
Capitulo 7 Un mal sueño
— Solo tres más — murmuré, volteándome rápidamente, apuntando y disparando — Dos — me corregí dando Justo en el blanco — Solo dos más.
Avancé con pasos firmes y rápidos, sintiendo cómo la adrenalina me inundaba.
Sin darle tiempo me lancé contra el hombre que apenas empezaba a recargar su arma. Lo derribé con prisa. No tenía mucho tiempo ya.
— Vamos Frank. Solo uno más — susurré, intentando sonar más decidido de lo que me sentía. Mi juventud me hacía rápido, sí, pero también me hacía propenso a errores. Errores fatales.
Pateé la puerta con más fuerza de la necesaria y el hombre que estaba detrás reaccionó con una velocidad que no anticipé. Esquivó mis golpes y saco de su cintura una navaja.
Mis manos temblaron un poco al verla. Pero logré evitar cada tajo y ataque que me dio, hasta que en un descuido suyo se estiró de más, tome su brazo y giré su arma en su contra.
La navaja se hundió en su pecho y yo lo empujé contra la pared escuchando la carne rasgándose y la sangre fluir.
Lo dejé ahí cayendo al suelo mal hervíos mientras seguía mi camino. Avanzando por el nuevo pasillo y llegando al final.
Mi corazón se encogió. Sabía lo que había detrás, pero aún así no estaba preparado para lo que vería.
Entré y el golpe de realidad me atravesó como una bala. Allí estaba ella. Tan pequeña, tan frágil. Siete años de pura inocencia atrapados en un mundo cruel que nunca debería haber conocido.
Detrás, un hombre con una mirada fría y calculadora, sostenía una navaja justo contra su pequeño cuello. La hoja brillaba peligrosamente bajo la tenue luz. "Maldito infeliz". Mi corazón latío con furia. Cualquier movimiento en falso y todo habría terminado.
Ella me miró con ánimo, sus ojos estaban llenos de una mezcla de esperanza y miedo.
— Todo va a estar bien — le dije, esforzándome por sonar calmado, por transmitirle seguridad a pesar de que cada fibra de mi ser ardía de rabia. — ¿Sabes quién soy?
— Frank — susurró ella mi nombre.
Asentí con una sonrisa solo para ella — Muy bien. — dije con suavidad— Todo estará bien. Lo prometo...
Dudó un segundo, pero después asintió. Sus párpados se cerraron despacio, confiada en que yo cumpliría mi promesa.
El tipo detrás de ella sonrió con burla, confiado en su ventaja.
— No puedes mentirle a una niña... — se burlo. No le di tiempo para nada más.
Alce mi arma y el disparo llego a el tan rápido y potente que le atravesó el cráneo, e impulsó hacia atrás como una marioneta sin hilos.
Sin perder un segundo, corrí hacia ella y la envolví en mis brazos. Podía sentir su pequeño corazón latiendo como el aleteo frenético de un pájaro asustado.
Cuando se apartó coloque mis manos a los lados de su cabeza para protegerla de la visión del cadáver.
— ¿Has tenido miedo, muchachita? —pregunté con suavidad.
Su voz tembló ligeramente, pero me sonrió con valentía
— Temía que le hicieran daño. ¿Dónde está mi papá?
Apreté la mandíbula. Víctor estaba a salvo en su mansión, solo esperando el éxito o no del rescate.
Entonces le devolví una sonrisa.
— Fuiste muy valiente. — la alenté — Él está a salvo, y yo te llevaré con él ahora, pero podrías hacerme un último favor — le pedí y ella asintió apresurada — Cierra los ojos y mantenlos así hasta que lleguemos al coche, ¿sí?.
Ella obedeció sin dudar y entonces la cubrí con mi chaqueta, envolviéndola y cargándola entre mis brazos.
Caminé fuera de ese infierno con ella en brazos, sintiendo una mezcla de ansiedad y emoción por el exitoso trabajo. Durante unos minutos, nada más me importaba. Aquel tesoro estaba a salvo al fin.
En el auto, le abroché el cinturón y le di una botella de agua con un sedante suave. Bebió sin abrir los ojos, su confianza intacta.
