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Hanna estaba recostada a un lado de la puerta, cuando notó que ya nada nos separaba la una de la otra, se acercó a mí, lenta y silenciosamente. Yo, sin embargo, me coloqué de nuevo en mi lugar, quitándome el rastro de las lágrimas que había estado derramando.
—Te ves mal —musitó, aspirando un par de veces.
—Tú igual.
Mi amiga me miró, desconcertada.
No me atrevía a mirarla, así que aparté la vista y guardé silencio.
Ella, al igual que Cliff, habían pasado días tratando de consolarme, solo que no tenían éxito porque yo me negaba a que me vieran sufrir. Me enviaban mensajes de texto, me llamaban, incluso llegaron un par de veces a casa, para darme ánimos. Agradecía que tuvieran aquella iniciativa, sin embargo, yo únicamente quería estar a solas.
—Es normal, muy normal que estés así —dijo Hanna, suspirando—, pero trata de no asustar a los demás, saliendo de esa forma, ¿de acuerdo?
Pensé que me obligaría a volver a la clase, porque esa era su manera de actuar y sabía que me ayudaría a recuperar la compostura, ya sea con maquillaje o una barra de chocolate. Pero, por primera vez, hizo algo que me sorprendió.
Se sentó en el suelo a mi lado y lloró.
—Hunter era también mi amigo y en verdad me duele lo que le pasó. Me duele que tú estés triste y no pueda hacer algo para ayudarte —sollozó—. Mi pensamiento de cada mañana es que Hunter haya encontrado esa paz y que tú sea feliz, te lo mereces, luego de todo lo que has vivido.
Sus palabras tuvieron un impacto en mí y me incitaron a seguir llorando y, eso, de hecho, me quitaría el peso que me estaba aplastando en ese momento.
Deslicé suavemente mi cabeza y la dejé posar en su hombro; ella no se movió y siguió hablando.
—Será difícil que te olvides de él, pero recuerda que estaré para ti, para lo que necesites.
Con algo de torpeza me acerqué a ella y la abracé.
Ella se aferró a mí, contraída.
—Gracias. No sabes lo mucho que significa eso para mí —le dije.
—Somos amigas. Somos hermanas. Entre las dos lo superaremos.
Y supuse que mi sufrimiento con ella, Cliff y mis padres, sería amortiguado y se volvería más soportable.
Además, mis compañeros de clase aportaban algo de ayuda en mi proceso de duelo y me alentaban a seguir con mi vida. Incluso evitaban a toda costa hablar de Hunter, porque ese era el detonante más letal de todos.
Al volver, Cliff fue el único de todos que me hizo un gesto con la cabeza, en señal de apoyo.
Se lo devolví, esbozando una débil sonrisa que prometía resignación.
Ese día el profesor Parrish, afortunadamente, terminó la clase antes de lo previsto y nos dejó ir a nuestras casas. No sabía con certeza si se había compadecido de mí, especialmente por mi repentino ataque de tristeza, o porque tenía otros motivos más fuertes que ese.
De cualquier manera, estaba agradecida.
Esperé que la mayoría de mis compañeros de clase se retiraran, para quedarme a solas con Cliff y Hanna, e irnos juntos sin la mirada piadosa que normalmente me dirigían cada vez que me veían pasar. Sé que algunas son auténticas y otras forzadas, aun así, no quería que ellos sufrieran también conmigo.
Bastante tenía que Hanna y Cliff soportaran mi aflicción.
Mientras cruzábamos el pasillo, el silencio entre nosotros era incómodo.
Al bajar las escaleras, fui yo la que habló primero.
—¿Qué tema que van a emplear en la redacción del próximo ensayo? —quise saber, tratando de sonar lo más causal que podía, porque sabía que ellos no querían hablar sobre lo ocurrido en clase momentos antes.
Cliff encogió los hombros, aunque noté que era más de alivio que de sorpresa.
—No lo sé, todavía. Supongo que será uno trivial, dado que es tema libre —respondió empleando su sonrisa tranquilizadora tradicional.
—Hay que reunirnos para buscar la misma información —intervino Hanna, luego de permanecer callada varios minutos—. Funcionó la otra vez… —dijo, y reparó de inmediato lo que acaba de decir—. Oh, rayos, mejor olvídenlo.
—Podría funcionar —repuse, aunque mi voz sonaba temblorosa.
Sin embargo, un pensamiento atravesó mi mente, parecía que estaba hecho de un bloque de hielo inmenso y peligroso que estaba dispuesto a colisionar con el barco donde viajaban mi cordura y estabilidad emocional.
—¿Lo haremos, entonces?
—Sí, básicamente esa es la idea —comentó Cliff—. El contenido será el mismo, solo que lo modificaremos para que no se note demasiado. Ingenioso, ¿no?
—Será todo un lío —reconoció Hanna.
—Funcionó la otra vez, tú misma lo dijiste —Cliff sonrió de nuevo.
Era agradable volver por un instante a la vida que tenía, sin preocupaciones e incertidumbres que me consumían lentamente.
—Lío es el que nos vamos a meter si nos descubren esta vez —dije, tras una pausa. Mi voz sonó entrecortada, casi chirriante como la puerta oxidada de una casa que hacía años que permanecía en abandono.
Mis amigos me miraron de forma extraña, pero no dijeron nada al respecto.
—Bobadas. Apenas notarán lo que hicimos —siseó Cliff, más seguro que nunca.
Decidimos primero pasar a comer, una vez hecho eso, llamé a mamá para avisarle que iría con mis amigos a la biblioteca. Ella me pidió que tuviera cuidado y que la mantuviera informada todo el rato. Ya en la Biblioteca Sky estuve más tranquila, el silencio que inundaba los rincones me relajó y me permitió tener mayor concentración en mi lectura.
No medimos nuestro tiempo, porque al acabar de redactar los ensayos, el atardecer era una mezcla opaca a través del cielo. Las constelaciones intentaban abrirse paso como un pozo brillante hacia nosotros, pero no sucedía.
Cuando estábamos por cruzar la puerta acristalada de la biblioteca, a un lado de la calle, casi en una brecha que se perdía entre las edificaciones, noté algo raro. Cerca de ahí había un par de tiendas y una farmacia; había gente deambulando y sin embargo, me detuve en seco y forcé mi vista al límite.
Otra vez no, me repetí, otra vez no esa visión, no, no, no…
Hanna se detuvo y me sujetó la mano.
—¿Qué sucede? —preguntó, mirando en diferentes direcciones.
—Yo… no estoy segura —dijo, inclinándome hacia adelante—. ¿Ustedes también ven a ese perro negro y grande de ahí? —señalé con el dedo el callejón.
—¿Cuál perro? —Cliff se plantó delante de nosotras, como un escudo.
Estiré el cuello y me coloqué de puntillas, sin embargo, aquella aparición se había esfumado.
Me estremecí.
—¿En serio era un perro? Yo no lo vi —dijo Cliff.
—Yo tampoco —aseguró Hanna.
—Seguro lo estabas imaginando —traté de no sonar nerviosa y asustada. Sacudí varias veces la cabeza—. Yo… ¿qué les parece si llamo a papá para que los venga a recoger? —murmuré, para cambiar rápido de tema.
—Suena genial —comentó Cliff.
—Cuenta conmigo —dijo Hanna.
Saqué mi teléfono y marqué el número de papá.
—Muy bien, crucen los dedos —finalicé, convencida de que ese perro de pelaje oscuro y ojos rojos no había sido otra cosa que una alucinación.
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