Innecesario
DANTE YOUNG
17:00 p.m.
Dejo la mochila sobre la silla a un lado del escritorio. Luego me lanzo a la cama porque me siento agotado. Suspiro. Me remuevo sobre la comodidad de la colcha de plumas, pero no tengo remedio. Me siento y agarro el celular, pero la puerta es golpeada. Y no respondo, porque sé que se trata de mi hermana.
Ella manejó inquieta a casa, pero no dijo ni una sola palabra al respecto. Y soy consciente de que su preocupación fue producida por lo que sucedió en la cafetería.
—¿Puedo pasar, Dan?
—Sí.
La miro a los ojos y puedo notar a simple vista que está decaída. Pero prefiero guardar silencio y esperarla, porque Dámarias no habla si está bajo presión.
Ella camina dubitativa hacia la cama y se sienta, dándome la espalda.
—¿Qué sucedió con Miller? —pregunta.
—Nada.
—Mientes.
A cambio, hago una mueca por la acusación. De hecho, me siento ofendido porque ella lo está haciendo a conciencia, lo cual es peor. En primer lugar, ¿por qué debería mentirle?
—Dámaris —llamo—. No pasó nada —afirmo—. ¡Por favor! No me mires así —replico—. Según tú, ¿qué sucedió?
La pongo a prueba, porque sé que esta charla es innecesaria. Sería incapaz de romper un plato y me encuentro a años luz de llegar a meterme con Demian o sus conocidos. Y uno de ellos es Alex, él ex de Lisa.
Lo que significa que jamás me involucraría con esas personas.
—Sabes que Miller es problemático.
—Oh, mierda —me quejo—. ¿Vas a darme un sermón?
La mirada marrón de mi hermana me exalta y me frustra, a lo que me pongo de pie a fin de caminar por mi habitación.
Yo no debería estar pasando por esto. «¡Espero que estés contento, Miller!» Pienso, mordiéndome el labio inferior. Todo esto gracias a ese bravucón de preparatoria que no tuvo otra idea que tragarse mí manzana. «¡Es un desastre!»
—Entonces —balbucea nerviosa—, cómo justificas lo que sucedió entre ustedes —protesta—. Lo enfrentaste y se comportó como un perro faldero al menear la cola a su dueño. ¡Te habría partido la cara! ¡Todos lo saben!
—¡Mierda!
—Deja de hablar así.
—Me estás diciendo que prefieres que Miller me rompa la cara, ¿cómo debería procesarlo? —Lanzo el celular al escritorio—. Tú conducta es reprochable.
—¡Más reprochable es que llames al silencio!
—No llamo al silencio, Dámaris. ¡Yo estoy diciendo la verdad! —contesto—. Si no me crees ve y pregúntale a Miller, tal vez, te rompa la cara y estés feliz por eso.
—Eres un... —farfulla.
Pongo una mano detrás de la oreja y me acerco a ella a modo de confrontación.
—Disculpa —digo burlón—. No te oí —murmuro siendo malicioso.
Sí de algo estoy seguro es que nuestras miradas se sacan chispas y más confianza tengo en la idea de que ninguno de los dos va a dar el brazo a torcer.
A continuación, ella enreda los dedos en mi cabello lacio y empieza a tirar de ellos.
—¡Desquiciada!
Pongo una mano en su mentón para alejarla y me aferro a su muñeca con el objetivo de sacármela de encima.
—¡Subiré!
—Suéltame. No quieres que papá nos encuentre así —rabioso, gruño—. Estás exagerando, Dámaris.
—¡Mi vida! ¡Mi amor!
El grito de mamá nos deja estáticos.
—Ella empezó —digo molesto. Entonces la empujo sobre la cama. Y en la acción ella tira de mi cabeza. —Y no solo empezó, también está haciendo acusaciones infundadas.
—¿Yo? —Se apunta a ella misma—. ¡Miller está interesado en Dante!
—¿Eh? —exclamo. A su vez, veo indignado a ambas mujeres.
El rostro de mamá se desfigura.
—¡Hablé con él! —estalla—. Y adivina qué me dijo, "no seas molesta, Young".
Me cubro la cara.
—¿Por esa razón enloqueciste? —abatido, pregunto y a la vez mis cuerdas vocales se ven dañadas por las emociones—. ¡Eres una idiota!
—¡Dante!
El grito de mamá me obliga a erguirme y me limito a verla a la cara mientras Dámaris se para a mi lado.
—No vuelvan a ponerse un dedo encima, ¿soy clara? —habla enojada—. Dámaris.
