Capítulo 2
Monte Olimpo...
—¡Eran tus hijas! ¡No puedes solo quedarte de brazos cruzados!— Hera estaba furiosa. En realidad, las bastardas de Zeus y Selene nunca fueron de su agrado, pero ver que se encontraba indiferente ante su cruel muerte a manos de una semidiosa, le hacía dudar de su capacidad para mantener el orden.
Cualquiera (hasta su favorita Atenea) podía ser la siguiente.
La expresión aburrida del Supremo provocó desconfianza en más de uno. Apolo, Hermes y Hefesto permanecían incómodos, pues no podían delatar su favoritismo hacia Zeus y no querían mostrar su apoyo a Hera; todo podría ser contraproducente.
Selene no sabía qué hacer. La reina olímpica le producía pavor, no sabía si debía/quería enfrentar a su ex amante, sus hijas habían sido unas desgraciadas pero tampoco le gustaba saberlas muertas a manos de su hermana.
—Debemos matarla, asesinó a dos de las nuestras— sugirió Artemisa, quien sólo quería una excusa para cazar semidioses.
Zeus negó.
—Desobedecieron órdenes y pagaron las consecuencias.
—No seas hipócrita— escupió Hera con furia— tú no has obedecido ninguna de tus propias órdenes, te paseas entre los mortales buscando mujeres a las que seducir aún cuando acordamos que estaba prohibido. No eres nadie para hablar de desobediencia y consecuencias...
—¡Ya basta! —Zeus se levantó de su silla, lanzando un rayo cerca de los pies de su esposa— Yo soy el rey, yo decido lo que debemos o no debemos hacer con los humanos, y les ordeno mantenerse al margen.
—Padre...
—Nadie irá a buscar venganza, deben aprender a pagar por sus errores. ¡Ahora larguense de mi vista!
Los dioses se retiraron. Selene corrió a su carruaje con absoluta vergüenza por haberse paralizado ante la situación, mientras Afrodita contenía la sonrisa triunfante que amenazaba con manifestarse: todo estaba saliendo de maravilla.
Templo del Nigromante...
—Se emitirá la orden de arresto contra James Harrison y Selene Harrison por el asesinato de Pandia y Herse, diosas del rocío, hijas de Zeus y Selene. Serán enviados a confinamiento en el Templo de Amatista, hogar de los criminales más peligrosos para los semidioses.
Apenas escuchar a la Túnica Blanca Kendall decir aquello, los asistentes comenzaron a murmurar preguntándose si aquella decisión era la correcta; muchos deseaban salvar su trasero a cualquier costo, pero la decisión de las Túnicas Blancas transmitía un mensaje muy claro: entregarían y/o matarían a cualquiera que intentara defenderse de los dioses. ¿Acaso no era eso para lo que habían estudiado y entrenado toda su vida? ¿Qué razón había en perder tanto tiempo aprendiendo formas de supervivencia, si al final iban a condenarte por ellas?
Machinskaya notó la duda.
—Selene Harrison es peligrosa para nuestra seguridad, y es por ello que en este instante, un pelotón ha sido enviado a buscarla.
Eso era algo que Zenobia ya esperaba...
—Sabemos muy bien dónde se esconde, así que solo es cuestión de unas pocas horas para encarcelarla.
Las palabras cayeron en ella como un balde de agua helada, sin embargo hizo todo lo posible por mantener la compostura. ¿De verdad sabían donde estaban los Harrison? Machinskaya no se atrevería a decir algo así de no estar cien por ciento segura. Pero, ¿cómo? ¿Cuanta más información poseían?
Sea como fuere, Zenobia se convenció de mantener la calma. Debía poner a James sobreaviso, aunque dentro de la sala del jurado los poderes eran suprimidos por un sello antimagia especial, y no podía excusarse para salir ya que sería muy sospechoso.
Paciencia, era lo único que le quedaba.
—Además, es preciso recalcar que cualquier tipo de ayuda prestada a los Harrison será considerada traición y juzgada duramente— concluyó Petra, como curiosa coincidencia.
