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» 06 «

El profesor Everett terminó su clase, recogiendo nuestros ensayos.

—Miranda, ¿vamos a refaccionar? Ya es hora.

Una voz suave y sutil me llegó, cerca del oído.

Apenas me giré y reparé que mejores amigos me miraban con una sonrisa.

—Guardo mis cosas y en seguida los alcanzo —respondí.

Hanna negó con la cabeza.

—No vamos a dejarte sola, ¿está claro?

—Bien, no me tardo —añadí, en tanto recogía mi cuaderno de apuntes.

Mis manos se movían muy despacio, casi como si el cuerpo no me perteneciera. De todas maneras, era algo temporal.

Tan pronto como salimos del aula, nos unimos al río de estudiantes que se dirigían a la cafetería, que ya estaba atestada y nos tomaría tiempo poder comprar algo antes de que nuestro horario nos exigiera tomar la siguiente clase.

—¿Qué es lo que van a pedir? —nos preguntó Cliff.

—No tengo la menor idea —dijo Hanna—, no tengo hambre, la verdad.

—Igual yo —respondí.

Mi amiga me observó con detenimiento.

—Tú sí o sí necesitas cargar energía, cariño —sentenció, cruzándose de brazos—. Aunque eso signifique darte de comer como a un bebé.

Hice una mueca al escuchar la propuesta.

Nos llevó tiempo hallar una mesa que estuviera desocupada y limpia, ya que la mayoría parecían provenir de un lugar de muy mal prestigio y no nos apetecía sentarnos donde hubiese restos de comida y quién sabe qué más cosas.

El murmullo y ajetreo propio de la cafetería aumentaba gradualmente.

La primera vez que estuve aquí, el espacio dentro de la cafetería me pareció grande, pero no lo suficiente como para contener en su interior a un centenar de estudiantes, que vivían empujándose unos a otros, o jugándose malas bromas, igual como lo hacía Hunter.

Ay, Hunter.

Recordar su nombre fue como recibir un golpe en el estómago.

Mi cabeza empezó a dar vueltas y una sensación de nerviosismo y miedo recorrieron cada partícula de mi vertiginoso cuerpo. Mis manos empezaron a traspirar, mientras intentaba sacar torpemente mi teléfono, decidida en hacer una llamada desesperada.

Levanté la mirada de golpe.

—¿Qué van a pedir, entonces? —insistió Cliff, su rostro lleno de renuente aburrimiento.

—Tráeme lo primero que veas —Hanna se levantó de un salto y le entregó dinero—, y ni se te ocurra pasarte de listo, porque te conozco —le advirtió—. Miranda, ¿qué vas a pedir?

Sus ojos de una tonalidad verde claro parecieron brillar de esperanza.

Era como apreciar las hojas de la rosa más tierna y bella a través del cristal que la protegía del horror que se escondía del otro lado.

—Lo mismo —fue lo mejor que se me ocurrió decir.

—Caloría, trae algo que tenga mucha caloría —concluyó Hanna, y aunque teníamos la misma edad, me miraba como una madre seria lo haría con su hija—. Y una botella de agua o energizaste. Eso le vendría bien, ¿no es cierto?

Asentí de mala gana.

Cliff, sin mediar palabra, se alejó.

—¿A quién piensas llamar? —inquirió Hanna, rodeando la mesa y sentándose con elegancia—. No será Hunter, ¿o sí?

—De hecho tenía pensado ir a su casa, después de clases.

—Es una mala idea —dijo—, no quiero ser negativa ni nada por el estilo, pero será mejor esperar a tener que apresurar las cosas, ¿no te parece?

—Pensaba pedirles que vinieran conmigo, pero si no quiere, tampoco los podría obligar.

—Claro que iremos contigo, sin embargo, es mejor esperar.

—Necesito…

—Basta, Miranda.

—No sabes lo que estoy pasando ni lo que estoy sintiendo —susurré, mis ojos empezaban a arder y quemar detrás de los párpados—. Tengo que hacerlo. Necesito escuchar su voz, saber cómo está.

—Dame ese teléfono —estiró la mano, pero yo me negué—. ¡Dámelo! —exclamó, llamando la atención de algunos estudiantes y no le importó. Pero, yo ya había marcado el número de Hunter y estaba sonando.

Nadie respondió en el primer intento.

Ni en el segundo.

Sostuve el teléfono con ambas manos, viendo impaciente la pantalla, llena de desesperación y resignación a la vez. Hanna aprovechó mi momento de distracción y me arrebató el aparto tecnológico bruscamente.

Me levanté furiosa, a punto de replicar pero ya era demasiado tarde.

—Te dije…

—¿Hola? Miranda, ¿qué sucede? —era la voz de una mujer. Era la mamá de Hunter.

Fui rápido hacia Hanna y le quité el teléfono de la misma forma como ella me lo había arrebatado. Le di la espalda y respondí:

—Hola, señora Armentrout. Lamento la llamada, simplemente quería saber cómo se encuentra Hunter —cerré los ojos con fuerza, deseando no sonar agitada—. Llevo días sin tener noticias de él.

—Ha mejorado —comentó ella, pero noté un deje en su voz, como si su respuesta fuese rebuscada y aburrida. Advertí que estaba mintiendo—. El doctor dijo que en unos días podrá volver al colegio. Por ahora, tendrá que permanecer en casa.

—Sí, sobre eso. Estaba pensado en visitarlo hoy, después de clases. ¿Cree que eso pueda ser posible?

No hubo respuesta.

Escuché una leve interferencia en la otra línea telefónica, interrumpida por un ruido extraño y seco, como si se produjera desde lejos, pero transmitido a través de algo que producía el eco una y otra vez.

Aturdida, me volví para ver a Hanna.

Ella gesticuló en mi dirección, llena de confusión.

—Lo siento —dijo la mamá de Hunter—, pero no puedes venir. Las visitas son muy estricticas. Ya será en otra ocasión —finalizó la llamada de golpe.

Alejé el teléfono de mi oreja, asombrada.

—¿Qué te dijo?

—No quiere que vea a Hunter —le expliqué.

Hanna puso los ojos en blanco.

—Te dije que era una mala idea hacer esa llamada.

—¿Qué llamada? —quiso saber Cliff, que ya estaba de regreso, y traía consigo una bandeja llena de comida chatarra y una botella de agua. Dejó sobre la mesa las cosas y se sentó, observándonos por igual.

—Miranda marcó a Hunter y, bueno, no salió como esperaba.

—¿Por qué?

—Cortó, así sin más —comentó Hanna.

Cliff dejó escapar un jadeo.

—¿En serio hizo eso?

—Chicos, Hunter no ha mejorado —murmuré, volviendo a mi lugar.

Hanna sostuvo mi mirada nerviosa y angustiada.

—¿Por qué lo dices?

—Antes de cortar, escuché ruidos —empecé a decir despacio—, pensé que provenía de la televisión o la radio. Solo que…

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—La habitación de la madre de Hunter está pegada a la de él. Se puede escuchar todo, incluso a través de una simple llamada.

—¿Qué quieres decir?

No sabía cómo procesarían lo que estaba por decirles, pero ellos tenían derecho de saberlo. También eran sus amigos, después de todo.

—No eran ruidos comunes. Era gritos —terminé por decir y mi voz se rompió—. Era Hunter el que gritaba.

Hanna se petrificó al instante y Cliff bajó la vista. Supuse que los tres estábamos de acuerdo en algo: el hambre se nos había quitado y en su lugar, solo teníamos miedo.

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