(12) Nuevos horizontes
Han pasado las horas, y el cielo fuera de mi ventana ha empezado a aclararse con los primeros rayos del amanecer.
Estoy tumbada en la cama, mirando al techo, incapaz de encontrar el descanso que tanto necesito. Las palabras de Gabriella siguen retumbando en mi mente: su inesperada disculpa, la mención de la apuesta, y la insinuación de que Oliver... ¿Me está empezando a ver de otra manera?
El sol está ya completamente visible cuando escucho un suave golpeteo en la puerta de mi habitación.
—Layla, ¿puedo entrar? —es la voz suave y familiar de Aisha.
—Sí, adelante —respondo, esforzándome por sonar más tranquila de lo que realmente me siento.
Aisha entra con cuidado, cerrando la puerta tras de sí, pero al verme sin el hiyab, sus ojos se abren de par en par, reflejando sorpresa y algo de confusión. Nunca me ha visto así, tan... vulnerable. Me siento expuesta, pero, de alguna manera, no me molesta.
—Oh, señorita Layla... —murmura, claramente intentando no incomodarme—. Lo siento, no quise sorprenderte. Si deseas que salga para que te lo pongas, puedo esperar afuera.
Niego suavemente con la cabeza, esbozando una pequeña sonrisa.
—No pasa nada, Aisha. Contigo me siento segura —digo, mi voz calmada pero firme—. Eres alguien en quien confío, y quiero que me veas como soy de verdad, sin barreras.
Aisha se queda inmóvil por un momento, pero luego su rostro se ilumina con una sonrisa cálida y sincera. Hay una emoción visible en sus ojos que me reconforta.
—Gracias, señorita. Eso significa mucho para mí.
Aisha se sienta a mi lado, su presencia siempre reconfortante y calmada, observándome con esa mirada que invita a confiar. Su voz suave, cargada de empatía, rompe el silencio:
—Parece que tienes muchas cosas en la cabeza. ¿Necesitas hablar con alguien?
Respiro hondo, reuniendo el coraje para decir en voz alta lo que he estado guardando dentro de mí durante tanto tiempo.
—Aisha, hay algo que necesito contarte... —Mi voz se quiebra ligeramente al inicio, pero me esfuerzo por seguir adelante—. Es sobre la apuesta que tengo con la princesa Gabriella.
La sorpresa cruza el rostro de Aisha, sus ojos se agrandan, pero mantiene su compostura.
—¿Apuesta? —pregunta, sus palabras suaves, pero llenas de curiosidad.
Asiento, sintiendo el nudo en mi estómago, apretarse más.
—Sí —digo, bajando la mirada—. Debo ganarme la confianza del príncipe Oliver y convencerlo de que abdique. Si lo logro, sus padres no tendrán más remedio que cederle el trono a Gabriella. Quién me ha asegurado que me dará los recursos necesarios para tomar la lucha de otra manera, sin que mi pueblo sufra...
El silencio se instala entre nosotras por un momento. Aisha parece procesar lo que acabo de decir, su expresión cambia de asombro a preocupación. Finalmente, habla.
—Layla... eso es muy arriesgado. —dice con suavidad, su tono lleno de empatía— ¿Cómo te sientes respecto a todo esto?
—Confundida. —admito— Al principio acepté porque pensaba en la seguridad de mi gente, de mi familia. Pero ahora, cada vez que paso tiempo con Oliver... —Hago una pausa, buscando las palabras adecuadas— Me doy cuenta de que él es solo una marioneta más. Es una persona con sus propios sueños, con una vida que no eligió del todo. Es amable, generoso... No sé si puedo seguir adelante con esto sin lastimar a alguien que no lo merece.
Aisha asiente despacio, sus ojos reflejan comprensión.
—Lo entiendo —dice con suavidad, y luego añade, con una mezcla de cautela y curiosidad—. ¿Y qué hay de la princesa Gabriella? —pregunta—. ¿Cómo te sientes respecto a ella?
El solo escuchar su nombre hace que mi corazón se agite, y no estoy segura de por qué. Bajo la mirada, jugando con mis manos mientras trato de encontrar la manera de explicar lo que siento.
