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Capítulo 1

Al abrir la puerta de la finca abandonada, sus piernas flaquearon. El escenario, digno de un cuento de terror, le provocó náuseas: su hermana Julie había sido asesinada y dejada allí, como basura, con un enorme hueco en su estómago, evidencia de que habían arrancado a su hijo y al cual el caballero no veía por ninguna parte.

No soportó su propio peso y cayó de rodillas, llorando frente al cuerpo de su hermana. No había más que aquellos grabados en tinta sangrienta, que daban cuenta del terrible ritual que las brujas del Papiro Rojo habían llevado a cabo. ¿Para qué exactamente la habían utilizado? Un grito desesperado amenazaba con salir de su garganta, pero que no logró emitir gracias a su mejor amigo Sir Carver, quien cubrió su boca justo a tiempo mientras él también sentía que sus fuerzas desvanecían.

—Erick, tienes que continuar— el mencionado estaba a punto de reclamar ante el comentario que consideraba estúpido. Sir Carver se adelantó —tu sobrino aún te necesita.

El llanto se convirtió en sollozos. Temblando, acercó sus dedos a los vidriosos ojos de Julie, cerrándolos para siempre mientras indicaba a su compañero que estaba listo. Cautelosos, caminaron por el pasillo hasta llegar a una gran sala, mientras desenvainaban sus espadas y cuchillos. Abrieron la puerta de golpe, encontrándose con la pesadilla más horrible: Erick no sabía si había muerto e ido al infierno. Con la respiración entrecortada y el corazón a punto de salirle del pecho, observó a una multitud ensimismada, atenta a una mujer encapuchada que comía de la carne de un feto apoyado en el altar. Cuando esta alzó la cara pudo observar cómo un trozo de piel colgaba de sus ensangrentados dientes.

El frío sudor escurrió desde la cabellera pelirroja de Erick hasta su barbilla, mientras su blanca piel adquiría un tono casi transparente y sus azules ojos perdían el característico brillo que a todos encantaba.

— ¡Te haré pagar lo que has hecho! — Exclamó LeReux totalmente fuera de sí, arrojando su cuchillo hacia la bruja con todas sus fuerzas.

Esta esperó, y cuando la hoja estuvo lo suficientemente cerca de ella, la atrapó entre sus dedos, estrujándola para romper el afilado y duro acero de damasco. Sus dedos resultaron heridos en el proceso, pero el dolor no pareció molestarle.

Los caballeros se quedaron inmóviles mirando a aquella acercarse con lentitud, sabiendo que sus oportunidades de sobrevivir, cuando sus armas parecían ser inútiles, escaseaban. Las demás brujas hicieron dos filas, dejando pasar a su líder.

—¡Erick, vete!— ordenó Sir Carver al mismo tiempo que lanzaba una estocada. Sin embargo, la bruja lo detuvo por la muñeca comenzando a estrujarla, mientras sonreía mostrando los asquerosos dientes manchados en la sangre del infante. Desobediente, el otro caballero intentó cortarla con su espada, pero la hoja fue rota con ridícula facilidad por la huesuda palma de aquella. Sin dar tiempo a nada, también lo tomó por el brazo.

—Funcionó...— Apretó más la muñeca, obligando a Sir Carver a arrodillarse. —Funcionó...—repitió sorprendida— ¡Funcionó el ritual!

Erick hacía esfuerzo para liberarse, pero no podía y su guantelete comenzó a ceder.

—¡Hermanas!— gritó la bruja a las espectadoras— los rituales han funcionado.

Las brujas comenzaron a clamar por la muerte de aquellos caballeros, que a tantas de sus hermanas habían entregado al Tribunal Eclesiástico. La bruja lanzó a un lado al pelirrojo y haló a Sir Carver hacia ella, tomándolo esta vez por el cuello que rompió en un terrible crujido. El antiguo compañero de Le Reux cayó violentamente al piso, exponiendo los hematomas. Había ocurrido tan rápido que no hubo tiempo de gritos o maldiciones. Ni siquiera para cerrar los ojos.

Uno más. Un miembro más de lo que Erick consideraba familia, había muerto. Uno tras otro, los había perdido en menos de una hora.

Un grito de sufrimiento escapó de su garganta, obteniendo la atención de las demás brujas. Cuando las miró acercarse, comprendió que debía jugar su última carta, sacando un frasco de agua bendita que lanzó sobre las que se acercaban para matarlo. Surtió un nulo efecto, y ellas comenzaron a reír.

—No puedes matarnos con eso— advirtió la líder, acercándose con lentitud al caballero— los rituales de tu dios no sirven contra los de nuestra diosa.— Y sin tiempo para nada más, dio un único golpe que lo arrojó contra una pared que terminó atravesando, cayendo al pie de un árbol del descuidado jardín trasero.

La bruja líder salió, y con la mano llena de sangre y polvo recogió de nuevo a Erick, dándole otro puñetazo tan fuerte que lo hizo reventar el árbol y caer unos metros atrás. Su columna había sufrido serios daños y Erick se supo herido y en desventaja. Observó a la bruja aproximarse a su posición, y decidió que de una u otra forma debía salvarse; no iba a ganar aquella batalla, y tenía que sobrevivir para continuar luchando: por Julie, por su sobrino... y por Carver. Cerró los ojos, intentando controlar sus espasmódicos movimientos. Aquella echó un vistazo al cuerpo, encontrando una herida superficial en la cabeza de la cual realmente no sabía mucho, pero que le hizo pensar que había sido mortal.

—Vámonos— ordenó al resto— podrían venir más de ellos, y sería un desperdicio de tiempo. Tenemos planes por completar.

En el pasto seco crujían las sandalias de la secta, muy cerca de Erick. No sabía cuánto tiempo más lograría fingirse muerto, pero lo intentaría. Hasta que no escuchó más sus pasos, el caballero abrió los ojos, arrastrándose entre la hierba ya que además tenía una pierna y un brazo roto.

¿Cómo se suponía que enfrentaría a esos monstruos, si acababan de hacerlo papilla sin el menor esfuerzo? Ni siquiera comprendía cómo se recuperaría de sus heridas.

Erick— escuchó una dulce voz en eco, y no entendía si ya había perdido el juicio— sobrevivirás— le aseguró. Ojalá fuera cierto.

Su vista se volvió borrosa, comenzando a percibir extrañas formas y colores. Antes de perder el conocimiento, observó una hermosa y pelirroja mujer acercarse. Todo lo demás, igual que su alma, se había oscurecido.

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