Capítulo 1
8 horas después del incidente en el Barrio Bajo, Selene Harrison descansaba en el "Refugio de emergencia", una casa alquilada por James en la Colonia Vicario, con apenas suministros suficientes para un par de semanas.
La Apóstata se hallaba inconsciente pero estable; sus heridas habían sido suturadas por la mano de su padre y las hemorragias internas frenadas gracias a los avanzados poderes de su maestra.
—Ni mis peores pesadillas se pueden comparar con esta situación— comentó Zenobia en voz baja, mirando a su estudiante— dos diosas han muerto, unos humanos casi lograron arrebatarme a mi estudiante y he descubierto mis poderes ante ellos. Cuando las Túnicas Blancas se enteren de esto, va a haber serios problemas.
Horas atrás Zen regresó a aquella casa en el Barrio Bajo, con la esperanza de encontrar al "criminal ese" inconsciente; sin embargo, se llevó la desagradable sorpresa de que los sacos de carne ya no estaban, por lo cual decidió llamar a Jason Mayer para que examinara la escena, recolectando la siguiente información:
La extraña marca en una de las paredes consistía en un círculo con dos líneas paralelas en el centro, confirmando las sospechas de que la casa había sido "protegida" con uno de los varios sellos antimagia existentes.
El sello antimagia estaba hecho con alguna sustancia acuosa (probablemente lágrimas) y sal.
El patrón de salpicadura de sangre indicaba que Zenobia sí había disparado contra el atacante de Harry (ya que por un momento, dudó de su puntería).
Las manchas por arrastramiento evidenciaban que los cuerpos de las diosas Pandia y Herse habían sido movidos.
Los casquillos pertenecían a un revólver calibre 38, arma difícil de encontrar en la isla.
Toda la evidencia apuntaba en una única y terrible dirección: la Congregación de Cazadores estaba de vuelta, y con toda probabilidad, activa desde hace mucho tiempo.
—Vas a perder tu rango— comentó James mientras bebía un trago de vino. No tenía un comentario menos absurdo para continuar con el tema, y a sus acompañantes no pareció importarles.
—Es todo culpa mía— respondió Zenobia.
—No lo es.
—Si yo no hubiera ocultado toda la verdad, ella habría estado mejor preparada...
—Si, es cierto— James concordó al final— Pero no eres la única culpable, yo tampoco se lo dije. Se supone que soy un padre preocupado por la seguridad de su hija, pero lo único que he hecho hasta ahora es cometer error tras error...
Jason bebió en silencio. Empezaba a comprender las razones por las cuales hablar en público sobre Zenobia estaba prohibido, y también porque a Harry se le negaba el acceso a la sección H-15 de la biblioteca: su maestra nunca le había hablado ni de su pasado en Grecia, ni de su pasado con la Congregación de Cazadores.
Apretó los dedos con enojo. ¿Acaso la vergüenza era motivo suficiente para haber mantenido a Selene Harrison desprotegida y en la ignorancia?
Apuró su cerveza. Sabía que no era un buen momento para reproches.
—No tienes culpa de que decidiera sacarte de la jugada— explicó Zenobia, queriendo ahorrarse un poco de drama.
—¡No hablaba de eso, maldita sea!— James conocía bastante bien a su acompañante como para saber que no quería escucharlo. Se levantó, deseando marcharse pero limitándose a caminar por la habitación.
Zenobia reconsideró su postura.
—¿Entonces qué?
Pero él ya se había molestado.
—James— suspiró— tú siempre estás dispuesto a escucharme, creo que es justo intercambiar papeles, para variar.
Permanecieron en silencio una vez más, hasta que Harrison ya no pudo contenerlo. Azotó el vaso de vino en una mesita.
—Yo debería ser quien se manche las manos de sangre, no ella.— Hizo una breve pausa— y no me refiero a lo que pasó con Herse, yo... ella... ambos sabíamos que eso tendría que pasar tarde o temprano.
Zenobia bebió más whisky, comprendiendo de qué iba todo ello.
—Es por García.
Jason Mayer se sintió incómodo de repente, pues parte de él pensaba que, de ser necesario, podría ser el siguiente a quien Harry sacrificaría.
