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La mujer ladeó la cabeza, diciendo:

—Pero me cuesta saber a qué han venido —se acercó a mí y me sujetó una mano de forma improvisa—. Hay algo poco ordinario en ti que altera mi visión. Una entidad te acecha, quiere algo de ti… pero veo que está confundido —cerró los ojos y añadió—: Ponerse en contacto con los fallecidos parece una locura, ¿cierto? La gente cree que es un trabajo deshonesto, porque no creen en el más allá.

Me removí inquieta, queriendo además, alejarme de ella.

Entonces me soltó, como si hubiese leído mi mente.

—¿Segura que quieres hacer esto?

Miré a Hanna, afligida.

—Sí, lo haré.

La mujer asintió en mi dirección.

—Puedes llamarme madame Soler.

—Yo… esperaré en la otra habitación —comentó Hanna, apretando y aflojando las manos por el nerviosismo que estaba sintiendo.

—No, quédate —le supliqué.

—Será mejor que seamos nosotras dos —sugirió madame Soler—, porque tenemos muchas cosas de qué hablar.

Hanna no escuchó dos veces y se marchó.

—Siéntate, Miranda. Ahora que estamos solas —murmuró la mujer sin dejar de verme a los ojos—, puedes decirme qué está pasando en realidad.

Ni siquiera sabía por dónde empezar.

Me acomodé nerviosa en mi silla y suspiré.

—¿No va a usar velas, agua bendita o algo? —quise saber.

—¿Te burlas de las prácticas de espiritismo?

—No, no. Es solo que he visto pocas veces cómo funciona esto —murmuré.

—Querida, las personas como yo trabajamos de diferentes maneras. Para poder comunicarnos con los espíritus, primero hay que establecer una conexión o contacto, como quieras llamarlo —dijo ella—. Algunos llevan tiempo, otros no. De cualquiera manera, la actividad sobrenatural se hará presente bajo frecuencias o señales que solo nosotros podemos captar.

—Bueno, en ese caso, Hunter, mi novio, se suicidó hace unas semanas —comenté de golpe.

—Y crees que fue por el eclipse solar, ¿no es así? —la mujer habló inexpresiva—. Déjame decirte que no estás lejos de tus deducciones.

Mi garganta se cerró y el aire acumulado en mi pecho ardía.

Madame Soler cogió un libro delgado y de encuadernación colorida que yacía en la mesa frente a nosotras; hojeó varias páginas y se detuvo de pronto. Tomó aire, cerró los ojos y empezó a recitar algo.

Cerré los ojos también, aunque guardé silencio.

—… awach channim ri Miranda Roux —calló de pronto y me preguntó—: Hunter Armentrout se llamaba tu novio, ¿verdad?

—Sí, es correcto —susurré.

Ella volvió a su cántico, sin inmutarse.

Kuyul mak, kuyl mak. Atikichaj, tat.

El ambiente adquirió un frío brutal; mi piel se erizó al instante y el resto de mi cuerpo empezaba a adquirir una temperatura muy baja y alarmante.

A mal ri ajuwokaj —su voz se alzó hasta volverse en un canto aterrador. Cuando terminó, mis dedos dolían de tanto que los estaba presionando—. Bien, fue más difícil de lo que pensé, pero es hora de las respuestas.

Madame Soler me miró con preocupación.

—Tu novio… él se encuentra más o menos bien.

Mi corazón empezó a latir con fuerza.

—¿Qué quiere decir?

—Algo externo le provocó esto a Hunter. Para explicarme mejor —dijo—, un eclipse sirve para establecer y transmitir energía, ya sea buena o mala. Pero, algo salió mal. Intentaron hacer que él fuese el receptor… posiblemente de una fuerza poderosa. Sin embargo, Hunter enloqueció y perdió el control de sí mismo.

Era lo mismo que le había pasado a los demás.

No, no podía ser cierto.

—¿Puede remediarlo? —pregunté.

Madame Soler negó con la cabeza.

—La muerte sigue su ruta, nada puede alterar eso.

—Pero…

—La cuestión es que tú no te sientes preparada para dejarlo ir, ¿cierto? Te niegas a hacerlo.

Asentí sin responder.

—Tienes que hacerlo. Y pronto. De lo contrario, aquella entidad te seguirá molestando.

—¿Qué es? La entidad, quiero decir.

Madame Soler torció el gesto.

—Un Dwaal, sé poco sobre ellos, porque hacía mucho que no los estudiaba.

—¿Por qué intentó matarme?

—De hecho, no. No era lo que pretendía hacer.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Se aparece como una señal de advertencia.

De pronto recordé aquellas palabras que hacían eco en mi cabeza el día que me atacó. Quizá ella tenía razón, tal vez yo era el problema real y no Hunter.

Ahora lo entendía todo.

—Hazlo cuando puedas.

—¿Qué cosa?

—Dejar ir a tu novio. Si no lo haces, cosas malas pasarán —murmuró la mujer—. Sé valiente y ve al cementerio. Lleva flores y deposítalas en su tumba, si crees que eso puede hacerte sentir mejor. Unas palabras bastarán para reparar el daño en tu corazón.

—¿Eso funcionará?

—Nunca sabrás si no lo haces —comentó y luego digo algo que me perturbó—. Pero, a pesar de eso, no te confíes demasiado. La maldad será capaz de ponerte a prueba. Solo tú decides qué hacer. Y hagas lo que hagas, no aceptes nada, ¿quedó claro?

Asentí de nuevo, cesando mi llanto.

—Gracias.

—¿Sabes rezar? —preguntó madame Soler.

Una pregunta difícil, ya que mi religión se basa en ser buena persona y ayudar a quien fuera.

—No, la verdad no.

—Está bien, te entiendo —repuso ella.

—¿Cree que debo encender una vela y rezar…?

—Cada noche, Miranda. Aunque no lo creas, pedir por nuestros seres queridos por medio de una oración ayuda más de lo que no te imaginas.

—¿Lo hará con Hunter?

—Posiblemente.

Me mordí el labio inferior para no hacer otra pregunta innecesaria.

—Bien, si no hay nada más, puedes retirarte.

—¿Cuánto le debo? —le pregunté.

—No se pude hacer negocio con un regalo hecho por el Cielo —madame Soler me sonrió—. La voluntad de Dios no me lo permitirá. Aun así, lo que desees ofrendar voluntariamente, será bien recibido.

—Entiendo. Y como muestra de mi gratitud, quiero que reciba lo que una mujer con un increíble don como usted se merece —le dejé dinero, y supe que la cantidad no era importante, más bien apreciaba la intención con la que lo daba.

—Tú también posees un don, Miranda. Todos poseemos uno —dijo ella.

Sin mediar otra palabra, me despedí y fui en busca de Hanna.

Juntas volvimos a las calles, aunque yo me sentía diferente, más ligera que antes.

Hanna, al parecer, lo notó.

—¿Qué fue lo que te dijo?

—Tengo que visitar a Hunter.

—¿En serio? ¿Cuándo y por qué?

—Lo pensaré, juró que lo haré —dije, viendo hacia al frente, decidida.

—¿Quieres que te acompañe?

Negué varias veces con la cabeza.

—Te lo agradezco, pero quiero hacerlo sola.

—De acuerdo.

Al salir del callejón, no tuve miedo en mirar a los lados.

Ya no le temía nada, en realidad.

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