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Juraría que la visión del perro no era una mentira.
En parte, al menos.
Mamá entró a mi habitación, luego al baño y pegó un grito estridente al verme tendida en el suelo, inmóvil. Corrió a mí y me movió con cuidado, tratando de no contagiarme su latente angustia.
Reaccioné de inmediato, sollozando y aferrándome a ella.
Mamá me preguntó qué me había pasado.
Exaltada, le expliqué que algo que provenía del espejo intentó atacarme, destruyendo el cristal y derribándome en el acto. No supe si era el fallo en mi voz o la conmoción del momento que no la convenció, porque su rostro no reflejaba alteración.
Mamá, en cambio, me dijo que pudo haber sido producto de mi imaginación, porque el espejo seguía intacto y yo no mostraba heridas o signos de violencia. Con cuidado, me ayudó a ponerme de pie.
Un mareo pasajero irrumpió con fuerza y me hizo retroceder, frenando incluso mi propia respiración.
Más tarde, papá llegó y le planteé la misma explicación.
Él tampoco pareció creerme.
Lo mismo me pasaba con mis amigos.
Hanna sugirió visitar a una espiritista, pero yo no accedí, porque no creía nada de eso y también por el miedo que sentía al salir a las calles.
Las actividades en el colegio me parecían monótonas.
Y en el exterior, los pasillos y las calles me resultaban muy ruidosas. De vez en cuando llegué a creer que mi habitación era más grande y espaciosa que antes, y sin embargo, era el refugio que me esperaba al final del día y eso, para ser honesta, sumaba puntos.
Por suerte lograba resistir.
Aun así, era inevitable sentirme agotada y mis piernas se esforzaban en sostener el peso de mi cuerpo lo mejor que podían.
Sin embargo, algo que a lo que me enfrentaba día a día, era a la ausencia de Hunter.
En los días pasados, no me sentía a gusto pisando de nueva cuenta el colegio, la cafetería y especialmente el pasillo de los baños, porque aquel lugar había sido la última vez donde había escuchado a Hunter y me traía malos recuerdos.
No toda la multitud había notado el incidente, pero los mejores amigos y la novia de Hunter, sí.
Incluso nuestra mesa en la cafetería parecía haber sido reservada exclusivamente para nosotros, ya que nadie más la ocupaba ni se atrevía a sentarse, como si ella misma los ahuyentara y esperara ansiosa a que lleguemos y le hagamos compañía.
Decidimos que sería prudente ausentarnos temporalmente en dicho lugar.
Luego de que las clases finalizaran, le había pedido a Hanna y a Cliff que me acompañara a casa, ya que no me sentía bien.
Hanna accedió de inmediato, porque me confesó que le pasaba lo mismo.
Cliff, sin embargo, se negó.
Mi amiga y yo no quisimos hostigarlo, así que le dimos su espacio.
Tomamos juntas el bus y, durante el recorrido, íbamos calladas. El movimiento del transporte era continuo y música pop empezó a sonar de repente. Todo el viaje resultó tranquilo. Luego de varios minutos, bajamos y echamos a andar.
El cielo era una explanada azul sin nubes que se perdía en las estrechas montañas y colinas verdes que se alzaban en el horizonte, dibujando un paisaje que bien podría plasmar en una hoja y apreciarla por la eternidad. Incluso el cálido resplandor del sol nos abrazaba y nos permitía disfrutar nuestra caminata sin sufrir una seria quemadura.
De no ser porque se hacía tarde, me habría quedado bajo la sombra de un árbol y descansar por largo rato.
Cuando llegamos a casa, mamá ya nos estaba esperando.
Se nos acercó y nos saludó en un gesto rápido de cariño.
—Tu padre se va tardar en llegar —nos dijo—, y me pidió que no lo esperáramos. Así que será mejor que dejen sus mochilas en la sala y luego vengan a comer, ¿les parece?
Hanna y yo nos miramos mutuamente sin entusiasmo.
—Por supuesto. Gracias, mamá —dije.
—Muchas gracias, señora Roux —contestó Hanna.
—No se demoren —añadió mamá.
Si fuese nutricionista, diría que estaba sufriendo serios problemas alimenticios, ya que consumía poca comida y era evidente que estaba perdiendo calorías. Sentía los vegetales sin sabor, las frutas de un material difícil de digerir y las carnes demasiado duras e insípidas.
Mamá tenía una hábil manera de cocinar, pero perder el apetito hacía mis comidas más difíciles de consumir. Lo bueno es que ella no hizo ninguna pregunta acerca de la escuela u otros temas que eran irrelevantes en ese momento.
Al terminar, lavé los platos y los vasos que habíamos usado.
Hanna quiso ayudar, sin embargo, mamá le dijo que ella era la invitada y le sirvió postre. Mi amiga, nerviosa, insistió en hacer algo para compensar su estadía en casa y sobre todo nuestra hospitalidad.
Hanna, todavía riñendo, esperó a que yo terminara de secar el último tenedor y juntas subimos de nuevo a mi habitación. Allí no sentíamos más a gusto y no era necesario fingir que todo estaba bien con nosotras.
—¿Quieres escuchar música? —le pregunté a Hanna.
—Estaba esperando que hicieras esa pregunta —respondió ella.
Se dejó caer sobre la cama y cerró los ojos.
—Escoge la playlist que más te guste —repuse.
—Tonterías. Escoge tú.
Puse los ojos en blanco.
—Tú te lo pierdes, entonces.
Aun sin mirarla, ella preguntó:
—¿Cómo vas con lo del perro fantasma?
Me quedé inmóvil, sin saber qué responder.
Honestamente no me sentía preparada para hablar de eso, porque habían pasado días muy complicados y discutir algo sin importancia, no prometía nada bueno. Así pues, formulé una declaración vaga que me sirviera para escapar de ese laberinto.
—Parece que se cansó de molestarme —mentí y supe que no sonaba convencida—, porque ya no se aparece ni en mis sueños.
—Eso está bien. Me alegro por ti —murmuró Hanna.
Me di la vuelta y la observé con demasiado interés.
—¿Cómo vas con Cliff?
Ella dejó caer los hombros.
—Supongo que bien. Aunque, últimamente actúa muy raro —me confesó.
Levanté una ceja, asombrada.
—¿En serio? ¿Por qué?
—A veces ignora mis mensajes y me habla cortante cuando lo llamo por teléfono.
Vaya, eso sí que era inesperado.
Guardé silencio y dejé que ella siguiera hablando.
—Nadie esperaba que hiciera eso —repuso Hanna—, lo de Hunter, me refiero.
—¿A qué te refieres?
—Este… ya sabes…
—¿Tú qué habrías hecho si estuvieras en su lugar? —repliqué.
—Yo no…
—Mira, no pretendo insinuar nada, simplemente quiero que lo entiendas, ¿está bien?
—¿Cómo quieres que lo haga? —replicó ella, alzando las manos—. Después de lo que sucedió en la biblioteca, en la cafetería, en el baño… no creo que él haya estado bien. Él decía que escuchaba voces, le gritaban, lloraban y sufrían. ¿Para ti es fácil olvidar eso?
Negué varias veces con la cabeza, tratando de no perder el control.
Una discusión de esa naturaleza no llevaba a ninguna parte.
Entendía que ella quería ser fuerte y pasar inadvertida en los ojos fríos del miedo, sin embargo era evidente que su corazón era un cementerio donde sepultaba las palabras que no se atrevía a decir.
Yo me sentía igual, de todos modos, luchaba y trataba de ser indestructible.
—Yo nunca olvidaré a Hunter —afirmé, sin mirarla—. Sé lo que vivió, lo que sufrió y lo que no pudo llegar a ser en esta vida. Lamento mucho que haya tenido que recurrir al suicidio por algo que no lo dejaba en paz.
Hanna lloraba, igual que yo.
Sabía que no le gustaba que hiciera eso, pues no mejoraba su estado de ánimo y en los últimos días ambas necesitábamos relajarnos y enfocar toda nuestra atención en aquello que nos hacía sentir bien, sobre todo el apoyo posible que nos brindábamos.
Y no se lo negaría.
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