jamás pienses en regresar.

Kin-raa no mostró señales de entender lo que ella estaba diciendo.

—No podrán con nosotros, bruja —siseó el Wyser.

—Tus Guardianes ya han muerto, en su mayoría —repuso madame Soler.

—No importa. Con el don de la chica, podemos abrir más portales y conectar un lugar con otro, incluso abrir un puente de otros mundos con este.

Madame Soler apretó los diente, dando un paso al frente, decidida.

—Es... ¿cómo se atreven a manipular a una niña de esa manera?

El demonio se evaporó, o más bien se convirtió en una pieza invisible y atacó al grupo que le hacía frente a la situación. Se movía muy rápido, mis ojos no podían saber dónde aparecería. De pronto dos hombre salieron disparados por los aires, gritando.

El grupo reaccionó de inmediato, cerrando el espacio entre ellos, listos para defenderse.

Sin embargo, no funcionó: una mujer levitó unos segundos, luego chocó contra el techo con violencia y cayó, muerta.

—¡Ya basta! —grité lo más fuerte que pude—. ¡No los toques!

Todos me observaron, sorprendidos.

Madame Soler aprovechó la distracción y rezó algo en voz baja, entonces un campo de energía cubrió la pequeña agrupación, sellando todo el poder que expulsaba el demonio.

Kin-raa volvió a aparecer, muy cerca de madame Soler.

—¡No te atrevas a hacerles daño! —le advertí, aunque él me ignoró, desde luego.

Se desplazó sobre el suelo, dejando marcas de quemadura sobre la superficie. De pie, acercó la punta de sus dedos en el domo invisible y este empezó a quemarse, similar al papel expuesto al fuego.

—Nadie la obligó que hiciera esto —intervino Hunter con desprecio—. Ella misma hizo su elección.

—Ya veo, con que eres tú, el nuevo Geksei. ¿Cómo fue posible que te revivieran?

—Existen manera de revertir la muerte. Eso deberías saberlo, bruja —se mofó el Wyser.

—¿En serio? ¿Usando un patético reloj?

Yo escuchaba con profunda atención lo que ellos estaban conversando, procesando lo más rápido que podía cada palabra, sin tener deseos de intervenir. De intentarlo, no sabría lo que me harían.

Así pues, permanecí en silencio, demasiado inquieta y asustada.

—Es necesario contar con un objeto que haya pertenecido a la persona, ya que el vínculo que se crea, debe aferrarse a algo y mantenerse firme —explicó el Wyser—. Su alma regresa, pero ya no es el mismo. Su cuerpo corrompido funciona como una caja, y en su interior es posible alojar un poder único y poderoso.

Tenía que admitir que él tenía razón, porque había notado el cambio en Hunter luego de haber aceptado el trato.

—Mientes, Gran Maestro.

—¿Cómo es que sabes tanto de nosotros? —quiso saber el Wyser.

Madame Soler arrugó la frente.

—Supe de tu existencia hace poco.

Por suerte, no fui yo la que se lo hizo saber.

Me preguntaba quién lo había hecho.

Estaba segura que debía ser alguien que venía siguiendo a los Guardianes desde que estos empezaron a existir, porque hasta estas alturas, no encontraba otra explicación que tuviera sentido.

—Nadie es capaz de detenernos. Una vez que tengamos el control de todo, la humanidad sabrá que lo que fue hermoso algún día, pronto morirá.

—Hablas con bastante seguridad para ser una criatura de poca fe —afirmó madame Soler.

—Y tú pareces menos inteligente de lo que aparentas —replicó el Wyser.

La mujer ignoró aquel comentario, esbozando una sonrisa, llena de desafío.

—Escuché rumores sobre un evento que preparaban los Guardianes. La Luna Roja, así la llaman ustedes, ¿verdad? Además, el caso de la chica llamó mi atención y supe que, de algún modo, estaba relacionado —dijo, torciendo el gesto—. Días después recibí visitas. ¿Sabes quiénes han venido de muy lejos para cobrar venganza? —preguntó ella sin esperar respuesta—. Harrison Gold, Ben y Madge Wood. ¿Los recuerdas?

El Wyser se mostró por primera vez alarmado.

—¿Qué? ¿Eso es cierto?

—Por supuesto. Muchos de los que ustedes engañaron, se convirtieron en Dwaal, espíritus que buscan la paz, por los crímenes que cometieron. Y hoy están aquí, para saldar esa deuda que tienen con la misma muerte.

—¡No lo creo!

Hunter estiró una mano y, usando un pulso de energía invisible, empujó a madame Soler, ella cayó de lado, gimiendo de dolor.

Quise correr a ella, pero Hunter me tomó del brazo izquierdo y ejerció presión. Solté un alarido y luché por liberarme. Los otros no se atrevieron a actuar. Simplemente nos miraban, como si estuvieran analizando el siguiente movimiento

—¡Suéltame, me estás lastimando! —protesté.

Hunter hizo caso omiso a mis palabras.

Madame Soler se levantó, sus ojos expresaban el enojo que hervía dentro de ella.

—¿Se te olvidó que no estamos solos? —masculló ella, sonriendo.

Se escuchó un bramido, era el Dwaal, que se acercaba de nuevo. Sus enormes patas se desplazaban con una urgencia increíble, sus ojos rojos brillaban de rabia, su boca enorme expulsaba humo y su cuerpo entero se sacudía mientras corría.

Y no estaba solo.

La sombra de un hombre encima de su lomo, cabalgando hacia la batalla, le daba una apariencia aún más temible de lo que ya era. A medida que se aproximaba, empecé a distinguir de quién se trataba.

No era experta identificando fantasmas, desde luego, pero estaba segura que conocía el rostro del hombre, porque tenía un parecido impactante con Evan Armentrout, el padre fallecido de Hunter.

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