Pero no quería juzgarla, no cuando él había accedido a ayudarla por sus propios intereses; seguro que Harry también había llegado a desconfiar de él cuando se sinceró.
Y, pensándolo bien, ¿él no haría lo mismo? Salvaría a su madre y a su hermana antes que a Selene Harrison.
—Iba a dejarla morir con tal de salvarme a mí— continuó James. Sus ojos enrojecieron, hinchados— Conozco a Selene, y sé que a pesar de que sonaba convencida de su decisión, iba a arrepentirse por el resto de su vida si Elizabeth llegaba a morir.
Zenobia no sabía qué decir para hacerlo sentir menos miserable. Por primera vez en mucho tiempo, pensó en su brújula moral, esa voz en su cabeza que le obligaba a sentir culpa o vergüenza cada vez que cometía un acto que la sociedad (y hasta ella misma) calificaba como malvada; había tanta sangre de muchas y diferentes personas escurriendo de sus manos, que ya no sentía el menor remordimiento cuando cobraba otra vida.
Pero para Harry y James ese era terreno inexplorado.
—Sabes tan bien como yo que tu hija toma sus propias decisiones haciendo oídos sordos a palabras ajenas— no lo decía de dientes para afuera, pues el historial de desobediencia de la joven lo avalaba.
El señor Harrison sollozó.
—Me estoy convirtiendo en un estorbo para ella.
El teléfono celular de Zenobia interrumpió el dilema con una notificación: la alarma de su casa había saltado, ya que una persona se encontraba tocando la puerta de forma brusca y desesperada. Cuando activó la cámara, se encontró con la segunda desagradable sorpresa del día: Alda, apóstata nivel 2.
Su presencia no indicaba nada bueno.
—Creo que ya lo saben— anunció.
Aquello hizo sentir escalofríos a Jason y James.
—Debo ir— sabía que huir no serviría de nada— No se preocupen, prometo que encontraré la forma de mantenerlos al tanto de la situación. Será mejor que esta noche no se muevan de aquí si no quieren ver sus cabezas rodar.
Ambos asintieron. Zenobia tomó su chaqueta y se teletransportó a su propia casa, apresurándose a abrir la puerta.
—¿Qué quieres?
Alda ignoró la descortesía. Estaba acostumbrada.
—Machinskaya ha convocado una reunión de emergencia exclusiva para los semidioses. Todos deben ir de inmediato al Templo del Nigromante.
Zenobia no parecía haber sido descubierta, por lo que era mejor fingir que no tenía idea de nada.
—Machinskaya no suele convocar reuniones. ¿Qué puede ser tan importante?
Alda tenía estrictas órdenes de mantener la boca cerrada, pero no sentía ni una pizca de lealtad hacia las Túnicas Blancas, menos aún a Machinskaya de quien se rumoreaba tenía un informante entre los dioses; nadie estaba a salvo de ella, sin importar qué.
Al contrario, confiaba en Zenobia y no le importaba delatar los planes del Consejo con ella si eso hacía crecer las tensiones.
—Su estúpido informante dice que tu estudiante mató a dos diosas y los Olímpicos están furiosos. La reunión es para decidir qué hacer con Selene Harrison y cómo mantener a todos lejos del alcance de los dioses.
Por supuesto que eso enfureció a Zenobia.
—Lo dices como si hubiera cometido un crimen.
—Para Machinskaya así fue— Alda sabía que aquella charla no podía durar mucho más— debemos irnos.
—Conozco el camino— escupió intentó azotar la puerta.
—Me temo— Alda la detuvo con una mano— que tengo órdenes estrictas de escoltarte. El padre Thomas ordenó refugiar a todos, aunque Petra hizo énfasis en los semidioses.
Zen bufó.
—Bien.
Podría haber sido bastante sencillo teletransportarse, pero los alrededores del Templo del Nigromante estaban protegidos por un hechizo anti-magia que impedía cualquier tipo de ataque o intrusión; claro, dentro la regla se rompía y todos podían utilizar sus poderes para tener la oportunidad de entrenarlos.
Ambas marcharon, y mientras tanto, el refugio de emergencia quedó en un deprimente silencio. Sin haberlo notado, Selene ya se encontraba despierta, pero sin el valor para levantarse y dar cara a su padre o a Jason, sabiendo que tendría que enfrentar las consecuencias de sus actos.
Rancho de Avellaneda...
Orgullosamente salpicada con la sangre de los guardianes del Templo Ígneo, Levic Alcott regresó donde el resto de sus compañeros, quienes ya estaban listos para llevar a cabo los rituales en el Rancho de Avellaneda, un sitio de 400 hectáreas que permitía hacer prácticamente cualquier cosa lejos del ojo público. Llegar a él significaba cruzar entre un montón de serpientes arbóreas marrones que no perderían una oportunidad para envenenar a cualquiera que se atreviera a entrar en sus (ahora) dominios; la ventaja de los miembros de la Congregación de Cazadores era su inmunidad ante esa clase de inconvenientes.
La tercera cabaña, de uso exclusivo para los rituales de sangre, ya estaba siendo debidamente limpiada y preparada. Afuera, Adán se encontraba sentado bebiendo un refresco con tranquilidad mientras se retocaba las uñas con esmalte rojo, pues las tenía mal pintadas y deseaba estar presentable para el evento.
—Adán, ¿la sangre está lista?— inquirió Levic mientras se quitaba el sudor y la sangre con una toalla.
—Tengo los tres tipos, recuperamos dos cuerpos pero sólo un corazón de diosa, y por desgracia perdimos a la semidiosa. También murieron dos buenos activos... A manos de Zenobia de Argos.
Si, ya se lo habían comunicado y estaba preocupada por ello, pero no quería que eso arruinara el evento.
—Nos encargaremos en su momento. La sangre es suficiente por ahora— dio una palmadita en la espalda de su compañero, dándole ánimo— con mi escuadrón conseguimos la caja pero perdí a 3 chicas, y honraremos su memoria haciendo lo correcto.
Miró a su izquierda, encontrándose con Elizabeth García hecha un ovillo cerca de un árbol y siendo consolada por un miembro del equipo de Adán.
Eso le molestó.
—¿Qué hace ella aquí?
—Oh, querida, Pandia y Herse asesinaron a sus guardaespaldas y la secuestraron para usarla de carnada. La sacamos de la escena pero se negó a alejarse, dice que solo con nosotros se siente segura.
Levic cambió su semblante a uno más tranquilo. Había llegado a pensar que Adán se había aprovechado del miedo de Elizabeth García para convencerla de convertirse en Cazadora.
—Hablaré con ella— caminó hacia el árbol y con un movimiento de cabeza indicó a la acompañante de la temblorosa chica que se apartara.
—Elizabeth— dijo en el tono más suave posible.
Ella giró a verla con una mezcla de sorpresa y miedo.
—¡Tú entraste a mi casa!
Sintió vergüenza.
—Lo sé. Y me disculpo por eso, no debí molestarte en un momento tan delicado como aquel.
A García le pareció sincera,y su silencio motivó a Levic a seguir hablando.
—Escucha, siempre estarás a salvo con nosotros. Pero por ahora, tendremos un evento y será mejor que no te encuentres presente— aquello se sintió como un golpe a su ya tambaleante autoestima. Alcott se dio cuenta de ello y decidió aclararse— porque ya estás muy frágil para eso. Puedes quedarte en la cabaña 2 mientras tanto, y si necesitas algo solo grita, ¿está bien?
Elizabeth asintió en silencio. Con total sinceridad, Levic esperaba que no hubiera interrupciones durante el ritual.
Llamó a uno de sus compañeros y dio instrucciones sobre qué hacer con García, para después dirigirse a la cabaña 3, un poco emocionada por ver a su presa.
—¡Déjenme ir, malditos humanos asquerosos!
Pandia estaba inmóvil, ya que sin su corazón no era más que una bolsa de carne inútil que ni siquiera necesitaba de cadenas para ser retenida.
A Levic le pareció gracioso que ella y su hermana siempre estuvieran escupiendo en la cara de los humanos, tratándolos como basura, y ahora los papeles se habían invertido.
—¡Los mataré a todos!
Adán negó divertido, recuperando su frescura.
—Ya cierra la maldita boca— ordenó Alcott— no hay forma de que salgas de aquí con vida, así que hazte un favor y muéstrate digna ante la muerte.
—Hija de...
