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Capítulo 10

—¡No!— gritó la Túnica Thomas al borde del llanto.

—¡Praesidium! —invocó Zenobia, cubriendo a los Apóstatas con un escudo de energía morada mientras su estudiante protegía a Priscila del Acero Sangriento, Reynoso y otros miembros de la rebelión; aun así, los proyectiles lograron alcanzar a algunos guardias que no tuvieron tiempo para resguardarse.

—¡Deténganse!—continuó suplicando el padre.

Una nueva ola de flechas y balas arremetió contra los escudos. Petra sacó una daga de su cinturón y aprovechando la distracción de Thomas, se acercó por detrás y le cortó la garganta; si él era un traidor, al menos serviría de algo en aquella lucha.

—¡Desgraciada!—Bramó Priscila.

Ante el horror de los Apóstatas, la sangre comenzó a hervir, tiñéndose de un espeso color negro.

—¡Continúen disparando!— Ordenó Eleanor para dar tiempo a su compañera de terminar el conjuro, importándole nada la muerte del otro.

Pronto el líquido negro y el cuerpo comenzaron a evaporarse y tomar formas difusas, espectrales, aumentando la urgencia de huir.

—¡Priscila, saca a todos de aquí!— ordenó Aarón.

—¡No puedo!— respondió. Por primera vez, Harry notó la angustia en su voz— intentar conjurar un segundo hechizo anulará el primero.

Cómo pocas veces, las limitaciones de sus habilidades quedaron expuestas: ningún maestro de la psicoquinesis podía realizar dos hechizos al mismo tiempo.

Ninguno, excepto su única usuaria natural: Selene Harrison.

La joven giró hacia los Apóstatas, observando con especial atención la figura encorvada de Jason, quien hacía todo lo posible por calmar a un par de niños huérfanos que gritaban con desesperación por ver a la muerte aproximarse con brutalidad.

—¡Quintanar!— escuchó a Alda gritar— te necesito en el patio, ¡ahora!

—Prepárense— ordenó Priscila— nuestra prioridad son los civiles.

Si, pensó Harry. En definitiva, ella tenía el poder para hacer algo al respecto.

Movió un poco el brazo izquierdo, apuntando su palma hacia la multitud cuyos cuerpos pronto se rodearon de energía verdosa.

—Harry— Jason adivinó con rapidez en cuanto se percató de lo que estaba ocurriendo.

Zenobia miró de reojo, sorprendida ante la hazaña de su estudiante. Estaba a punto de externalizar su asombro cuando notó el cansancio y las ramificaciones color verde en el rostro de Selene, extendiéndose de forma visible a cada segundo.

—¡No, espera!— ordenó— De seguir, podrías...

—¡Ya sé!— interrumpió— No me desconcentres.

Harry comenzó la evacuación, eligiendo el Templo de Nigromante como destino. No podía teletransportar a todos al mismo tiempo, por lo cual decidió hacerlo por grupos de 5 a 10 personas (comenzando por los niños) según le permitiera el dolor punzante en su cabeza.

Machinskaya apretó los puños.

—He sido muy paciente, pero ustedes ya han causado suficientes problemas— como la versátil maga que presumía ser, no tuvo que hacer más que chasquear los dedos para lanzar su hechizo más útil— Anulación.

Una especie de ráfaga de viento salió disparada veinte metros hacia adelante, suprimiendo ambos escudos y la bioenergía que envolvía a los Apóstatas. Incluso Joan Quintanar, quien llegaba a escena, perdió su velocidad divina, tropezando y cayendo cerca de Priscila.

Al mismo tiempo, el vapor terminó de materializarse en una especie de tinta negruzca, donde solo los ojos y contorno de la boca de dichas criaturas eran visibles. Bramaron haciendo temblar el Templo, y junto a los guardianes se lanzaron contra los indefensos.

En Olimpo el conflicto había escalado en magnitud, dispersándose hacia el monte Parnaso, Tesalia y Macedonia, sin importar qué o quién pudiera quedar atrapado en el fuego cruzado.

Los rayos de Zeus seguían de cerca a Hera, destruyendo gran parte de las montañas que rodeaban Kamena Vourla, cuyas colosales rocas comenzaron a caer sobre la ciudad. Las alarmas empezaron a sonar, mezcladas con los gritos de horror y desesperación de animales y humanos; muchos murieron al instante, mientras los menos afortunados suplicaban por ayuda, atrapados entre los escombros.

Pero eso a la diosa no le interesaba. Ella solo seguía su escurridizo instinto de supervivencia, pretendiendo cansar al dios supremo para asestar el golpe de gracia.

Un nuevo rayo impactó en la Iglesia de San Panteleimon cuando Hera fingió esconderse dentro. Algunos residentes lograron salir antes de que la estructura les cayera encima, pero fueron aplastados por las piedras que les arrojó la misma Hera, asegurándose de que la escena fuera lo suficiente brutal para enfurecer a su esposo.

—¡Has llegado muy lejos!— gritó Zeus. Su voz se escuchó como el estruendo de una tormenta a punto de desatarse.

—¡Todo esto es culpa tuya!— respondió lanzando los escombros en diferentes direcciones.

—Juraste no volver a levantarte en mi contra.

—Y tú me juraste fidelidad.

En Parnaso, Artemisa disparaba sus flechas hacia Hefesto, una tras otra de forma que el dios no tuviera tiempo ni para pensar. El escudo que este llevaba le protegía, pero la fuerza de cada proyectil lo desestabilizaba, aumentando el ya permanente dolor en sus piernas.

La diosa emitió un silbido y sus ninfas liberaron a los sabuesos de caza, ansiosos por despedazar al dios cojo. Temeroso, a este no se le ocurrió nada más que golpear su mazo contra el suelo para provocar un terremoto que desestabilizó a los perros. Decidió que debía retirarse cuando sintió la espada de Ares clavarse peligrosamente cerca del corazón, soltando su escudo y su martillo; suerte que el dios de la guerra era lo suficientemente idiota para errar el ataque.

Artemisa aprovechó para lanzar la última flecha directo al corazón del herrero al mismo tiempo que Ares sacaba su espada. El proyectil terminó en el hombro de Ares, ya que una veloz mancha quitó a Hefesto del medio, llevándolo a un sitio seguro a varios kilómetros de distancia.

—Supongo que el alboroto no pasó desapercibido— dijo Hefesto a manera de saludo.

El otro dios rio tratando de calmarse.

—Era difícil de ignorar— contestó Hermes.

En Amatista, Cayla buscaba a los Parra con desesperación. Los laberínticos pasillos parecían haber sido diseñados por Dédalo, pues no importaba cuánto esfuerzo pusiera Anderson en aprender las rutas que ya había recorrido, siempre volvía al mismo sitio y se encontraba con los mismos guardias desmayados, y no podía darse el lujo de ir destruyendo paredes ya que podía herir a los prisioneros.

De repente escuchó un llanto, que más que sollozos, parecía ser otra de las duras crisis por las que Jacob atravesaba de forma constante. Sus gritos eran seguidos de golpes a las paredes y quejidos por parte de Eva, quien de seguro estaba recibiendo uno que otro golpe o rasguño impremeditado.

K apretó los puños con rabia. Si alguien no mataba a Petra durante la confrontación, lo haría ella misma y de la forma más retorcida posible.

Sacudió la cabeza y continuó corriendo, sintiendo su corazón y oídos palpitar con fuerza al acercarse cada vez más a la celda de los Parra. Tras diez minutos dando vueltas por fin los encontró: Jacob gritaba y se retorcía mientras era abrazado por su madre, a quien le sangraba la nariz probablemente por que el pequeño le había dado un cabezazo en mitad de la crisis.

—¡Cállate ya, niño!— ordenó el único guardia que los vigilaba— me tienes harto.

—Te dije que lo dejes en paz— pidió la cansada Eva.

—Si no haces que se calle, voy a... —la frase fue interrumpida por el desagradable sonido de su cuerpo cayendo con fuerza al piso.

Cayla hubiera deseado arrancarle la cabeza, pero no quería armar una escena que pudiera perjudicar la salud mental de Jacob, por lo cual se limitó a derribarlo y golpearlo en la nuca.

K...

—Te sacaré— afirmó buscando las llaves— a ambos.

Evangeline se permitió derramar todas las lágrimas que había acumulado en las últimas horas.

—Lo sé. Gracias.

—No te atrevas a decir eso— pidió mientras abría la celda, evitando mirarla a los ojos— estás aquí por mi culpa.

—También es verdad.

—Lo siento mucho, cerecita.

En mitad del sollozo, Eva rio.

—Cállate.

Y con la reja abierta, ambos Parra se abalanzaron sobre la semidiosa en un abrazo. Aquel rescate parecía ser lo único exitoso en mitad de la batalla.

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