Único
En una zona rural del centro de Japón vivía una chica que se mantenía en su pueblo natal, su nombre era Aome, solía estar tranquila por la aldea encargándose de múltiples tareas que le encomendaban. No lejos de aquella aldea, gracias a la occidentalización y la restauración Meiji, se había construido una mansión de estilo occidental.
—Escuché que las personas desaparecen sin dejar rastro si entran a ese lugar — afirmó uno de los aldeanos —y cuando los encuentran son esqueletos.
—¡Qué horror! — habló otro hombre.
Aome no era una chica que disfrutara el misterio sentía cierta curiosidad por saber qué ocurría; en la noche tomó una lámpara de aceite y se internó en el profundo bosque circundante a la aldea. Ella sentía un ambiente, muy frío y muy pesado. Sentía que más temprano que tarde su cuerpo iba a sucumbir, caminó entre las sombras del bosque nocturno hasta enredarse en una telaraña aquella seda se pegó a su pierna derecha mientras continuaba su camino.
Finalmente salió de ese bosque y en su claro encontró una gran casa, era de un estilo occidental, no llegaba a ser tan ostentosa como algunas en Europa. Ella miró todo el lugar lleno de telarañas sin llegar a parecer abandonada, caminó un poco más sin darse cuenta que una de las telarañas se había pegado de su ropa impidiéndole avanzar más.
—¡Alguien ayúdeme! ¡Me atoré! — exclamó Aome.
—Tal vez yo pueda ayudar — se oyó una voz de una mujer.
Desde la mansión salió una bella dama vestida de un kimono negro con flores rojas estampadas, su largo cabello negro con un pequeño flequillo que caía agraciado sobre su espalda hasta su cintura. Ella se aproximó a Aome con una tranquilidad que estresaba a cualquiera que estuviera de afán, ella trató de zafarse nuevamente pero sin éxito hasta que aquella dama llegó a ella y la tomó del mentón.
—¿Conoces el dicho "la curiosidad mató al gato"? — preguntó esa mujer.
—¿Qué? — chilló la chica —suélteme, por favor.
—¡Ja, ja, ja! esperaba que una mosca cayera en mi red pero veo que atrapé una bella mariposa — aquella mujer sonrió levemente.
Aome se sonrojó al escuchar las palabras de aquella dama, forcejeó pero más telarañas se enredaron en su cuerpo hasta inmovilizarla por completo. Pronto empezó a sentirse mareada hasta quedarse profundamente dormida, algunas horas más tarde, ya al amanecer despertó en una telaraña un poco más estética con una forma parecida a una hamaca ella estaba atada de manos y piernas imposibilitando su movimiento. Ella miró los hilos y se dio cuenta de que estos poseían un llamativo color dorado, luego posó sus ojos en su secuestradora que estaba sentada mirando la lluvia caer por la ventana.
—Despertaste — habló aquella mujer —¿qué tal dormiste? ¿Cómoda?
—Eres una cínica — masculló Aome enfadada —¿Planeas devorarme?
—No te muevas más o te será más difícil que te liberes — recomendó la joven —otra cosa llámame Kikyo y no me interesa comerte. Admito que te ves deliciosa pero me gustaría algo distinto.
—¿Qué distinto? — la joven preguntó molesta —no sé si agradecerte por el cumplido o darte un golpe.
Kikyo se rio en voz baja.
—No soy mucho de comer bellas mujeres como tú pero sí que me gustaría darte un uso — Kikyo bebió una taza ade té mientras otras ocho extremidades adicionales salían de su espalda —planeo usarte como carnada para atraer mis presas.
—Ni de broma — la joven rechazó rotundamente.
Kikyo chasqueó la lengua mientras se iba acercando a la chica, subió a la hamaca de telarañas hasta estar a unos cuantos centímetros que incluso podían contarse con los dedos de una mano. Aquellas ocho extremidades, parecidas a las patas de una araña, le permitieron a aquella dama acercarse a su presa.
