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(14) Preparativos


Gabriella

La alarma del despertador empieza a sonar, sacándome del mundo de los sueños. Me revuelvo entre las sábanas, intentando aferrarme a los últimos vestigios de descanso.

Mi mente vuelve a la conversación con Juliette de hace unos días. Por más que lo intente, parece que nunca puede desaparecer de mi vida. Aún siento la incomodidad y la tensión del encuentro, y su sonrisa falsa me irrita más de lo que debería. ¿Por qué tiene que ser tan insistente?

La forma en que se sentó con nosotros en el bar, como si no hubiera pasado nada entre nosotras, me revuelve las entrañas. Es como si quisiera recordar el pasado y yo apenas estoy intentando avanzar.

No puedo dejar de pensar en los momentos vividos con Layla ese mismo día. Su expresión de incredulidad cuando le conté sobre Juliette era completamente comprensible. Entiendo que para ella, todos estos asuntos sean complicados y confusos, especialmente con las normas que le han inculcado. Pero yo... yo ya he lidiado con esto.

Sigo unos minutos más tratando de volver a dormirme, intentando dejar de lado todos esos pensamientos. Justo cuando creo que lo he logrado, alguien toca en la puerta de mi habitación.

Suspiro, pensando que es mi doncella, Margaret.

—No estoy lista aún, Maggie. —murmuro, esperando que se vaya.

Pero una voz diferente suena desde el otro lado de la puerta.

—Gabriella, ¿puedo entrar?

—Ugh, vete, Oliver —digo, ocultándome más en las sábanas, deseando que se rinda.

—Vamos, Gabs. Es importante —insiste, sin intención de marcharse.

Me hundo más en la cama, esperando que se canse, pero sé que mi hermano es persistente. Al final, con un suspiro resignado, me destapo y me siento en la cama.

—Está bien, entra —respondo con un tono de derrota.

Oliver entra en la habitación con una sonrisa en el rostro, claramente satisfecho de haber ganado esta pequeña batalla. Se sienta a mi lado en la cama y me mira con curiosidad.

—Entonces, ¿cómo fue todo hace unos días con Layla? Todavía no te había preguntado nada. —pregunta, sus ojos brillando de interés.

—Fue... interesante. —respondo, consciente de que mi respuesta no le proporciona mucha información— Nos encontramos con Juliette. Fue incómodo, pero creo que Layla y yo nos entendimos mejor.

Oliver se sorprende.

—¿Juliette? ¿Otra vez? Ya la habíamos visto por la noche.

Asiento, sintiendo una mezcla de irritación y resignación.

—Sí, parece que siempre sabe dónde encontrarme. Es extraño.

Oliver asiente, pensativo. Su expresión delata que quiere decirme algo, pero no sabe cómo abordar el tema.

—Bueno, querido hermano, dudo que hayas venido hasta aquí solo para preguntarme sobre mi ex. ¿Qué quieres realmente?

Una sonrisa se dibuja en su rostro mientras saca dos collares de una caja.

—Como sabes, hoy por la noche es la gala; es un día especial. Necesito que me ayudes a elegir entre estos dos collares. Quiero regalarle uno a Layla.

Miro los collares, mi mente girando en torno a la idea de Layla. Uno es elegante y discreto, con una pequeña esmeralda en el centro, mientras que el otro es más llamativo, con varias piedras preciosas de diferentes colores.

—El primero, sin duda. —digo, señalando el collar con la esmeralda— Es más discreto, más de su estilo. Estoy segura de que le gustará más que el otro.

Oliver asiente, agradecido.

—Gracias, Gabs. Sabía que me ayudarías.

Fuerzo una sonrisa y trato de mantener una fachada de indiferencia.

—No es nada, Ollie.

Mientras mi hermano se levanta para irse, siento que algo se remueve en mi interior. Sé que Layla y Oliver deben casarse, y por eso él quiere regalarle un collar. Sin embargo, no me siento del todo cómoda con la idea.

Al principio, mi relación con Layla fue tensa. Me costó aceptar su compromiso con mi hermano; pensaba que me molestaba porque, por culpa de ella, Oliver tenía que asumir el trono, algo que él nunca había deseado. Pero el tiempo me ha permitido conocerla mejor y ver que no era como esperaba.

Recuerdo vívidamente el día en que nos conocimos, el momento en que le propuse la apuesta, y cómo me dolió su reacción al apartarse cuando intentaba ayudarla en la clase de modales.

Recuerdo también haberle mentido, diciéndole que no me acordaba de cómo me ayudó a llegar a mi habitación, cuando en realidad lo recuerdo con claridad.

Cada instante con ella ha dejado una marca en mí, y me doy cuenta de que estos sentimientos no deberían existir.

Oliver se gira antes de salir de la habitación.

—Gracias por tu ayuda, Gabriella. Eres la mejor —dice, sonriendo, antes de cerrar la puerta.

Me quedo en silencio, mirando la puerta cerrada, sintiendo un nudo en el estómago. Definitivamente, no puedo hacerle esto a Oliver. No puedo dejar que mis sentimientos interfieran en su vida, especialmente ahora. Sin embargo, la apuesta con Layla sigue en pie, y su objetivo es claro en mi mente.

La misión de Layla es ganarse la confianza del príncipe y convencerlo de que abdique. Y si Oliver abdica, todo lo planificado con el compromiso se desmoronará.

No habrá guerra civil.

Layla podrá elegir y estará a salvo.

Confío en que mi hermano se dé cuenta del daño que podría causar este acuerdo nupcial. Si Layla logra ayudarlo a entender que este compromiso no debe llevarse a cabo, podríamos anularlo sin causar daño a nadie. Solo eso.

Solo eso.

Si, después de todo, él desea estar con Layla, no seré yo quien se lo impida. Es mi hermano, y siempre hemos querido lo mejor el uno para el otro. Layla merece la libertad de elegir su propio camino, al igual que Oliver. Y yo... debo encontrar la forma de balancear mis sentimientos y mis deberes.

Con un suspiro, me levanto de la cama. Por ahora, debo concentrarme en la gala de esta noche y en apoyar a mi hermano en lo que necesite. Todo lo demás, lo resolveremos en su momento.

Me pongo ropa cómoda y salgo de la habitación, encontrándome con Aisha, la doncella de Layla, en el camino. Ella siempre tiene una sonrisa amable y una disposición para ayudar que la hace fácil de tratar. Nos llevamos bien desde el día que nos acompañó a la escuela de etiqueta.

—Buenos días, Aisha. ¿Lista para la gala de esta noche? —le pregunto, tratando de sonar animada.

—Sí, Su Alteza. Todo está en marcha para que sea una noche perfecta. —responde ella con una sonrisa.

Al notar que miro alrededor buscando a alguien, añade: —¿Está buscando a Layla?

Me sorprendo un poco, aunque intento no mostrarlo demasiado.

—Sí, pensaba que estaría por aquí para ayudar con los preparativos.

Aisha sonríe y parece alegrarse de que me interese por Layla.

—Layla tuvo que marcharse con su padre esta mañana. Él requería de su presencia y no volverá hasta unas horas antes de la gala.

Asiento, tratando de ocultar la preocupación que siento. He visto cómo es el padre de Layla y sé que no es el mejor del mundo, al igual que el mío.

—Entiendo. Gracias, Aisha. Nos vemos más tarde.

—Claro, Su Alteza —responde ella con una sonrisa tranquilizadora.

Me despido de Aisha y me dirijo al salón para almorzar.

Mientras como, abro mi móvil y leo las noticias. Los titulares están llenos de menciones a la gran gala prenupcial de esta noche, un evento crucial para nuestra familia y para el reino.

"Gran gala prenupcial: Un paso más hacia la unión de las casas reales."
"Layla Al-Rashid y el príncipe Oliver: ¿El matrimonio del siglo?"

Suspiro, cansada de leer siempre los mismos temas, cierro el móvil y continúo comiendo, tratando de no pensar demasiado en lo que se avecina.

De repente, la figura imponente de mi padre aparece frente la puerta del salón.

—Gabriella, necesito que vengas a la sala de reuniones —dice, su tono serio y urgente.

Sigo a mi padre hacia la sala de reuniones. Al entrar, me percato de que no estaremos solos. Me sorprendo al ver a Malik al-Rashid allí, con una sonrisa que me pone en alerta. ¿No estaba Layla con él?

—Bienvenida, princesa Gabriella. —dice él con una aura malévola.

Su sonrisa me inquieta profundamente. Me siento incómoda bajo su mirada, pero intento mantener la compostura. Asiento y le devuelvo el saludo.

—Te hemos llamado porque hemos recibido amenazas de la Casa Al Saúd respecto a la gala de esta noche. —dice mi padre con voz grave.

—¿Amenazas? —pregunto, preocupada.

—Hemos aumentado la seguridad. —destaca mi padre— Sé que puedes defenderte bien; me he asegurado que así sea desde pequeña. Pero necesitamos que cuides y tengas un ojo puesto en Layla.

Asiento, entendiendo la gravedad de la situación. La seguridad de Layla es ahora mi prioridad, no solo por las amenazas, sino también porque empiezo a darme cuenta de cuánto me importa.

—Haré lo que sea necesario para mantenerla a salvo. —respondo con determinación.

Malik sonríe con desdén, y suelta un comentario despectivo sobre su hija:

—Ella nunca ha sabido defenderse por sí sola. Siempre ha necesitado que alguien la cuide.

Ese comentario me enfurece, y sin pensarlo dos veces, le respondo:

—Layla es perfectamente capaz de valerse por sí misma. Quizás el problema no es su capacidad, sino la falta de apoyo que ha recibido.

Mi padre se gira hacia mí, su expresión severa.

—¡Gabriella, suficiente! —exclama, disculpándose con Malik— Mis disculpas por su comportamiento.

Malik levanta una ceja, sorprendido por mi defensa. Mi padre me toma del brazo y me aparta bruscamente.

—¿Qué te pasa? —me pregunta en voz baja, intentando mantener la compostura.

Suspiro enfurecida, tratando de controlar mi rabia. No le respondo de inmediato, pero él insiste.

—Gabriella, necesito que me respondas.

Lo miro fijamente, mi voz baja, pero llena de indignación.

—¿Cómo puedes permitir este tipo de comentarios, padre? —le acuso— Deberías defender la dignidad de Layla, no permitir que la menosprecien. Va a formar parte de nuestra familia y no debe seguir tratándola así.

Él cierra los ojos, respirando hondo, y luego abre los ojos lentamente, con una expresión de resignación.

—Gabriella, sé que los comentarios de Malik no son adecuados, pero ahora son aliados. Debemos priorizar lo que el acuerdo puede ofrecer a Luxemburgo.

—¿Aliados? —le recrimino—. ¿De qué sirve todo esto si no podemos proteger la dignidad y las vidas inocentes? Como soberano, deberías ver el costo humano de tus decisiones.

Mi padre suspira, pareciendo más cansado que nunca.

—Las decisiones que tomamos no son fáciles. Ya hemos enviado las primeras tropas al Emirato Al-Nur. Todo va acorde con el plan.

Me quedo paralizada al escuchar eso. ¿Ya han enviado las tropas? Esto no se suponía que empezaría hasta que el compromiso fuera oficial. Ahora entiendo aún más las amenazas de la Casa Al Saúd.

—Oliver estaba enterado del caso. —añade mi padre, sorprendiéndome aún más.

—¿Qué? —pregunto, sin poder ocultar mi sorpresa y confusión.

—Sí, Oliver sabía de los planes y estuvo de acuerdo en adelantar la misión. Necesitamos mantener la unidad en nuestra familia y con nuestros aliados. La seguridad y el futuro de Luxemburgo dependen de ello.

Mi mente está en caos, tratando de procesar toda esta nueva información. Oliver sabía y estuvo de acuerdo. Las tropas ya están en marcha. Y ahora tengo que proteger a Layla, no solo de amenazas externas, sino de la complejidad y peligro que este acuerdo representa.

—Entiendo. —digo finalmente, aunque mi corazón y mi mente están en desacuerdo.

Con un suspiro, me aparto de mi padre y me dirijo nuevamente a mi habitación. Allí, saco mi móvil y llamo a Liam y Sheila. Después de unos tonos, Sheila contesta preocupada.

—Gabriella, tenemos que prepararnos para la gala. ¿Qué pasa?

—Es muy urgente, Sheila. Debemos vernos ya, en el Café Royal, en cinco minutos.

Ella suspira al otro lado de la línea, pero su tono se vuelve serio.

—Entendido, nos vemos allí.

Cuelgo y me apresuro hacia el garaje. Enciendo el motor del coche, que suena con un rugido potente, y arranco, mis pensamientos desbordándose en mi mente como nubes de tormenta.

Mientras conduzco, el peso de la incertidumbre sobre el futuro me abruma. Si la seguridad de Layla ya era una prioridad, ahora, con las tropas en marcha, la situación se ha vuelto aún más delicada. Debo revelarle todo lo que sé; es una de las condiciones que me hizo prometer en la apuesta. Pero, ¿realmente debería hacerlo? ¿Es lo que necesita ahora mismo, o solo la hundiría en una mayor ansiedad?

Llegando al Café Royal, aparco el coche y me apresuro hacia la entrada. Sheila y Liam ya están allí, esperándome con expresiones preocupadas que reflejan mi propio tumulto interior.

—¿Qué está pasando, Gabs? —pregunta Liam, su mirada inquieta al instante.

—Tenemos que hablar —digo, tratando de mantener la calma mientras nos dirigimos a una mesa apartada en el rincón del café.

Nos sentamos, y antes de que puedan articular otra palabra, empiezo a desglosar la situación con una mezcla de urgencia y temor.

—Recibimos amenazas de la Casa Al Saúd para la gala de esta noche. La seguridad se ha incrementado, pero mi padre quiere que cuide especialmente de Layla. Además, ya han enviado tropas al Emirato Al-Nur. Oliver sabía de esto y estuvo de acuerdo.

Sheila y Liam intercambian miradas, sorprendidos por la magnitud de la revelación.

—¿Tropas ya enviadas? —pregunta Sheila, su voz, apenas un susurro, como si hablarlo en voz alta pudiera desatar algo aterrador— Eso es un movimiento enorme. ¿Qué piensas hacer?

—Mi prioridad es proteger a Layla. —respondo con firmeza— Y debemos asegurarnos de que la gala transcurra sin incidentes.

Sheila y Liam se miran de nuevo, sus rostros reflejando una mezcla de incredulidad y preocupación.

—¿Oliver está al tanto de todo esto? —pregunta Liam, su voz cargada de sorpresa.

—Sí, Oliver sabía de esto y estuvo de acuerdo en adelantar la misión. Todo esto cambia muchas cosas. —Asiento, tomando un sorbo de mi café para intentar calmar mis nervios.

Sheila frunce el ceño, claramente perturbada por la revelación.

—Pero... él no sería incapaz de permitir un genocidio, ¿no? —pregunta, su voz temblando con la inquietud que también me inunda.

—Eso creía yo también. —respondo, apretando la taza con fuerza— Pero ahora no estoy tan segura.

Liam se inclina hacia adelante, sus ojos brillando con determinación.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora? No podemos quedarnos de brazos cruzados.

—Primero, debemos proteger a Layla durante la gala. —digo, mi voz firme y clara— No sé cuáles serán los próximos movimientos de la Casa Al Saúd, pero debemos estar preparados para cualquier cosa.

Liam asiente, su expresión decidida.

—Cuenta con nosotros, Gabriella. No permitiremos que nada le pase.

Me siento agradecida por tener amigos tan leales en estos momentos.

—Gracias, chicos. Solo espero que la gala transcurra con normalidad. —digo, inyectando un poco de esperanza en mis palabras.

En el camino de regreso al palacio, mi mente se agita con pensamientos de lo que está por venir. Debo hablar con Oliver. No entiendo por qué ha tomado una decisión tan precipitada... él no es así. Algo más debe estar ocurriendo, algo que no comprendo del todo.

Al llegar al palacio, corro hacia mi habitación, repasando el plan que he elaborado con Liam y Sheila. Sé que debo confesarle la verdad a Layla, pero una parte de mí, duda. No quiero preocuparla; ella no sabe que ya han comenzado a enviar tropas al Emirato Al-Nur.

—¿Qué debo hacer? —susurro, sintiendo el peso de la incertidumbre aplastarme.

Sobre mi cama reposa el vestido que usaré para la gala, junto a todos los accesorios cuidadosamente seleccionados. Las horas se deslizan rápidamente mientras me visto con esmero, ajustando cada pliegue del tejido y arreglando mi larga melena rubia.

Termino de aplicar el maquillaje y me observo detenidamente. La preocupación me abruma tanto que no logro apreciar el look que he creado. Con un leve suspiro, recojo todo y salgo de mi habitación, decidida a enfrentar la noche que se avecina.

Me dirijo al Grande Salle de Lumière, el lugar donde se llevará a cabo la gala. Al entrar, quedo maravillada por la grandeza del salón. Los altos techos, adornados con frescos detallados, y los candelabros de cristal, iluminan suavemente el ambiente, creando una atmósfera casi mágica.

Mientras me adentro, veo al personal afanándose en los últimos detalles: mesas cubiertas con manteles de seda blanca y centros de mesa repletos de flores frescas adornan el espacio, cada elemento meticulosamente dispuesto para dar la bienvenida a la noche.

El aire está impregnado de un suave aroma a flores y el murmullo de conversaciones se mezcla con la música suave que resuena en el fondo, creando un ambiente mágico.

De repente, mi atención se centra en las escaleras del gran salón. Mi corazón se acelera al ver a Layla descendiendo con su precioso vestido verde esmeralda.

La tela fluye a su alrededor como una cascada de seda, resaltando cada uno de sus movimientos gráciles. Sus tacones, que yo misma elegí para ella, hacen que cada paso resuene con elegancia, resonando en el suelo de mármol con un eco que parece detener el tiempo.

La sorpresa es aún mayor cuando noto que no lleva el hiyab. Su cabello marrón y ondulado cae libremente sobre sus hombros, brillando bajo las luces del salón. En ese instante, me siento como si el mundo a mi alrededor se desvaneciera. 

Todos los invitados, los murmullos y las risas, se convierten en un suave murmullo de fondo mientras la observo.

Pero es su sonrisa sincera lo que realmente ilumina la habitación. Me doy cuenta de que, a pesar de la tensión que me ha acompañado durante el día, el simple acto de verla sonreír provoca un cálido cosquilleo en mi interior.

En ese momento, mientras la observo avanzar con confianza y libertad, me doy cuenta de que, por más que lo haya evitado, este encuentro marcará un antes y un después en mi vida.

Y puedo admitir finalmente que, he quedado completamente cautivada por ella.

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