El ruido de un camión a toda velocidad dejando la carretera fue lo que me despertó. Lleve mis manos a mi cuello en donde había estado por última vez la navaja, pero ahora sólo sentía un incómodo dolor cervical.

Mire el asiento trasero del auto sobre el que estaba con notable incomodidad y quitándome el cabello del rostro abri la puerta de este.

El frío de la noche arrasó contra mí mientras mi aliento formaba anchas nubes de vaho fuera de el coche. Intuitivamente cerre mi campera y me coloque la capucha mirando con recelo el estacionamiento de servicio que brillaba como un faro en el desértico lugar y carretera.

La campana en la puerta de entrada tintineo y note como Frank apartaba su mirada del envase de cartón de café para colocarla en mi.

— Capuchino con dos de azúcar — invito extendiéndome el envase de café y ofreciéndo tomar asiento frente a él.

Lo mire con notable recelo que Frank no tardó captar, pero decidía a propósito ignorarlo.

— ¿Sin sedantes? — pregunte aludiendo a su anterior cometido y meneando el tibio cartón ahora en mi mano.

Frank no respondió, el solo me miraba de forma neutral mientras bebía medio contenido del envase. Estaba hambrienta y sentía como todo solo caía como un hueco en su estómago.

De pronto el ya me miraba sino a la ventana del lugar aunque allí afuera no había nada interesante que ver.

— No voy a agradecérselo — comente aun molesta y aunque por dentro una pequeña parte mía lo estaba por intervenir antes de que hiciera algo que la llevaría a pasar años en prisión; por alguna razón mi orgullo frente a él aún era más fuerte.

— No espero que lo hagas — contestó él y bebió más de su propio café al mismo tiempo que sacaba dos billetes y los dejaba sobre la mesa.

— No tenías el derecho de entrometerte — remarque empuñando una de mía manos sobre la mesa.

— Pero tampoco podía ignorar una obviedad... — comentó y se puso de pie quedando del lado izquierdo de la mesa — Por el camino que desees tomar no te llevará a nada bueno si comienzas por un acto tan precipitado y miserable como lo es la venganza — terminó ya dispuesto a marcharse.

— Espere — pedí — La quiero de regreso.

Frank se detuvo y luego suspiro, la aversión era previsible en aquel suspiro. Me odiaba.

— ¿Porque? — pregunto.

— Pertenecía a mi Padre — explique con la mirada efusiva cargada en un llanto que oculte tras mi enmarañado cabello.

— Entonces deberías usarla con más respeto — refuto y dejó sobre la mesa la navaja.

— No fue un suicidio... — comente cómo una bomba y Frank se detuvo por segunda vez — Estoy segura que no fue un suicidio — masculle entre dientes tomando la navaja en mis manos.

— Quiero saber una última cosa — pregunto él. Yo le hice un gesto para que prosiguiera — ¿Que planeabas hacer después?

Pero me negué a contestar. Y segundos después la campana de la entrada tintineo. Entonces en libertad comencé a llorar, suave y silenciosamente.