Cayla Anderson apretó la mandíbula con rabia. No era amiga de Selene, pero entregarla como ofrenda a los dioses le parecía un acto cobarde y ofensivo; mandar arrestar a su padre solo porque sí, era la gota que derramaba el vaso. Su nula confianza hacia las Túnicas Blancas se encontraba ahora en menos diez.
—¿Algún comentario, duda u objeción?— preguntó Kendall dando una ilusión de control a los asistentes.
Cayla quería levantarse y gritar su oposición, pero Alda, a quien no había quitado los ojos de encima, hizo un leve movimiento de cabeza negando que cometiera un error: la conocía demasiado bien, después de todo.
Tras el tenso silencio, el padre Thomas decidió dar el último aviso:
—Por su seguridad, recuerden no salir del Templo hasta que todo este asunto se solucione— sus intenciones eran las más sinceras, pues como el único humano entre las Túnicas sentía preocupación por mantener a salvo a aquellos sin poderes, ya que eran los más vulnerables.
Machinskaya dio por finalizada la sesión. Frederick no podía estar más contento, siendo el primero en levantarse y marcharse hacia su siempre cuidado jardín.
El resto comenzó a salir, y aprovechando la conglomeración, Cayla se escabulló hasta Alda y la arrastró a la habitación de limpieza.
—¿Por qué mierda no me dejaste hablar? ¿Acaso estás de acuerdo con esto?— exigió.
Pese a los 1.84 metros de altura de Anderson, la pequeña Alda de 1.59 metros no se dejó intimidar.
—Claro que no, ¿Cómo te atreves siquiera a considerarlo?— estaba ofendida, pero evitó gritar para ser descubierta.
—¿Entonces qué razón tuviste?
—Tenemos planes, Cayla ¿recuerdas?— recriminó con sarcasmo —yo quiero sacar del puesto a las Túnicas, tú quieres matar a papi Boreas, y si deseas tener una mínima oportunidad de hacerlo, debes mantener un perfil bajo y no hacer idioteces contra los estúpidos ancianos.
—Boreas no es mi padre, ricitos falsos— recordó conteniendo la rabia. Ya le daba suficiente asco tener un lazo sanguíneo con aquel violador, como para que alguien se atreviera a llamarlo "su padre".
Por su parte, Alda también se molestó. Odiaba los absurdos y nada originales sobrenombres que su novia se inventaba.
—Además, ¿por qué tanto interés en Selene Harrison? —preguntó conteniéndose, sabiendo de antemano la respuesta.
—No es por Selene.
Alda volvió a sonreír sarcástica, como si contuviera su enojo.
—No, claro que no. Es por Evangeline, siempre Evangeline.
Alda no se consideraba hermosa. Era de piel apiñonada, ojos verdes, espalda ancha y cabello negro liso que había enrizado en una estética local. En cambio, Evangeline era bellísima: 1.75 metros de altura, de piel negra, curvilínea gracias a sus años practicando gimnasia, cabello y ojos castaños, maquillaje perfecto y uñas bien pintadas.
Para Alda, era natural sentir desconfianza.
Cayla entornó los ojos.
—Estoy cansada de repetir que entre nosotras no hay nada. Pero si, es por ella y por su hijo.
En casi tres años de relación, Alda había armado un pleito más de quince veces con el ridículo pretexto de que "desconfiaba de las intenciones que Eva tenía con Cayla". Al principio, Anderson había sido paciente, explicando que ellas eran amigas de la infancia y que Eva seguía eternamente enamorada del maldito dios que la embarazó. Después de la séptima pelea decidió ignorarla.
—No te conviene buscar problemas.— Concluyó.
Cayla enfureció al punto de que su rostro parecía un tomate.
—¿Así que eso es todo? ¿Solo harás lo que estos estúpidos ancianos digan? Creí que le besabas el maldito trasero a Aarón, no a ellos.
Alda se enfadó. Ser partidaria de Aarón, legítimo líder del Templo, no la convertía en su fan o lamebotas.
—Apoyo a Aarón...
—Hicieron esta reunión a sus espaldas.
—Sabrá lo que ocurrió aquí, lo prometo. Quizá este asunto hasta nos favorezca.— Desvió la mirada un segundo, dudosa de jugar su siguiente carta. Varios segundos después decidió hacerlo, regresando la mirada mientras mordía su labio inferior y comenzaba a acariciar el rostro de Anderson— Aunque tú, mi amada Cay, serías muy útil en nuestras filas cuando enfrentemos a las Túnicas.
Cayla apartó la mano de Alda.
—No me meto en la política.
—Lo sé— ignorando su brusco movimiento, comenzó a acariciar su hombro con la otra mano— pero también sé que quieres mantener a Eva y Jacob a salvo, ¿no es así?
¿Era amenaza o chantaje? No importaba cuál, a Cayla le pareció de mal gusto, apartándola de un empujón y saliendo del cuarto de limpieza sin más. Estaba tan molesta como Zenobia, quien a diferencia de las "enamoradas", no se quedó ni un segundo cerca de la Sala de Juicios, intentando establecer una conexión telepática con James a medida que caminaba hacia su habitación fingiendo aburrimiento.
Después de 1 minuto, por fin lo logró.
—¡James! Tienen que salir del refugio, ahora. Machinskaya sabe que están allí, su pelotón llegará en cualquier momento.
Al principio, el señor Harrison no respondió. La tetera cayendo de sus manos fue el único sonido que se escuchó por toda la casa.
—¡James!
—Es... imposible.
Los Harrison sí que sabían decir idioteces en el momento menos indicado.
—¡Salgan de allí,ahora!— regañó su amiga.
—Yo... entiendo, gracias.
No dijeron nada más. Se dirigió al cuarto de su hija, con la firme intención de despertarla y huir.
Pero ella ya llevaba rato consciente, echa un ovillo en el suelo, a un lado de la cama. Se había levantado cuando James salió del cuarto para prepararle algo de comida mientras Jason hacía una llamada urgente a su familia.
Sintió que le dolía la cabeza, producto del estrés combinado con el tirón de cabello que había sufrido horas atrás. Su garganta aún quemaba, sentía que las palabras se quedaban atascadas por la laceración e inflamación mientras el resto de su cuerpo parecía temblar; no era, sin duda, su mejor momento, pero agradecía que su cuerpo era más resistente a las heridas que el de un humano promedio.
Ya lo había dicho Zenobia: el cuerpo de un mestizo había sido creado para parir y luchar. A Harry nada le alegraba más en ese momento.
Pero, ¿por qué debía estar alegre? Recordó de golpe todo lo que había pasado, y la imagen de Elizabeth llorando y suplicando comenzó a repetirse una y otra vez cual escena de película.
—¡Harry! —exclamó Jason con un deje de alegría en sus palabras, que pronto se transformó en vergüenza.
Selene estaba tan ocupada con sus miserables pensamientos que no se había percatado de cuando Jason había vuelto. Cinco minutos antes de la advertencia de Zenobia.
Giró a verlo, pero no pudo soportar más de un segundo la dulce e inocente mirada del chico. En cambio, los dedos de sus pies comenzaron a moverse, impacientes.
—Jason... yo...
—Lo lamento —se apresuró a decir— yo debí... yo tenía que estar allí.
Aquellas palabras resultaron tan dolorosas que provocaron lágrimas en su compañera.
—Fue mejor que no— Hubiera deseado postergar aquella charla un poco más, para cuando Jason cobrara su recompensa, pero los planes no se llevaban a cabo como deseaba.— O seguro que te traicionaba, de la misma forma que traicioné a mi mejor amiga para salvar mi estúpido trasero.
Jason se mordió el labio inferior mientras negaba. Ya conocía la historia, y quería terminarla de procesar antes de escucharla de los labios de Selene.
—No te sientas obligada a decírmelo.
Los minutos transcurrieron en un tenso silencio. Harry sentía que la verdad quemaba su garganta, y tenía que escupirla con rapidez.
