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—¿Te sientes bien? —preguntó Hunter.

Mis mejillas, sonrojadas, se despegaron de su pecho con demasiada lentitud.

Levanté la mirada, con los ojos escocidos por las lágrimas que empezaba a derramar.

—Hunter, en verdad estás aquí... estás vivo... —mi voz tembló, y no reconocí si era la mía, ya que estaba eufórica y aturdida.

—¿Vivo? —repitió él, sonriendo. Sus ojos azules y tranquilos me reconfortaron—. ¿Por qué no lo estaría, Miranda? —su mirada se convirtió en una mueca de evidente preocupación—. ¿Segura te sientes bien? Tengo la impresión de que estás a punto de desmayarte.

Sacudí la cabeza varias veces, todavía sonrojada.

—Te extrañé, Hunter

—También yo a ti, Miranda. Cuánta falta me hiciste ayer. Y los días pasados...

Me abrazó de nuevo y esta vez me besó, como si fuese la primera vez que lo hacía en años desde que nos conocimos. Planté mis labios contra los suyos sin salvajismo, simplemente le devolví el gesto con cariño; mi estómago se contrajo y empecé a temblar.

—Deberían pagar un hotel —se burló alguien de nuestra clase.

—Los baños servirán, supongo —comentó otro entre risitas.

Hubo abucheos en todas partes.

—Esto es mejor que verlo en internet ja, ja, ja.

El murmullo incrementó gradualmente, pero le resté importancia.

Seguía atrapada en el encanto de Hunter.

—Tengo un preservativo para ti, Hunter. ¿Lo quieres?

—Dudo que logre llenar las expectativas.

—Buena esa.

Ignoré los comentarios lo mejor que pude.

—Basta. Nos... están... viendo —musitó Hunter entre besos.

Asentí con la cabeza y me separé de él, sorbiendo la nariz.

Estaba exaltada y, honestamente, llena de una ansiedad que alejaba aquellos pensamientos que me mantenían presa contra mi voluntad.

Hunter me condujo hasta mi silla y dejó que me sentara.

—¿Qué hiciste en mi ausencia? —preguntó, su tono era sereno.

Recordé tu muerte desagradable.

Sufrí mucho, lloré durante varios días, le reproché a la vida la injustica que se cometió contigo y rogué que volvieras, después del dolor finalmente acepté que lo mejor era dejarte ir. Pero no lo hice, porque en lugar de eso, hice algo imperdonable.

Te resucité.

Eso hice.

—Esperar para verte —respondí, frenética.

—¿Solo eso? —Hunter se cruzó de brazos y fingió hacer puchero—. Siento que no me amas lo suficiente —bromeó.

Claro que te amo, eso quería decirle, porque incluso tuve que ofrecer a cambio algo tuyo y mío para poder traerte de la muerte y tenerte a mi lado.

Ahora tengo que pagar el precio.

Y sé que me lo merezco.

De todos modos, sé que valió la pena.

—Mi amor por ti cruza brechas inimaginables, Hunter Armentrout. El cielo y el infierno lo saben a la perfección —mi voz sonaba sin convicción y eso me aterró—. Aunque no lo creas, haría cualquier cosa para demostrarte cuánto te amo.

Hunter entrecerró los ojos, estudiando mi expresión y analizando mis palabras.

—De acuerdo...

—Quise llamarte, Hunter —repuse, afligida.

—Pensé hacer lo mismo, ¿sabes?

Torcí los labios en una sonrisa animada.

—Creo que ambos no tuvimos la valentía —comenté.

Antes de que Hunter replicara, el profesor Miller empezó con la clase.

Hunter fue a su lugar y de vez en cuando volvía la mirada para sonreírme, gesticular palabras con los labios y luego centrar una vez más su atención a los temas y repasos que impartían los profesores.

Durante nuestro receso, estuvimos Cliff, Hanna, Hunter y yo en la cafetería, haciendo chistes y comentarios triviales, para pasar el tiempo y esperar a recibir los últimos cursos antes de que finalizara la jornada.

Por suerte la transición de las horas no se sintió.

Con Hunter cerca, cada segundo vivido era un nuevo aprendizaje que me permitía rearmar y reestablecer aquello que pensé que quedaría estancado para siempre.

Al llegar la hora de la salida, le pedí a Hunter que me acompañara y se quedara conmigo en casa. En su rostro pasó una sombra de duda y desconcierto, pero pude convencerlo y al llegar, mamá no pudo ocultar su sorpresa al verlo.