—Gabriella... —susurro, notando cómo mi pecho se aprieta aún más—. Al principio, pensé que solo me veía como un obstáculo, alguien con quien competir. Pero cuanto más la conozco, más me doy cuenta de que hay algo más detrás de su fachada. Es fuerte, decidida... pero a veces deja entrever una vulnerabilidad que no esperaba. Y... cuando está cerca de mí, me siento... diferente.
Aisha me mira, parece analizar bien sus próximas palabras.
—Layla... ¿crees que te gusta Gabriella?
El mundo parece detenerse de golpe. Me congelo, incapaz de respirar. ¿Me gusta? Mi mente se dispara en mil direcciones, el pánico crece dentro de mí como un torbellino descontrolado. Gabriella es una chica.
Una chica.
Esa palabra retumba en mi cabeza como una sentencia. En mi cultura, una relación entre personas del mismo sexo es no solo prohibida, sino inconcebible. ¿Qué diría mi padre? ¿Mi familia?
El peso de esas preguntas cae sobre mí como una losa. Todo lo que siempre he sabido, todo lo que me han enseñado, choca violentamente con este sentimiento confuso que no puedo controlar.
Crecí con la certeza de que mi destino estaba trazado: casarme con un hombre, formar una familia, seguir el camino que mi cultura y mis tradiciones dictan. El amor, según mi familia, solo puede existir entre un hombre y una mujer. Lo contrario es impensable.
¿Cómo podría siquiera atreverme a sentir algo por otra mujer? El nudo en mi garganta se aprieta aún más, casi no puedo respirar.
—Es imposible, Aisha. —digo finalmente, mi voz temblando con una mezcla de desesperación y negación— Gabriella es una chica. ¿Cómo... cómo se te ocurre preguntarme eso?
Mis palabras salen como una explosión, pero no son dirigidas a ella, sino a mí misma, como si al decirlas en voz alta pudiera borrar lo que estoy empezando a sentir.
—Lo siento —murmura con suavidad—. No quería incomodarte... no quise hacerte sentir mal.
Ver su expresión herida me hace sentir aún peor. No es culpa de Aisha, y lo sé, pero la confusión y el miedo me tienen atrapada en una maraña de emociones que no sé manejar. Todo esto es demasiado.
—Aisha, lo siento... —suspiro, tratando de calmar el caos en mi cabeza—. No... no quise reaccionar así.
Aisha asiente aún entristecida.
Nos quedamos en silencio por un momento, y siento la tensión en el aire. Ella desde que he llegado ha sido mi confidente, mi única amiga, y odio verla herida por mis propias inseguridades y conflictos internos.
—Gracias por estar aquí para mí. —digo suavemente— Realmente lo aprecio.
Ella posa su mano sobre la mía y me sonríe.
—Siempre estaré aquí para ti, Layla. Pase lo que pase. Después de todo, ya somos amigas, ¿no?
Sonrío y asiento, sintiendo una calidez en mi corazón.
Una vez con el hiyab puesto, salgo de la habitación y me dirijo al comedor.
Ahí están Oliver y Gabriella, sentados a la mesa en completo silencio, con enormes gafas de sol que cubren la mitad de sus rostros. El ambiente es denso de resaca, y el simple hecho de verlos así me llena de una divertida satisfacción. Parecen dos celebridades ocultándose de los paparazzi... solo que, en este caso, se están escondiendo de su propio malestar.
Me detengo en la puerta, disfrutando de la escena por un segundo más antes de anunciarme.
—¡Buenos días! —digo con una energía mucho mayor de la que probablemente pueden soportar.
Oliver se quita las gafas apenas lo suficiente como para dejarme ver el desastre que tiene en los ojos: rojos, hinchados, como si no hubiera dormido en años. Gabriella, por su parte, simplemente emite un quejido, ajustando las gafas para cubrirse aún más, como si mi voz fuera un rayo de sol directo a su cerebro.
—Esto no es lo que parece. —dice Oliver rápidamente, pero su intento de parecer normal se cae a pedazos por el simple hecho de que no puede ni mirarme a los ojos sin parecer que está sufriendo.
—¿Ah, no? —respondo, cruzándome de brazos y esbozando una sonrisa traviesa— Porque desde aquí parece que os estáis recuperando de la peor resaca de vuestras vidas.
Gabriella suelta un largo resoplido desde detrás de sus gafas, claramente malhumorada.
—¿Podrías bajar la voz? —murmura en tono lastimero— Mi cabeza va a explotar.
—Ah, claro, por supuesto. —respondo, adoptando un tono exageradamente suave y cuidadoso— No querría empeorar esa jaqueca monumental que debes tener...
Gabriella me lanza una mirada asesina, aunque está apenas visible detrás de las gafas, mientras Oliver, ahora con el rostro enrojecido de vergüenza, sacude la cabeza.
—Anoche fue... demasiado. —admite él finalmente, frotándose las sienes— Perdimos la noción del tiempo.
—Parece que también perdisteis la noción de vuestra tolerancia al alcohol —comento, mientras me sirvo una taza de té y me siento con mi desayuno.
Gabriella no dice nada más, simplemente se apoya en la mesa con las manos en la frente, como si necesitara sostener su cabeza para que no cayera. Oliver, en cambio, trata de mantener la compostura.
—Bueno, espero que os hayáis divertido anoche —añado—. Aisha y yo tuvimos una noche mucho más tranquila.
—Eso suena... mucho mejor —responde Oliver, cerrando los ojos detrás de las gafas como si solo el simple acto de hablar le costara esfuerzo.
Gabriella, sin mover la cabeza ni un centímetro, añade con la voz apagada:
—Tranquilo suena... ideal ahora mismo.
Miro a Gabriella por un instante, recordando la madrugada en el jardín, y una pequeña chispa de nerviosismo me cruza por la mente. ¿Se acordará de lo que pasó? Pero al ver su estado actual, decido no mencionarlo.
Por ahora, es mejor dejarlo pasar.
—Entonces, ¿qué planes tenéis para hoy? —pregunto, intentando mantener la conversación ligera.
Antes de que Oliver o Gabriella puedan responder, la puerta se abre de golpe y alguien interrumpe la conversación.
—Tengo que hablar con mi hijo sobre unos temas privados. Por el momento, mi hija te acompañará a comprar ropa para la gala prenupcial. —dice el duque Henri al entrar al salón, su voz resonando con autoridad.
La familiaridad y confianza que había sentido hace un momento se desvanecen al instante cuando veo a mi padre entrar detrás de él. Su fría mirada me atraviesa, transmitiendo más que mil palabras.
—Antes de irnos, necesito hablar con mi hija a solas —dice él, su tono firme y autoritario, como si no se admitieran preguntas.
Siento cómo el corazón me late con fuerza mientras asiento y le sigo hacia una sala privada adyacente. Un nudo se forma en mi garganta al estar frente a él de nuevo, y la tensión entre nosotros es palpable.
—¿Qué necesitas de mí, padre? —pregunto, esforzándome por mantener la compostura, aunque mi voz tiembla ligeramente.
Él me mira con intensidad, como si estuviera evaluando cada palabra que sale de mis labios.
—Solo quiero que me informes de tu progreso. ¿Te estás adaptando bien? ¿El príncipe está sintiéndose a gusto contigo? —su tono es tan impersonal que podría estar hablando de un negocio más que de su propia hija.
—Sí, padre. El príncipe es muy amable conmigo. Estoy intentando estar para él en lo que haga falta —respondo, consciente de que esto es lo que quiere escuchar.
La mención de Oliver parece satisfacerlo, aunque su expresión permanece inmutable, como una máscara de piedra.
—Recuerda que la gala para celebrar la noticia del compromiso es en unos días. Debes asistir, pero no debes hablar con nadie, y mucho menos con la prensa. Deja lo de hablar a Oliver. Yo ya le estaré diciendo qué es lo que tiene o no tiene que decir.
Asiento, intentando no mostrar mi inquietud.
—Padre... —empiezo con temor— ¿Deberé llevar el hiyab para la gala de presentación?
Mi padre frunce el ceño, su rostro se oscurece en un arrebato de ira.
—¿Qué cojones estás diciendo?—brama, su voz llena de furia.
Por primera vez en mi vida, encuentro el valor para responder con firmeza.
—Tú fuiste quien dijo que yo debería adaptarme a las costumbres de mi nuevo país —digo, tratando de mantener la calma, aunque por dentro estoy temblando.
Esto lo enfurece aún más. Me agarra del brazo, apretándolo con fuerza.
—No te atrevas a desafiarme, Layla. Tienes que recordar cuál es tu lugar y lo que está en juego aquí. No te desvíes de tus obligaciones.
El dolor en mi brazo es intenso, pero intento no mostrarlo. Solo asiento, sin palabras, esperando que su ira se disipe. Finalmente, me suelta con un gesto brusco y se aleja, dejándome sola en la sala.
Respiro profundamente, tratando de calmarme. Quiero gritar, gritarle al mundo, mostrarme como soy. Pero tengo demasiado miedo. Necesito unos minutos más para mí misma antes de poder abandonar la habitación y regresar al salón.
Al entrar, solo encuentro a la duquesa María Teresa, quien está ayudando al personal de cocina a retirar los platos. Al verme sonríe, su rostro iluminado con una calidez maternal.
—Buenos días, Layla. Gabriella ha ido a cambiarse a su habitación. Me ha pedido que te informe que la esperes afuera. ¿No es emocionante un día de compras entre chicas? —dice, llena de felicidad.
—Nunca he tenido la oportunidad de ir de compras con alguien. Siempre he ido sola —respondo, tratando de mantener la conversación ligera, aunque me siento un poco fuera de lugar.
La duquesa me mira con una mezcla de sorpresa y simpatía.
—Es una gran oportunidad para conocer a mi hija. —comenta, su tono lleno de apoyo.
—Déjame ayudarle. —me ofrezco con amabilidad para ayudarla a retirar la mesa.
—Muchas gracias. —responde ella con una sonrisa, gratificada por mi oferta.
Mientras la ayudo, un silencio cómodo se apodera de la escena. Solo se oyen nuestros pasos ligeros y el tintineo de los platos mientras nos movemos por la sala. De repente, la expresión relajada de la duquesa cambia y se vuelve más seria.
—Sé que Gabriella puede ser una chica difícil, a veces. —dice, mirándome directamente a los ojos— Siento que parte de que sea así es culpa mía. Desde pequeña, siempre ha vivido a la sombra de su hermano. Ha hecho todo lo posible por destacar, y tiene mucho potencial, pero, por desgracia, como marcan las tradiciones, no es la heredera.
La duquesa se acerca un poco más y posa una mano sobre mi hombro.
—Gabriella es fuerte y decidida, pero también es vulnerable. Espero que puedas ver ese lado de ella algún día. Tal vez esta salida juntas os ayude a entenderos mejor.
—Lo intentaré, duquesa. Quiero darle una oportunidad y conocerla mejor. —respondo con sinceridad.
—Gracias, Layla. Eso significa mucho para mí. —dice la duquesa, volviendo a sonreír— Ahora, ve y diviértete.
Me despido de ella y salgo del salón, dirigiéndome hacia la entrada. Al llegar allí, me detengo y miro alrededor, esperando encontrar a la princesa. Sin embargo, todavía no ha llegado.
Pienso en lo que me dijo la duquesa. Gabriella siempre ha vivido a la sombra de su hermano y ha hecho todo lo posible por destacar. A pesar de su fuerza y determinación, también tiene un lado vulnerable. ¿Es eso lo que me atrae de ella? ¿Esa mezcla de fortaleza y vulnerabilidad?
—¿Y ahora por qué no puedo sacármela de la cabeza? —digo frustrada, apenas audible.
—¿Qué has dicho? —una voz detrás de mí me revela que ya no estoy sola.
Me giro, sorprendida, y veo que Gabriella ya ha llegado. Su cabello brilla bajo la luz, y aunque lleva las gafas de sol, su expresión curiosa se asoma por encima de la montura.
—¿Sacar el qué? —me pregunta, con curiosidad.
—Nada, solo estaba hablando conmigo misma —respondo, tratando de parecer despreocupada.
Es entonces cuando me percato de que la princesa aún lleva las gafas de sol puestas, y no puedo evitar reírme.
—¿De qué te ríes? —pregunta ella, arqueando una ceja, un gesto que parece más cómico que autoritario.
—El alcohol pudo contigo, anoche —digo, burlona, disfrutando del momento ligero.
Gabriella me da un suave golpe en el hombro, haciendo que sonría aún más.
—No te burles de mí. Recuerda que ante todo soy una princesa —responde, divertida, aunque puedo ver un destello de complicidad en su mirada.
Ante la ausencia de un vehículo que nos venga a recoger, no puedo evitar preguntar:
—¿Vamos a ir con vehículo privado? Hace rato que espero y no llega nadie.
La princesa sonríe con picardía y me muestra unas llaves de coche en la mano.
—Hoy vamos con mi coche —dice, orgullosa.
La sigo hasta el garaje real, y me quedo impresionada al entrar. Es un espectáculo por sí mismo, lleno de una variedad de coches que van desde deportivos modernos hasta clásicos antiguos.
Las luces del techo reflejan en las superficies impecables de los vehículos, cada uno brillando con un cuidado meticuloso. Hay modelos de Ferrari, Lamborghini, Aston Martin e incluso algunos coches clásicos de colección que parecen sacados de un museo.
Mientras admiro la colección, Gabriella da pequeños saltos de emoción y se dirige hacia un coche deportivo rojo. Cuando llega, lo abraza como si fuera un pequeño bebé.
No puedo evitar burlarme de ella.
—¿De verdad lo abrazas? —le digo, con una sonrisa divertida.
La princesa se vuelve hacia mí, aún abrazando el vehículo.
—Lo harías también si tuvieras un coche como este —responde, sonriendo con orgullo.
Me atrevo a acercarme un poco más, y su entusiasmo es contagioso. Las curvas del coche parecen bailar bajo la luz, y no puedo evitar imaginarme al volante, sintiendo la velocidad.
Ambas entramos en el vehículo, y Gabriella enciende el motor. El rugido llena el garaje, vibrando con una potencia que me hace sonreír de emoción. Sin perder más tiempo, pone rumbo hacia nuestro destino.
—Layla, ¿tienes carnet de conducir? —me pregunta, llena de curiosidad.
Bajo la mirada instintivamente.
—No. Mi padre nunca me ha dejado —respondo con sinceridad, un ligero tono de melancolía asoma en mi voz.
Gabriella no dice nada más, pero sé que está esperando el resto de la historia. Tomo una respiración profunda, sintiendo la necesidad de ser honesta.
—En nuestra cultura, —comienzo lentamente, buscando las palabras adecuadas— especialmente en familias tradicionales como la mía, las mujeres tienen ciertas restricciones. Mi padre siempre ha sido muy estricto con las costumbres. Para él, la idea de que yo conduzca no es apropiada. Además, cree que una mujer debe estar acompañada siempre, y conducir nos daría una independencia que no considera adecuada.
Gabriella me escucha atentamente, pero, aunque sus ojos estén concentrados en la carretera, la veo fruncir el ceño al escuchar lo que le digo.
—Es frustrante. —continúo— No es solo el hecho de no poder conducir, sino lo que representa. La falta de libertad, la constante supervisión... A veces me siento como si viviera en una jaula dorada.
Es entonces cuando la princesa, sin despegar la vista de la carretera, dice:
—¿Y por qué no lo haces y ya está? ¿Por qué tienes que depender de él ahora que ya ha decidido por ti que no vivirás más en tu país? Tienes la oportunidad de ser libre, de tomar tus propias decisiones. No dejes que las cadenas que él te ha puesto sigan controlando tu vida.
Sus palabras me dejan sin aliento. Sé que tiene razón. Nunca había considerado desafiar tan abiertamente las decisiones de mi padre, y es sorprendente que la princesa piense igual que yo.
Finalmente, Gabriella aparca el coche y se gira hacia mí, mirándome a los ojos.
—Solo tú puedes decidir sobre ti misma. Es por eso que vamos a empezar a hacerlo ahora. —dice, con una sonrisa traviesa antes de bajar del coche.
Me bajo del vehículo y la sigo, sintiendo un ligero escalofrío de emoción recorrerme.
—Bienvenida a la boutique más prestigiosa de Luxemburgo: Le Maison de l'Élégance. —anuncia Gabriella con un gesto dramático.
⫷ ⫸⫷ ⫸⫷ ⫸
¡Holaaa queri@s Lectores!
Solo quería recordaros que...
<3 ¡Me ayuda mucho recibir votos y comentarios vuestros! <3
🔥 Así que si os animáis, no dudéis en comentar y votar en los capítulos. 🔥
Muchas Gracias, espero que os quedéis hasta el final ;)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro