» 44 «
Entre murmullos y suspiros de satisfacción, supe que los Guardianes se habían colocado de rodillas, mientras el Wyser entonaba en voz alta:
—Abran las rejas del Infierno.
(Echlaq ri ajawarem).
La energía que viajaba en mi cuerpo, recorría cada entraña, calentando los espacios vacíos que ahora eran llenados de un poder oscuro y letal.
Algo mi pecho se revolvía, inquieto.
—Que él sea levantado.
(Wari are kamawamib).
Mi propia respiración se mezclaba con los cánticos de Christopher. Mi nariz absorbía el olor desagradable que manaba de la pared. Después, la punta de mis dedos ardía y sufría de una picazón, aunque logré mantener la concentración en aquella imagen que surgió en mi mente.
(Wari are binbal).
Parecía no tener sentido, porque los trazos iban y venían de un lado a otro, sin embargo, consumían la sangre con un ritmo impresionante.
—El tiempo ha llegado.
(Jak utawib).
La temperatura dentro del salón aumentaba, incluso sentía una ráfaga de viento que se desplazaba en torno a la pared, removiendo mi cabello. Seguía pintando sin hacer pausa, pero el ruido de mi entorno era asombroso y todas las voces se unieron, queriendo romper la barrera que separaba este mundo con cualquier otro.
—Liberen las almas encadenadas —repuso Christopher sin flaquear.
(Nijun awatalik).
Las voces en mis pensamientos adquirían una intensidad similar al calor que inundaba el anfiteatro improvisado.
(Chanim).
—Cumplan la antigua promesa...
(Chatbinoq kuqoj).
—¡Y consigan al fin su victoria!
(Petnaq ri chaom).
Cerré los ojos, tensando cada músculo de mi cuerpo.
Al finalizar, sentí un tirón en mis dedos; torciendo el gesto, supe que eso me indicaba que lo había hecho bien.
Hubo un silencio en toda la tribuna, seguido de susurros y siseos inquietos e impacientes de los Guardianes, no hice otra cosa que ignoré únicamente el dolor que remitió en mis uñas.
—Para ser una Sterplick, posees un don asombroso, Miranda Roux. Un don otorgado por la voluntad del Infierno —comentó el Wyser, mientras se acercaba—. Pocos mortales son capaces de viajar entre dimensiones. Y tú, debo admitir, eres la excepción.
¿Hablaba en serio? ¿Por qué decía esas cosas? ¡Que motón de tonterías! ¿De verdad poseo un don? ¿Acaso puedo viajar en dimensiones? No, eso no podía ser cierto. Yo...
—Somos los Guardianes de Kin-raa, vivimos por siempre, esperando el momento de servir y gobernar estas tierras —dijo el Wyser—. Y con tu ayuda, Miranda, finalmente lo hemos conseguido.
Christopher me tendió una mano, pero yo la rechacé.
En ese instante, toda la mansión se sacudió.
Me deslicé hacia atrás, escuchando el crujido de la madera que se desplazó de un extremo a otro; los presentes gritaron de la impresión y vieron caer algunas antorchas. Del techo se desprendió un pedazo del anfiteatro, provocando un estruendo apagado al chocar contra el suelo.
—¿Qué está pasando? —gritó alguien de la multitud.
—¡Alguien pretende ingresar! —repuso otro.
El escándalo presente fue aumentando a una velocidad increíble.
Una de las enormes ventanas que decoraba la pared opuesta del refugio, explotó en miles de pedazos; fuego blanco ardía en los restos que salieron disparados en distintas direcciones.
Otra sacudida provino a lo lejos, seguido de una explosión menor que la primera.
—¿Qué hacemos?
—¡Protejan las entradas de la Mansión! —ordenó el Wyser.
Sin embargo, nada pudieron hacer.
La ventana más cercana sufrió una especie de detonación y de la abertura que quedó, una enorme sombra entró de un salto, aterrizando sobre uno de los Guardianes. El hombre tardó en reaccionar, sacudiendo su cuerpo.
La espada que sostenía cayó lejos, tintineando.