—Es bueno verte, Hunter —observó ella—. ¿Cómo has estado?

—Bien, muy bien.

—¿Y tu familia?

Hunter meditó unos segundos.

—Muy atareada, pero juntos hemos podido salir adelante —respondió.

—Me alegro muchísimo.

—Tenemos irnos, mamá —ladré, impaciente, señalando las escaleras que conducían a mi habitación.

—Los llamaré cuando sea hora del almuerzo —replicó ella—. Ah, y nada de hacer cosas indebidas, ¿quedó claro?

El bochorno y la vergüenza eran latentes en mi expresión.

—Sí, mamá.

Sin decir palabra, tiré de Hunter y subimos juntos a mi dormitorio.

Una vez dentro, dejamos nuestras cosas en el suelo, atraje a Hunter para que se quedara conmigo tendido en la cama, mirando el techo, con las manos enlazadas y el corazón latiendo de prisa.

—¿Entonces vendrás al refugio? —preguntó Hunter, sin soltarme.

—¿Adónde?

—Lejos de todos, sin que nos encuentren.

—¿Hablas en serio?

—Sí, hace unos días me dijiste que vendrías conmigo.

—¿Yo? Pero...

—¿Piensas rechazar mi oferta?

—Mis padres, ellos...

Hunter soltó una carcajada divertida y melódica.

—¿Insinúas que ellos van a interferir entre nosotros?

—No estoy segura, Hunter —respondí, demasiado agobiada.

—Bueno, te daré más tiempo para que lo pienses —murmuró.

Nuestra siguiente conversación consistió en recordarle el uno al otro lo que sentíamos y lo mucho que nos amábamos. Minutos después bajamos a almorzar. Luego de un mes de tortura, al fin le encontré sabor a la comida.

Mi estómago, satisfecho, agradeció cada bocado.

Hunter agradeció a mamá y le sugerí que regresara a mi habitación, mientras yo me quedaba a ayudar a mamá con la limpieza de la cocina, sobre todo lavar aquello que usamos. Cuando terminé, subí las escaleras apresuradamente.

Sin embargo, Hunter se quedó un par de horas más únicamente.

Al caer la noche, Bonnie, su madre, llamó varias veces para confirmar dónde se encontraba y le pidió que regresara en cuanto antes. Hunter, a regañadientes, recogió sus cosas y se preparó para volver a su casa.

—Lo siento, ya sabes cómo se pone si no le hago caso —explicó Hunter.

—Las mamás suelen ser muy exigente, solo a veces —respondí.

—Sí, es verdad. Más cuando eres el hijo menor.

—Ahora imagínate ser hijo único.

Hunter rebuscó, impaciente, en su mochila durante unos segundos y sacó un objeto y me la entregó.

—¿Qué es esto? —quise saber, confundida. Era una caja pequeña de color marrón que no pasaba de los quince centímetros, pero sí tenía algo de peso entre mis manos.

—El reloj de arena que me pediste la semana pasada.

Tuve que parpadear varias veces, contemplando a Hunter.

¿Un reloj de arena? ¿Está hablando en serio? ¿Para qué me serviría algo así? Yo no recordaba haberle pedido nada de eso. Saqué el instrumento mecánico de su caja y lo dejé sobre mi mesa de trabajo.

Su estructura era de madera y de vidrio, y tenía un soporte de tres patas.

—Gracias, Hunter —musité, todavía sin asimilarlo—. ¿Cuánto te debo?

—No es nada.

—En serio dímelo —añadí, dispuesta a devolverle el dinero.

—Vamos, quédatelo —insistió, pero yo negué varias veces—. Si no lo conservas, me enojaré contigo —me advirtió.

—Está bien.

Me acerqué a él y le di un beso de despedida.

Tenía los labios suaves y buscaron los míos con pasión.

—Tengo que irme ya —murmuró, mientras caminábamos juntos en dirección a la puerta y bajar las escaleras. Se despidió de mis padres y ya en la puerta principal, me abrazó—. Nos veremos después, mi amor.

—Adiós, Hunter.

Lo vi alejarse y perderse entre la oscuridad y las luces de la noche.

Cuando entré a mi habitación, lo primero que hice fue revisar el reloj. La intriga y la preocupación dentro de mí eran enormes y la sensación empeoró, luego de advertir que el flujo de la arena se deslizaba lentamente de un receptáculo de vidrio a otro.

El tiempo empezaba a correr.

Y no sabía si a mi favor o en mi contra. 

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