—Además— interrumpió— agradece que tendrás asiento en primera fila para observar a la Congregación de Cazadores resurgir por completo. No cualquier estúpido dios podría darse ese lujo.
La actitud de Pandia cambió en cuanto observó la "caja de Pandora" colocada frente a un altar.
La caja, que en realidad era una tinaja de 30 cm de alto, estaba fabricada con barro y hueso de oso, adornada con 3 patrones de surcos de madera proveniente de los árboles del jardín de las Hespérides, que se unían al centro de la tapa en un círculo tallado y pintado con oro.
—N-no pueden hacer eso.
—Claro que sí, solo necesitamos 15 mililitros de cada tipo de sangre y ¡adivina! Ya las tenemos, querida— se burló Adán.
—Todo gracias a la sangre de tu estúpida hermana— agregó Levic, saboreando la mueca de rabia de la diosa.
No le dio tiempo a que contestara, caminando hacia el altar mientras los miembros restantes de la Congregación de Cazadores entraban haciendo chistes ofensivos hacia Pandia para luego tomar su lugar en cualquiera de las sillas disponibles.
Cuando todos estuvieron sentados, Levic Alcott consideró adecuado comenzar con el evento.
—No voy a aburrirlos con un discurso innecesario sobre nuestra historia, liderazgo o el propósito de esta reunión. Todos sabemos a qué hemos venido, y es un honor para mí compartir este momento con ustedes, puesto que la liberación del primer Cazador de dioses y semidioses marcará el comienzo de nuestra victoria.
Todos aplaudieron. Desobedeciendo la sugerencia-orden que le habían dado, Elizabeth se asomó por una de las ventanas, tratando de averiguar qué estaba ocurriendo.
Levic tomó la sangre de dios y la mostró al frente.
—Con este gran paso, honraremos a los caídos— la vertió en uno de los surcos, atrapando entre sus dedos el frasco con sangre humana— Pandora se encargó de hacernos difícil el trabajo, pero hoy, al fin la hemos superado— la echó también, para después agarrar la sangre mestiza— ¡y podremos por fin traer de vuelta al gran Erick LeReux!— vació lo último, alcanzando un pedazo de tela vieja empapada en la sangre del antiguo caballero, introduciendola en el círculo.
Todos celebraron. Pandia comenzó a gritar desesperada, con miedo.
—¡No saben lo que hacen!
La sangre cubrió los surcos y la tinaja se abrió. De ella salió una espesa niebla que comenzó a tomar una extraña forma humana, despejándose y revelando un cuerpo esquelético envuelto en jirones de ropa, con el cabello, la barba y las uñas crecidas. Debilitado, cayó de rodillas mientras Elizabeth ahogaba un grito asustado.
Levic le echó encima una manta antes de abrazarlo.
—Sabía que volverías a mi.
Erick estaba muy confundido. Miró a su alrededor, descubriendo lo ajeno que le era su propio mundo; había cosas que parecían mantenerse iguales, como que las casas y mueblería seguían siendo de madera y que la iluminación se mantenía por medio de velas.
Pero había también detalles que le molestaban: ¿Por qué algunas mujeres llevaban cabello corto y pantalones? ¿Por qué había hombres usando cosas de mujeres, como esmaltes y maquillaje?
Eso comenzaba a incomodarlo, pero sentir la calidez de Levic le obligaba a mantener a raya su sentir. Decidió corresponder el gesto.
—Sabía que podías hacerte cargo.
Levic se separó de él, mirando con desprecio a Pandia.
—Erick está débil. Preparen el festín.
Adán regaló una macabra sonrisa a la diosa, y ella comprendió de inmediato.
—¡No, no por favor!— comenzó a gritar mientras su blanca piel se volvía casi transparente.
Dos personas la tomaron por ambos brazos y sin la mayor amabilidad la arrastraron fuera, encontrándose con una inmóvil García que no sabía de qué forma actuar. Las únicas dos cosas de las que estaba segura, eran:
Disfrutaba con el sufrimiento de la rubia que casi logró matarla.
No sentía miedo de aquellos dentro de la cabaña.
Los dos que llevaban a Pandia continuaron con su camino hacia la cocina, como si nada ocurriera.
Cómo si no estuvieran a punto de hacer "manjares" con ella.
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