Capítulo 11
Muchos de los Apóstatas que habían sido transportados al Templo del Nigromante decidieron irse de allí antes de que pudieran volver a ser capturados, y a pesar de que los guardias simpatizantes de Reynoso intentaron detenerlos, unos cuantos lograron fugarse. En mitad del terror por haber sido casi ejecutados, los civiles comenzaron a vomitar sus impresiones, olvidando una de las más importantes reglas del Código Negro: nunca hables de los asuntos del Templo fuera del Templo.
Y tal equivocación no iba a ser perdonada.
La mezcla de odio, fantasías de venganza y desesperación fue percibida por Ares justo en el momento en que caminaba cerca a los sabuesos de Artemisa, siguiendo el rastro de Hermes y Hefesto. Se detuvo a la mitad del campo, prestando especial atención a lo que estaba ocurriendo; quizá el dios de la guerra cruel no era el más astuto, pero los Apóstatas habían sido tan explícitos que no le dio ningún trabajo comprender lo que estaba ocurriendo. Ante la atenta mirada de las ninfas se marchó al Templo de su amada Afrodita, quien se encontraba dando instrucciones a los Erotes.
—¿Qué sucede?—inquirió ella apenas arribó el señor de la guerra.
Con un gesto, Ares indicó a los dioses alados retirarse, y unos segundos después de encontrarse solos, le dio la agradable noticia:
—Los bastardos están en crisis.
Templo de Amatista...
Para lograr salvar a los últimos civiles, los gemelos Todd provocaron un sismo oscilatorio que desestabilizó a todos, dando tiempo suficiente a Selene Harrison para envolver de nuevo al puñado de Apóstatas que esperaban una oportunidad para huir; no iba a haber otra, tenía que sacar a todos de una sola vez.
—Solo a los que no pueden luchar— pidió Jason, puesto que él y Alice no pensaban abandonar a los demás.
Harry aceptó. Mientras los humanos comenzaban a escapar, los hermanos Mayer disparaban a todo aquel que intentara acercarse a la semidiosa, a la par que Frederick Muller utilizaba las ramas de unos olivos cercanos para ahuyentar a los espectros, dándole el tiempo suficiente para enviar a siete de los nueve últimos Apóstatas al Templo del Nigromante; cuando estaba por salvar a los dos restantes, un fiel guardián de las Túnicas logró abrirse paso y disparó con una taser mejorada, electrocutándola no sólo a ella, sino también a los que pretendía ayudar a huir; después de todo, la bioenergía era un excelente conductor de la electricidad.
Ella y los civiles gritaron de dolor, sintiendo que sus músculos se tensaban mientras el corazón comenzaba a latirles de forma tan violenta que parecía que iban a reventar en cualquier momento.
—¡Harry, no!— gritó Zenobia con desesperación, y un Apóstata que controlaba el viento lanzó una ráfaga que cortó los alambres de los electrodos para interrumpir la descarga. Alda disparó una flecha directo al cuello del traidor, antes de seguir repartiendo su furia con los demás.
Todo duró apenas unos segundos, pero fue suficiente para privar de la consciencia a los tres. Sus rígidos cuerpos cayeron y Selene fue atrapada por Jason, mientras Frederick corría hacia los civiles para asistirlos, siendo el turno de Reynoso de mantener ocupados a los escurridizos espectros.
—Harry...— susurró el joven Mayer mientras acariciaba la pegajosa mejilla de su amiga— por, por favor.
De repente ella despertó, inhalando tanto aire como le fue posible. Los mareos pronto se hicieron presentes y Selene apartó a Jason con la vergüenza de que él pudiera verla vomitar; por fortuna, solo escupió un poco de saliva.
—Calma— pidió el joven, dándole palmaditas en la espalda mientras ella se sacaba los electrodos del brazo y pecho.
Fred se acercó para examinarla.
—¿Y los otros?— preguntó Mayer.
—Muertos— anunció con impotencia. Las taser mejoradas estaban diseñadas específicamente para neutralizar semidioses, lo cual significaba que emitían un voltaje mucho mayor que no pudo ser resistido por los civiles.
Por breves segundos nadie se atrevió a pronunciar palabra. Selene Harrison ni siquiera se quejó cuando Frederick le colocó hierbas medicinales en sus heridas, y el semidiós, sabiendo que no podían quedarse tanto tiempo sin hacer algo, decidió "alentar" a ambos jóvenes.
—Quiten ya esas estúpidas muecas de sufrimiento y hagamos algo al respecto.
Jason se sonrojó, sintiéndose humillado. Harry apretó los dientes.
—¿Tienes un plan?— preguntó ella, rogando internamente que así fuera. Un guardián disparó una flecha y Selene invocó un escudo para protegerse a sí misma y sus acompañantes.
Mayer se apresuró a disparar, obligando al otro a retirarse. Más guardias llegaron y comenzaron a atacarlos, haciendo todo lo posible por separarlos.
—Un plan sencillo— respondió Frederick como si nada estuviera ocurriendo. Señaló a los ancianos— pero no podré hacerlo con ellos picándome el trasero.
Selene los observó. Mientras la Túnica Blanca Kendall hacía todo lo posible por cubrir a sus compañeros, Petra aprovechaba la sangre y los pocos cadáveres para invocar nuevos espectros; incluso los cuerpos cerca del trío de Apóstatas comenzaron a burbujear.
La hija de la Luna apretó los dientes.
—Déjamelo a mí— se ofreció, decidida a aprovechar cualquier mínima oportunidad para matar a Machinskaya.
Tanto a Mayer como a Muller les pareció precipitado y estúpido.
—Harry, son 4 Apóstatas muy poderosos. ¿Qué piensas hacer?— intentó razonar el preocupado Jason.
—Sin olvidar que, al parecer, Machinskaya tiene un par de trucos bajo la manga.
Tenían razón. No podía lanzarse sin más contra ellos, pues corría el riesgo de morir en menos de seis segundos.
Frederick metió un par de semillas dentro de la boca del guardián que intentaba matarlo, haciéndolas crecer desde su interior con apenas mover los dedos.
—Da igual, solo necesito tres minutos.
Harry lanzó una onda de energía a su contrincante para dejarlo fuera de combate. Miró a su alrededor intentando encontrar alguna idea, sin importar si era estúpida o la más astuta. Después de alejar a otro guardián, por fin reparó en el novato de los Apóstatas: Joan Quintanar, el más rápido de todos y también el único que no tenía la menor idea de qué hacer; sus movimientos eran erráticos, corría de un sitio a otro sin saber muy bien qué hacer o a quien ayudar.
—Ese enano me va a ayudar— lo señaló, y antes de que sus compañeros pudieran rechazar su idea, Harry corrió hacia él, esquivando las danzas violentas que se estaban llevando a cabo entre ambos bandos.
Quintanar golpeó a un guardián en el vientre con tal fuerza que lo hizo vomitar, y tal acto no hizo más que provocarle culpa.
—Perdón, perdón, no creí que fueras tan débil y...
—Oye, enano— llamo Harry, mirándolo de forma extraña—Guarda tus disculpas para otro día, necesito tu ayuda.
Joan la miró incrédulo, señalándose a si mismo.
—Si, tu— respondió un poco exasperada. Tres espectros intentaron acercarse y ella les lanzó una onda de energía— necesito que me ayudes a distraer a esos ancianos.
Un guardia se aproximó a Joan y esta vez él no se atrevió a intentar atacar, todavía asustado por lo que le hizo al otro.
—¿Cómo pretendes que haga eso?— pregunto angustiado mientras esquivaba el hacha con dificultad— ni siquiera sé que estoy haciendo.
Harry sonrió.
—Exacto.
Mientras tanto, una fastidiada Cayla había logrado abrirse paso a golpes entre las laberínticas paredes de la prisión, hasta que por fin pudo salir hacia el pequeño patio trasero. Sacó los dos mapas que le había dado Selene (uno con los torpes trazos de Aarón del interior de Amatista, el otro el que había robado de los cadáveres en su refugio) y se los entregó a Evangeline, la única de las dos que sabía leerlos.
Ella tuvo que dejar de cargar a su hijo para poder hacerse con ambos papeles.
—Tenemos que evitar el conflicto en el patio de ejecuciones y llegar a la entrada— pidió K, pues consideraba que ya había metido en suficientes problemas a los Parra.
El cielo volvió a estremecerse con relámpagos y Jacob comenzó a llorar, llevando sus temblorosas manitas a los oídos.
—¿No piensas ayudarles?— reclamó Eva, quien ya sabía todo lo que estaba sucediendo. No quería ser la razón por la cual Anderson no apoyara a los Apóstatas, puesto que ya sentía suficiente culpa al no ir a luchar ella misma.
Cayla negó con la cabeza.
—Mi prioridad son ustedes, cerecita. Los llevaré a la entrada y después volveré con los demás.
—Podemos cuidarnos solos— respondió mientras apretaba el arco que sostenía con la mano izquierda.
Jacob enterró su cara en la pierna de su mamá, esperando que ella pudiera calmar todo el dolor que los ruidos le provocaban.
—Lo sé...
—Entonces vete— interrumpió mientras se las ingeniaba para acariciar la cabellera despeinada de su hijo— ¿no eres tú quien habla siempre sobre hacer lo correcto? Ve y demuestra que es verdad.
Cayla se sintió acorralada ¿Tenía que escoger entre su familia y sus ideales?
—Ni siquiera recuerdo cómo regresar— intentó persuadirla.
—Sigue el rastro de paredes destruidas— sugirió con astucia, tomando a Jacob de la mano y dando media vuelta para marcharse.
Cayla quiso seguirles el paso, pero se detuvo. Casi siempre hacía todo lo posible por proteger a Eva, pero nunca tomaba en cuenta su opinión ni le preguntaba nada.
Por primera vez decidió que debía hacerle caso; solo esperaba no llegar demasiado tarde.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro