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Capítulo 3

Todos disfrutaban del banquete. Parte de la asquerosa merienda incluía los restos y sangre de Pandia, pues eran como la ambrosía y el elixir que la Congregación de Cazadores necesitaba para volver sus cuerpos tan resistentes como los de un dios y/o un semidiós. El corazón, al ser devorado crudo en su totalidad por una sola persona, otorgaba las cualidades y los poderes que el dios había poseído en vida, lo cual lo convertía en un bien mucho más preciado que el oro mismo.

Gracias a su lealtad y arduo trabajo, aquel órgano iba a ser entregado a Adán, quien pronto obtendría la eterna juventud y el favor del rocío. Varios de los compañeros que se encontraban cerca de su mesa comenzaron a felicitarle, mientras Elizabeth los miraba con timidez sentada al fondo, acompañada por un par de novatos mientras esperaba que Levic volviera con un renovado Erick a la cena. Por el momento, no había osado tocar uno solo de los alimentos o bebidas dispuestos ante ella, en parte por que sentía una especie de asco, en parte por que le habían aconsejado no hacerlo hasta hablar con Alcott.

—Aún debemos ocuparnos de esto— dijo Levic mientras paseaba la yema de su dedo índice sobre la figura de Lichtenberg, que atravesaba la espalda de Erick hasta llegar al hombro derecho.

—Fue culpa de esa maldita perra, Zenobia de Argos— escupió Erick con rabia, recordando cómo dicha hereje (con ayuda de Zeus), había sellado sus poderes mediante la maldición de un rayo que impactó su espalda.

Levic resopló, preocupada.

—Eso será un problema.

En los mitos griegos existía la idea de que una bendición o maldición impuesta por cualquiera de los dioses era definitiva, y revocarla era prácticamente imposible sin la voluntad de estos. Sin embargo, a lo largo de toda su vida inmortal, Levic Alcott descubrió las dos únicas formas en que una bendición o maldición podía ser rota:

1) Si había sido impuesta por un dios, había que matarlo y devorar su corazón.

2) Si había sido impuesta a través de un semidiós, bastaba con beber o aplicar 15 mililitros de la sangre mestiza; no obstante, dicha regla no aplicaba con la sangre menstrual, que simbolizaba la vida.

En el caso de Erick, tenía que hacer ambas; pero matar al mismísimo Zeus y obtener sangre de una de las pocas brujas que había logrado derrotarlo, no iba a ser fácil.

—Pero creo que sé cómo resolverlo— continuó Levic mientras se levantaba para dejarlo irse a afeitar.

—¿Qué tienes en mente?

—Afrodita.— Ladeó la cabeza,como si la respuesta fuera demasiado obvia— Si realmente quiere derrocar a los dioses tanto como nosotros, buscará la forma de sacar a Zeus del medio. Concertaré una reunión con ella tan pronto termine la fiesta.

Erick sonrió.

—Sabía que eras una líder excelente— afirmó LeReux mientras terminaba de afeitarse— lástima que no me creíste hasta que tuviste que hacerlo— sonrió confiado, de esa forma que Levic consideraba sensual y que tanto extrañaba.

—No era mi intención— sonrió de vuelta— pero ya que Mathew y Wallace son unos completos inútiles, me vi forzada a tomar las riendas de la Congregación.

—¿Acaso siguen vivos?— preguntó mientras se limpiaba con una toalla y se dirigía al closet.

—No lo sé. Los envié a cazar a Europa y América. Si añadieron más miembros a la causa o murieron intentándolo, lo desconozco.

Mathew y Wallace eran dos de los siete miembros originales de la Congregación de Cazadores que sobrevivieron a la muerte a manos del Batallón de Pandora, huyendo junto a Levic Alcott mientras Erick era arrestado y encarcelado en la caja de Pandora.

Ambos jóvenes entraron en pánico, tomando decisiones erráticas que comprometían el perfil bajo que Levic se esforzaba por mantener, y fue cuando tuvo que tomar el mando. Por supuesto, Mathew y Wallace se negaron por qué no confiaban en una mujer, pero al final los convenció de que lo mejor que podían hacer era irse de cacería. Y lo aceptaron.

—Admito que los extraño, pero no eran muy aptos. Tu, en cambio, has logrado mantener viva a la Congregación y has aumentado su número de miembros. ¿Cuántos son ahora?

—Hemos llegado hasta los 80, aunque por las bajas ahora somos 56.

—Es momento de que ese número llegue a 96.

Eran tan buenas noticias que parecían irreales.

—¿Lo conseguiste?

Erick asintió.

—Dentro de la caja están los 40 licántropos que Zeus condenó sólo por ser hijos de Lycaon. Estarán ansiosos por enfrentarlo a él y a la mujer que los encerró y mató a sus otros 9 hermanos...

—Zenobia de Argos— concluyó Levic. Aquella mujer tenía un historial tan largo como el suyo, pues llevaban vivas más o menos el mismo tiempo: desde el apogeo de Grecia.

Erick asintió.

—Conseguí la sangre de todos ellos.— Mostró un asqueroso pedazo de tela con sangre seca, tan dura que era imposible manipularlo sin romperlo.

—Necesitaremos otra dosis de sangre— meditó Alcott, pues no hubo forma de recuperar la sangre de la segunda herida de Selene Harrison — pero creo que sé cómo obtenerla y sacar un doble beneficio de esto.

Un youtuber local había hecho un reportaje acerca de una mujer que vivía en un hospital psiquiátrico, la cual aseguraba ser la hija de Hefesto. Según el testimonio de las enfermeras, su paciente había fabricado herramientas caseras con todo lo que encontraba, con el objetivo de escapar y volver a "su refugio lejos de los humanos"; en definitiva, valía la pena investigar.

Templo del Nigromante...

Frederick Müller amaba las plantas. Como hijo de la diosa Démeter, tenía el poder de hacer crecer cualquier semilla, siempre y cuando la tierra se hallase sana. Por más de cien años se dedicó a estudiarlas y escribir artículos de valor científico, que por culpa de su condición como semidiós no podía publicar sin llamar la atención de los indeseados dioses.

Así pues, limitaba su amor por las plantas y la investigación a publicaciones en su blog Cuidadores verdes, donde cientos de internautas le escribían para resolver sus dudas.

¿Cómo van los claveles?— fue el mensaje que recibió de Almendras327.

Frederick sonrió. Aquel seudónimo pertenecía a su hija Prajna, quien sabía sobre los pleitos de las Túnicas Blancas con todos los Apóstatas del Templo y sus crecientes tensiones; y ya que, seguro que hasta el más mínimo mensaje estaba siendo vigilado, ambos habían establecido aquel sistema de comunicación, donde cada flor tenía un significado: los claveles eran "Túnicas Blancas".

Han crecido tanto que empiezan a robarles luz de sol a las fresias.

—Si no las cortas o trasplantas, las fresias morirán.

Estaba seguro.

Al menos las hortensias crecen tanto y tan hermosas como para rivalizar con los claveles. Quizá mi jardín no quede tan mal, aunque creo que será mejor no plantar los crisantemos.

—Tal vez al final las hortensias les roben la luz del sol a los claveles.

—Definitivamente no fue la mejor de las ideas sembrar claveles junto a las fresias y hortensias. ¡No se te vaya a ocurrir hacerlo! Experimento fallido.

—No lo haré. Consejo del mejor.

Y así Prajna ya sabía lo que estaba ocurriendo dentro del Templo del Nigromante: las Túnicas Blancas eran unas mierdas con los Apóstatas, y estos estaban empezando a revelar su inconformidad. Además, Fred estaba pidiendo, como siempre, que sus hijos se mantuvieran lejos de aquello.

Müller se despidió de Prajna dando algún consejo sobre sandías, que nada tenía ya que ver con la reunión de emergencia; de esta forma, pretendía seguir fuera del radar, pues no podía hacer algo que comprometiera la seguridad de sus hijos.

Se lo había prometido a su amado y difunto Max, después de todo.

Casa de Jason...

A pesar de la tensión, la familia Mayer recibió con gentileza a Selene Harrison. Beth (madre de los Mayer) ofreció un lugar en el comedor y una ducha caliente, mientras que Alice (hermana menor de Jason) le prestó ropa cómoda para que pudiera quitarse la que llevaba llena de sangre seca.

—Así que tú eres Harry. Hemos escuchado mucho sobre ti, tienes maravillado a Jay-Jay— comentó Alice con cierta picardía. Su voz era grave y rasposa, recordaba a la de un antiguo locutor de radio.

Contrastaba mucho con la voz dulce de su hermano, quien se sonrojó de inmediato.

—Debes, debes dejarla descansar. Es-está herida.

—¡Pero no en el sofá! Está lleno de rasguños y Miztli le ha estado sacando el relleno— señaló una gatita blanca, que dormía sobre la mesita de centro.

—Llévala a tu habitación, Alice—sugirió Beth. Sabía que su hijo estaba enamorado, y quería ahorrarse escuchar cualquier sonido extraño si los dejaba solos.

¡Cuánto barullo! Una vida así de simple y sin más preocupaciones era lo que Harry llevaba deseando por un buen tiempo, y esperaba que pronto ella, su padre y Zenobia pudieran disfrutar de algo así.

Atesoró las siguientes 4 horas, al punto de olvidarse de la cruda verdad que le esperaba fuera de esas paredes.

Hasta que fue interrumpida por una conexión telequinética.

La cabeza comenzó a darle vueltas, y pronto la voz de Zenobia se manifestó alterada.

—¡Harry!

—¿Maestra Zen?

—¿Dónde están? No he podido comunicarme con James desde que le advertí del pelotón.

Eso no sonaba nada bien, y Harry no tenía ni idea.

—¿De qué pelotón hablas?

Zenobia no respondió de inmediato, impacientando a la joven.

—El pelotón que iba a buscarlos al refugio de emergencia.

Selene Harrison sintió que le estrujaban el pecho.

—No... no, no, no, no, no...

Zenobia intentó hablar con ella, pero se encontraba ajena, absorta en el caos y la crisis. No esperó a ver a Jason de nuevo, ni avisó a las Mayer de la situación; lo único que intentó fue teletransportarse hacia el refugio, descubriendo que no podía hacerlo.

—¿Un sello antimagia? —se preguntó, apresurándose a transportarse esta vez frente al sitio.

Por fortuna aquel se encontraba en una colonia poco transitada, rodeada por lotes baldíos; nadie se enteraría pronto de lo que estaba a punto de suceder.

—¡Hey!— gritó un guardia que custodiaba la entrada.

Sin mediar palabra, Harry lanzó una onda de energía que lo estrelló contra la pared, dándole tiempo suficiente para acercarse.

En la puerta encontró un improvisado dibujo del viento, probablemente creado con salvia.

—El sello del éter — concluyó. Solo había una forma de romperlo, y no tenía tiempo para pensar en las implicaciones morales.

Levantó al adversario con una mano, golpeándolo con tal brutalidad que su sangre salpicó por todas partes, incluido el dibujo para romper su efecto.

Los guardias dentro del refugio escucharon el alboroto, y cuatro de ellos se acercaron a la entrada para investigar.

Las ventanas vibraron, y cuando ellos estuvieron lo suficiente cerca, los vidrios explotaron e hirieron a dos de ellos.

Harry tiró la puerta de una patada, impregnándola de energía verde mientras los surcos volvían a aparecer desde su cuello hasta la mejilla.

Los dos guardias restantes gritaron por apoyo y abrieron fuego contra la Apóstata quien se protegió con un escudo de energía. Estaba furiosa, y no pensó demasiado cuando desprendió una de las paredes de tablaroca, lanzándola contra los guardias convirtiéndolos en sandwich. Dos más salieron de la habitación derecha, pero Harry les aventó la puerta reventándole la cabeza a uno de ellos.

El otro disparó, sin cuestionarse siquiera por qué era capaz de utilizar sus poderes. La bala impactó en el hombro de la chica, y antes de volver a ser atacada arremetió contra él, dándole un golpe tan fuerte que lo azotó en la pared detrás.

El choque no lo mató, pero fue suficiente para herirlo.

Harry se acercó de nuevo, mientras el guardián miraba el cuerpo de la entrada, comprendiendo que la Apóstata no tendría piedad con nadie.

Sus ensangrentados dedos intentaron alcanzar el arma, mas solo pudo contemplar cómo esta colapsaba bajo el zapato de Selene Harrison.

Ella le dedicó una mirada tan fría y cruel que toda pequeña esperanza de escapar quedó pulverizada. Los surcos verdosos esparciéndose solo contribuían a su terrorífico aspecto.

Pero Harry se limitó a seguir su camino. El refugio de emergencia constaba de 2 habitaciones, una al lado de la cocina y la otra al lado de la sala, así que procedió a abrir la primera, encontrando 2 manchas por arrastramiento, 3 salpicaduras y 3 casquillos de bala.

El color abandonó su rostro. Era claro que habían herido a su padre y lo habían trasladado a otro sitio.

Tenía que averiguar dónde.

Regresó a la entrada, inspeccionando a los guardias para saber si había quedado alguno vivo, descubriendo que el último y uno de los que tenía cristales enterrados aún respiraban.

Tomó a ambos por la ropa, llevándolos a cada uno a una habitación diferente. Los ató donde pudo, despojándolos de sus armas y otras herramientas.

Entonces comenzó el interrogatorio.

—¿Dónde está James Harrison?— preguntó al de los cristales.

Él sonrió, tratando de ocultar su creciente miedo.

—En un lugar más secreto que este, tenlo por seguro.

Harry hizo más que sólo enfurecerse. Eligió con rapidez uno de los vidrios en la cara del interrogado y lo sacó de forma violenta, lacerando más la piel.

Acto seguido lo enterró en la pierna derecha.

El guardia comenzó a gritar. La joven tomó una caja de madera y se sentó en ella, exhausta y con el dolor comenzando a pasarle factura.

—Escucha, no tengo tiempo para esto.— Era verdad, ni siquiera se había sacado la bala del hombro ni tratado la sutura reventada— He visto la sangre y sé que mi padre está herido.

"No, no lo sabe" pensó nervioso. Eso cambiaba su suerte, pues Machinskaya les había advertido que la Apóstata era inestable, y cualquier mínimo estímulo podía terminar en sangre.

Y esto no era nada mínimo.

—¡No te diré un carajo!— bramó. Su voz sonó más desesperada de lo que hubiera querido.

Harry hizo una mueca. Acto seguido, se levantó y de un pisotón rompió la caja de madera, levantando los trozos puntiagudos.

—Nunca he hecho esto, y con toda sinceridad no quiero hacerlo— comenzó a temblar, clavando y retorciendo una de las maderas en el brazo izquierdo, y ante los gritos de dolor del guardia fue inevitable llorar.— Él es la única familia que tengo, y no puedo dejar que le hagan daño— no era del todo cierto. Consideraba a Zenobia como una madre, y por un breve instante se afirmó que haría lo mismo por ella... o Jason.

La idea le dio escalofríos.

—No... — sollozó el guardia.

Y otra madera fue clavada en su rodilla izquierda.

Un grito más.

—¡Dímelo ya!

—¡No!

El siguiente trozo de madera golpeó sus costillas.

—¡Termina con esto!

—¡Está muerto!— aceptó al fin.

Lo siguiente fue un silencio sepulcral. Harry cayó de rodillas, con una extraña mueca en la que había una mezcla de dolor, negación y falsa esperanza.

—¡Lo siento! ¡De verdad lo siento! Yo solo sigo órdenes.

Harry se mordió el labio con tal fuerza que empezó a sangrar. Los dedos de sus pies estaban más tensos que nunca y sintió que el estómago se le revolvía.

—¿Quién dio la orden?— preguntó al fin, con la voz entrecortada por el llanto.

—Ya no, por favor...

Harry tomó uno de los maderos incrustados y lo retorció dentro de la piel.

—¿Quien mierda dio la orden?

—¡Machinskaya!

Las lágrimas comenzaron a fluir en mayor cantidad, siendo seguidas de un hipeo.

—Papá no tenía nada que ver en esto, ¿porque lo hicieron?

—Ella los quiere a ambos muertos, ¡lo usará para atraerte a ella!

—¿Dónde llevaron su cuerpo?

—Al templo de Amatista.

El segundo de los 3 templos que regían la vida y cultura de los Apóstatas, el cual albergaba a criminales peligrosos y cualquier enemigo de los herejes.

Casi nadie sabía su localización exacta, ni siquiera Zenobia.

Ella tendría que averiguarlo todo.

—Será mejor que me digas lo que sabes—exigió mostrando otro de los trozos de madera.

Su compañero atado en la otra habitación escuchaba los gritos, lamentos y llanto del guardián, sintiendo impotencia al no poder hacer algo al respecto. Cuando el silencio reinó durante una eternidad, comenzó a hiperventilar, imaginando que le había ocurrido lo peor.

Varios minutos después la puerta se abrió, revelando a la Apóstata cubierta de sangre y con la mirada perdida.

Pero tras un momento le miró, ocasionando que éste orinara sus pantalones.

—Tu turno. Y más te vale decir lo mismo que tu compañero.

El silencio fue su única respuesta.

—¿Dónde llevaron el cuerpo de mi padre?

No respondió, mirando a otra parte.

Harry hizo una mueca, mostrando dudosa un cuchillo que había extraído de uno de los guardias muertos; astuta, se había dado el tiempo de buscar entre las cosas de sus agresores para ver si podía conseguir algo útil, encontrando dos mapas y una foto muy especial, que depositó en la pierna izquierda del interrogado antes de clavarle el cuchillo en la misma.

Aquel ahogó el quejido.

—No quiero hacer que ella pierda a su papá también, así que habla.

Sabía que hablaba en serio. Los gritos de su compañero aún resonaban en su cabeza, y al mirar el dolor en los ojos de la chica, supo que en definitiva no quería que su hija sufriera de igual forma.

El guardia comenzó a llorar. Sin necesidad de mayo tortura comenzó a decirle todo cuanto sabia:

James Harrison sería llevado a la morgue del Templo de Amatista, y no tuvo ningún reparo en señalar en el mapa la ubicación exacta.

Afirmó también que Machinskaya había dado la orden, y que pretendía emboscarla haciéndole creer que su padre seguía con vida.

Si. Todo concordaba.

Sacó otro cuchillo y con él cortó las cuerdas que ataban al guardia. Matarlo no servía de nada, pero se aseguró de aclarar que si se atrevía a decir algo a las Túnicas, lo buscaría para cortarle la cabeza.

—¿Qué hay de mí amigo? —preguntó cuando Harry estaba a punto de marcharse.

La fría mirada que ella le dedicó resolvió todas sus dudas, negando con la cabeza mientras mordía su labio tembloroso.

—Fue él quien disparó.— Y con esas únicas palabras dio por finalizado el interrogatorio, saliendo de la casa para evitar mirar lo que había hecho. Su estómago ya no pudo soportarlo y vomitó lo poco que llevaba dentro.

Un nuevo dolor de cabeza advirtió el enlace de Zenobia.

—¡Harry!¡Por favor responde!

Dio un par de arcadas más antes de responder.

—Maestra...

Ella percibió que algo no andaba bien.

—Harry, ¿estás bien? perdí la conexión contigo y establecí una con Jason, me preocupé mucho cuando dijo que no estabas y...

—Estoy bien— interrumpió— pero... papá...

¿Como mierda iba a decírselo? Ella no había terminado de procesarlo, todo le parecía tan irreal que hasta parte de sí misma pensó que si iba a buscarlo a su consultorio, lo encontraría vendando alguna herida o algo parecido.

El silencio dio a Zen una idea de lo que estaba ocurriendo.

—¿Dónde está James?

—Cuando ellos vinieron y no me encontraron— comenzó a explicar— recibieron la orden de... de...

La maestra no se atrevió a preguntar.

—Lo llevaron a la morgue de Amatista.

Harry no pudo verlo, pero Zenobia palideció, y sus ojos se humedecieron.

—¿Quien dio la orden?

—No, maestra. Yo seré quien la mate.

—¿Machinskaya?— adivinó.

—Yo seré quien la mate— repitió.

—Tu no eres una asesina.

—Eso no lo sabes— respondió, recordando lo que acababa de hacer.

Zenobia comprendió que Harry llegaría hasta las últimas consecuencias, sin siquiera medir los riesgos; de alguna forma debía detenerla.

—¡No te precipites! No hagas nada estúpido. Te mantendré informada, así sabrás cuando será el mejor momento.

Harry aceptó sin más, pues su cabeza estaba hecha un lio.

—Bien, mantente alerta, no llames la atención y tenme informada... y dile a Jason que no me busque, no quiero que sepa lo que... lo que hice.

No dio tiempo a preguntas o súplicas. No podía ni quería dar explicaciones, no después de lo que acababa de hacer.

No después de convertirse en una asesina.

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