—No tienes opción, te dije que te ves deliciosa y aunque te prometí no devorarte puedo cambiar de opinión — Kikyo le lamió la mejilla —si aceptas te puedo liberar y proteger pero a cambio quiero que atraigas a mis presas, mi bella mariposa.
Aome estaba aterrorizada por la cercanía con esa criatura en forma de araña, pronto Kikyo sintió algo que no le gustó del todo; si esa chica una cara tan hermosa como la que tenía su presa ella estaba demasiado delgada. En su interior algo se despertó, cortó las ataduras de sus brazos y piernas y le permitió moverse con más calma dándole su espacio.
—Estás muy delgada — afirmó Kikyo —ve que en la cocina tengo la comida de mis presas, quiero que te alimentes bien o si no... tendrás un mal sabor.
Aome sonrió levemente conmovida, caminó hacia la cocina y tal como aquella mujer araña dijo ahí había bastante comida, frutas frescas y secas; verduras y hasta dulces. La humana tomó una de esas frutas, una manzana, y empezó a comerla cuando de pronto Kikyo entró a la cocina y la sujetó con aquellos cuatro pares de extremidades haciéndola sobresaltarse un poco.
—No me dijiste tu nombre — dijo Kikyo —esta vez quiero saber el nombre de mi comida.
—Dijiste que no me comerías — Aome la miró estupefacta. —puedes llamarme Aome.
—Qué delicioso nombre tienes — la mujer Youkai relamió sus labios —. Muy bien mi mariposa, te voy a tejer un bello kimono para que atraigas a mis presas.
—Ya te dije que no me gustaría hacer eso — la chica terminó su manzana —es... no soy un monstruo.
—A mí me gusta comer hombres que han sido malos esposos y malos padres o alcohólicos — Kikyo habló con mucha calma —su carne sabe delicioso especialmente por ese sabor que les da el alcohol
El descaro con el que Kikyo hablaba de esas personas como si de simples insectos se tratara le provocaba náuseas a Aome pues realmente era desagradable pero el escuchar que ella le dijera "mariposa" al compararla con una mosca atenuaba esa sensación.
—Quiero que te alimentes y atraigas a esos malos hombres que lastiman a su familia o que viven alcoholizados — ordenó Kikyo.
Aome frunció el ceño al escuchar eso, su padre fue quien mató a su madre. Quería cobrar venganza de aquellas personas que han sido malas en su vida y al parecer de Kikyo estaba pensando mucho en esa opción.
—Maldita sea — masculló Aome —¿Por qué no me devoras y ya?
—Ya te lo dije
Kikyo sonrió y la atrapó con sus telarañas, las que salieron disparadas de su boca, para luego acercarla a ella, usó sus demás extremidades para aferrarse a ella, Aome no sabía qué le pasaba a ella pero el que alguien se preocupara por ella desde que quedó huérfana a temprana edad por culpa de su padre quien llegó a su casa pasado de copas y mató a su madre y a la joven chica la golpeó hasta casi matarla. Ahora a sus dieciocho años cuando pensaba que estaba por convertirse en la comida de una criatura sobrenatural, ya le daba igual su vida.
—En serio, estás muy delgada — Kikyo la miró preocupada —sabrás mal si estás demasiado delgada, pero igual sigues siendo muy hermosa mi mariposa.
—¿Por qué no quieres comerme? Ya has dicho muchas veces... ¿por qué no acabas con mi vida? Mi padre pudo matarme
—Porque no quiero — mencionó la Youkai —¿por qué no quieres vivir?
—No tengo motivos para hacerlo — Aome se encogió de hombros.
—Entonces sírveme — respondió la bella mujer arácnida —sé mi mascota y caza mi comida. Incuba mi veneno y prueba mis telarañas.
¿Ser la sirvienta de una peligrosa Youkai? Su única tarea era buscar hombres que no fueran honorables y respetables de la sociedad, y sabía dónde encontrarlo. Aquel bosque había varias aldeas que la rodeaban y algunas ya eran más grandes e, incluso, en los cruces de caminos se encontraban bandidos rurales.
Aome tomó otra manzana y la mordió, no sabía a qué se refería con servirla además de incubar su veneno y de probar la calidad de las telarañas. Kikyo hizo que varias arañas de mediano tamaño tomaran las medidas del cuerpo de su ahora mascota para crearle un nuevo kimono.
—¿eh? — Aome se sonrojó.
—Quédate quieta, por favor — pidió Kikyo.
—Es sólo que tus arañas... Me hacen cosquillas — se rio nerviosa.
Kikyo le sonrió mientras las arañas ya se acercaban a ella con las medidas del cuerpo de Aome a quien le tejería un nuevo kimono, la mujer arácnida se acercó a la chica y le acarició la mejilla con delicadeza.
—Quién diría que mi mariposa le dieran cosquillas unas simples arañas — dijo Kikyo.
Ya en la noche Aome estaba adherida a una telaraña que le impedía mover su cuerpo lejos de allí, arrodillada en el suelo mientras comía un poco de arroz, Kikyo antes había puesto dos gotas de veneno en él. De su cuello resaltaban varios hilos de seda dorada enrollados en torno a él, sus manos también estaban envueltas en los mismos; pese a estar así, podía moverse con libertad.
Frente a ella, en la misma posición estaba Kikyo interpretando un instrumento musical de cuerda frotada con únicamente dos cuerdas originario de China llamado Erhu; iba deslizando con delicadeza el arco por todo el cuerpo de aquel curioso artilugio.
—Es una melodía muy triste — afirmó Aome —creo yo que la música representa las emociones del alma.
—¿Tú crees? — indagó la arácnida moviendo sus extremidades adicionales.
—Así es, yo creo que no es sólo una melodía triste sino también hermosa. He oído sobre ti y dicen que hipnotizas a otros con la música pero a mí no me pasó nada — Aome terminó de comer el arroz —gracias por alimentarme...
—Con gusto, mi mariposa — Kikyo sonrió levemente —y eso se debe a que no quiero comer tu carne por más rica que te veas. Haz de cuenta cuando tienes una tentación por una deliciosa comida pero te aguantas.
Kikyo se acercó a Aome, sacó su lengua y lamió la piel del rostro de la chica saboreando cada centímetro de esa parte del cuerpo. Dejó salir una muy pequeña cantidad de veneno que luego esparció por el rostro de su presa; Aome parpadeó un poco al sentir las frías manos de quién la tenía prisionera acariciarle el rostro con mucha delicadeza.
—¿Arde? — preguntó Kikyo.
—Un poco — dijo Aome —¿Para qué lo hiciste?
—Estoy probando mi veneno en ti — mencionó la Youkai —pero es insuficiente para matarte porque no quiero y me da flojera.
—¿Ya entonces? — la joven la miró.
—Ya se desvaneció y tu rostro quedó muy bonito — la bella yokai miró a su chica sonrojada —quité algunas manchas, acné y demás cosas.
Aome se miró al espejo y tal como Kikyo había dicho, su rostro estaba más pulcro que cuando llegó a su poder. Parecía como si hubiera rejuvenecido y ahora sí que parecía tener un rostro de porcelana, miró a su captora a quien simplemente le dio un fuerte abrazo. La arácnida Kikyo sintió que en su corazón tan frío como el invierno empezaba a sentir algo por esa niña tan curiosa.
Durante las horas de la noche, muy frías además, Aome tiritaba de frio. Aunque Kikyo creyera que esa chica que era una simple humana la que ahora era su mascota, realmente había algo que le impedía comérsela por más apetitosa que ella se viera a sus ojos; se apoyó en los hilos de la enorme telaraña, cuya función era de cama para aquella yokai araña, se acercó a la chica y empezó a cubrirla con su seda dorada.
—Kikyo — Aome abrió sus ojos.
—Shhh, tranquila, mi mariposa — Kikyo la tocó con una de sus patas de araña —mi comida no sabrá bien si se enfría — le acarició la mejilla —oh cierto. Tú eres mi mascota, descansa.
La telaraña dorada con la que fue cubierta Aome le hacía sentir un poco más de calor y unos cuantos minutos después terminó durmiendo hasta el amanecer. Cuando la chica despertó escuchó alguien comer algo, abrió sus ojos y vio a Kikyo comer la mismas telarañas que la tenía envuelta, sus manos quedaron libres y luego sus piernas y finalmente se puso de pie.
—¿Qué? — Kikyo la miró con las telarañas en la boca —así las recupero.
—Te ves linda — dijo Aome.
—Oh cierto mis amiguitas ya terminaron tu kimono — la yokai se comió aquella telaraña con la que envolvió a su mascota —ya te veo de mejor semblante. Y te ves apetitosa — se lamió los labios.
—En serio — la chica humana se rio nerviosa —. No sé si sentirme halagada o preocupada.
—Igual no pretendo comerte... No de la forma tradicional. Ve a vestirte, nos vamos de cacería — mencionó Kikyo con una cálida mirada —cuando estemos afuera llámame "ama", porque eres la que me sirve a mí.
Aome sentía que debía obedecer o de lo contrario sí se la iban a comer, aunque realmente esa idea no le agradaba mucho de ir por personas para que Kikyo se las coma, debía hacerlo. Finalmente se puso un kimono de color blanco con algunas telarañas doradas bordadas en toda la tela. Un obi de color negro y unas bellas geta de madera; ambas chicas salieron del bosque y caminaron un poco hacia un pueblo relativamente grande. Por dónde fueran ellas eran vistas por todos, bajo una coartada de ser médica, Kikyo se acercó a una casa de dónde había una mujer llena de heridas recién sanadas.
Kikyo usó un ungüento creado con su veneno para curar todas heridas de aquella dama, ella miró a Aome con calma mientras esta chica reconocía esas cicatrices eran de una paliza.
—Aome ve por un poco de agua — ordenó Kikyo.
—Sí, ama Kikyo — dijo la chica.
Aome fue en busca del pozo donde buscar agua, tomó la cubeta y sacó el líquido de aquel objeto. Cuando volvió a la casa vio un hombre calvo y al ver sus ojos viéndola fijamente recordó aquella noche trágica en su infancia. Agarró la cubeta y llevó el agua hacia donde estaba Kikyo; la yokai araña miró a su mascota aterrada.
—Disculpe, tengo que hablar con mi sirvienta. Es un momento — pidió Kikyo.
La mujer llevó a Aome a un sitio más privado, que no era más que el jardín trasero de aquella casa donde estaba el pozo.
—¿Te sientes bien? — Kikyo la acarició —¿viste algo que te perturba mi mariposa?
—V-vi a mi padre él me dejó huérfana hace diez años. Mató — murmuró Aome viéndola fijamente —tengo miedo pero quiero matarlo con mis manos.
—Te entiendo, es un asunto personal — murmuró la mayor —te dejaré que hagas lo que desees pero quiero que regreses a casa antes del anochecer. No quiero que mi mascota esté lejos, recuerda que tienes que probar más venenos míos — le acarició suavemente el cuello —y mis telarañas. Recuerda que tú me sirves a mí, y nadie tiene porque lastimarte... lleva a cabo tu venganza.
—No... no soy un monstruo — musitó la joven mirando a su contraria.
—Un monstruo es aquel que realiza actos abominables, y esa escoria humana te hizo mucho daño, mi mascota — la yokai la miró a los ojos —ten esto — le entregó algo parecido a un palo —adentro hay una wakizashi. Recuerda que en esta época no debes llevar armas al descubierto.
Cómo si fuera una especie de fuerza invisible Aome se levantó del pozo y se acercó a dónde vio a su padre, por su actuar estaba borracho y era momento de cuadrar cuentas. Mientras iba se iba acercando a su padre empuñando el palo hueco que tenía dentro una wakizashi, sentía odio e ira. Cada paso era recordar esos momentos traumáticos para ella, pero era el momento. El hombre calvo la agarró de los hombros.
—Hija mía... hic... vamos a casa
Aome pensó en algo más interesante, vio hacia el bosque y tomó la mano de su padre guiándolo a ese lugar. Aunque fuera mentira ahora, ese sitio al que ella una noche oscura, se descubría ante sus ojos cómo un lugar más lindo, tranquilo y verde. A lo lejos se podía oír la melodía de un Erhu.
—Hija... hic... ¿a dónde vamos? — el hombre miró todo a su paso.
Finalmente llegaron a esa mansión de estilo occidental en dónde ahora vivía Aome, aquel hombre miró todo y en una distracción la chica sacó la pequeña wakizashi y apuñaló al hombre.
Cada puñalada representaba su rabia acumulada por diez años, la sangre que brotaba de aquel hombre manchó su kimono blanco hasta que, finalmente tras cuarenta puñaladas directas al corazón, con la misma espada arrancó las extremidades de su padre y al momento de cortar la cabeza llegó Kikyo quien quedó estupefacta ante lo que su mascota estaba haciendo.
La chica se levantó con su kimono lleno de sangre mirando a su ama, la joven humana estaba llorando al ver la atrocidad que acababa de hacer. Se sentía sucia pero de pronto Kikyo se le acercó, untó su dedo con la sangre del padre de la chica y lo llevó a su boca para saborear ese líquido.
—¿Ya te sientes mejor? — preguntó Kikyo.
—No sé qué hice ni por qué... sólo sentí placer cuando lo maté y ahora... — murmuró la joven —¡Ay soy una asesina!
—Lo eres, no te puedo mentir — la Youkai permitió que sus extremidades de araña salieran a la vista —te dejaste cegar por la ira y sé que no soy un ángel pero si sales de aquí podrían buscarte por asesinato. Sé cómo deshacernos del cuerpo — se lamió los labios.
(...)
Finalmente Kikyo terminó con la última porción de la carne del padre de Aome, esa chica estaba acostada en una hamaca de telarañas pensando en lo que había hecho y si eso le hacía ser más o menos monstruo que cualquiera pero la ira que tenía acumulada por diez años hablaron en su nombre.
—Jamás pensé que asado sabría mejor — dijo Kikyo muy alegre —alcanzará para dos meses.
—Kikyo... ¿crees que soy un monstruo? — indagó la chica preocupada.
—Uh... No lo eres — la Youkai se acercó a ella caminando por la pared —. Tú no eres uno, créeme... — descendió dejando un rastro de telaraña —no porque seas mía lo digo, en el poco tiempo que llevo conociéndote me he dado cuenta de que eres una maravillosa humana. Te quiero mucho, Aome.
Las mejillas de Aome ardieron adquiriendo un color rojo, se cubrió la cara con sus manos repentinamente sintió como las patas de araña de Kikyo le retiraba las manos de su rostro. Abrió los ojos al sentir el tacto de esas extrañas extremidades que eran tan suaves y tersas como la piel humana, vio por el rabillo del ojo como Kikyo le ponía las manos arriba de la cabeza aún estando la joven humana acostada en la telaraña, sintió que más seda dorada envolvía sus muñecas impidiendo moverlas, ahora la yokai se movió hasta donde tenía las manos de su mariposa amarradas con los hilos.
—¿Qué estás haciendo? — Aome preguntó con más curiosidad que miedo.
—Pretendo exhibirte para mí — le respondió mientras terminaba de tejer —levanta un poco las manos.
Aome obedeció sin rechistar la sencilla orden de Kikyo y vio como sus manos estaban envueltas en bello diseño en una cuadrícula; se sonrojó al sentir como Kikyo sujetaba esa telaraña de la hamaca, posteriormente la vio caminar hacia sus piernas. Las separó y empezó a atarlas con más seda, una sonrisa de curiosidad llenó el rostro de la joven humana al ver cómo su captora la sujetaba de la telaraña.
—Mi querida mascota — Kikyo sonrió cuando acabó su labor —desearía tenerte para siempre en mi poder.
—¿Habrá alguna manera? — inquirió Aome inquieta.
—Sí, deberás beber mi veneno a diario. Una porción como de una sopa de miso — la arácnida acarició la cara de la chica —pero ya sabes tus funciones. Tráeme presas, cada dos meses.
