Capítulo 16
Unos instantes antes del ataque...
A veces, a Bernardino Soto le parecía un infortunio cuidar del delirante Joan Quintanar: dieciséis años, imprudente, con cuatro kilos de azúcar corriendo por su torrente sanguíneo.
—Haz bebido seis de esos en el día— señaló exasperado, pues el Apóstata estaba a punto de preparar una nueva mezcla de leche, galletas y medio kilo de edulcorante.
—Oh vamos, sabes que lo merezco— respondió con alegría— debo recuperar energía luego de lo de Machinskaya. Además, ¡hay que celebrar mi heróica participación!
El debut de Joan en el Templo de Amatista había dejado una buena impresión en varios de sus compañeros empezando por Selene, quien señaló el buen trabajo en equipo a pesar de nunca haberse visto antes.
Bernardino emitió un quejido. Estaba a punto de reprocharle hasta que ambos escucharon un aterrador estruendo, seguido de una breve vibración en las ventanas y utensilios de cristal.
Joan dejó sus ingredientes a un lado con la intención de salir a averiguar qué estaba pasando, pero Soto le ordenó ocultarse y esperar mientras se acercaba a la ventana, observando el pasto en llamas y escombros esparcidos. Un grito llamó su atención y al enfocarse descubrió a un Apóstata con dos flechas clavadas en el pecho, moviéndose de forma espasmódica mientras la muerte lo alcanzaba con lentitud.
Asustado, Bernardino esta vez salió para mirar hacia la puerta principal, donde una treintena de arqueras preparaban sus puntas encendidas mientras otras veinte personas con diversidad de armas comenzaban a dispersarse.
La alarma de la torre central comenzó a emitir su inquietante pitido, que pronto se mezcló con los gritos de los semidioses y los disparos que estaban recibiendo.
Soto regresó a la habitación, asustado.
—Joan— balbuceó— tenemos que irnos, usa tu velocidad divina y sal de aquí.
El chico intentó obedecer, pero cuando corrió para buscar sus zapatillas, se dio cuenta de que no podía sobrepasar la velocidad de un humano promedio.
—Joan, ¡ya!
—¡Pero no puedo! Además... ni siquiera he bebido mi merengada!— intentó bromear para tratar de mantenerse tranquilo. Sin embargo, la angustia en su rostro confirmó a Berna que no se trataba de ninguna de sus clásicas y estúpidas bromas. Imaginó que de alguna forma los Cazadores habían pintado sellos antimagia, y sintió que su corazón daba un vuelco cuando escuchó el primer golpe en la puerta.
En la habitación de Zenobia, Harry hacía todo lo posible por "encender" sus poderes, mirando sus palmas esperando un cambio que no sucedería.
—Uno solo de esos no es suficiente— se quejó, recordando el rollo de hierba—¿Esto es por los Cazadores?
—Si— respondió Zen.
La chica apretó los puños con impotencia.
—Da igual, tengo que ir por las Mayer— masculló, pero no alcanzó a dar un solo paso cuando su maestra la tomó por los hombros.
—No tienes poderes. Debemos seguir el protocolo e ir a la torre central.
Selene dio un manotazo tras sentir escalofríos por el contacto.
—Me enseñaste a no depender de la psicoquinesis— no esperó una respuesta, corriendo hacia la salida— ¡me aseguraré de que lleguen a salvo!
—¡Aguarda!— suplicó saliendo tras ella, pero un estruendo en el pasillo la hizo detenerse y girar hacia la conmoción.
Entonces lo vio, envuelto en aquella desgastada armadura dorada con la espada de obsidiana tallada en el peto. Era algo que no deseaba volver a encontrarse en toda su maldita vida, pero que ahora se hallaba delante de ella: Erick LeReux había llegado para saldar cuentas.
Las dos figuras que le acompañaban tampoco le eran desconocidas: Levic Alcott, a quien todos creían muerta, y Zeke, uno de los hijos licántropos.
La Apóstata comenzó a temblar y Erick se echó a reír.
—Cuanto tiempo sin verte, hereje. Escuché que tuviste el atrevimiento de crear una fenómeno igual a ti.
Ella apretó los puños, resistiendo contestar.
—¿Me recuerdas, Zenobia?—murmuró Zeke con rabia.
Con él no pudo contenerse.
—Nunca se olvida al causante de una maldición.
El mencionado soltó un gruñido.
—Precisamente. ¿Quién podría olvidar a la mujer que mató a muchos de mis hermanos y a mi padre, y encerró al resto de nosotros en la "Caja" de Pandora?
Zenobia resopló.
—-Fue un error. Debí matarte también.
Zeke cayó ante la provocación y se lanzó hacia Zenobia de Argos, olvidando que la primera vez que se enfrentaron, ella no había necesitado de la psicoquinesis para asesinar a los Licántropos.
Por desgracia, Cayla dependía de su poder casi por completo, ya que no había cultivado ninguna otra habilidad útil para el combate; en la situación actual, era por completo dependiente de Eva y su puntería.
—Ma, ma, ma— Balbuceó Jacob, aferrado a los dedos de su mamá mientras ella intentaba convencerlo de quedarse quieto y callado detrás de toda la ropa del closet.
—Oye, mini ricitos, si quieres jugar a las escondidas tendrás que soltarla— apresuró, tratando de no sonar preocupada.
—Ma, ma.
—Mamá vendrá a buscarte con chocolate— prometió Eva.
—¡Co!— gritó entusiasmado.
—Si, chocolate, te daré todo el chocolate que puedas comer si te quedas aquí muy quieto, como una estatua.
—Co...— susurró echándose una manta de algodón encima. El trato estaba hecho.
Cerraron la puerta y apagaron todas las luces, pensando que esconderse era mucho mejor idea que correr a ciegas y convertirse en un blanco fácil.
—Resistiremos tanto como sea posible, pero si algo llega a salir mal... solo toma a mi niño y vete.
Cayla no respondió. Consideraba que era el momento menos oportuno para discutir con Parra, por lo cual solo prometió en silencio que haría todo lo posible por mantenerla a salvo, y que ni siquiera el dolor de sus quemaduras le impediría cumplir su labor.
—¿Me estás escuchando?— insistió mientras escondía su revólver.
—Totalmente.
Cuatro Cazadores lograron entrar. Cayla y Eva se escondieron tras los sillones, escuchando con atención los pasos de los invasores. Cuando se percataron de que se acercaban a ellas, con cuidado se deslizaron alrededor de los muebles para dejarlos pasar.
El piso crujió y ante el estrés, Eva empezó a rezarle a su amado Apolo, suplicando que Jacob no comenzara a llorar o a gritar. Aún así, uno de los Cazadores decidió acercarse al clóset, abriéndolo un poco para descubrir al niño respirando bajo la tela azul.
Parra sintió que el corazón se le saldría, pero en su terror no supo qué debía hacer. ¿Esperaba que ese monstruo tuviera compasión? ¿Se lanzaba al ataque? ¿Qué acción perjudicaría menos el bienestar de su hijo?
—Adán, ¿encontraste algo?— preguntó uno de los Cazadores.
Eva se mordió los labios, aguantando las ganas de llorar.
El mencionado cerró la puerta con cuidado, rogando que el niño no hiciera un solo ruido.
—No— mintió, sorprendiendo a ambas Apóstatas—vamos a seguir buscando. Dividanse, concentren sus esfuerzos en los siguientes apartamentos— ordenó, comenzando a arrepentirse por haber alentado el plan para matar a todos los herejes.
Cuando la puerta se cerró, Eva se acercó al cubo de basura para vomitar, sintiéndose culpable por usar los gritos de fuera para cubrir el sonido de sus propias arcadas.
Anderson no se movió de su lugar, vigilando la puerta por si acaso a los Cazadores se les ocurría volver.
—No entiendo...— sollozó Parra, limpiando sus labios— no entiendo...
—Tal vez, tal vez tienen algo de conciencia todavía— respondió K, intentando mantener un poco de esperanza y calma.
—¿Crees que debamos quedarnos?— preguntó asustada.
Cayla meditó las palabras del asesino: dividanse y concentren sus esfuerzos en los demás apartamentos, ¿significaba que nadie iba a irrumpir donde estaban ellas?
—Es... probable.
Por otra parte, en la segunda sección Harry se encontró con un par de guardianes ayudando a una anciana y sus nietos.
—¡Harrison, tenemos que irnos!— advirtió uno, justo antes de recibir un disparo en el hombro izquierdo.
Los niños empezaron a gritar, asustados. Antes de que el tirador pudiera rematarlo, Harry se colocó frente a él y se cubrió con el brazo derecho, amortiguando el proyectil con su carne; la punta afilada perforó entre el radio y el cúbito.
El otro guardia disparó contra el atacante, matándolo. La anciana pidió a los pequeños cerrar los ojos mientras examinaba la herida de Harry.
—¡Estaré bien!— anunció, y antes de que pudieran insistir en hacerle un vendaje para fijar la flecha, la sacó de un doloroso tirón.
—¡Estás loca!— reclamó el guardián herido.
—No tengo tiempo para esto—aseguró, ayudando a la anciana a levantarse antes de seguir su camino.
El maltrecho guardián le tendió su escudo.
—Ya no puedo usarlo y resiste disparos de balas, así que llévatelo.
Selene tendió el brazo ileso.
—Gracias— y continuó su camino.
Los últimos cuatrocientos metros fueron más fáciles de sortear, pero se vio obligada a matar a un par de Cazadores para evitar cualquier riesgo. Después de lo que pareció una eternidad, Selene por fin encontró a los Mayer con algunas heridas menores. Como Jason había bebido, se enfrentaban a la dificultad de tener que cargarlo.
—¡Harry!— lloró Alice, corriendo a abrazar a la chica—¡que gusto que estés viva!
Suspiró aliviada.
—No, no hay tiempo, debemos ir a los túneles—sugirió Beth, hasta que reparó en el brazo de la Apóstata, empapado en rojo.
—Los llevaré— prometió Selene.
—Estás herida—le recordó la mayor de las Mayer, deteniendo su andar— no llegarás muy lejos así.
Ella por fin volvió a reparar en su brazo, y Beth se apresuró a hacerle un vendaje improvisado con los jirones de su suéter.
—Esto tendrá que bastar—susurró preocupada.
La otra no pudo responder, pues tuvo que arrojarla a un lado para cubrir a todos con el escudo, ya que un Cazador intentó acribillarlos, pero Alice fue más rápida y se asomó para contraatacar, disparándole una única bala al hombro.
—Vámonos— ordenó Harrison, entregando el escudo a Alice para poder cargar a Jason en su hombro y tomar el arma del cadáver, jalando del gatillo apenas se asomó uno de los Cazadores en su rango de visión; no iba a darles tiempo para nada, ni siquiera rendirse.
Dos problemas que los Cazadores no habían contemplado (ya que Gabrielle no lo sabía) eran que, en primer lugar, cada Templo tenía un protocolo de emergencia por invasión, y el del Nigromante consistía en dos pasos sencillos:
1) Escabullirse hasta la torre central.
2) Usar el sistema de túneles.
Por lo cual los Apóstatas no necesitaban ir hacia la salida principal, sin importar los esfuerzos que hicieran para intentar obligarlos.
En segundo, los semidioses eran (en su mayoría) sanguinarias bestias que no necesitaban de sus poderes para masacrar al enemigo; claros ejemplos eran Selene Harrison, Frederick Muller (la única persona tan "creativa" como para convertir a los Cazadores en macetas) y Aarón Reynoso, quien ya se encontraba en el patio central junto a Priscila y sus compañeros más confiables para iniciar el contraataque.
Si los Cazadores querían sangre, sangre obtendrían.
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