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15. ¿Por la ventana?

Diviso a Gavin a lo lejos, así que sin dudarlo me detengo de golpe y giro sobre mis talones, para comenzar a caminar a paso rápido lejos de él.

Desde la fiesta a la que fuimos intento evitarlo lo más que puedo. Así como decidí no responderle y no contarle la verdad sobre por qué me acerqué a Ezra ese día, también siento extraño el pensar que quizá le gusto.

No porque crea que no pueda gustarle -bueno, en realidad sí lo creo-, sino porque no quiero confundir las cosas y quedar como tremenda idiota.

Entonces, desde entonces, las cosas han sido algo extrañas y prefiero evitarlo a toda costa.

Lo chistoso aquí es ver a Ezra al final del pasillo hacer exactamente lo mismo que yo hice con Gavin: evitarme.

Ayer en la cafetería se dedicó a esquivar cada pregunta que tenía para hacerle, de hecho, hizo tan rápido el ejercicio de cálculos que no me dio ni tiempo a revisarlo, porque se levantó con la excusa de que su moto había sido arreglada y debía de ir a buscarla, que sin dudarlo agarró sus cosas y se marchó.

Voy tan distraída que me sorprendo cuando alguien me toma del brazo con bastante fuerza y me hace girar de manera brusca, de inmediato me encuentro con los ojos de Sierra.

—No creas que estas ganando, idiota —asegura cerca de mí rostro, sin apartar sus ojos de los míos, sobre todo, sin soltar su agarre de mí brazo—. No sé qué truco estés usando con Ezra, pero créeme, lo conozco y sé perfectamente que jamás podría gustar de alguien como tú.

Me suelto de su agarre de manera brusca, pero no me alejo ni un milímetro de ella.

Lo he dicho antes y lo mantengo, Sierra no me asusta y quiero hacérselo saber.

—Tú no conoces para nada a Ezra —afirmo de manera lenta, y también sin alejar mi mirada de la suya—, sólo quieres creer que sí para sentirte segura, pero sabes perfectamente que no es así. Deja el juego, Sierra. Esto ya es absurdo.

La comisura derecha de sus labios se levanta hacia arriba al mismo tiempo que su ceja izquierda, mientras me otorga una mirada llena de burla.

—Es en serio que te crees la gran cosa —comenta entre sorprendida y divertida, mientras que yo alzo un poco mi barbilla para demostrarle que no me creo, lo soy—. ¿Cómo puedes creer que alguien realmente puede gustar de ti, Ava? —Se le escapa una pequeña risa, pero en ningún momento deja de mirarme a los ojos—. ¿Es que no te viste? O sea... mírate en un espejo, en serio —pide, mirándome de pies a cabeza de manera lenta, dando un paso lejos de mí a la vez que me señala de cuerpo completo con su mano—. No es que solamente no eres atractiva por donde se te mire, Ava, eres más que eso, generas más que eso —asegura con una seriedad que nunca antes me había entregado. De hecho, creo que es la primera vez que me llama por mi nombre y no por absurdos sobrenombres—. Da asco y repulsión de sólo verte, Ava Malkovich. Abre los ojos y deja de creerte la gran cosa porque realmente es penoso eso.

Sin decir más, me guiña un ojo como si acabara de darme el consejo más grande de mi vida y pasa a mi lado chocando su hombro contra el mío, para alejarse de mí a paso firme.

Me quedo en mi lugar sin poder moverme, procesando sus palabras.

Sé que no debería creerlas, pero a veces las palabras son poderosas y, sobre todo, muy dolorosas.

Quizá antes se me era más fácil ignorarlas, porque me lo decían a través de insultos o "bromas" según ellos, pero ahora me lo ha dicho con una seguridad y seriedad que... me ha resultado difícil ignorar.

Siento un nudo en mi garganta que me está costando desparecer, pero eso no es lo peor, sino el hecho de que mi respiración está acelerada de repente.

Miro a mi alrededor, notando como varios de los presentes empiezan a reírse de mí y a señalarme, para luego ver como más se empiezan a unir a ellos y comienzan a rodearme.

Me pego a los casilleros, sintiéndome acorralada y sin escapatoria, mientras intento respirar ya que el nudo en mi garganta me lo impide.

Llevo las rodillas a mi pecho e intento esconder mi rostro entre ellas y mis brazos, pero las risas no cesan, cada vez son más fuertes y mi respiración es más acelerada.

Me voy a morir aquí y ninguno es capaz de ayudarme.

Alzo la cabeza sin importarme sus risas, pero cierro mis ojos, los cuales están llorosos, y con todas mis fuerzas intento volver a respirar pero no puedo, me duele el pecho y me arde la garganta con cada intento.

—¡Ava!

Escucho que gritan a la lejanía, así que me obligo a abrir los ojos para encontrarme con la mirada preocupada de mis mejores amigas.

Max hace a un lado a Tess, quien me sigue hablando, pero realmente no puedo escucharla con normalidad, para posicionarse delante de mí y con un movimiento de manos indicarme cómo respirar.