—Pandia y Herse la tomaron prisionera, querían hacer un trato: mi padre y yo nos rendiríamos, a cambio de dejarla en libertad...— con la manga de su suéter se limpió la nariz, que con tantos sollozos ya había empezado a escurrirle— pero yo... jamás la elegiría antes que a mi propio padre— cada vez era más difícil contener las lágrimas y el hipo— así que la dejé a su suerte, sin saber si en verdad iban a matarla.
Otro silencio pesado se hizo presente durante lo que pareció una eternidad.
—¿Tú me dejarías atrás?— no quería incomodarla, pero necesitaba saberlo.
La pregunta la tomó por sorpresa. ¿Qué podía decirle?
—No lo sé.
Jason suspiró.
—Entiendo.
Selene lo miró atónita, sin poder entender por qué no la estaba juzgando, o recriminando sus acciones.
—Yo igual... yo hubiera hecho lo mismo.
—¿Qué?
Él sonrió con un ligero toque de tristeza.
——Ya conoces la historia de papá.
Por supuesto. Era la razón central de su alianza: Jason Mayer había accedido a prestar su ayuda a los Harrison a cambio de que Reynoso entregara información esclarecedora sobre el asesinato de David Mayer, cuyo verdugo había logrado burlar la justicia.
—Si yo hubiera tenido, si yo hubiera podido elegir salvar a papá a costa de otra vida, lo habría hecho sin pensar.— Tomó la mano de Harry, sin importarle que estaba empapada en sudor y lágrimas— Sé que más tarde también me sentiría culpable,pero... bueno, lo tendría a él.
Harry se quedó en silencio. No lo había considerado de esa forma,pero comprendió con rapidez que ella haría cualquier cosa por las personas que quería, incluyendo a Zenobia... y, tal vez, Jason.
—Al menos ahora sabemos que ninguno puede depender del otro.
Harry rio. Era tan pésimo consuelo, que de hecho funcionaba.
—Tienes que alejarte de mí. Eres demasiado buena y linda persona, no quiero ponerte en peligro— volvió a limpiarse con el suéter.
Jason no pudo evitar sonrojarse. Casi parecía que era una persona importante para ella, y cada palabra sólo le empujaba a decirle su secreto mejor guardado: sabía, sin embargo, que aquel estado vulnerable en que se encontraba no era ni de cerca el mejor.
Ya tendría otra oportunidad.
—Descuida— concluyó apretando su mano, mostrándole su apoyo.
Fuera de la habitación, pegado a la puerta, James Harrison había escuchado toda la conversación, sintiéndose culpable por ser la causa de que su hija hubiera traicionado a su amiga, y de que intentara alejar a Jason.
No quería ser más una piedra en su zapato: había tomado una decisión, entrando por fin entró a ver a los jóvenes.
—Papá... — susurró avergonzada.
Jason se sintió incómodo y decidió que debía darles un tiempo a solas.
—Será mejor que me vaya.
Pero James no podía dejarlo irse sin protección, no cuando quizá él también estaba en la mira de las Túnicas.
—Por favor, quédate. Tengo que pedirles algo.
A Harry no le gustó como sonaba eso.
—Querida, ¿podrías teletransportar a Jason de vuelta a su casa? Será mucho más seguro si tu le acompañas.
Bueno, tal vez no era tan terrible.
—Jason... ¿podrías dejarla quedarse contigo un par de horas?
O tal vez si.
—Papá, es peligroso dejarte solo— musitó con desconfianza.
—Este refugio es seguro.
—Pero...
—¡Quiero estar solo! — gritó. Harry sintió un nudo en la garganta, imaginando que su padre de seguro se sentía decepcionado de ella después de lo que hizo en el Barrio Bajo.
Jason notó la expresión de Harry y decidió ayudarla.
—Claro que puede quedarse, descuide.
—Entonces váyanse.
No quería sonar tan frío, pero tenía que aprovechar ese momento vulnerable para sacar a Harry de la jugada y mantenerla a salvo. Quería decirle cuánto la amaba, y lo orgulloso que estaba de ella, pero era mejor no levantar sospechas.
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