Mientras caía en el sueño, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. La luna nos iluminó durante el resto de la noche, y rayar el alba la deposité en los brazos de su padre mientras aún dormía a sabiendas de que al dia siguiente ella despertaria y pensaría que todo aquello solo había sido un mal sueño.
O eso creí.
..................
Cuando recibí la llamada de mi informante aquella mañana, el café matutino me supo más amargo que nunca.
Las noticias me habían golpearon como una cuchillada en el estómago.
La muchacha no me había mentido. Sus palabras sobre no haber sido niña no eran una simple metáfora. Eran una cruel realidad.
Por primera vez en mucho tiempo, me sentí desconcertado, como si me hubieran quitado el suelo bajo los pies. Intenté pensar en cómo salvar lo poco que quedaba de ella, si es que quedaba algo por salvar.
Incluso mi mente construyó una imagen devastadora: una niña pequeña, sentada en una habitación oscura, atada, rodeada de hombres podridos por dentro.
Tragué saliva y cerré los ojos con fuerza para evitar que los detalles tomaran aún más forma.
— No me digas más — le ordené a mi informante.
No necesitaba escucharlo.
No podía.
No quería.
Eran solo las ocho de la mañana y ya sentía el estómago revuelto.
— ¿Qué hiciste, Víctor? —murmuré, evocando con desagrado el nombre de mi difunto amigo.
Me incliné sobre la mesa, mirando el vapor que subía de mi taza de café. Me llevé la taza a los labios y, al bajar la mirada, mis ojos se encontraron con los de ella.
Me sobresalté un poco, desprevenido, pero disimulé. No podía permitir que ella notara cuánto me afectaba todo esto.
La mire, su mirada sobre mi era curiosa e inocente, alegre. La vida aún no le había quitado esa chispa.
— Déjame adivinar — pidió — ¿Café negro y sin nada de azúcar? — me preguntó mirando mi taza.
— Cold Brew — le respondí con voz seca.
Ella se sentó frente a mi y se comenzó a servir una taza. Pero cuando lo probó lo volvió a escupir en la misma taza.
Arquee una ceja
— Asqueroso — me confesó sin mirarme. — ¿Que sentido tiene desayunar algo helado? — se quejó dejando la tasa lejos de ella. — ¿Por qué esta ubicación? — preguntó de golpe, buscando conversación — Estas muy lejos del pueblo. — dijo como una queja — Al principio pensé que era porque no soportas a la gente y prefieres la soledad, pero luego recordé tu trabajo y pensé...
— ¿No oyes eso? — la interrumpí, levantando un dedo y llevándolo a mis labios.
Michelle frunció el ceño, confundida.
— ¿Qué cosa?
— Silencio — respondí, y le di otro trago largo al café, dejando que el frío disipara un poco mi mal humor.
— Definitivamente es por lo primero — murmuró tratando de herirme y se fue de la cocina con pasos firmes.
Mi mirada la siguió lo más que pudo y una vez más me quedé solo.
La realidad era que el silencio me permitía descansar y procesar el ruido de mis pensamientos y sobre todo de las noticias que acababa de recibir.
Escuché cómo Michelle abría el ventanal del pórtico. La brisa fría de otoño entró en la casa. Ella llevaba apenas dos noches aquí, pero parecía más cómoda que yo en toda mi vida. Quizás porque ella no tenía que cargar con el peso de todo lo que sabía.
Al terminar mi café, suspire pesado y avance por el pasillo.
— Fue por la vista — dije, cruzando junto al pórtico.
Ella se giró ligeramente, pero antes de que pudiera decir algo, añadí:
— Te espero en la cochera en cinco minutos. — le dije y salí por el pórtico sintiendo el frío de la mañana morderme la piel. Mientras ella regresaba a la casa en busca de algún abrigo o zapatillas.
Mire a la cochera aún indeciso.
— Víctor — murmure. — ¿Que harías tu?
Y entonces lo supe.
Si tenía que enseñarle el infierno para protegerla, lo haría sin dudar. Porque algunas veces, solo al conocer la oscuridad se aprende a evitarla y Michelle.
Michelle ya había conocido demasiada oscuridad, a una edad en la que aún debería haber creído en cuentos de hadas y finales felices.
Pero los monstruos eran reales, y yo le enseñaría a cazarlos.
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