Intento inhalar siguiendo el ritmo de su mano que sube, para luego exhalar de la misma forma. Repetimos esto varias veces, hasta que mis oídos se destapan y mi respiración comienza a normalizarse de a poco.

Veo de reojo a nuestro alrededor, notando que la verdad no había nadie riéndose de mí y ahora solo hay algunos alumnos mirándome, como yo, de reojo y curiosos por lo que me ocurrió.

Todo fue una mala pasada provocada por mi imaginación.

Centro mi mirada nuevamente en Max, quien sigue moviendo su mano de manera lenta de arriba a abajo.

—¿Mejor? —pregunta luego de unos segundos más y asiento con la cabeza.

—Sí —respondo con un hilo de voz—. Gracias.

Por primera vez desde que nos conocemos, Max hace algo que me sorprende.

Me abraza.

No lo dudo ni dos segundos y rodeo su cuerpo con mis brazos, escondiendo mi rostro en su hombro.

Una vez Tess me dijo que los brazos de Max transmiten seguridad y paz, o que por lo menos, eso le transmitía a ella cada que la abraza y no se equivoca, porque me transmite tanta seguridad ahora mismo que, sin notarlo, comienzo a llorar desconsoladamente.

Max pasa su mano lentamente por mi espalda, dejándome llorar sobre su hombro.

—Aquí estamos para ti, linda —asegura con voz cautelosa, sin dejar de acariciar mi espalda—. Sé puedes con todo sola, Ava, pero no te lo mereces —menciona, haciendo que mis sollozos cesen por unos segundos, sorprendida por sus palabras—. No te mereces poder con todo esto sola, mereces que alguien esté ahí para abrazarte, darte una mano o una palabra de aliento cuando crees que no puedes más —suspira, sin dejar de acariciar mi espalda y, esas palabras, no hacen más que vuelva a llorar—. No está mal que las situaciones a veces nos sobrepasen, porque siempre sucede, nos sobrepasan cuando solo tenemos dos manos intentando sostener todo, pero debes aprender a pedir ayuda, ya sea que más manos te ayuden a sostener las cosas, o bien, que te ayuden a juntar el agua que se rebasó.

La aprieto más contra mí, sintiendo sus palabras como filosos cuchillos y sé que no los dijo con intención de cortarme, sino para que me diera cuenta que ahí estaban esos cuchillos ya listos.

Abro los ojos, encontrándome con Tess, quien nos mira sin saber qué hacer y sé que está preocupada por lo que me acaba de pasar.

Sin dudarlo estiro un brazo en su dirección, invitándola al abrazo, al cual no duda en unirse.

Luego de unos segundos más abrazadas, decidimos separarnos en cuanto se dan cuenta que ya no estoy sollozando.

Río al sentir las manos de ambas limpiar el rastro de lágrimas en mis mejillas.

—¿Mejor? —inquiere Tess, viéndome preocupada y asiento con la cabeza para tranquilizarla.

—Sí —aseguro, otorgándole un intento de sonrisa, para luego mirar a Max—. Gracias —digo sin pensarlo, haciendo que ella le reste importancia con un movimiento de nariz—. Tienes razón. Puedo con todo sola, pero no me lo merezco, pero siéndote sincera tampoco sé ver qué me merezco y me cuesta mucho pedir ayuda.

—Pues deberías empezar abrir los ojos y a darte cuenta de todo lo que te mereces, porque no es justo para ti que no lo hagas —comenta Max, agarrándome una mano para darme un amistoso apretón.

Antes de que alguna de las tres pueda decir algo, el timbre suena anunciando que hay que volver a clases, pero la verdad es que no quiero.

Ambas se levantan del suelo y cada una me extiende una mano, las acepto y me ayudan a levantarme, para luego las tres comenzar a sacudir nuestro uniforme.

Empiezan a caminar en dirección a los salones, pero me quedo en mi lugar, haciendo que giren a verme.

—No quiero entrar —admito, jugando con la pulsera que me regaló mi mamá.

—¿A esta clase o...? —dice Tess, mirándome curiosa, dejando la frase al aire en cuanto comienzo a negar con la cabeza.

—A ninguna —contesto, sin dejar de jugar con la pulsera—. Quiero irme a mi casa.

Ambas se miran entre sí, para luego volver a verme y Max asiente con la cabeza.

—Claro, nosotras te cubriremos —asegura, sonriéndome de tal forma que sepa que tengo su apoyo—. Puedes ir por la parte de atrás, por donde ingresan la comida. Ahí hay una parte del alambre roto, por donde podrás salir.

Tess y yo la miramos con una ceja alzada, bastante sorprendidas y ella sonríe divertida, pero no dice nada.

Me acerco a ellas para abrazarlas y agradecerles una vez más por ser mis amigas, antes de girarme y comenzar a caminar hacia el lugar indicado por Max.

Para mi sorpresa, tenía razón. Encima de eso, nadie me ha visto y he logrado salir del instituto con bastante facilidad.

Llego a mi casa y me sorprendo al ver a mi mamá en la cocina, creí que estaría trabajando. Bueno, así como yo me sorprendí al verla, ella se sorprendió al verme a mí, porque en teoría, yo debería estar en el instituto.

—Cariño, ¿qué pasó? ¿Estás bien? —cuestiona dejando de cortar un morrón verde, para luego secar sus manos en el mandil que trae puesto.

Creí que ya estaba bien, pero el escuchar esa pregunta hace que el nudo en mi garganta se forme de nuevo y me impida hablar, como así también las lágrimas que empiezan a nublar mi vista me impidan verla con claridad.

Sin dudarlo, corre hacia mí y me funde en uno de sus abrazos protectores, y como hace mucho no ocurría, me permito romperme en los brazos de mi mamá.

Afianza su abrazo en cuanto se me escapa un fuerte sollozo y yo me aferro a su camisa de seda, para evitar caerme, sintiendo la necesidad de sostenerme de algo.

Siento como acaricia mi cabello, al mismo tiempo que empieza a tararear una de mis canciones favoritas en todo el mundo.

Si bien debería calmarme, no hace más que me den ganas de llorar con más intensidad, pero esta vez es por los recuerdos, porque olvidé su voz, porque olvidé lo que se sienten sus abrazos, por todo.

FLASHBACK

—Mami, esos niños volvieron a tirarme del cabello y dicen que soy fea como el patito feo —cuento entre sollozos, de pie en su cuarto de hospital.

Mi mamá suelta un suspiro y estira su mano hacia mí, para que me acerque a ella, así que sin dudarlo lo hago.

Logro subirme a su cama y ella me acomoda entre sus piernas, aprovechando que ya se encontraba sentada gracias a que la cama esta inclinada.

La abrazo y lloro en su pecho, mientras la siento acariciar mi cabello y parte de mi espalda con amor.

Luego de unos segundos o minutos -no lo sé con exactitud- más llorando, siento el pecho de mi mamá vibrar bajo su voz.

—Cómo me apena el verte llorar —empieza a cantar mi canción favorita en todo el mundo—, toma mi mano, siéntela, yo te protejo de cualquier cosa, no llores más aquí estoy —canta en voz baja, para que solo yo la escuche, sin dejar de acariciar mi espalda con dulzura—. Frágil te ves, dulce y sensual, quiero abrazarte y te protegeré, esta fusión es irrompible... No llores más aquí estoy.

—En mi corazón tú vivirás, desde hoy será y para siempre amor... —le sigo la canción, enderezándome solo un poco para mirar a mi mamá y notar que me mira con mucho amor, igual como yo la miro a ella—. Te amo mami.

Apoya su frente con la mía, sin dejar de acariciar mi abultado cabello.

—Y yo te amo a ti, estrellita.

FIN DEL FLASHBACK

Tres días después de eso, mi mamá falleció por cáncer de mama. Se lo detectaron tarde.

Yo en ese entonces era muy chica para darme cuenta que, ese día, mi mamá estaba teniendo un mal día, pero aun así ella no me lo hizo saber y decidió sanar mis dolores y aguantarse los suyos.

Es mi mejor recuerdo, pero también el que más dolor y frustración me causa, porque por más que recuerdo cada mínima cosa, incluida la ropa que tenía puesta, no puedo recordar como sonaba su voz, ni al hablar, ni al cantar. Tampoco recuerdo como se sentía su tacto, sus caricias, no recuerdo nada de eso y me rompe el corazón en mil partes.

Sé perfectamente que uno de las primeras cosas fáciles de olvidar es la voz, pero en serio desearía que no fuera así.

Por otro lado, Daphne desde que mi mamá murió nunca me cantó la canción, siempre me la tararea, pero hasta ahí llega. A veces siento que lo hace porque no quiere hacerme sentir como si estuviera reemplazando a mi mamá, y se lo agradezco mentalmente porque aún sigo insistiendo en recordar su voz, pero otras veces -como ahora- desearía que no la tararee, que me cante la canción realmente.

—¿Qué pasó? —cuestiona con voz calma, una vez que se da cuenta que mi respiración ha mejorado un poco y ya no estoy tan alterada como hace rato.

—Estoy cansada —admito, sin apartarme de ella, sin querer dejar de sentirme segura en sus brazos—. Muy cansada —me corrijo de inmediato, sintiendo mi ceño fruncirse de a poco—. Cansada de los estereotipos, cansada de luchar contra ellos de manera innecesaria pero sintiendo que estoy en una guerra constante debido a la sociedad, cansada de hacer como si las palabras no me dolieran, cansada de las personas, estoy muy cansada de ser yo y no poder encajar en la sociedad.

Siento su pecho elevarse en cuanto inhala, para luego sentir mi cabello moverse debido a su exhalación.

—Me encantaría decirte que no les prestes atención, pero decirte eso sería faltarle el respeto a tus emociones, faltarte el respeto a ti —asegura, sin dejar de acariciar mi cabello—. Como así también, me encantaría que si te digo que eres hermosa, lo aceptes y te des cuenta que es cierto.

—Yo tengo buena autoestima —aseguro, alejándome un poco de ella para mirarla a los ojos—, a veces sí, tengo estos bajones y es normal, el autoestima no siempre está alto, pero... Tengo autoestima.

Veo la duda en los ojos castaños de mi mamá, sobre si decirme las siguientes palabras o no, mientras acaricia mi mejilla con cariño.

La miro seria, asegurándole así que puede decirme lo que quiera.

—¿Es autoestima o un ego protector disfrazado de autoestima? —cuestiona con cuidado, pero segura de lo que dice, sin apartar sus ojos de los míos.

Rompo el contacto físico, para cruzarme de brazos y, de cierta forma, protegerme de esta manera mientras la miro confundida.

—¿A qué te refieres?

Suelta un suspiro y piensa unos segundos sus siguientes palabras.

—A veces, cuando alguien ataca mucho nuestro autoestima hasta destruirlo y dejarlo cenizas, sentimos la urgente necesidad de protegernos con algo al vernos sin armas, y es ahí donde encontramos el ego protector —informa, respetando el espacio que decidí darme y ella también se cruza de brazos—. Tu ego protector hace que en broma, digas que eres la mejor de todas y todas esas cosas que uno cree que debería de pensar de forma segura con autoestima, tu ego comienza a crecer al igual que sus palabras de aliento que no te dejan caer, como que eres hermosa, inteligente y demás.

—No veo lo malo en el ego entonces —comento aún bastante confundida, sin descruzar mis brazos.

—La diferencia entre el ego protector y la autoestima, es que el ego te hace decir que eres la mejor de todas en broma para hacer reír a tus amigos pero que sin embargo piensen que tienes una buena autoestima, mientras que la autoestima no te hace sentir superior a nadie, por ejemplo, sabes que hay miles de chicas hermosas en el mundo, como así también sabes que tú también eres hermosa sin necesidad de hacer, indirectamente, una comparación con las demás —explica calmada, sin apartar ni un segundo sus ojos de los míos—. Cuando uno está muy acostumbrado al ego, lo empieza a disfrazar de autoestima, sin darse cuenta que la autoestima es muchísimo más fuerte que el ego.

»El ego duele cuando te golpean directamente ahí, porque tu cabeza sabe disipar fácilmente esas bromas disfrazadas de verdad que solía hacer el ego, entonces todo dentro de ti duele cuando atacan ahí, porque desaparece, dejándote desprotegida nuevamente —asegura, posando un dedo sobre mi pecho—. Pero la autoestima cariño... Ella se bajonea, sí, porque como dijiste es normal tener días o momentos malos, pero sabe cómo levantarse sola, sabe respetarse y decirse «bien, sé que nada de lo que me han hecho o dicho me lo merezco o sea cierto, pero ahora me duele así que me permitiré sentirme mal».

Miro el suelo y trago saliva, sintiéndome más pensativa que nunca. Suelto un suspiro antes de volver a verla.

—¿Qué crees que tenga yo?

Hace una mueca a la vez que eleva un hombro y suelta un pequeño suspiro.

—Eso no puedo decírtelo yo, cariño —contesta, acariciando mi mejilla al ver que ya descrucé mis brazos—. Debes averiguarlo por ti misma y trabajar en ello. La falsa autoestima es destructiva y peligrosa si no la descubres a tiempo.

—Tengo miedo de hacerlo —admito, refiriéndome a averiguarlo por mí misma.

—Conocerse a uno mismo da mucho miedo, sí, pero luego que se va ese temor descubres que es lo mejor que puedes hacer por ti —asegura, otorgándome una sonrisa cariñosa—, porque... ¿Si no te conoces tú, quién más puede hacerlo?

Sonrío agradecida y me acerco nuevamente a ella para abrazarla.

—Gracias —digo en serio, sintiéndome bien aunque pensativa.

—Siempre —contesta, haciéndome sonreír aún más.

Me alejo de ella y le doy un beso en la mejilla antes de girarme y comenzar a caminar hacia las escaleras, anunciándole que estaré en mi habitación por si necesita algo.

Después de tanto llorar, me ha entrado el sueño post llanto-crisis. Me siento muy cansada de repente.

Me tiro en mi cama sin sacarme el uniforme del instituto y mi cabeza comienza a repasar las palabras de mamá, logrando generarme una gran jaqueca.

¿Cómo descubro cuál tengo yo? ¿Cómo hago para conocerme?

Comienzo a sentir mis párpados pesados, así que en pocos minutos caigo rendida en un profundo sueño.

---***---

Un irritante sonido hace que me queje, pero este no deja de sonar así que estiro mi mano por la cama hasta que siento mi celular y, sin abrir los ojos, contesto la llamada.

—¿Hola? —cuestiono con la voz adormilada y, si la persona del otro lado no me responde en cinco segundos, estoy segura que comenzará a escuchar mis ronquidos.

—Estoy afuera de tu casa.

Eso hace que abra los ojos de inmediato y me siente en mi cama, sintiéndome de repente mareada y muy confundida al notar que todo está oscuro.

¿Qué hora es? ¿Cuánto dormí?

Paso una mano por mis ojos intentando despertarme bien y alejo el celular de mi oreja, para darme cuenta que son las tres de la madrugada.

Me perdí el almuerzo, la cena y... todo el día, básicamente. Estoy segura que dormí más de diez horas.

Estoy muy desconcertada por todas las horas que he dormido, hasta que recuerdo que estoy en una llamada y sus palabras.

—¿Qué estás dónde Ezra? —inquiero llevando nuevamente el celular a mi oreja, estando ya completamente despierta.

—Abajo. En tu puerta —responde y, por el ligero arrastre en sus palabras, sé perfectamente que se encuentra ebrio.

Genial.

Suelto un suspiro y froto mi rostro con mi mano libre.

—Son las tres de la mañana, Ezra, ¿qué haces en mi casa? —inquiero, sintiéndome preocupada de repente—. Vete.

—Sí, las tres de la mañana, la hora en la que el diablo pasa a tocar las puertas de las casas —Se ríe ante eso y frunzo mi ceño confundida—. Qué curioso que ahora esté frente a tu puerta. ¿Seré yo el diablo? —Vuelve a reír y ahora estoy segura que tengo una expresión llena de incredulidad—. Dime, dime, ¿eres tú, diablo mentiroso? Como en el meme ese de...

—Ezra, es tarde, deberías irte o los vecinos podrían llamar a la policía y...

—Me peleé con mi papá —interrumpe con un tono de voz serio.

La respiración se atora en mi garganta en cuanto recuerdo a Gavin hablarme de su papá, y la persona asquerosa que dice que es.

Me quedo en silencio por unos segundos que parecen minutos, debatiéndome sobre qué hacer, cuando vuelvo a escuchar su voz a través del celular.

—No tengo a dónde ir —admite y puedo jurar que la voz se le quebró—, tampoco se me ocurría a dónde más ir. Necesito hablar con alguien, Ava —comenta y siento de repente una gran opresión en mi pecho—. No, la verdad es que necesito hablar contigo.

Suelto un suspiro y mis hombros se relajan, haciendo que caiga en cuenta de lo tensa que me encontraba.

—Yo... Me encantaría ayudarte Ezra, pero mi mamá me llega a escuchar y...

—Puedo subir por la ventana —propone de inmediato, haciendo que abra mis ojos de par en par.

—¿Por la ventana? —inquiero, mirando inmediatamente mi ventana que da para la calle—. ¿Estás loco? Te puedes caer, lastimar, incluso matar.

—¿Y? —cuestiona con cierto desinterés en su voz que hace que me dé un pinchazo en el pecho, al caer en cuenta que su salud no le interesa al parecer—. ¿Puedo?

—Puedes usar la enredadera de al lado para trepar, pero intenta no hacer ruido, ¿bien?

Puedo escuchar el suspiro lleno de alivio que suelta antes de terminar con la llamada, así que corro inmediatamente a la ventana para abrirla y encontrarme con Ezra mirando la enredadera.

Lo veo soltar un suspiro antes de agarrarse de ella y, con algo de agilidad que suelen tener algunos gracias al alcohol, logra comenzar a subir sin caerse.

Cuando está lo suficientemente cerca, lo ayudo a cruzar mi ventana, tratando de que yo tampoco me caiga, porque si hablamos de fuerza tengo más visión que fuerza, y eso que mi graduación de los lentes es de 2,5.

Se endereza y cierra la ventana, para luego sacudir su ropa y manos antes de levantar la vista a mi dirección. Frunce el ceño al verme.

—¿No te has cambiado?

Bajo la vista, notando que aún traigo el uniforme del instituto por lo que me dormí.

—Larga historia —respondo volviendo a ver sus ojos.

Si no fuera porque antes de abrir la ventana decidí prender mi luz de noche, no lograría ver los lastimados en su rostro.

Baja la vista, huyendo de mi mirada al darse cuenta de que no puedo dejar de verlo.

—No es nada —asegura, pero aun así no vuelve a verme—, de hecho casi ni duelen —menciona, mirando a su alrededor y comenzando a caminar por mi habitación, mirándola lo mejor que puede con una pequeña luz que con suerte alumbra—. He tenido peores —lo escucho murmurar pero, por primera vez, decido fingir que no lo escuché.

—Aun así —hablo, llamando su atención, haciendo que deje de mirar mis libros para girar a verme—, iré a cambiarme y de paso traeré el botiquín para curarte.

No lo dejo decir nada, que agarro mi pijama de la silla donde suelo dejarlo, para luego salir de mi cuarto, diciéndole que puede sentarse en la cama si desea antes de cerrar la puerta.

Llego al baño y me cambio lo más rápido que puedo, porque tampoco es como que me agrada del todo tener a Ezra Mackey en mi cuarto.

Una vez con la camiseta holgada y desteñida, y un pantalón de gimnasia que robé del cuarto de mi mamá, salgo del baño con el botiquín de primeros auxilios en mi mano.

A mitad de camino, pienso que quizá puede tener sed, porque por lo menos yo, cada que bebo, tengo una sed terrible.

Cierro los ojos y suelto un suspiro, para luego girar sobre mis talones y dirigirme hacia las escaleras.

Llego a la cocina y veo en la mesada una nota de mi mamá, avisándome que mi cena está en el microondas por si me levanto en la madrugada con hambre. Sonrío ante esto, ya que mi estómago gruñe de inmediato.

Como puedo, vuelvo a mi cuarto con el botiquín, el plato, una botella con agua y un vaso entre mis manos.

Ezra al ver cómo me estoy complicando la vida, se levanta de la cama y se apresura a acercarse a mí, para ayudarme agarrando el plato y la botella, en lo que yo cierro la puerta atrás de mí.

—Vaya Malkovich, no era necesario que me cocines —bromea para cortar con el silencio incómodo que se formó, haciendo que suelte un bufido divertido a la vez que giro mis ojos.

—El agua, vaso y botiquín es para ti —informo, tendiéndole las cosas a la vez que le arrebato el plato—. La comida es para mí. No he comido nada en todo el día y, si no fuera por ti, probablemente hubiera comido mañana recién en el almuerzo.

Veo su ceño fruncido y como sus ojos me miran con confusión, mientras ambos nos sentamos en el suelo.

—¿Por qué no has comido? —cuestiona negando con la cabeza en cuanto le ofrezco una papa frita.

—Ya te dije, larga historia —contesto, llevando la papa a mi boca para comenzar a comerla.

La comida recalentada no es mi favorita, pero tampoco es como que me desagrade.

Exceptuando la pizza. Es la única comida que me gusta fría, recalentada, caliente, no interesa, es deliciosa de cualquier forma.

Me mira por unos instantes, antes de agarrar el vaso de plástico que traje ante las dudas y la botella de agua, para servirse un poco.

Espero que termine de beber el vaso de agua, el cual se toma todo de solo estar, logrando sorprenderme. Vaya que tenía sed.

Limpio mis manos en mi pantalón, antes de abrir el botiquín y sacar un poco de algodón y la botella de alcohol.

Una vez que tengo el algodón húmedo entre mis dedos, me acerco un poco hacia él, sintiendo como mis rodillas chocan contra las suyas, debido a que ambos estamos sentados con las piernas cruzadas en el suelo.

—¿Quieres hablar de esa "larga historia"? —inquiere, viendo todos mis movimientos, sin moverse ni un centímetro, permitiéndome curarlo.

Exhalo por la nariz, sin dejar de curar su ceja partida, mientras lo veo fruncir levemente su nariz ante el ardor que debe sentir.

—Me fugué del instituto después de que me diera un ataque de pánico, llegué a mi casa, lloré en los brazos de mi mamá, vine a mi habitación y me quedé dormida hasta ahora, que me despertaste —cuento de manera despreocupada, muy concentrada en su herida—. Así por encima es una historia corta, pero si profundizamos es larga, y no, no tengo ganas de profundizar en el tema —aseguro, haciendo que asienta lentamente con la cabeza—. Sin embargo, sí tengo curiosidad sobre estas heridas.

Me alejo de él para verlo directamente a los ojos, mientras dejo el algodón con sangre a un lado.

Veo como su mandíbula se tensa, para luego cerrar los ojos y soltar un suspiro.

—Mi papá y yo no nos llevamos para nada bien —cuenta, huyendo de mi mirada, así que decido mojar otro algodón con alcohol para que se sienta más seguro al hablar—. Peleamos casi todos los días, por no decirte todos los días.

—¿Esta es la primera vez que...? —dejo la frase al aire, mientras lo miro a los ojos y lo veo negar con la cabeza.

—No, no lo es —contesta con rendición, así que decido volver a mi labor de limpiar bien su ceja—. De hecho una vez terminé en el hospital —cuenta, haciendo que eleve mis cejas sorprendida, pero opto por no decir nada—, esto ha sido lo más leve y debe ser porque, por primera vez, me defendí —comenta pensativo y, por el tono de su voz, no parece arrepentido de lo que sea que haya hecho—. Estoy muy cansado de toda esta mierda, Ava.

Me dedico a poner una bandita en su ceja mientras asiento lentamente con la cabeza, sintiendo su mirada en mí.

—Entiendo el sentimiento —aseguro, recordando que básicamente esas fueron las palabras que le dije hoy a mí mamá.

—Sí, seguro.

Me alejo de él para verlo directamente a los ojos, sintiendo como mi ceño se frunce de a poco.

—¿Qué fue eso? —inquiero, sin apartar mis ojos de los suyos y aún con el ceño fruncido.

—Nada —responde algo cortante y elevando los hombros para restarle importancia al asunto.

—No, fue más que nada tu tono de voz —aseguro, sintiéndome frustrada de repente. Suelto un suspiro y me ato el cabello en un intento de moño, bajo su atenta mirada, para luego volver a verlo con el ceño fruncido—. ¿Qué fue eso de «Sí, seguro»? —repito, imitando su voz.

—Nada, sólo que estoy seguro que también te sientes igual de cansada que yo por tener buenas notas, buenos amigos y... Oh sí, una excelente madre que te ama y apoya en todo, ¿no? —inquiere bastante sarcástico, haciendo que suelte una risa irónica por lo bajo.

—¿Me estás atacando? —cuestiono a la defensiva, pero sin alzar demasiado la voz porque aún recuerdo dónde estamos y que si hablo en un tono normal mi mamá podría escucharnos—. No tienes derecho de hacerlo —aseguro, cruzándome de brazos y mirándolo seriamente.

—No tienes razón, es cierto, porque es obvio que aunque tu mamá jamás te abandonó o la otra te golpea, te sientes muy cansada de todo —contesta aun con ese maldito tono de voz sarcástico, que no hace más que enfurecerme.

—¿Sabes qué? Tienes razón —suelto de repente, logrando sorprenderlo, pero sus ojos no reflejan más que un claro «lo sé»—. Porque mi mamá no me abandonó, pero sí se murió cuando apenas tenía siete años y, ¿qué más da, cierto? Esas cosas pasan, las personas no son eternas y a mis diecisiete años ya debería de haber superado su muerte, ¿verdad? —inquiero, haciendo que ahora sus ojos reflejen arrepentimiento—. Pero no es todo, cierto que el bullying que he recibido y que, sorpresivamente, aun recibo no debería ser problemas suficientes para que me sienta cansada de toda esta mierda que se llama vida —menciono, sin apartar mi mirada de la suya, demostrándole lo enojada que estoy—. Que tengas problemas distintos a los míos, no quiere decir que yo no tenga problemas por los cuales sentirme cansada, Ezra. Tengo traumas y situaciones también con las cuales lidiar todos los días.

Ezra baja la cabeza a sus manos, para luego soltar un suspiro y puedo ver como sus hombros se destensan.

—Lo siento.

—Sí, deberías —respondo de inmediato, aun sintiéndome molesta—. Porque tú también eres parte de esos traumas y problemas con los cuales debo lidiar, y así tienes el puto derecho de venir y decirme cómo o no debería yo sentirme, sólo porque no paso por tus mismos problemas familiares —suelto de repente, sin detenerme a pensar las palabras o, si es o no el momento para decirlas.

Puedo ver la sorpresa reflejada en el rostro de Ezra, bajo la tenue luz que brinda mi lámpara de noche.

El ambiente está muy tenso como para que alguno de los dos tenga la valentía suficiente de decir o hacer algo.

Bajo la mirada hacia sus manos, notando lo apretadas que están hechas puños, hasta el punto que sus nudillos se tornan blancos.

Y de repente... Siento miedo.

De repente, caigo en cuenta que he metido al enemigo en mi propia casa, en mi cuarto y siento mucho miedo.

«Ezra no es de confiar, estúpida. ¿Qué hiciste?», me regaño mentalmente, sin dejar de ver sus manos, tratando de pensar en algún plan que me permita, por lo menos, alejarme lentamente de él sin que se dé cuenta de repente del temor que siento.

Pienso disculparme de inmediato, pensando que así, quizá, se disipe su enojo y no me haga nada, pero entonces se me adelanta y escucho su gélida voz, logrando detener mi respiración.

—¿Qué pasó esa noche, Ava? —inquiere, haciendo que alce la vista a sus ojos y me sorprendo con lo que me encuentro.

No está molesto conmigo por lo que le he dicho, está molesto con él mismo.

¿Cómo debería sentirme ante eso? ¿Aliviada? ¿Preocupada?

—Yo te hice una pregunta primero en la cafetería —le recuerdo, tratando de que mi voz se mantenga firme—. Una pregunta que me gustaría que respondieras. ¿Por qué te fuiste esa noche sin mirar atrás, sin querer ayudarme por más que te lo pedí?

Es ahora o nunca.

Tengo que sacarme esa duda de mi cabeza para comprender ciertas cosas que deseo comprender. Aun no sé bien porqué quiero hacerlo, pero sé que su respuesta podría ser la pieza faltante en mi rompecabezas.

—No sé qué esperas que te responda sinceramente —contesta luego de unos segundos eternos en silencio—. ¿Qué sí, que soy una mierda? Pues bien, sí, soy una mierda por no inmutarme ante tus suplicas de que te ayude, irme sin importarme qué te podía ocurrir, sin mirar atrás, dejándote ahí a tu suerte.

—Yo solo quiero la verdad, Ezra —digo, sintiendo un nudo en mi garganta de solo recordar esa noche—. Quiero saber el por qué. Entiendo que me odies, pero... ¿para tanto? ¿Yo qué te hice? Te juro que si hubiera sido al revés, yo jamás...

—Tú no, pero yo sí —interrumpe de inmediato, para luego tragar en seco—. Tú no eres así, tú te habrías quedado ayudar a quien incluso más daño te hizo, he aquí un claro ejemplo —menciona, moviendo su mano señalando a nuestro alrededor, señalando la situación en la que nos encontramos—. Pero yo no soy así, Ava, como ya te habrás dado cuenta. Sin embargo... —Suelta un suspiro tan profundo, que me hace creer que sus pulmones se quedan sin oxígeno—. Sí me arrepiento todos los días de no haberme quedado ese día. Que por más odio que sienta, haberme ido sin mirar atrás es de cobardes, porque lo que sea que te haya pasado no debería de sucederle a nadie —asegura y puedo ver como su mandíbula se tensa en el momento que vuelve a tragar saliva.

»Y no es por justificarme, porque eso sería idiota, pero ese día... No lo sé, Ava, ese día estaba muy enojado con el mundo entero y quería que todos se fueran a la mierda, no me importaba nada ni nadie. —Cierra los ojos y lo veo inhalar hondo, para luego exhalar de manera lenta antes de abrir nuevamente sus ojos y mirarme directo a los ojos—. Así que, cuando me pediste desesperadamente ayuda, te dejé porque... Mierda, deseaba que fueras tan infeliz como lo era..., como lo soy yo, así que me convencí que lo que fuera que ocurriera, sería problema tuyo. Así como nadie me ayudaba con los míos, yo no tenía por qué ayudarlos a los demás con los suyos. Así que eso, no te ayudé esa noche por egoísta, envidioso e idiota.

Ambos nos quedamos callados por mucho tiempo.

Yo procesando sus palabras y él esperando a que diga algo, o quién sabe, a lo mejor también está procesando todo lo que acaba de decir.

Mi cabeza da mil vueltas, recordando ese día, lo emocionada que me sentía de asistir a mi primera fiesta, lo feliz que me sentía... hasta que, lo que se suponía debía ser un buen día para mí, se convirtió en una pesadilla y mi mayor trauma.

—No me pasó nada —hablo de repente, con un hilo de voz, mirando mis manos.

—¿Qué? —cuestiona y, sorpresivamente, también con un hilo de voz.

—Ese día, gracias a Dios o a quién sea, no me pasó nada realmente horrible —digo, alzando la vista hasta sus ojos y puedo ver el alivio en ellos—. Le di un botellazo en la cabeza, lamentablemente no se hirió, pero conseguí que se apartara de mí así que pude huir y llegar a mi casa a salvo —relato, sintiendo como mi barbilla comienza a temblar—. ¿Sabes qué es lo irónico? —cuestiono, relamiendo mis labios en el momento que los siento reseco y, antes de que pueda responder, me adelanto a seguir hablando—: Ese día en serio puse esmero en mí misma para verme bien. Me alisé el cabello, me puse mis lentes de contacto, un vestido muy lindo que me había comprado mi mamá... —hago una pausa, para intentar hacer desaparecer el nudo en mi garganta y así poder continuar.

»Me daba un poco de pánico salir sola y en ese entonces no era amiga de Tess, pero de todas formas decidí armarme de valor y salir, ¿total qué podría salir mal? —inquiero a la vez que se me escapa una tonta risa. Aquí, literalmente, aplica la frase «Río para no llorar»—. Lo peor de todo, es que me echo la culpa cada día desde entonces —admito, mirando mis manos jugueteando con mi pantalón—. Sé que no, al psicólogo que tuve que ir después de eso me dijo que no lo era, pero... ¿Si no me hubiera producido tanto, me habría pasado eso? ¿Ese chico realmente habría insistido en querer acostarse conmigo si me hubiera dejado el cabello esponjado, en vez de las lentillas haber usado mis gafas, y demás? —Se me escapa un sollozo que me hace caer en cuenta que me encuentro llorando—. Me detesto tanto por eso, pero me detesto más por no haberlo superado aún —confieso en voz alta, sorprendiéndome de hacerlo.

Sin esperármelo, Ezra tira de mi brazo y me deja en medio de sus piernas, para luego rodear mi cuerpo en un protector abrazo, permitiéndome llorar sobre su pecho.

—Lo siento, lo siento, lo siento —murmura, apretándome más contra su cuerpo, mientras apoya su barbilla sobre mi cabeza—. Lamento mucho no haberte ayudado esa noche, Ava.

Resulta ser que hoy descubrí más cosas de las que esperaba.

No sólo que aún me odio por lo ocurrido de esa noche, sino que también me odio por ya no odiar a Ezra.

Estoy confundida.

Una parte de mí me grita que lo odie, porque sabe perfectamente que lo de esa noche no fue lo único que me hizo. Pero otra parte de mí me dice que lo perdone, que el perdón me ayudará a superar, pero... ¿realmente lo hará?

Me odio por no saber si seguir odiando o no a Ezra Mackey.

¡Hola, hola! ¿Cómo están?

¿Qué les pareció el capítulo?

¿Entre las palabras de Ezra, se dieron cuenta que confesé algo con respecto a sus padres? Bueno, pronto sabrán bien la historia.

¿Ustedes, siendo Ava, lo perdonarían a Ezra? Yo, sinceramente, no lo . Soy bien rencorosa ajsjjajaja

¿Su escala de rencor del 1 al 10? El mío anda en un 11.

En fin, los amo ❤

Pd: deseenme suerte para poder llegar a inscribirme a los Wattys ✌🏻

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