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» 33 «

El creciente murmullo de los pasillos taladró mi cabeza a medida que avanzábamos.

—Nuestro mapa mental quedó horrible —reconoció Hanna.

—El de nosotros quedó igual —dijo Cliff.

—Fue todo un desastre, porque nadie de nuestro equipo contaba con material suficiente y no sabíamos cómo hacer el trabajo.

—Al menos di que tú sí contabas con creatividad e imaginación —repuso Cliff.

Hanna hizo un ruido extraño, semejante a ahogarse entre risas.

—Tonterías. Apenas si pude hacer unas flores como decoración, pero quedaron muy torcidas y los colores no hacen juego con el mapa.

—El interés marca la diferencia —replicó Cliff.

Barry, sin mirarme, comentó:

—Diría que el que hicimos quedó decente, ¿verdad Miranda?

—Ni bueno ni malo, ni peor ni mejor —estuve de acuerdo.

Hanna redujo el paso y pude sentir su notoria respiración alterada. Me quedé quieta, absorta en mis pensamientos.

(El refugio fue hecho para ti).

—Un momento, ¿ese es Hunter?

El tono de Hanna sonaba entrecortado.

(Ya es hora).

Barry se acomodó los lentes, diciendo:

—Sí, creo que es él.

Y tenían razón.

Hunter nos estaba esperando, de pie en la salida principal del colegio. Recostado en la pared solida de concreto, con la vista fija en mí, me dio la impresión de que era aquel hermano que nunca tuve.

(El Circulo).

—Pensé que se había ido ya —murmuró Barry.

(Es ahora).

Bloqueé cada palabra en mis pensamientos, pero seguía sin funcionar.

(Tu nuevo hogar).

El viento susurraba y no sé por qué tenía miedo.

(Hogar).

Mi reacción consistió en mirar por todas partes, ignorando los ojos insistentes de Hunter que estaban puestos en mí. Tanto las puertas como ventanas del colegio estaban completamente cerradas y los últimos estudiantes bajaban los escalones sin prisa.

Tragué saliva, sintiendo un escalofrío.

—¿Estará esperándote?

—No tengo idea —respondí.

Retomamos el paso, sin bajar la guardia.

Ya en el exterior, las calles me parecieron una caja hermética.

Sentía el viento pululando, pero no me sentía aliviada.

Hunter, sin embargo, no apartaba la mirada, como si mis movimientos agudizaran sus sentidos hasta el tope permitido. Repasé el miedo que sentía y supuse que probablemente era porque había arruinado mi vida. Sí, yo misma hice añicos mis sueños de permanecer unida al único ser que me quedaba en esta tierra.

Mis emociones quedaron irremediablemente débiles e inestables.

—Miranda, ¿podemos hablar? Es urgente.

Se aproximó, convencido de que eso era lo correcto.

Evité soltar un insulto.

—Estaba pensando ir al parque —Hunter intentaba ser cordial y amistoso, lo sabía, pero esta vez él no iba a ganar—. Y creí que te gustaría venir conmigo...

No sé qué pretendía lograr con eso, quizá una chispa de esperanza o algo parecido, pero por mi parte, encontraba eso como algo irritante y burlón.

—¿Quieres...?

—Será mejor que la dejes sola, Hunter —dijo Barry.

Todos, incluso yo, contuvimos el aliento.

—Tú no te metas —ladró Hunter, desafiante.

—¿Qué me harás? —añadió Barry. Se interpuso en nuestro camino, tentando la voluntad de Hunter y su enojo contenido.

Admiré la valentía de Barry, pero no quería involucrarlo en un asunto sin importancia, por lo que intervine rápidamente, murmurando:

—Hunter, vete, por favor.

—¿Por qué? ¿Por qué le haces caso a cualquiera, menos a mí?

Cliff tosió ruidosamente.

—Ven conmigo —dijo Hunter, estirando la mano.

(A salvo).

—No, no pienso ir —mi tono era seco y cortante. Retrocedí unos pasos, temerosa por mi integridad y la de mis amigos—. Y será mejor que te largues, no te soporto.

(Estarás a salvo).

Los ojos de Hunter drenaban furia y resistencia.

No hubo respuesta.

—Sé lo que quieres —repuse—. Pero, no es buen momento para hablar. Vete.

Hunter estaba dispuesto a insistir hasta el cansancio.

—¿Segura?

(Entrégate a él, Miranda).

Me encogí de hombros, impaciente. Hubo un incómodo silencio que era interrumpido por el constante ruido de los autos circular en las calles. Hanna tiró de mí disimuladamente y Cliff trató de razonar con Hunter, sin tener éxito.

Varios minutos después, no me quedó de otra que pedirles que se fueran.

—No te dejaré sola con este tipo —aseguró Barry, ceñudo.

—Tranquilo, no pasará nada.

Barry soltó un gruñido por lo bajo.

—Me quedaré —insistió.

—No tiene caso, Barry. Se hace tarde y...

Al principio me pareció como si estuviera dando una charla motivacional sobre valores morales y cómo impulsar la práctica de los mismos. Hasta que la voz de Hunter me hizo saber que no era así.

—Ya vete, niñita —espetó Hunter.

—Qué infantil eres —masculló Barry, mientras se iba.

Hanna y yo intercambiamos un saludo de despedida y los vi alejarse con frialdad. Cliff, por fortuna, se mantuvo al margen del asunto.

Estando solos, me enfrenté a Hunter. O lo que sea que estaba dentro de él.

—¡Hiciste que mis amigos se fueran! ¿Estás satisfecho?

Hunter, sonriendo, se apartó y dijo:

—Mira esto.

Estiró el brazo y señaló con el dedo a Barry, o eso creí, luego, sin saber muy bien por qué, agitó la mano hacia adelante como lanzado una pelota pequeña e hizo que Barry se tropezara y cayera. Hanna y Cliff, confundidos, tardaron en reaccionar.

Hunter se reía, mientras observaba que Barry hacía gestos y era ayudado por Cliff.

Mi corazón empezó a latir con fuerza, las palabras no acudían a mí, me habían dejado sola, así que, mi último recurso fue simplemente jadear, sin saber que había formado un mortífero acuerdo.

(A salvo).

—¿Te gustó? —cuestionó Hunter.

(El Circulo).

—¿Cómo hiciste eso?

(Tu nuevo hogar).

—No lo sé. Pero es divertido, ¿verdad?

Atónita, avancé varios pasos, sin embargo Hunter me detuvo.

—Bésame, Miranda. Quiero que me beses —me suplicó.

(El refugio fue hecho para ti).

Intenté alejarme de él, pero su agarre no me lo permitía. Noté que las palmas de sus frías manos emitían una energía fuerte y a la vez oscura. Después, hubo un zumbido brutal que llegó a mis oídos, un sonido fuerte y desgarrador, cargado de pánico.

Grité con todas mis fuerzas.

Hunter se acercó a mí, me tomó de la cintura y me dio un beso fugaz.

—¿Estás bien? —preguntó.

Sin dejarme responder, sujetó mi rostro, besó mi frente en repetidas ocasiones y me arregló el febril cabello, pensando que eso serviría para calmarme.

Y funcionó.

—Sabes cómo complacerme —murmuré, extrañamente feliz y sonriente.

(El Circulo).

—Mi poder de persuasión es infalible —me dijo. Y no sé por qué le creí.

(Tu nuevo hogar).

Me sentía tranquila, contenta y entusiasmada, incluso con las voces que me hablaban desde mi interior. Dentro de mi cuerpo corría una energía que me relajaba y callaba aquel grito que nunca nadie se atrevió a escuchar y responder.

(No te resistas más).

—Llévame a casa —le pedí.

(Estarás a salvo).

—A la luna y las estrellas, si quieres —respondió.

(A salvo).

(A salvo).

(A salvo).

Tomados de las manos, aun con las voces resonando, emprendimos la marcha sin mirar atrás.

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