—De acuerdo, ama — la chica sonrió —¿Podrías envolverme para no tener frío?
Sintió nuevamente la lengua de Kikyo pasando por su rostro bajando hasta su cuello dónde con suavidad la mordió dejando una marca en esa parte. Aome quiso moverse pero estaba sujetada con unas fuertes telarañas, entonces su captora se acercó a su cara y le dió un suave beso en la frente.
—Claro que te envuelvo mi mariposa — musitó Kikyo en la mejilla de la chica —. No es bueno que mi mascota pase frío.
Durante esos dos meses en los que Kikyo demoraba en digerir su comida ella, Aome limpiaba la casa, veía tocar el Erhu a su compañera y probaba el veneno. De por sí le había hecho bastante sabroso y en un principio le hizo daño, ahora era un importante condimento a sus comidas.
Una noche Aome había decidido cambiar su modus operandi para no ser descubierta, se infiltró en una casa de apuestas y mientras jugaba a las cartas y la ruleta estaba decidida en perder a propósito justo esos hombres hablaban descaradamente de sus crímenes como simples conversaciones triviales.
—Debiste ver su cara de miedo — se rio uno de esos sujetos —vendiendo esos niños al distrito rojo nos haremos ricos.
—En serio — una mujer que estaba por allí añadió —. A esa gente llena de deudas me causa lástima, es una pena que la restauración no les haya dado tanto.
—Ustedes son una maldita bola de degenerados — soltó Aome.
—Guarda silencio, tú perdiste todo el dinero así que nos tienes que pagar de otra manera
Aome frunció el ceño y salió de aquella casa de apuestas, luego los tres que estaban en ese lugar de ocio y diversión que realmente era un bazar lleno de gente viciosa. Al doblar en una esquina los pandilleros perdieron el rastro de la joven, de pronto Aome se asomó entre las sombras y con su wakizashi decapitó a la mujer, luego le cortó la espalda a otro hombre de edad avanzada y también aprovechó para cortarle la cabeza.
Entre la luz de la luna y la sangre derramada sobre su kimono gris y su rostro, se podía ver una sonrisa de placer, finalmente quedó el más joven que terminó tropezando y retrocediendo arrastrándose en el suelo de tierra hasta quedar atrapado, literal y metafóricamente, entre la espada y la pared.
—¿Cómo debería matarte? — Aome lamió la hoja de su wakizashi.
—Piedad. Piedad tengo una familia y un hijo que alimentar — suplicaba el hombre.
—Eso no era lo que decías hace un momento — la chica se fue acercando y al estar a su altura —te escuché decir que no te quieres hacer cargo de ellos pero tampoco quieres que tu esposa se vaya a la capital Edo... No, Tokio con su padre.
—Eres un monstruo — chilló el joven —avisaré a la policía.
—No te tengo miedo — la pelinegra sonrió y clavó la espada en la cabeza de aquel hombre.
Debajo de unas tablas sacó una canasta y entonces procedió a descuartizar a los tres cuerpos sin vida, los brazos, piernas torso y cabezas iban dentro del cesto. Finalmente aprovechó la oscuridad para llevarlos al bosque de Kikyo, después de que comería el asesinato actuaba como si nada ocurriera.
Al llegar a la mansión dejó el cesto en el suelo y lo abrió, ahí Kikyo sonrió levemente y la felicitó por su cacería.
—Eres una escurridiza chiquilla — dijo Kikyo riéndose —eres un ángel de la muerte.
—Estos tres malditos no dejaban de hablar de sus atrocidades — masculló Aome mientras asaba la carne de los tres —. Me da coraje, Kikyo, pero disfruto matando a gente mala.
—A veces quienes son los verdaderos monstruos están en tu casa y les dices "papá" — la mujer probó la sangre que tenía Aome en su rostro —está fresca, sabe bastante bien.
Cuando Aome sirvió la cena a la mujer arácnida se sentó frente a ella con un tazón de arroz y una sopa de miso con algo de veneno, Kikyo controló sus telarañas y amarró a la chica de las muñecas con la diferencia de que podía moverse con un poco de dificultad pero nada del otro mundo.
—Te gusta verme atada con tus telarañas — Aome bebió la sopa —podría acostumbrarme a esto. La pregunta mía es ¿qué haremos con sus huesos?
—Ya se me ocurrirá algo — dijo la arácnida.
—Escuché que podías expulsar ácido para derretirlos — la chica terminó la sopa.
—Ciertamente — Kikyo sonrió levemente —. Eso me gusta de ti. Me gusta que seas tan inteligente.
Los siguientes días Kikyo deshizo los huesos con su ácido y a los que no pude deshacer los enterró a varios metros de profundidad. Mientras eso pasaba Aome iba con un hermoso kimono negro cuando fue abordada por un grupo de maleantes que querían robarle su dinero, tenía que aparentar estar asustada cuando realmente no era cierto.
Desenfundó su wakizashi y apuñaló al que la había acorralado, luego corrió lejos de la aldea atrayendo al resto a la trampa de la araña sonrió al verlos caer al suelo sujetados por las telarañas. Sacó nuevamente su wakizashi mientras la lluvia comenzaba a caer a cántaros en la zona boscosa, apuñaló a uno de los ladrones en un punto no vital pero con la firme intención de dejarlo desangrarse. La cuchilla del arma estaba llena del líquido carmesí y ni así impidió que la muchacha la lamiera probando el metálico sabor de la sangre y el acero combinados.
El éxtasis de ver a gente sufrir, tal como lo hacía cuando era niña matando gatos negros imaginando a su padre en esa situación le causó un éxtasis inigualable. A otro de los tres, un muchacho que no pasaba los veinte años, le cortó la yugular y, al último le reservó el peor de sus castigos.
Con la misma espada corta fue cortando uno a uno los dedos de la mano del criminal, su siguiente paso fue romperle la muñeca y zafar la mano de un sólo jalón; lo siguiente fue el codo, cada paso que daba la chica era cubierta por el líquido rojo sangre de sus víctimas.
Durante toda la noche los gritos de esos tres hombres fueron atenuados por falta de vitalidad que les causaba la hemorragia no tratada. Finalmente Aome terminó su labor y metió los trozos de los cadáveres en su cesto y los llevó a dónde estaba Kikyo, quién ciertamente se daría un festín con esas personas.
Esta rutina se fue repitiendo cada dos meses en esa región dando origen a una leyenda de terror, la mariposa del diablo en la que se hablaba de como una mujer hermosa mataba y se comía a sus víctimas que generalmente eran delincuentes, ciento cincuenta años ya habían pasado cuando Aome cazó su última presa cuando empezó una epidemia. ¿Cuál fue su solución? Crear una empresa que prestara servicios funerarios.
Dos años después continuó con sus masacres en noche de Halloween en las que vigilaba ladrones y los secuestraba, esa noche había raptado a tres personas, cada una tenía sus propios pecados. Dos hombres que asesinaron por drogas, y una mujer que mató a su propio novio.
Los tres estaban encadenados en diferentes artefactos mientras que en un televisor apareció la silueta de una criatura con una máscara en forma de pico de ave de color negro.
—Buenas noches, quiero jugar un juego — afirmó esa persona —La misión es relativamente simple, deberán zafarse de esas cadenas, pero cada cadena está conectada un mecanismo que irá rompiendo los huesos de uno de sus compañeros. El dilema es el siguiente: uno debe sacrificar su vida por los demás. Si no lo logran en treinta minutos serán lanzados a una máquina trituradora.
Los tres intentaron con todas sus fuerzas zafarse de aquellas cadenas pero realmente no hubo resultado, los treinta minutos que les había dado esa persona y los tres cayeron directamente a esa máquina trituradora de carne.
La persona tras máscara del doctor peste era Aome, toda una asesina serial quien entendía que los verdaderos monstruos están en todas partes, miró de soslayo a Kikyo y le plantó un beso en la mejilla. Era un misterio cómo consiguió su inmortalidad pero sabía perfectamente que aquella Youkai estaría con ella aun si se haya convertido en... "la mariposa del diablo".
FIN
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