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La presencia de una criatura volvía a mi mente.
Creí que el perro había desaparecido y no era así, porque lo había visto de nuevo, esta vez en los espejos de un negocio que dejé rezagado: la entidad me miró con una mueca de desprecio y yo salí corriendo como si estuviera delirando a mitad de la calle.
De hecho, así fue.
Usé unas palabras para tranquilizarme, aunque, yo no dejaba de estar muy alterada.
La aparición del perro era en ocasiones a plena luz del día y nadie más lo veía, excepto yo.
Tener sueños extraños con él se volvieron muy frecuentes, empezaba a acostumbrarme a sus ojos rojos que eran piezas de carbón llameantes salidos del mismo Infierno y su boca se abría para dejar salir un gruñido que no parecía exactamente de un animal.
Sus lamentos eran terribles.
Me detuve frente a la casa y llamé a la puerta, mirando a los lados, demasiado nerviosa.
Alguien abrió e hizo un ruido de impaciencia al verme.
—Miranda Roux, ¿qué te obligó a hacerme otra visita? —cuestionó madame Soler.
—No sé... cómo... yo...
Mi voz tembló y me regañé por ser tan patética.
Madame Soler se cruzó de brazos, murmurando:
—Ahora no puedo atenderte, tengo visitas.
—Es... es urgente —logré decir—. Se trata de Hunter.
—¿Hunter? ¿Te refieres a tu novio, el que está muerto?
—Sí, él. No sé qué le pasa, se volvió muy agresivo.
—¿Agresivo? —repitió madame Soler, confundida—. ¿Por qué se volvería agresivo, si ya no vive? —se acercó a mí, entrecerrando los ojos—. Espera, hay algo... —dejó caer los brazos a sus costados y añadió—: ¿Qué fue lo que hiciste, niña?
Di marcha atrás, temblando de miedo.
—Yo...
Madame Soler avanzó rápidamente.
—¿Qué hiciste? —exigió saber ella.
—Lo reviví. Reviví a Hunter... —gemí, cayendo de rodillas, llorando—. No sé cómo pasó... estaba en el cementerio, un hombre... me ofreció traerlo de vuelta y acepté. Pero era una trampa.
—¡Claro que era un trampa! —exclamó madame Soler—. ¡Te lo advertí, Miranda! ¡Te advertí que la maldad haría algo para ponerte a prueba y decidiste ignorar mis palabras! —sus facciones se transformaron en una ira latente que me hacía seguir llorando—. ¿Cuál fue el trato? ¡Dímelo!
—No lo sé, el hombre nunca lo mencionó —sollocé—. Dijo que tomara algo de mí, eso lo recuerdo perfectamente.
El rostro de madame Soler hervía de tanto enojo.
—¿En serio hiciste eso? ¡Qué ingenua eres!
—Ayúdeme, necesito que me ayude, por favor...
Ella negó con la cabeza, retrocediendo.
—No puedo hacer nada, sea lo que sea, ya no se puede remediar —murmuró madame Soler, sus ojos grises escrutaban mi expresión afligida—, pero dime, ¿qué ha estado haciendo Hunter?
Por suerte se hizo a un lado y me dejó pasara su hogar, tal vez no quiso dejar que yo armara todo un escándalo afuera y llamar la atención de los vecinos, pero supuse que era más lástima que otra cosa. Aun así, estaba agradecida con ella.
Tragué saliva y empecé a hablar.
Mi explicación causó un alto impacto en ella.
Explotaría, estaba segura que madame Soler explotaría de rabia en cualquier instante.
Sin embargo, se mantuvo paciente. Parecía una máquina experta en procesar mentiras y falsas acusaciones, ya que su rostro no se dobló mientras narraba, con un ligero nerviosismo, cada experiencia vivida.
Yo estaba sometida a una presión enorme que tensó mi estómago y mis músculos.
—... el reloj de arena, los dibujos que hago cada noche y las marcas roídas en el suelo que dejan si no las borro a tiempo, luego están las voces y...
—¿Un reloj? ¿En serio creíste que un reloj serviría para revivir a tu novio? ¡Qué tontería!
—Estaba desesperada... necesi...
—Suficiente, ya he escuchado suficiente —ladró madame Soler, haciendo un gesto con la mano—. Esto que has hecho —se frotó las sienes, negando varias veces—, es apenas el comienzo de algo catastrófico.
—¿Qué debo hacer? —susurré.
—Huir, tienes que huir.
Quería sentir alivio, pero estaba lejos de poder lograrlo.
Durante un momento creí que existirían palabras que serían capaces de calmar las aguas inquietas que inundaban mi ser, sin embargo, me lo merecía. Merecía el castigo que estaba recibiendo.
—¿Por qué a usted no le afectó nada? —pregunté de repente.
—¿Qué quieres decir?
—Todos parecen haber olvidado que Hunter estuvo muerto, incluso mis tíos y primos de la ciudad creen que nunca se suicidó.
—Debe ser porque jamás en mi vida he interactuado con ustedes —explicó ella—. Además, podría decir que soy capaz de contrarrestar la influencia negativa que está controlando a toda esta gente ingenua.
Sí, eso tenía sentido y no quise cuestionar más sus habilidades.
Tomó mis manos
—Hay mucha energía oscura, es cierto —siguió diciendo madame Soler—, y hasta ahora solo ha podido dominar a aquellos que guardan maldad, pero estoy segura que seguirá expandiéndose hasta adquirir más alcance.
—¿Cómo puedo solucionar esto? —supliqué saber.
—Podrías abandonar Hillertown —sugirió ella sin un deje de burla en su voz—, o también cortar la raíz del mal.
—¿Cómo hago eso?
—Morir, desde luego.
Y ella no estaba bromeando.
El peso aplastante de las palabras de madame Soler me siguió, incluso cuando llegué a casa y como no quería levantar sospechas, fingí que todo estaba bien.
La comida con mis padres ocurrió con aparente normalidad, claro, sin mencionar las voces, y al acabar, subí a mi habitación y me quedé encerrada, escuchando música hasta quedarme dormida y despertarme con una desagradable sensación de vértigo.
Papá tocó la puerta, su voz cargada de emoción que, desde el otro lado, me decía que tenía una sorpresa para mí.
Lo único que tenía que hacer era bajar a la cocina.
¿De qué se trataba? ¿Una cena? ¿Una salida nocturna? ¿O un postre preparado por mamá, siquiera? O... un momento, ¿era Hunter? Soñolienta y cansada, miré la hora; apenas pasaban de las cinco y el anochecer era visible a través de los cristales de mi ventana.
Respiré hondo y algo mareada, eché a andar.
Todavía no había puesto un pie en la cocina, cuando percibí el perfume conocido, entonces unos brazos firmes y delgados me frenaron y me hicieron girar, luego, rodearon mi cuerpo en un abrazo frenético.
Era Holly, mi prima.
—¡Sorpresaaaa! —exclamó, mientras me liberaba y se reía.
—Holly...
—¿No te da gusto verme? —preguntó.
—Claro que sí —dije, aun sin poder asimilarlo—. ¿Y Dante? ¿Dónde están tío Lester y tía Sienna?
(Intrusa).
Las voces habían despertado al percatarse de la presencia de Holly en casa.
Eso significaba que estaba en problemas.
—No pudieron venir —comentó Holly—. Siguen cuidando de los abuelos.
—Ah, claro.
—Afortunadamente los convencí de quedarme aquí por unos días. ¿No es fantástico?
(Intrusa).
No, no, no, claro que no lo era.
(Intrusa en Hillertown).
—En Hillertown todos son bienvenidos —comentó mamá.
(Hay una intrusa en Hillertown).
—Son más que bienvenidos —corroboró papá, esbozando una amplia sonrisa.
—¡Desde luego! —respondí, alarmada.
(Intrusa).
Holly me tomó de las manos, entusiasmada.
—Vamos a tu habitación, tenemos mucho de qué hablar —concluyó ella.
(Intrusa en Hillertown).
Mientras caminábamos en dirección a las escaleras, miré a mamá y a papá por encima de mis hombros y juraría que esta mañana sus ojos eran normales, ya que en ese momento resplandecían en un tono dorado.
Parpadeando varias veces, me dije que lo había imaginado,
Sin embargo, ambos, de pie en la silenciosa cocina, me sonrieron.
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