Lid
Amatista se había dirigido a lo más alto de su castillo. Con dificultad había llegado hasta allá arriba. Caminar tanto y sobre esforzarse le habían ocasionado un fuerte dolor en el vientre.
—Quizá esto me haga dar a luz más pronto de lo esperado —murmuró mientras acariciaba su barriga para apaciguar el dolor.
Desde allí arriba y con fuertes dolores, Amatista comenzó a atacar a los demonios grises que sobrevolaban los alrededores del castillo. Por fortuna siempre cargaba consigo su hermosa espada dorada y las llamas benditas de esta quemaban y herían con éxito a esos seres despreciables.
En otro punto de Galia se encontraba luchando una joven pelirroja, quien junto a algunas personas trataban de derribar a un demonio rojo para destrozar su cuerpo y apuñalar todos sus corazones.
—Hemos llegado en buen momento, joven príncipe —dijo un peli rosa, quien miraba a Jael acribillando con odio a aquel demonio regordete.
—Pensé que no vendrías —murmuró Zeldris algo molesto.
—Usted quería que regresara a la cama y a la vez quería que viniera aquí. Así que me tomó un poco de tiempo decidir lo que debía hacer y entonces preferí esto. Imaginé que vendría a este lugar —contestó el demonio risueño.
—En realidad no quería que vinieras —afirmó el menor, quien estaba celoso porque Jael estaba cerca y Cusack la estaba mirando.
—¿Y por qué no?
—Porque esa chica sigue aquí —
—¿Jael? Pensé que se había ido con su madre —fingió no haberla visto, pero Zeldris sabía perfectamente que era todo lo contrario.
—Eso mismo pensé, pero la vi hace un instante correr hacia un demonio rojo —hizo una pausa —Y al parecer tú también la has estado mirando desde que llegamos —murmuró bastante cabreado.
—Vaya, es muy valiente para ser alguien sin poderes —el peli rosa fingió no escuchar aquello último y volvió a echarle un vistazo a la joven.
—Ni se te ocurra salvarla —espetó el mandamiento empezando a caminar hacia otro lado.
—Me sorprende que piense que haré eso —musitó el peli rosa, con una sonrisa, pues de algún modo comenzaba a mostrar interés por esa pelirroja tras observar su determinación.
—Lo siento, Cusack, pero no me puedo fiar de nadie en este momento. Menos porque padre tiene planes en mente con el hijo de Estarossa.
—¿Acaso usted está celoso de su futuro sobrino? —la pregunta pareció molestarle bastante al chico, pues en cuanto la escuchó hizo un gesto de desagrado.
—Cállate... Sólo no quiero que padre intente darle un poco de su poder —respondió —Yo debo ser el próximo heredero, mis hermanos no están a la altura y mucho menos ese bebé mugroso.
—Oh, puedo ayudarle a deshacerme de esa molestia —afirmó.
—Te estaría muy agradecido, Cusack —esbozó una sonrisa bastante satisfactoria y se deleitó al imaginar lo que haría con Amatista.
—Cuente conmigo, joven Zeldris. No lo defraudaré. No de nuevo, se lo aseguro —el demonio desapareció ante sus ojos y el más bajito se quedó observando las acciones de Jael a lo lejos.
—Debo matar a esa mujer antes de que Cusack vuelva —pensó, mientras ideaba una forma rápida para hacerlo.
Jael luchaba con todas sus fuerzas, tratando de soportar el dolor del gran esfuerzo físico que hacía al intentar acabar con un gran número de demonios. Mientras ella se esforzaba, había alguien de malas intenciones acechándola desde las sombras, esperando el momento justo para atacar.
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Dos o tres capítulos más y esta historia llega a su fin.
An Airad
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