Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 11 A comer

Mi mirada estaba fija en él. No había más máscaras, no había barreras. Era una invitación clara, un deseo mío por escapar aunque sea por un momento del peso de mi conciencia y mis errores, pero él me observó por un largo instante, buscando en mi mirada alguna duda, algún arrepentimiento. No encontró ninguno.

— Michelle — dijo mi nombre. Mi verdadero nombre, por primera vez, mientras colocaba su mano en mi mejilla. Y con una mezcla de resignación y anhelo, se inclinó finalmente hacia mí, sus labios encontrando los míos en un beso urgente, como una liberación de todo lo reprimido durante tanto tiempo y como si la barrera invisible acabara de romperse.

Sus brazos me envolvieron con firmeza, atrayéndome hacia su cuerpo deseando más de mi mientras la respiración de ambos se volvía más rápida y agitada. La tensión contenida durante semanas explotó, arrastrándonos en una espiral de pasión y entrega.

Por un instante, el miedo y la culpa desaparecieron. Solo el deseo y la necesidad de algo genuino en medio del caos nos poseían. Se sentía tan bien que, agitada, gemí. Pero tan pronto lo hice, él se alejó de mí.

— ¡No!. Lo siento — murmuró, con la voz quebrada — Esto no está bien — explicó, su mirada oscurecida por una tormenta interna. Y antes de que pudiera decir algo, se dio la vuelta y se marchó.

Me quedé allí, agitada, recuperando apenas el aliento, sintiendo cómo el frío de la noche rápidamente reemplazaba el calor de sus brazos. La brisa me rozó la piel, helando cada parte de mí que él había tocado.

Mi corazón aún latía desbocado cuando la confusión y el dolor de su rechazo se mezclaron en mi pecho. ¿Por qué?. Era la duda que me carcomía mientras una oleada de frustración me invadía y como nunca las lágrimas amenazaron con brotar, pero las contuve. No quería llorar por él. No quería sentirme débil otra vez.

El silencio del muelle entonces se volvió insoportable y junto a él regrese a la casa y al vacío de mi cama.

**************

Los días siguientes continuaron igual que antes: mañanas de entrenamiento, luego el almuerzo, y después, nada más. Mientras buscaba trabajo, Frank se encerraba en su oficina y no salía hasta la hora de la cena. Durante ese tiempo, no habíamos hablado del beso. Su rechazo hacia mí había sido más que evidente.

Lo vi salir de su oficina rumbo al baño. 
Una sola advertencia me había bastado para entender que no debía molestarlo, mucho menos entrar allí. Pero la curiosidad y las reglas nunca se llevaron bien conmigo. Esa tarde, después de buscar trabajo sin éxito y antes de que oscureciera, aproveché el momento en que Frank tomaba una ducha. Me deslicé por los pasillos hasta su oficina, con delicadeza y destreza.

Una vez dentro, me sentí nerviosa. Estaba traicionando la confianza de quien me había dado todo sin pedir nada a cambio. Pero las dudas en mí eran mayores. ¿Por qué lo hacía? ¿Qué tipo de deuda tenía él con papá?

En pleno silencio, revisé los papeles sobre su escritorio. No había nada relevante, solo planos y libros. Hasta que algo interesante llamó mi atención: el informe policial sobre la muerte de papa. Fotos de su oficia, del lugar de los hechos y más. Era como si Frank lo estuviera investigado, como si él también dudara de que aquello hubiese sido un suicidio.

El tiempo se me agotaba cuando mueble junto a mí captó mi atención. Allí había una carpeta. Me asomé, una hoja sobresalía de esta, y entonces reconocí el logo en ella. Era el de la empresa de papá.

— ¿Un inversor? — murmuré con duda — ¿Qué diablos es esto? — pregunté mientras leía a toda prisa, pero mientras más lo hacía menos entendía — Papá, ¿qué hiciste? — murmuré al ver una transferencia de más de medio millón a nombre de Frank, hecha exactamente hace nueve años.

— Creo haberte pedido que no entraras a mi oficina — me interrumpió Frank con voz grave.

Aterrada levante la vista hacia ese hombre de espaldas anchas, con su camisa blanca ajustada y su impecable pantalón negro de gabardina.

— ¿Vas... a salir? — pregunté al encontrarme con su mirada molesta, esforzándome por no mostrarle temor.

— Ahora creo que no — murmuró, y su rostro se tornó aún más serio — Porque tengo una rata en casa que vigilar.

— Soy más bien un sigiloso gato —respondí con una fingida sonrisa — ¿Por qué dejaste de invertir aquí? ¿Qué significan estas cifras? — pregunté, aún sosteniendo el papel en mi mano.

Sus ojos oscuros me miraron con frialdad, pero me mantuve firme.

— Rompes la confianza que te brindo en mi casa y esperas que te dé respuestas. Así no funcionan las cosas, niña.

— No me digas así — le dije molesta. De alguna forma prefería que me dijera Mike o cualquier cosa, pero no niña — ¿Por qué lo abandonaste? — insistí, sintiendo una punzada de dolor en mi voz.

Frank suspiró.

— Digamos que surgieron asuntos personales que me alentaron a no invertir más...

— Mentira — dije, arrojando los papeles sobre la mesa. Él los miró y luego a mí con esa serenidad inquebrantable.

— Creo saber lo que hago con mi vida y dine...

— ¿Porque me mientes? — espeté enfrentándolo.

— Sabes — suspiro llevándose los dedos a la sien como si le estuviera provocando dolor de cabeza — Es una falta de respeto interrumpir a un mayor cuando te están hablan...

— Sí, sí. Me encantaría quedarme a escuchar más de sus mentiras, señor mayor, pero se me hace tarde para los dibujitos animados — me burlé sólo esquivándolo y dirigiéndome hacia la salida.

— ¡Mike! — me reprendió siguiéndome — ¿Podrías hablarme por una vez con seriedad?

— Si quieres seriedad, háblame con la verdad — grité, volteándome para enfrentarlo — Esa siempre fue fantasma. Papá la usaba para cubrir el dinero de sus otros negocios — apunté a la hoja en la mesa, esperando verlo sorprendido, pero su rostro permaneció igual de duro — Nadie invertía ahí porque no existía nada.

— Yo... No lo sabía — murmuró.

— Pues no te creo — dije cruzándome de brazos.

— Me alejé de Víctor por un tiempo después de... después de que te usara para cobrar ese seguro — admitió con dificultad — Y cuando volví...

No lo dejé terminar. Esquivándolo por el otro lado del escritorio camine rápida hacia la salida.

— ¿Sabes que de mala educación marcharse cuando tu mayor te está hablando? — dijo, enfurecido.

— No cuando lo que escuchas es pura basura cargada de más... y más mentiras.

— Mike — insistió, siguiéndome hasta el pasillo — Mike — repitió, cerrando la puerta de un golpe — Si sabías que Víctor Hans era tan mala persona, ¿por qué insistes tanto en vengarlo?

Me detuve. Una chispa se encendió dentro de mí y lo miré de frente.

— Lo sabías — le dije, viendo por fin la verdad en su mirada — Siempre lo supiste. Sabías que no fue un secuestro y aun así tu cobraste un millón por mi rescate — grité, con la angustia cortando mi voz más de lo que creí posible — ¿Que clase de hombre hace eso?

— Víctor Hans — respondió, y entonces intenté abofetearlo, pero él me detuvo en seco — No está vez — dijo, negando con la cabeza.

Jalé mi mano, liberándola de su agarre.

— Y tú eres igual que él — escupí, buscando herirlo — ¿Porque lo estas investigando entonces? — lo acusé, recordando los papeles en su escritorio — Eres un maldito mentiroso. Sabías desde el principio que no fue un suicidio. ¿De qué otra forma alguien como tú se ofrecería a ayudarme? Eres...

— Este maldito te da techo y comida — me interrumpió, avanzando hacia mí hasta quedar cara a cara, intimidándome — Así que te conviene ser más respetuosa. No tienes permitido entrar en mi oficina, mucho menos hurgar en mis papeles. Comprende de una vez por todas tu lugar, niña...

De pronto me hice pequeña. Aunque estaba furiosa, el miedo a terminar en la calle me impidió responderle. Voltee y me marché a grandes pasos. Luego corro por el pasillo hasta salir al patio. El aire fresco fue como un alivio para mi rostro caliente.

Me asome junto al árbol más cercano y en el descargué toda mi ira golpeando una colchoneta atada a su tronco. Luego grite y grite hasta quedarme sin aire.

La frustración y la impotencia me nublaban la mente. ¿Por qué Frank mentía tanto? ¿Qué estaba haciendo allí? ¿A dónde más podía ir?

— Maldición — gruñí, sintiéndome humillada como nunca antes. Ni siquiera las lágrimas querían abandonar mi cuerpo; solo había ira en mi.

Estuve a punto de gritar otro insulto, pero entonces algo llamó mi atención: una figura encapuchada me observaba fijamente. Parpadeé, dándome cuenta de que era real. Intenté girarme, pero otra figura ya estaba detrás de mí. Traté de golpearlo, apenas alcanzando su muñeca. Era veloz y sabía pelear. Le lancé patadas rápidas, intentando mantenerme lejos de él y alerta al segundo encapuchado que se acercaba.

Sabía que no tenía oportunidad. Saqué mi navaja y logré cortarlo en una zona sin protección. Pero un tercero apareció. Giré mi brazo, atacándolo con el codo en el mentón, pero él me golpeó en la pierna, haciéndome caer de rodillas.

— Frank... — grité antes de que una mano cubriera mi boca y me inmovilizara los brazos. Mi corazón latía con violencia. "Debí haberlo llamado antes. Debí pedir su ayuda. Maldito orgullo", pensé con terror. No quería morir.

Cerré los ojos, lista para lo peor, pero un momento después ya estaba de pie, obligada a caminar hacia el porche trasero. Cuando intenté gritar otra vez, un arma se clavó en mi espalda. No hacía falta explicación: querían que los guiara. No venían por mí.

Frank estaba en graves problemas.

Dentro de la casa, el aroma a pinos fue reemplazado por el de aceite y especias. Avancé por el pasillo con lentitud. Cada puerta que pasábamos era revisada con precaución hasta que llegamos a la cocina. Aún con la isla frente a ambos vi  la espalda de Frank, con un delantal gris atado a la cintura. Estaba frente a la estufa, completamente expuesto, sosteniendo una sartén.

— Qué pronto acabó tu berrinche — dijo, sacudiendo el contenido con un cucharón de madera.

El cañón del arma en mi espalda me obligo a hablar — Es que me dio hambre — murmuré. Frank rió.

— El orgullo vencido por el hambre, eso lo entiendo — comentó con calma.

Mientras uno de los hombres avanzaba lentamente por el lado derecho de la isla llegando hasta el con su arma apuntándole la cabeza. Mi corazón latía con fuerza. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo advertirle?

Entonces sus hombros se relajaron y dejó escapar un suspiro pesado.

— Pero, ¿por qué no me avisaste que traías compañía? — dijo, ladeando apenas la cabeza hacia mí. Su sonrisa lobuna apareció, el aire en mis pulmones se detuvo.

— ¡A comer! — exclamó como una invitación.

*

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro