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Capítulo 18

Frederick salió de su apartamento con la cara empapada en sudor, la pistola del cazador novato y cuatro muestras de sangre del que torturó.

Había entendido ya que era lo que debía hacer, por lo cual caminaba con cautela hacia al patio principal en busca de los sellos que estaban neutralizando los poderes de todos en el Templo; sin embargo, en el camino se encontró con Amelie, una vieja amiga que, apoyada contra la pared, hacía todo lo posible por resistir un poco más mientras la sangre escapaba de su pecho.

—¡Am!— gritó Frederick acercándose— no te muevas...

Pero ella, usando las pocas fuerzas que le quedaban, apuntó hacia la derecha.

—Se... sello— susurró.

Muller giró en la dirección indicada y cuando estuvo a punto de responder, Amelie cayó hacia un lado, muerta, revelando tras de sí la otra marca.

El longevo semidiós hizo todo lo posible por contener las lágrimas mientras cerraba los ojos de su amiga.

—Gracias, Am— murmuró mientras arrojaba la sangre humana para inutilizar el sello antimagia; después de todo, era más sencillo que destruir toda la pared.

Levantándose con prisa se dirigió hacia el otro, parcialmente cubierto por la hierba. Se disculpó con las plantas por la mancha que estaba a punto de hacer, cuando una voz y el seguro de una pistola le hizo detenerse.

—No te muevas. No vayas a voltear— ordenó la Cazadora— arriba las manos.

Fred lo hizo, intentando ganar tiempo. Sabía que su corazón era demasiado valioso como para que lo destruyeran, pero sin duda le meterían una bala en el cerebro si actuaba de forma precipitada.

Aquella hizo que primero tirara el arma, luego reparó en las muestras.

—¿Qué llevas allí?

—Sangre humana— respondió Adán, caminando hacia el semidiós y arrebatando el frasco de su mano— querida, es claro que intenta romper mis sellos.

Frederick apretó los labios, intentando no hacer muecas que delataran su desesperación.

—¡Bastardo!— escupió la Cazadora tomando a Muller por el hombro para obligarlo a girar, reposando el cañón en su pecho— Dame la orden y lo mataré, es demasiado peligroso.

Fred rodó los ojos. Adán apretó la muestra, sin saber muy bien qué hacer.

Por su parte, Joan y Bernardino habían logrado escabullirse hasta la puerta principal, caminando con cuidado entre los escombros para no llamar la atención. Soto miró a su alrededor para comprobar que no hubiera nadie cerca y tomó a Joan por el brazo para conducirlo hasta un escondite entre los arbustos.

—Quédate quieto— ordenó mientras sacaba su brújula. Ya que no sabía mucho acerca de los Templos, necesitaba más de una sola ocasión para memorizar el camino de regreso— Debemos ir al ...

Un crujido le interrumpió y antes de que pudiera decirle a Joan que guardara absoluto silencio, una enorme criatura lo derribó clavando sus feroces garras sobre su carne. La sangre salpicó el rostro de Quintanar, a quien lo único que se le ocurrió fue romper una rama gruesa y golpear al Licántropo en la cabeza para apartarlo.

Aquella bestia se echó para atrás y pasó su lengua entre las garras deseando que aquel elixir pudiera liberarla de su maldición; sabía sin embargo que sólo la fuente vital producida por Zeus cumpliría tal propósito.

—¡Berna!— exclamó Joan tratando de examinar sus heridas, pero este lo empujó a un lado cuando el Licántropo volvió a echarse encima, las garras intentando avanzar más de los 12 milímetros que ya había perforado del abdomen.

Con el pie izquierdo, Soto logró alejar a la bestia lo suficiente para que su piel se viera liberada de la presión, momento en que el joven semidiós tomó a su compañero por los hombros y lo arrastró a un sitio diferente, aprovechando que había recuperado su velocidad divina.

—No te muevas— ordenó el semidiós rompiendo su suéter para improvisar un vendaje.

Bernardino observó la cascada escapar de su cuerpo y supo que para él no había más escapatoria.

—Seguro... hay más de ellos. Tienes que...

El chico negó, temblando.

—No puedo...

—Vendrán más— tomó una gran bocanada de aire— ponte a salvo.

Joan negó con la cabeza, dispuesto a quedarse a morir junto a aquel que lo cuidó por quince años, un guardián al que consideraba más como un amigo o hermano.

—Hermes no me perdonará si mueres— jadeó— Yo juré proteger a su hijo... aun a costa de mi vida.

Cómo siempre, los dioses no eran más que un lastre en la vida humana. Joan negó, quería decir más, continuar dándole la vuelta a cada palabra de Soto, pero en el fondo sabía que no había más por hacer: los ojos vidriosos de Bernardino carecían de vida y su pecho ya no se movía.

—Lo siento— susurró poniéndose en pie, corriendo sin rumbo fijo.

Zenobia creía haberse librado de los problemas cuando encontró un escondite donde sentarse a pensar su siguiente movimiento. Se sentía terrible por haber dejado a Harry atrás, pero impedir que su sangre terminara en las manos de los Cazadores era ahora su prioridad.

Aunque eso no duraría lo suficiente.

Escuchó un cañón. Sintió un líquido escurrir hacia sus piernas y luego, mucho dolor en el pecho. No comprendió que Zeke le habían disparado con una escopeta hasta que bajó un poco la vista y luego miró al frente, pero no tuvo tiempo de reaccionar debido a que Erick LeReux la tomó con fuerza por el cuello y el brazo izquierdo, observándola con inquietante detenimiento.

La pérdida de sangre la debilitaba, e indefensa por completo, sólo podía preguntarse cómo la habían encontrado. Dejó muchas marcas falsas y se aseguró de que nadie la siguiera, pero aún así los Cazadores estaban frente a ella y no parecía que hubieran hecho un gran esfuerzo.

Entonces recordó que Zeke, a pesar de no estar transformado, tenía un olfato excelente. Y ella justo estaba a la mitad de su tedioso sangrado menstrual; nunca tuvo posibilidad de escape.

—Me acuerdo muy bien— susurró Erick, provocando escalofríos en la Apóstata— que fue con esta mano con la que arrancaste el corazón de sir Salavert.— Comenzó a jalar el brazo y aunque Zenobia quería gritar, de su garganta solo escapaban ligeros gemidos y de sus ojos, ardientes lágrimas— ¡te devuelvo el favor!— y con un último tirón, el brazo abandonó el resto de su cuerpo.

Zenobia gimió con mayor fuerza, su cuerpo entero comenzó a temblar deseando poder tocar la zona afectada. Erick la soltó y Zen comenzó a arrastrarse en un vano intento de ganar espacio.

—Toma la porquería — ordenó a Zeke y este se aproximó para sujetar el miembro amputado. Después volvió a centrar su atención en la Apóstata.— Se que nada de lo que te haga va a matarte, por que no puedo dañar tus órganos internos— explico, tomando una navaja de su bolsillo— pero se que puedo lastimar tu exterior.

A la par, Harry arribó con las Mayer al sistema de túneles. Al echar un vistazo, se dio cuenta de que en realidad eran muy pocos quienes habían conseguido llegar, y la anciana con sus nietos no se encontraban entre ellos; quizá se habían atrasado por el guardia herido.

—Cuando coordinen la huida, váyanse— ordenó a las Mayer mientras recostaba a Jason cerca una pared— no me esperen.

—Harry, no.— Suplicó Jason, estirando la mano hacia la chica— no... te vayas.

—Tengo que ayudar— explicó alejándose del chico.

En la entrada apareció una niña de 14 años, arrastrándose hacia los túneles mientras lloraba con impotencia. Varios de los sobrevivientes hicieron ademán de acercarse a ella, pero los detuvo con apenas 2 palabras:

—Lo siento...

Entonces una treintena de Cazadores entraron sin importarles si pisoteaban a la pequeña y apuntaron sus armas hacia todos sus ocupantes. La bella figura de Levic Alcott les acompañaba, puesto que había preferido dejar a la repugnante Zenobia en manos de LeReux.

Al mismo tiempo, Adán continuaba con su dilema: si ordenaba a su compañera matar a Frederick, el sello antimagia estaría a salvo, pero los niños semidioses que aún estaban atrapados terminarían por ser asesinados; si, por el contrario, arrojaba la sangre al sello, los semidioses sobrevivirían, pero estos matarían a todos sus compañeros.

Contrario a Levic, quien sabía a la perfección lo que debía hacer.

—A mi señal— ordenó Alcott.

—¿Adán?— apresuró la Cazadora, mirando a su compañero agarrarse la cabeza.

Los Apóstatas en el sistema de túneles comenzaron a abrazarse.

—¡Adán!

Entonces Fred aprovechó la oportunidad, quitándose el cañón de un manotazo y tomando de sus ropas otra de las muestras que arrojó al sello.

—¡Fuego!— gritó Levic.

Por instinto, Harry se cubrió con los brazos esperando los impactos que nunca llegaron: de forma inconsciente, había creado un escudo psíquico que protegió a todos de las balas.

—Un momento...— pensó uno de los invasores, sin comprender todavía lo que estaba ocurriendo.

—¡Idiota!— gritó la Cazadora, apuntando de nueva cuenta a Frederick.

Las raíces de los árboles salieron del suelo con violencia, atrapándola.

—¡No!— gritó Adán, extrayendo el rocío de las plantas cercanas para tratar de intimidar a Frederick.

En cambio, él sonrió y las raíces comprimieron el cuerpo de la Cazadora.

—Entonces quieres matarnos, pero usas nuestras habilidades. Vaya hipócrita— concluyó haciendo crecer la hierba.

Con sus poderes de vuelta, Harry disipó toda duda de su mente, lanzando el escudo hacia sus atacantes que chocaron contra sus propios compañeros y las paredes cercanas.

La niña en el suelo vio con asombro cómo su cuerpo se rodeaba de energía y en un parpadeo aparecía justo detrás de la semidiosa.

—Váyanse— dijo con absoluta calma mientras sus compañeros la miraban atónitos.— Yo me encargo.

Los Apóstatas, temerosos, no se atrevieron a moverse.

—Ahora— ordenó en un tono tan seco y carente de emociones que no daban ganas de contradecirla. Un extraño escalofrío recorrió sus columnas, sabiendo que Harry era un monstruo despiadado para la batalla.

En el extremo del patio principal, Reynoso había logrado controlar la situación. Con sus poderes de vuelta, golpeó el mentón de su fornido oponente, emitiendo una descarga eléctrica que lo dejó fuera de combate.

—Parece que nuestros activos lo lograron— celebró Priscila tomando impulso para patear el rostro de una Cazadora.

—Envía la señal.

Priscila sacó de su bolsillo un silbato de cenzontle que tocó tres soplidos y una pausa, cuatro veces. El sonido era tan fuerte como para ser escuchado en todo el Templo.

Era hora del contraataque.

—Bien hecho.

—Podemos ganar.

—Es muy pronto para sentirnos tranquilos— recordó el líder, observando a su otro compañero caer en el camino de rocas mientras la sangre escurría de diversas heridas— pero ya es momento de acabar con esto— sentenció, preocupado por los Apóstatas sobrevivientes.

Por fortuna, en los túneles Harry los mantenía a salvo. Las marcas verdosas comenzaron a aparecer en su rostro al mismo tiempo que se aproximaba a uno de los cazadores a quien pateó en la mejilla izquierda con tal fuerza que casi le rompió el cuello.

Acto seguido le volvieron a disparar, mientras dos Cazadores se alejaban para trazar un sello antimagia de emergencia.

—¡No paren!— ordenó Levic.

Pero eso no sería suficiente. Harry se transportó justo detrás de ellos y corrió hacia los que pintaban la marca, pateándoles la cabeza contra la pared. Luego volvió a su lugar para evitar que alguno de los Cazadores pudiera ir tras los Apóstatas.

Alcott sacó sus navajas, no obstante uno de sus compañeros impidió que se acercara a la hereje.

—Jefa, tienes que irte.

Pero viendo a Selene Harrison dando una paliza a una cazadora, le hizo negarse.

—Nos iremos todos juntos.

—Ella no va a dejarnos.

Harry quebró los dedos de otro, y Levic decidió que no podía dejar a todos a merced de esa bestia.

—Retrocedan con lentitud.

En el patio, Aarón Reynoso ya había electrocutado a una docena de Cazadores, por lo cual ordenó a Priscila ir a buscar supervivientes. Mientras tanto, Frederick había enredado una rama alrededor del cuello de Adán, pero este logró extraer un poco del agua que había dentro para poder romperla. De inmediato lanzó agujas de rocío hacia Fred, sabiendo que se cubriría con las ramas.

El Apóstata comenzó a reír.

—Y yo que consideraba el rocío como el poder más inútil.

—Las diosas no eran creativas para usarlo.

—¡Eso parece!— gritó, dejando salir las raíces de todos los árboles cercanos para enredarse en las extremidades de Adán, a quien pretendía desmembrar.

Sin embargo, un enorme agujero en una de las ramas impidió tal cometido. Una cazadora de apenas 17 años había disparado una escopeta, pues haber utilizado su arma normal no hubiera provocado ningún rasguño a la letal planta.

—Carajo— masculló Fred con la mandíbula apretada.

—¡Basta!— gritó la chica, tirando una segunda vez.

Eso fue suficiente para que Adán pudiera liberarse, justo a tiempo para cortar una gruesa rama puntiaguda se dirigía a la espalda de su compañera.

—¡Indica la retirada!— ordenó a la chica.

Ella sacó una pistola de bengalas y disparó la color roja, indicando el fracaso de la misión.

Aunque los únicos que aún no sabían lo mal que había resultado el plan, eran Erick, Zeke y los Licántropos.

—No...— masculló el Cazador Escarlata, frustrado.

Zenobia aprovechó la distracción y susurró uno de sus hechizos, lanzando una onda de energía hacia ambos enemigos. Eso le dio tiempo suficiente para teletransportarse a su propia casa, a salvo.

Fuera del Templo, los Licántropos vieron la bengala y unos cuantos estuvieron a punto de ir a ayudar, pero fueron detenidos por sus hermanos.

—No lo hagan, la misión está perdida.

—¿Y los que están adentro?

—Erick dijo que era mejor dejar morir a toda la escoria.

Sus hermanos obedecieron. Estaban seguros de que aquellos salvajes matarían a los Cazadores.

Y no se equivocaban. Aarón Reynoso y Selene Harrison llevaban los mayores puntajes en cuanto a muertes, tantas que incluso Levic Alcott buscaba desesperadamente una forma de deshacerse de ella.

—¡Vayanse!— ordenó cuando por fin salieron al tercer patio —busquen a los heridos, yo la contendré.

Todos obedecieron, sabiendo que la líder de los Cazadores era más que capaz de superar aquel problema.

Sacó sus cuchillas y esperó. Aquella bestia salió al fin a su encuentro, lanzando ráfagas de energía.

Levic se hizo a un lado para evitar el daño, arrojando después una de sus cuchillas que alcanzó a cortar el pómulo de la Apóstata.

Sin tiempo que perder tiró una segunda y Harry se cubrió utilizando los escombros como escudo, que aventó después hacia Alcott para evitar que continuara su ataque.

Sin embargo, la griega era mucho más rápida y experimentada, por lo cual evadió el ataque mientras sacaba más de sus afiladas armas.

Selene sintió que las marcas sobre su piel comenzaban a arderle, y supo que sus poderes estaban llegando al límite. Viendo a la Cazadora acercarse, tomó la espada de un guardián, resbalosa por el sudor y la sangre; Levic imaginó que solo lo hacía para divertirse.

La hereje estaba a punto de atacar cuando un sollozo llamó su atención, y al girar descubrió a lo lejos a la anciana que le había ayudado, debajo del tronco de un árbol mientras sus nietos intentaban levantarlo.

Levic se dio cuenta también y decidió aprovechar el momento.

—Ambas hemos perdido mucho el día de hoy. Estoy segura que, al igual que yo, no deseas dejar a los heridos a su suerte.

Harry deseaba arrancarle la tráquea. No entendía como aquel monstruo tenía el descaro de decirle aquello, pero la anciana seguía atrapada y se le acababa el tiempo.

—Así que voy a proponerte un trato: deja ir a mis compañeros, a cambio, cesaremos el ataque por tres días y podrás atender a tus heridos— La idea en realidad no le gustaba, pero no podía darse el lujo de perder a sus compañeros.

Harry sabía que los Apóstatas habían perdido. No imaginaba cuántos quedaban aún con vida, pero si podía sacarlos de allí, correría el riesgo; y es que matarlos a todos le llevaría demasiado tiempo y sus poderes podían fallar en cualquier momento.

—Si intentas alguna cosa, les voy a arrancar los intestinos a todos.

—Bien.

Levantó su mano, esperando a que la hija de Selene hiciera lo mismo.

—Lárgate.

En el Olimpo...

Era el final. Sabía, desde el momento en que Apolo anunció que pronto terminaría el reinado de los dioses, que no era probable que lograra sobrevivir, tal como había sucedido a los anteriores reyes: Zeus había devorado el corazón de Cronos, y este en su momento había asesinado a Urano tras cortarle los testículos.

Así que para él, era claro que las moiras exigirían un destino parecido.

Ahora allí, humillado bajo la sandalia de Hera que presionaba su tráquea con furia, sabía que no tenía escapatoria.

Observó a Apolo, Dioniso, Hermes y Hefesto, aprisionados y de rodillas. Su propio egoísmo, pensó Zeus, había condenado a los únicos que se habían mantenido fieles a él hasta el final, y si él no podía salvarse... al menos los salvaría a ellos.

—Sobrevivan— ordenó. De repente su cuerpo brilló por completo, dejando de distinguirse cualquier rasgo característico: no había vello, ni lunares, o musculatura, y entonces, ya muy tarde, Hera comprendió lo que iba a suceder:

Un relámpago zurcó el cielo impactando sobre Zeus y su esposa. Obedeciendo los últimos deseos del gobernante supremo, este alcanzó a aquellos que consideraba sus enemigos, pero dejando intactos a sus fieles.

—¡Padre!— gritó Hermes deseando apoyarlo, pero Apolo lo detuvo colocándose frente a él

—Tenemos que irnos.

Y como un acto milagroso, la diosa Selene apareció en su carro tirado por bueyes, pasando detrás de ellos y rompiendo las cadenas que los aprisionaban con ayuda de su poderosa lanza, deteniéndose frente a los heridos dioses.

—¡Suban, rápido!

Obedecieron y el carro huyó, mientras el resto de dioses sufrían la continua descarga eléctrica sin poder moverse para perseguirlos. Finalmente, la estructura principal del Olimpo explotó en un ruido ensordecedor, y la onda expansiva alcanzó a los fugitivos, empujándolos y haciendo tropezar a los bueyes.

En el mundo humano, muchos de los habitantes de los diferentes continentes pensaron que aquel terrible sonido había sido causado por las trompetas del apocalipsis, mientras otros consideraron que el violento aire se trataba de un huracán.

A salvo del resto de los dioses, Apolo se permitió sentirse seguro, mientras Hermes, incrédulo, contemplaba el último acto de su padre.

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