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Revelaciones

La princesa de cabellos color violeta corrió en busca del Rey Demonio para que la ayudase a regresar al mundo humano. En cuanto hubo llegado con él, le explicó su deseo de volver. El soberano no estaba tan convencido de dejarla ir, pues sabía que su hijo perdería la cordura si se enteraba que había dejado ir a su mujer así como si nada. Dudó un poco, pero ella le suplicaba que la llevase a su mundo, a su reino: a Galia.

—Prometo volver —le dijo al demonio longevo —Necesito ir urgentemente. Si no voy ahora... me arrepentiré toda la vida —le informó con lágrimas en los ojos. Amatista se veía bastante afectada. Amaba tanto el reino que su padre le había dejado y aunque no lo pareciera, echaba de menos estar allí. Esa mujer podría ser una ramera mentirosa, pero en ese momento estaba siendo demasiado sincera con lo que expresaba.

—Muy bien. Te dejaré ir a tu mundo, pero te advierto una cosa. El poder que posees está demasiado desestabilizado justo ahora. Sé por Estarossa sobre tu extraña condición. Dice que no puedes morir pase lo que pase, pero para serte honesto, tu embarazo ha cambiado eso.

—¿A qué se refiere? —preguntó asombrada.

—Me refiero a que tú ya no posees la bendición de tu poder, sino el ser que llevas dentro. Justo ahora tú eres vulnerable a todo, excepto tu hijo —explicó.

—Entonces no importa si muero, mi pequeño estará a salvo sin importar qué —dijo ella acariciando su barriga.

—Exacto. Pero aún así, no debes arriesgar tu vida. Le romperías el corazón a mi hijo si te pierde, porque tú eres demasiado importante para él —manifestó con severidad.

—Estaré bien —dijo dudando de su propia palabra, pues ahora que su poder la había abandonado, las cosas serían más difíciles para ella.

—Que así sea —dijo el Rey Demonio abriendo un portal para que la princesa llegara a sus dominios lo antes posible.

En alguna parte del reino se encontraba la hermanastra de la princesa huyendo junto a su madre. Las mujeres corrían aprisa, pero una de ellas ya se había agotado demasiado.

—Jael, espera. Me estás lastimando el brazo —advirtió la mujer adolorida.

—¡Mamá no hay tiempo! Debemos salir del castillo cuanto antes —exclamó la pelirroja desesperada.

—Lo sé, pero no puedo correr más —afirmó la mujer algo agitada.

—Mamá, por favor no digas eso. No podemos permanecer más tiempo aquí. La situación empeora a cada segundo —dijo la joven deteniéndose.

—Entonces déjame atrás —sugirió su madre.

—¡No haré eso! ¡Debemos irnos juntas! —replicó.

—Ahora será más difícil ya que el carruaje que nos esperaba fue reducido a cenizas —se quejó la mujer.

—Lo sé, esos malditos están destruyéndolo todo... Pero si conseguimos un caballo podremos irnos sin problemas.

—Jael, el establo está en dirección a los demonios. Será demasiado arriesgado ir hacia allá —afirmó Clío.

—Entonces correré el riesgo, mamá.

—¡Hija, no te atrevas! —exclamó —¿Qué sería de mí si te pierdo? —dijo preocupada.

—Madre, no es tiempo para sentimentalismos —dijo la chica con algunas lágrimas en los ojos mientras se iba corriendo en dirección de aquel establo.

La joven pelirroja encontró un escenario totalmente devastador a su paso. Había muchas personas corriendo de un lado a otro tratando de escapar de un enorme demonio rojo. Miraba con terror cómo las almas de la gente que conocía eran devoradas por esos seres repulsivos y cómo otros más intentaban sin éxito atacar a esos seres que poco daño recibían.

Jael se apresuró en llegar al establo, por fortuna los caballos estaban a salvo y optó por dejar ir a los demás que allí se hallaban para que no sufrieran una muerte atroz. Con algo de suerte probablemente alguien tomaría un de esos caballos y saldría del reino rápidamente...

En cuanto la chica llegó a donde había dejado a su madre, le entregó el caballo de inmediato. Planeaba irse con ella, pues no quería dejarla sola. Había llegado a la conclusión de que su madre era más importante que luchar por el amor de un hombre y por esa razón había decidido olvidarse de Cusack de último momento.

—Jael te agradezco tanto lo que has hecho por mí... No lo merezco —su madre le dio un fuerte abrazo mientras acariciaba su corto cabello —Mi pequeña Jael... No sabes lo agradecida que estoy contigo... Sin ti no hubiese podido salvar mi pellejo de este caos... No tienes idea de cuánto te odio —dijo la mujer cambiando drásticamente el tono de su voz mientras clavaba sus uñas en la espalda de su hija —Tú arruinaste mis planes y te he aborrecido cada día de mi puta vida desde que llegaste a este mundo... Pensarás que se trata de una broma de mal gusto, pero no, linda. Tu madre está siendo demasiado honesta contigo... Y por eso deseo desde el fondo de mi corazón que ojalá mueras aquí mismo —soltó a su hija de un empujón y se subió al caballo de inmediato.

—Madre, esto no puede ser cierto... ¿Verdad? —los ojos de la joven comenzaron a humedecerse, quería llorar, pero sabía que su madre no merecía ni una jodida lágrima. Sabía que ella era una perra y que por esa razón odiaba a Amatista. Su madre le había enseñado a odiar a una chica que nada malo le había hecho. Si lo pensaba mejor, se daría cuenta de que ella y su madre eran las verdaderas impostoras, las que habían destruido la vida de la princesa de Galia, las únicas que se merecían todo el odio del mundo y todo lo malo de este. Amatista no merecía lo que le estaban haciendo a su reino, ella ya había perdido demasiado cuando era niña y ahora las cosas se repetían —No puedo creerlo... Mi propia madre... —murmuró sin poder asimilar lo que estaba sucediendo y cayó de rodillas al suelo pensando en todo lo que había hecho mal desde que nació. Ahora entendía un poco a su hermanastra, el motivo por el cual siempre se escapaba y hacía lo que quería. El motivo era simple: detestaba estar cerca de dos personas que se aprovechaban de ella.

La princesa siempre había salido en busca de una mejor oportunidad para su reino. Tenía la esperanza de que gracias a sus fechorías conocería a un hombre que le cambiaría la vida, que cambiaría su reino. Tal vez en sus planes no figuraba reinar Galia junto a Estarossa, pero al menos esperaba eso de su hijo, el que llevaría sangre de demonio. El que quizá sería muy fuerte y nadie se le haría frente... Por esa razón Amatista había decidido tener descendencia con ese peli plata, así también sacaría a esas mujeres de su vida para siempre, pues ya no serían importantes si ahora tenía a un heredero...

—Aquí no hay espacio para dos. Menudo problema que me cargo si te vienes conmigo. No tienes poderes, eres una completa inútil y hasta el mismo Cusack lo dijo; tú hermana es mejor que tú.

—¡Amatista no es mi hermana! —gritó la joven enfadada como nunca lo había hecho.

—Por supuesto que lo es, quieras o no siempre lo ha sido. Y si vas a luchar por Galia, al menos esfuérzate un poco. Con suerte quizá puedas despertar algún poder. Aunque lo dudo mucho... Inútil —dijo la mujer entre carcajadas, riéndose de la desgracia de su propia hija —Hasta nunca, Jael... Tu madre está orgullosa de ti, de que seas una tonta fácil de manipular...

La mujer se marchó enseguida, dejando atrás al único motivo que la ataba a Galia. Con su hija muerta no tendría que preocuparse por nada, al final de cuentas ella estaba asegurada y si moría recibiría algo de dinero a cambio.

—Yo... No voy a rendirme... —murmuró la pelirroja levantándose del suelo, encaminándose hacia la masacre.

Jael estaba decidida a cambiar el rumbo de Galia, pues ella haría hasta lo imposible por tratar de ayudar a los lugareños a enfrentarse a esos monstruos aunque le costase la vida.

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¡Esta historia ya entró en cuenta regresiva al fin! Sólo quedan menos de cinco capítulos para que termine.✨

An Airad

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