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—Miranda, despierta —Holly me sacudió con suavidad—. Tienes que despertar.
Parpadeé y me froté los ojos, soñolienta.
Cuando desperté, las voces en mi cabeza también lo hicieron.
(Ven con nosotros, Miranda).
Lo único que pude ver fue la oscuridad que bañaba la habitación; por la ventana entraba a duras penas las luces de las casas vecinas y de los numerosos postes eléctricos dispuestos en las calles desoladas.
Incluso en la penumbra vi que Holly desplazaba la mirada en dirección a la cocina.
—¿Escuchas eso? Parece...
(Ven con nosotros, Miranda).
Vajilla de porcelana o cristales siendo destrozados, eso estábamos escuchando Holly y yo; después algo pesado que era arrojado en el suelo. No supe de qué se trataba, porque toda la casa se había quedado en silencio.
Únicamente el ruido bajo de nuestras respiraciones agitadas se lograba escuchar.
Holly fue la primera en apartar las sábanas, levantarse y caminar en dirección a la puerta, probablemente para bajar a la cocina.
(Ven con nosotros, Miranda).
—¡Espera! —exclamé en voz baja—. ¿Qué haces?
—Voy a ver.
—¡No, detente!
Antes de imitarla y seguirla, busqué mi teléfono y miré la hora: 02:35 a.m.
Mis pies desnudos tocaron el frío suelo y, soltando un bostezo largo y pesado, avancé a hurtadillas.
(Ven con nosotros, Miranda).
La habitación de mis padres quedaba cerca de la escalera, por lo que eché un vistazo y vi que la puerta estaba entre abierta. Asomé la cabeza en el dormitorio, pero todo estaba oscuro. Activé el interruptor y advertí que ellos no estaban.
—¿Mamá? ¿Papá? —susurré.
No hubo respuesta.
Sentí que alguien tocó mi hombro y me sobresalté; era Holly y su mirada me revelaba que ella pensaba lo mismo que yo: estábamos solas y no sabíamos quién o quiénes provocaban esos ruidos.
—No están, ¿verdad? —susurró ella.
Asentí en silencio.
—Vamos a ver —repuso ella en voz baja.
El camino a la escalera fue corto y el trayecto entero estaba a oscuras.
Sin embargo, la luz dentro de la cocina estaba encendida, la perfecta iluminación nos indicaba que no había cristales rotos ni restos de porcelana regados en el suelo, salvo por una cosa rara: no había nada, absolutamente nada en la cocina.
—Pero ¿qué...?
Holly y yo, estupefactas, avanzamos sigilosamente en aquel espacio desolado y silencioso. Todo había desaparecido, excepto la mesa y aquellos objetos pesados e insignificantes que yacían solitarios en los rincones.
—¿Qué rayos pasó aquí? —preguntó Holly—. ¿Dónde están todas las cosas?
Movía la cabeza de un lado a otro, tratando de saber si era una alucinación o no.
—¿Mamá? ¿Papá? —susurré, completamente alterada.
(Entrégate a él, Miranda).
—¡Dios! ¿Qué es ese horrible olor?
Holly tenía razón.
Toda la cocina desprendía un olor insoportable y nauseabundo, parecido basura quemada... no, de hecho era como plástico quemado mezclado con alimentos putrefactos.
(El Círculo).
—¿Qué hacemos? ¿Llamamos a la policía? —cuestionó Holly.
(Es ahora).
—Dudo que puedan ayudarnos —respondí.
(Tu nuevo hogar).
Ambas retrocedimos, aguantando la respiración.
Sin embargo, al darnos la vuelta, la casa entera sufrió una fuerte sacudida, las paredes de madera crujieron, las luces parpadearon y finalmente la cocina se estremeció: las cosas que habían desaparecido, habían regresado, o más bien fueron arrojadas y estas se estrellaron sobre el piso con una fuerza abrumadora.
Holly se sobresaltó, pegando un grito.
Corrimos de nuevo a la cocina, pero, sin previo aviso, alguien derribó a Holly.
Era papá.
(Intrusa).
Frente a mis ojos vi cómo papá levantaba un cuchillo y trataba de herir a Holly.
—¡Detente! —chillé.
(Intrusa en Hillertown).
Avancé con torpeza y me lancé sobre él; por suerte Holly reaccionó a tiempo y agarró el brazo de papá, frenando el cuchillo muy cerca de su pecho. Apretando los dientes, logré contrarrestar la fuerza que ejercía papá.
—No... lo... hagas... —musitaba entre dientes, en medio del forcejeo.
Pero, él era muy fuerte y entre las dos no lográbamos apartarlo.
Mis dedos dolían demasiado, sentía el dolor palpitando en la carne, en la piel que se había desprendido y las uñas nuevas que crecían y empujaban a las dañas a un ritmo muy lento y poco esperanzador.
El rostro de Holly estaba pálido y sus ojos se inyectaron en sangre.
(Intrusa en Hillertown).
Oímos pasos que se aceraban a nosotras como un animal enfurecido y caí en cuenta de quién se trataba. Mamá se abalanzó sobre mí y juntas rodamos del otro lado de la sala. Sin embargo, ella no traía cuchillo o algo que usaría para herirme.
Simplemente estaba encima de mí, tratando de aprisionarme, porque yo no era quienes ellos querían asesinar.
Sino a Holly.
(Intrusa en Hillertown).
—¡Suéltame, mamá! —chillé con impotencia—. ¡Suéltame! ¡Me estás lastimando!
Ella me ignoró completamente.
Lo siguiente que hice fue desagradable, porque moví la cabeza hacia adelante y mordí la mano de mamá; enterré los dientes lo más profundo que pude y desgarré tanta piel como carne. Su sangré tenía un sabor espantoso y sufrí arcadas cuando el líquido se acumuló en mi boca.
Escupí la sangre, torciendo el gesto.
Mamá gritó ruidosamente y, en su distracción, la empujé de lado; ella cayó y empezó a retorcerse por el dolor.
Me puse de pie, buscando a Holly con la mirada.
Ella, sollozando de manera incontrolable, avanzaba con notorio esfuerzo en mi dirección, tenía el hombro ensangrentado y se sostenía la herida con la mano libre. ¿Cómo había hecho para liberarse de papá? ¿Cómo...?
—¡Holly! ¿Estás bien? —ella asintió con la cabeza—. ¿Dónde está papá?
—Él... algo... alguien lo... —contestó Holly.
Mamá dejó de gritar, eso significaba que mi prima y yo no teníamos mucho tiempo para que nos volviera a atacar, y esta vez sabía que ella no sería muy compasiva con nosotras.
—¡Tenemos que salir de aquí!
Rodeé a Holly con un brazo alrededor de su cintura y la llevé hacia la puerta.
(Intrusa).
Mi corazón latía con fuerza; mi respiración se había disparado y la parte baja de mi estómago estaba tensado. Mi agitación fue sustituida por pequeñas dosis de miedo que iban creciendo a paso acelerado.
(Detengan a la intrusa).
—Espera, ¿cómo vamos a escapar?
Cerré los ojos y traté de pensar.
Sin embargo, las voces ofuscaban cualquier pensamiento que intentaba, a duras penas, atravesar la pared que levantaron en mi conciencia y llegar hasta mí.
—¡El auto de tu padre! —exclamó Holly.
Asentí con la cabeza.
En el exterior, el repentino silencio se sentía pesado, todas las calles estaban desiertas y de pronto la oscuridad de la noche nos saludó y el frío se deslizó en nuestra piel desnuda y expuesta.
(Intrusa).
—¡Las llaves! ¿Dónde están las llaves? —preguntó Holly, desesperada.
(Hagan algo).
—Papá deja las llaves en su habitación, pero creo que sé dónde puedo conseguir otra —jadeé, frenando el paso con algo de brusquedad—. Él siempre lleva consigo una copia. Quédate aquí, en un momento vuelvo.
Retiré mi brazo de la cintura de Holly, luego volví a casa con rapidez.
—¡No, Miranda! ¡Vuelve!
Contuve la respiraron e ingresé por la puerta sin hacer ruido, avancé en la sala de la misma manera; me mantuve alerta a medida que avanzaba, porque no sabía si mamá atacaría o haría algo para detenerme.
Pero, ella no estaba en ninguna parte.
No quise llamarla, era un riesgo que no quería asumir.
Al acercarme, advertí el cuerpo inmóvil de papá. Tenía el rostro desfigurado, sus ojos vacíos miraban el techo; parte de su garganta estaba ensangrentada, como si algo enorme con dientes afilados lo hubiera mordido y sus brazos estaban a sus costados, como si estuviera descansado tranquilamente.
Entre sus dedos había algo oscuro y familiar.
Pelaje de perro.
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