De sus manos surgieron chispas amarillas, pero parte de su cuello ya había sido destrozado con una mordida. Soltó un alarido de dolor, luego murió, a punto de realizar un conjuro.
Otro Guardián se acercó con su arma, sin embargo, fue derribado por una energía potente que lanzó una mujer de mediana edad, de pie en la entrada de la Mansión. Un hombre se acercó a ella, se aseguró de que estuviera bien, entonces ambos corrieron y siguieron atacando sin piedad a sus enemigos.
Podía escuchar los gritos de guerra y de dolor que flotaban en el aire, seguido de destrucción y fuego que se alzaba como una muralla peligrosa frente a mis ojos.
Eché un vistazo a los otros Guardianes, que se defendían de los desconocidos, aunque poco a poco eran reducidos porque no empelaban una magia poderosa.
—Tú trajiste al Dwaal, ¿verdad? —siseó una voz.
Me di la vuelta, asustada.
—Asquerosa Sterplick, ¡nos traicionaste! —ladró el Wyser.
Lleno de furia, usó su poder para levantarme del suelo y apretar mi garganta. Entre jadeos, pude ver que tenía el rostro ensangrentado por haber luchado, parte de su cabello estaba cubierto de ceniza y sostenía una espada, la cual pudo pertenecer a uno de sus seguidores caídos.
—¿Por qué no funciona? —se quejó el Wyser, apretando con más fuerza—. Estaba seguro que eras la indicada.
Me lanzó de nuevo sobre el suelo, escupiendo saliva mezclado con sangre.
Levantó la espada, ansioso por atravesar mi cuerpo con ella.
Sin embargo, la pintura improvisada en la pared se contrajo emitiendo un ruido estático y estremecedor; la madera empezó a vibrar y muy lentamente fue cambiando de color, expulsando humo ahora en su superficie deteriorada.
Me aparté de inmediato; mis ojos incrédulos no querían seguir viendo.
Pero, estaba hecho.
Aquel muro enorme de madera desgastada crujió, bien podría decir que tal vez fue un gruñido; luego advertí que todo el espacio del anfiteatro tenía un olor familiar y desagradable, además, finalmente estaba reducido a un agujero muy amplio y oscuro que emitía a su vez un resplandor rojo, ondulante y aterrador.
Encima del dibujo había una marca.
Pasé semanas viendo el mismo efecto, asumiendo con total inocencia que era un simple dibujo, el mismo que tenía trazos poco ordinarios y una forma en mi mente que jamás llegó a ser exacta.
Pero, no se trataba de eso.
Era un portal.
Y había usado como pintura la sangre de mis propios padres y dos chics inocentes para crear un puente y vincular este mundo devastado a una dimensión, posiblemente maligna.
—Mi señor, al fin... —los ojos del Wyser brillaban de entusiasmo.
Del portal emergió un hombre, este tenía el cuerpo desnudo y era visible quemaduras en algunas partes de su piel. Avanzó con torpeza y respiró con algo de dificultad.
Observó el panorama con desprecio, sin advertir nuestra presencia.
Su aspecto era similar al de Hunter, pero ¿en serio era él?
—¿Hunter? ¿Eres tú?
No respondió.
—No es él —comentó el Wyser en un susurro—. Aquello que ves, es un ángel caído, convertido en uno de los demonios que posee la capacidad de adoptar la forma de los peores temores de las personas, incluso de los más ocultos —finalizó, esbozando una sonrisa triunfal.
El demonio se miró las manos, confundido, luego levantó la cabeza y gritó muy fuerte.
El Wyser tenía razón.
Algo dentro de mí afirmaba que el hombre, o más bien aquella criatura demoniaca, tenía un poder asombroso, su fuerza era inigualable aunque no lo había visto actuar y estaba relacionado con la brujería y las artes oscuras, además, su forma real consistía en un ser de dos rostros.
El lado izquierdo era un amasijo de piel putrefacta que se caía a pedazos con el más mínimo movimiento, adornado con un ojo rojo; el lado derecho era la representación de pureza, compuesto de un ojo dorado.
No sabía cómo era posible, jamás había visto algo así.
Pero, era real.
Y yo lo había traído a este mundo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro