Bienvenida
Era tarde cuando Estarossa llegó al castillo de su padre junto a la princesa Amatista, quien se encontraba maravillada al estar en un mundo diferente al suyo, observaba a detalle la estructura del castillo y para ello se había alejado de su maestro. En cuanto Meliodas y Zeldris vieron a su hermano no dudaron en acercarse para saber quién era la mujer que había traído consigo.
—¿Qué? ¿tu aprendiz? —dijeron sus hermanos al unísono con asombro.
—Así es —afirmó con una sonrisa ladeada.
—Lo único que le enseñarás será tu cuerpo desnudo —bromeó Meliodas codeando a Zeldris para que se riera, pero este lucía serio.
—Hermano, la verdad no entiendo qué diablos pretendes enseñarle a una humana —dijo Zeldris preocupado.
—Ni siquiera lo he pensando, pero ¿a caso no reconoces su rostro? —preguntó Estarossa bajando la voz y el chico de cabello negro le echó una mirada.
—No puede ser —contestó Zeldris sorprendido en cuanto recordó ese rostro que ahora ya lucía muy cambiado —es la niña de aquel reino que padre nos ordenó destruir.
—Y eso no es todo, ella es la princesa de ese lugar —aseguró Estarossa.
—Es una completa locura ser la aprendiz de tu propio enemigo —murmuró Zeldris en desacuerdo en cuanto hubo recordado a esa chica —te advierto que tengas cuidado, Estarossa. Estás jugando con fuego y podrías salir quemado.
—Así como tu cabello que pareciera haberse calcinado y vuelto ceniza —bromeó el rubio señalando la cabellera plateada de su segundo hermano, ganándose así que ambos lo fulminaran con la mirada.
—Descuida Zel, una simple humana no es rival para mí —el demonio de gabardina azul sonrió y pronto fue hacia donde se encontraba Amatista, quien lo esperaba impaciente —Te llevaré a tu habitación —el mandamiento llevó a la chica por una sala inmensa y después subieron escaleras tras escaleras, caminaron por interminables pasillos, hasta que después de un rato llegaron a una gran puerta. En realidad era mucho más fácil que él volara con ella en brazos, pero la había cansado a propósito para que se diera por vencida y deseara regresar a su mundo.
Pronto pasaron a la habitación, la cual era amplia y estaba desordenada a pesar de tener pocas cosas.
Amatista quedó un poco desanimada al ver la habitación muy simple y desaliñada, ya que era poco digna para ella. Pronto miró a Estarossa para hacerle saber su disgusto ante aquella atrocidad, esperando fuera producto de una broma, pero no fue así.
—Entonces, ¿aquí me quedaré?—sonrió de manera forzada intentando no mostrarse fastidiosa e inconforme.
—Así es, princesa —contestó Estarossa con una sonrisa burlona.
—Ah, está bien —fingió una sonrisa.
—En cuanto estés lista ve a buscarme para comenzar el entrenamiento —dijo y pronto salió de allí.
—Maldito —bufó la chica pateando un montón de libros apilados.
Amatista comenzó a limpiar su nueva habitación y en su rostro se encontraba una severa mueca de desagrado, pues si bien, ella estaba acostumbrada a que los demás hicieran el trabajo sucio. Nunca se imaginó que debía rebajarse a ese nivel, hasta en ese instante, pero hacerse la tonta había funcionado a la perfección. Probablemente el mandamiento del amor no tenía ni la más mínima idea de la clase de mujer que había traído al castillo.
En Galia las cosas no iban tan bien puesto que, la madrastra de la princesa se había enterado de que ella no estaba por ningún lado.
—Otra vez esa muchacha terca salió sin autorización —decía la mujer iracunda, que lucía más o menos joven.
—Por mí está bien —contestó una chica pelirroja con una expresión de pocos amigos —así ya no tendré que ver su desagradable rostro arrogante.
—Modera tus palabras Jael, sin ella aquí no somos nada y lo sabes —afirmó la mujer con una falsa sonrisa —debemos buscarla, cuanto antes.
El ejército del Reino de Galia salió en cuanto la madrastra de Amatista anunció su desaparición. Todos estaban consternados ya que ella era la única que tenía el poder para enfrentarse a los demonios que constantemente atacaban el reino.
Por otro lado, la princesa se encontraba exhausta después de haber terminado de ordenar cada rincón de aquella que sería su nueva habitación.
—Bueno, ahora me reuniré con Estarossa —dijo la chica para sí y salió de allí.
En cuanto encontró al hombre de cabello plateado, se abalanzó hacia él para sorprenderlo.
—¿Qué demonios estás haciendo? —dijo separándose del agarre de ella con una expresión siniestra en su rostro pues las muestras de afecto le desagradaban, o al menos fingía para que así pareciera.
—Estoy lista para aprender lo que sea, maestro —río la chica divertida ante la actitud del demonio.
—De acuerdo, ¡Rebellion! —dijo y la espada curva surgió de su pecho enseguida —¡atácame! —ordenó y ella sacó una espada de un color dorado, con una empuñadura con incrustaciones de piedras preciosas, que llevaba en la espalda en una funda color negro.
—¡Golden flame! —dijo la chica acercándose a gran velocidad al mandamiento con su espada que poseía flamas doradas, pronto Estarossa esquivó el ataque y Amatista cayó al suelo al errar su ataque.
—Es suficiente —dijo severo y comenzó a caminar dejando atrás a la chica confundida.
—¿Por qué demonios te vas? —dijo ella cabreada.
—¿No es obvio? Eres muy lenta y eso es molesto —se detuvo, más no se dignó a voltear y mirarla —no pienso enseñarte hasta que puedas tocarme ante el primer ataque. Hasta entonces no vuelvas a buscarme —esbozó una sonrisa socarrona al decir esto último y siguió su camino.
—Te arrepentirás de haber dicho eso, Estarossa —afirmó con una enorme y perturbadora sonrisa, se levantó del suelo mientras observaba cómo desaparecía la silueta del fornido mandamiento.
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Perdonen la demora, había estado ocupada finalizando mi otro fanfic "La mujer de Estarossa" y luego empecé el de "Save me Mael", por lo tanto había dejado en el olvido este, pero prometo actualizar pronto.
Hasta luego linduras💛
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