Capítulo 20
Tres días después...
La Congregación regresó por sus compañeros al Templo del Nigromante, llevando esta vez a los novatos para que pudieran entender tanto los riesgos como la importancia de su labor como futuros Cazadores.
Elizabeth García estaba nerviosa. Le habían instruido sobre lo que encontraría al llegar a aquel "nido de ratas", pero no pudo evitar sentir que sus entrañas se revolvieron con la escena que tenía delante: la descomposición cadavérica, el fuego, la lluvia y los carroñeros habían hecho estragos sobre los cuerpos, dejando sus rasgos faciales irreconocibles y los tejidos hechos trizas; además, el olor a carne podrida era demasiado insoportable, a pesar de llevar mascarilla.
—Esto...— susurró Adán, llamando su atención— nosotros no hicimos todo esto— declaró observando una mayor destrucción de la que él y sus compañeros habían provocado: las plantas estaban secas y la biblioteca principal había sido quemada junto con toda información importante de los Apóstatas, como sus rituales, historia, direcciones, exámenes de salud, etc.
—¡Estúpidos!— escupió García. ¿De verdad creían que iban a intentar robarles información? Si algo le había enseñado Levic era que los Cazadores ya poseían todo cuánto necesitaban, y que cualquier mínimo conocimiento que hubiera quedado intacto debía ser destruído con el fin de erradicar todo lo que tuviera que ver con los herejes.
Adán no respondió. Sus pensamientos estaban perdidos en el recuerdo de la misión y cómo todo había fallado por culpa suya: de no ser por sus dudas, ambas cazadoras que lo habían ayudado con el hereje de las plantas seguirían con vida.
Lo peor de todo, concluyó, era que los sobrevivientes ni siquiera sabían lo que había ocurrido, por lo cual lo trataban como a un héroe; él hubiera preferido los reproches y acusaciones.
— Adán— llamó Elizabeth, aguantando las náuseas— rápido.
— Claro, cariño— aceptó al mismo tiempo que asustaba a los buitres que aún rondaban cerca. A pesar del enojo no se atrevió a matar a las criaturas, pues ellas sólo intentaban alimentarse y sobrevivir.
Después de casi un día de trabajo, los cuerpos fueron llevados al Rancho de Avellaneda, donde se iniciaron los protocolos para su reconocimiento y preservación; cuando estos al fin estuvieron listos, fueron ataviados con sus ropas favoritas y perfumados con agua de rosas, para ser dispuestos en ataúdes de madera sencilla, adornada en su interior con flores y la medalla de plata de la Congregación de Cazadores. Por último, en el cementerio del Rancho se colocaron las tumbas en cuatro filas separadas por metro y medio, para que pudieran ser adornadas con flores y cruces.
La ceremonia por fin pudo llevarse a cabo seis días después con cientos de personas presentes, pues no todos eran Cazadores o Licántropos: algunos eran hermanos, hijos o amigos de los caídos, preguntándose por qué habían tenido que correr ese riesgo, por qué habían tenido que morir. Sintieron odio hacia los asesinos, que les fue permitido expresar a través de insultos y golpes contra el suelo, aunque se prohibió cualquier acto denigrante hacia el difunto.
Adán no hizo ninguna de esas cosas, ni siquiera se acercó a despedirse de ellos. Intentó con toda su fuerza de voluntad, pero a cada paso que daba, su mente le hacía recordar aquel momento que acabó con las posibilidades de los Cazadores de regresar sanos y salvo, y a medio metro de distancia de los ataúdes, sintió en su pecho una especie de hormigueo que le dejaba sin aire. Para evitar llamar la atención, decidió regresar a su sitio, mientras una parte de él intentaba consolarlo argumentando que con tal error, al menos los inocentes niños herejes habían logrado escapar de una muerte atroz.
Sacudió la cabeza. No quería pensar (por ahora) sobre el dilema moral que le aquejaba.
Por su parte, Levic y Erick esperaban con paciencia a que los presentes terminaran de despedirse, puesto que al ser los líderes ellos debían dar el último discurso, el que tenía la responsabilidad de mantener los ánimos de lucha.
Después de casi cinco horas de gritos y llantos la pareja al fin se acercó a las tumbas.
— Hermanas, hermanos— Comenzó LeReux, haciendo lo posible por mantener su fachada de preocupación, aunque Zeke y sus hermanos sabían que estaba fingiendo— Sé que hoy hemos perdido mucho, pues estas... personas— señaló los ataúdes— no sólo eran guerreros o compañeros con los que estábamos obligados a trabajar, ellos eran, y siempre serán, nuestra familia...
Se detuvo, incapaz de seguir mintiendo, ya que lo consideraba una falta terrible hacia los mandamientos que regían su vida.
— Lo siento— susurró.
Levic creyó que las pérdidas habían sido demasiado para él, por lo que decidió tomar la palabra.
— Nuestros hermanos y hermanas dieron su vida para mantener al mundo limpio de la amenaza de los herejes. Gracias a ellos, nuestra amada isla gozará de paz y tranquilidad a partir de este momento, y es por ello que aunque deseemos llorar sus muertes bajo nuestras cobijas, debemos seguir adelante. Debemos honrar sus memorias— alzó el puño, mostrando el brazalete con el león tallado— ¡por los caídos!
— ¡Por los caídos!— repitieron los demás.
Los líderes dejaron las tumbas para acercarse a hablar con el resto de Cazadores. Levic escuchó con paciencia las inquietudes de sus compañeros y con respeto respondió a cada una de sus preguntas, mientras Erick se limitó a sentarse en la hierba, alejado de todas esas "criaturas" con las que estaba obligado a trabajar.
Adán caminó cerca, rascando el esmalte rojo de sus uñas. LeReux sintió asco al verlo.
—Una lástima que no todos los herejes murieron allá— masculló.
El otro no respondió, creyendo que quizá lo decía por lo ocurrido en el Templo.
El Cazador estaba por farfullar otro comentario cuando el icónico aroma a narcisos inundó todo el jardín, anunciando la llegada de Afrodita.
Los presentes comenzaron a murmurar y acercarse, sintiendo que sus esperanzas se elevaban un poco más por tener el privilegio de estar ante la diosa en persona. Sin embargo, apenas ella apareció, pudieron notar la preocupación en sus bellas facciones.
—Sé que este no es el mejor momento— se disculpó con Levic— pero este es el más decente que tendremos en mucho tiempo.
Sonaba terrible, pero nadie entendía muy bien por qué.
— Tengo un obsequio para ti— extendió un frasco que llevaba una etiqueta donde se leía "Pan", cuyo interior guardaba una pequeña y asquerosa masa sanguinolenta.
Alcott lo entendió de inmediato y no pudo evitar sonreír y llorar con esperanza: aquello era lo que siempre había deseado, lo que había mantenido su frágil salud mental.
— La maldición se acabó. Puedes morir.
El jardín quedó en silencio. Nadie sabía qué hacer o decir, pues no era ningún secreto que dejar su vida inmortal era el más grande sueño de Levic, pero ellos no querían perderla. No todavía.
La líder estaba a punto de dar las gracias cuando el cielo se oscureció, como si el Sol hubiera sido devorado por Érebo. El pánico se extendió entre todos.
— ¿Qué es eso?— Erick demandó saber.
— Es Hera— dijo Afrodita sin más, provocando lamentos y gruñidos de los Licántropos.
—¿Nos descubrió?—Levic quiso saber, pues de ser así, renunciaría a su mortalidad un poco más para ganar algo de tiempo mientras sus compañeros huían.
—No— calmó la diosa— Esto lo está haciendo en todo el mundo.
De pronto, la imagen de la suprema apareció en el cielo, adornada entre nubes, como si alguien estuviera utilizando un proyector gigante. Era extraño, podía verse en cualquier parte del mundo,aunque ella no había salido del Olimpo.
—Humanos— su voz tan severa hizo retumbar hasta las montañas— entre ustedes se esconde la peor de la escoria, los hijos que dioses y mortales decidieron procrear juntos. Ellos son una peste para nuestro planeta, son traidores y por ello es que a partir de hoy los sentencio a muerte.
Algunos de los Cazadores comenzaron a abrazarse y felicitarse, imaginando que su labor ya no sería requerida. Los Licántropos, por su parte, no estaban muy contentos: si Hera seguía viva, significaba que ellos continuaban atados a su maldición.
No obstante, la seriedad que aún continuaba en el rostro de Afrodita dejó a Adán muy en claro que esas no eran buenas noticias.
—Estos bastardos se esconden en la Isla de Zeohl. Tráiganme sus cabezas y serán recompensados... pero presten cualquier tipo de ayuda para que sigan evadiendo la ley, y ustedes y sus pueblos sufrirán las consecuencias.
El pánico se extendió con rapidez por toda la Tierra. Los otros grupos de semidioses en Latinoamérica y Europa comprendieron que sus aliados, la colectividad más poderosa de Apóstatas, había fracasado en su misión de mantener a su especie a salvo; sólo quedaba decidir si ellos harían algo al respecto, o no.
Por su parte, Poseidón ordenó a sus guardias ir a la superficie a buscar a su nieta Ydora, mitad humana, y escoltarla a salvo de vuelta a la sumergida Atlántida. Sabía que Hera no se arriesgaría a atacarlo tan pronto, pero debía estar preparado para el momento en que eso ocurriera.
En Hiperbórea, Aarón se mantuvo tan calmado como le fue posible, a pesar de ser bombardeado por las preguntas de dioses y Apóstatas muy ansiosos.
Y mientras Levic daba órdenes a los Cazadores, Afrodita reprimió una sonrisa; todo estaba resultando perfecto.
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