» 17 «
—¿Me puedes decir qué haces, Miranda? —preguntó Hanna—. ¿Puedo ver? —se aproximó lentamente.
Intenté frenarla, pero no lo logré.
Bajo la mirada distraía de mis otros compañeros la obligué a alejarse. Haana, sin embargo, apartó mi brazo que ocultaba la pantalla y centró toda su atención en ella durante varios segundos, entre tanto, la forcé a apartarse de la vieja y usada computadora de un solo empujón con mis dos brazos.
Mi amiga leyó todo lo que había en el sitio web y dejó escapar un jadeo.
—¿Qué es todo esto?
—¡Nada! —respondí con rapidez—. ¡Vete, por favor!
Hanna palideció al instante.
—Miranda…
—¡Vete!
Mi amiga, estupefacta, lo hizo sin rechistar.
Tenía miedo de que ella sospechara de mis obsesiones más turbias, surgidas después de la muerte de Hunter.
Más precavida que nunca, cerré las pestañas emergentes del ordenador y seguí con la tarea asignada.
Esa era nuestra última clase, cuando finalizó, mis compañeros se iban retirando conforme apagan sus computadoras. Yo, en cambio, fui a dejar el manual de fórmulas de Excel al estante ubicado en el fondo del salón.
El profesor, que se llamaba Spencer Gowder, no lo veía en ningún lado, ni entre las computadoras o monitores donde normalmente estaría para arreglaros.
—¡Miranda! —exclamó la voz grave y chillona Cliff—, es hora de irnos, ¿vienes?
Moví la cabeza, tratando de ubicarlo.
La academia de computación contaba con más dos puertas: la primera conectaba con el colegio y la segunda conducía directo a la bodega, donde se guardaba el equipo dañado o herramientas que usábamos para nuestras presentaciones.
Cliff estaba a la primera puerta.
—Voy por mi mochila —dije, guardando mi teléfono en mi uniforme.
—No hace falta, aquí lo tengo —siseó Hanna, apareciendo a mi lado.
Estaba ceñuda y su expresión me indicaba sospecha.
Tragué saliva con fuerza.
—Mi cuaderno de apuntes…
—Voy por él —resopló Hanna.
Tomó el libreto y me lo tendió, sin embargo, en un movimiento torpe lo dejé caer. Mi bolígrafo se escapó de su escondite entre las páginas y terminó por rodar cerca de mis zapatos. Hanna quiso recogerlo, pero reaccioné a tiempo y lo levanté, en modo triunfal.
—Buenos reflejos —me dijo ella.
—¿Qué pones ahí? —preguntó Cliff, luego de acercarse a nosotras—. Alcancé a ver algo en tinta roja. ¿Qué es?
Abrí la boca para responder, pero las palabras quedaron atoradas en mi garganta.
Hanna lo miró con seriedad.
—Cliff, no seas…
—Está bien, no pasa nada —dije.
Mi amiga arrugó la frente.
Les extendí la libreta y ella, junto a Cliff, hojearon varias páginas sin decir nada, hasta detenerse en una hoja en particular, que estaba algo arrugada y le faltaba un extremo en la parte inferior.
Recuerdo haber arrancado el papel, llena de rabia y tristeza al mismo tiempo.
La expresión de Hanna era de horror y preocupación.
—Miranda…
—¡Ya sé! Lo siento. Yo… simplemente no me contuve.
Hanna me devolvió el cuaderno, torciendo el gesto.
—¿Cuándo lo hiciste? —quiso saber Cliff.
—Hace unos días —confesé.
Guardé la libreta sintiéndome culpable.
Ese día había estado inmersa en mis pensamientos, que sin darme cuenta, había llenado cada espacio de la página, escribiendo en repetidas ocasiones una sola pero muy significativa palabra: HUNTER. Unas eran más grandes que otras, e incluso se cruzaban, pues las había escrito de forma vertical y en diagonal.
Cuando la tinta del bolígrafo empezaba a hacerse transparente y mi letra casi ilegible, la suave superficie de la hoja no soportó más y acabó por romperse debido al exceso de fuerza que estaba empelando; solo así me detuve.
Me dolían los dedos, sin embargo, le resté importancia.
Y no sabía por qué lo había hecho, en primer lugar.
—Olvídenlo —murmuré—, no lo volveré a hacer.
No esperaba que me creyeran, con que no dijeran nada al respecto me bastaba.
—Bueno, ¿qué hacemos, entonces? —Hanna colocó los brazos en jarras.
—Irnos, mamá no está esperando.
—¡Ah, sí, es verdad!
—Hay que apresurarnos o ella misma nos llevará tomados de las manos —bromeé.
Nos unimos en una sola carcajada.
—Le avisaré a mamá que no me espere —murmuró Cliff, sacando su teléfono.
—Cierto. Haré lo mismo —convino Hanna.
—¿Acaso se les olvidó hacerlo? —pregunté, indignada.
Hanna titubeó un segundo.
—Pues…
—Yo sí —respondió Cliff.
Los dos fueron a puntos opuestos del salón para llamar a sus respectivas casas. Yo, mientras tanto, me dirigí a la ventana más próxima. La luz habitual entraba a raudales y me deslumbró por unos segundos. En ese momento, al otro lado, había una figura oscura y enorme mirándome fijamente.
Solté un grito y caí de espaldas. Sentí un dolor en mis codos y espalda, luego un fuerte tirón en todo mi cuerpo que se desvaneció al instante.
Hanna y Cliff se apresuraron a colocarse a mi lado.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien? —Hanna me ayudó a ponerme de pie.
—El perro… el perro está ahí afuera —respondí, señalando con mi mano temblorosa.
Cliff se levantó y miró por la ventana.
—No veo nada —murmuró—. ¿Segura que lo viste?
—Sí, estoy segura.
Cliff encogió los hombros.
—No hay señal de que haya estado allí. ¿No será…?
—¿Qué?
—Nada, no pasa nada —Cliff me miraba con atención.
—¿Sucede algo? —era la voz del profesor Specer.
—Estamos esperando a nuestra compañera —respondió Cliff.
—Creí que ya no quedaba nadie —repuso el profesor, estudiando mi rostro y la de mis amigos.
Hanna agregó rápidamente:
—Ya nos íbamos. ¡Hasta pronto, profesor!
—Hasta pronto, chicos. Cuídense mucho —nos respondió él, haciendo un gesto con la mano.
Ya fuera de la academia, me apresuré a decirles a mis amigos:
—No se lo digan a nadie, por favor —les supliqué—. Y tampoco a mamá. Ella se volvería loca si supiera esto.
—No creo que sea buena idea, Miranda —murmuró Hanna.
—Háganlo por mí, por favor —seguí insistiendo.
Hanna y Cliff se miraron durante unos segundos, deliberando.
Sus rostros se retorcían en una mueca de sospecha y duda a la vez, y supe que serían duros conmigo. Aun así, me prometí que buscaría una solución. Y haría lo que fuera para encontrarla.
—De acuerdo, lo haremos, Miranda. Pero, no nos podemos quedar callados tanto tiempo —concluyó Cliff, torciendo el gesto.
Asentí varias veces, agradecida.
De todos modos sabía que aquello, tarde o temprano, empeoraría.
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