La miro de reojo y juro que me reiría de ella por su cara de víctima, pero en la puerta de la habitación está papá.
—No te metas en la vida privada de tu hermano.
—¿Qué? —replica.
—¡También tiene novio!
La señalo y disfruto de la metáfora de "su boca cayó al suelo" gracias a la traición. A modo de victoria curvo las cejas. «No tuviste que meterte conmigo.» Pienso. Y sonrío triunfante.
—¿Cuál es la diferencia? —Se cruza de brazos—. También lo tienes.
Frunzo el ceño. Luego suspiro y me pellizco el entrecejo.
—Me rindo —declaro—. Piensa lo que quieras, pero deja de molestarme. Y... no te metas en mi vida privada.
Abro la mirada y una curva nace en la comisura de mis labios al grado de enseñar la dentadura al sonreír.
—Dante. —La voz de papá me deja helado—. A mi oficina.
Decir que se me borra la sonrisa es poca cosa.
***
Me remuevo incómodo en la silla giratoria mientras papá se pasea por la librería de su despacho.
A lo primero, girar en el lugar era divertido, hasta que me di cuenta que la situación iba en serio cuando no lo escuché pronunciarse en ningún momento. De hecho, papá es un hombre de pocas palabras, al contrario que mamá.
Y por un lado agradezco que sea de esta forma. Aunque lo que no dice lo expresa con caras que son sumamente "icónicas". Pero en estos momentos eso no es algo relevante.
—Así que, Demian Miller. ¿Eh? —Su tono es de sorpresa.
Él apenas se gira para verme de reojo por unos efímeros segundos.
No obstante, en mí posición solo me limito a elevar una de las cejas con incredulidad.
—¿No me digas que le crees a Dámaris? —murmuro. Luego apoyo los codos en el escritorio para recargar el mentón en las manos. —No están siendo justos.
—Es necesario preguntar, Dante —explica. Entonces se sienta en la silla de enfrente para verme directamente a la cara. —¿Tú conoces a ese chico, Demian Miller?
Dudo.
—Sé lo que todos saben, poco y nada. No me interesa esa clase de personas —confieso—. Hoy me crucé con él, pero no ocurrió nada relevante.
—Ya veo —hace una pausa larga antes de agregar—; pero es mi responsabilidad decirte que debes protegerte. No solo físicamente, también sexualmente.
El calor rápidamente asciende a mi rostro, por lo que me cubro la cara. «Adónde me metiste, Dámaris.» Me quejo en pensamientos y debo maldecirla por los dolores de estómago que está dándome.
—Papá.
—Lo siento —suspira.
Entonces me descubro la cara y lo veo sonreír sutilmente.
—Solo intento ser comprensivo, Dante. Sé que estás interesado en los chicos, pero no puedo aconsejarte demasiado —se lamenta. Y mi corazón se encoge por ello. —Tómalo con calma, ¿está bien?
Hago un mohín.
—No hay razón para disculparse, papá —farfullo. A su vez, desvío la mirada porque me siento avergonzado—. Pero quédate tranquilo.
—¿Debo?
—El ejemplo de amor que tengo de papá y mamá es un referente para elegir a una gran persona —confieso—. ¿Cómo podría equivocarme?
La comisura de los labios de papá se curva con gentileza y los ojos marrones brillan mientras ve la portada de un libro.
—Son mi orgullo —susurra—. Solo quiero que sean felices, mamá, Dámaris y tú. No quisiera sentir que me he esforzado por nada.
—También estás exagerando —río.
Como respuesta, él ladea la cabeza de un lado a otro.
—Me estoy esforzando, ¿se nota?
Hago un ademán con el dedo pulgar e índice, dándole a entender que la respuesta es por poco negativa:
—Tal vez.
Papá suspira derrotado.
—Está bien —dice—. Pero me alegra saber que eres un chico centrado. Entonces, ¿qué piensas de la situación? Tú hermana se escuchaba preocupada.
—Pienso que sacar conclusiones apresuradas es... —busco la palabra adecuada— innecesario. Además, juzgar a ese pobre chico es aún peor.
Me muestro indignado.
—Las personas no deberíamos guiarnos por rumores, ¿o sí?
Él se encoge.
—A veces es para prevenir un accidente, tal vez, nada de lo que se diga de ese chico sea verdad. Pero no está de más tener en mente los cuentos ajenos.
Bostezo.
—Quién sabe. —Subo los hombros despreocupado—. A lo mejor únicamente quería un amigo —concluyo y papá asiente—. No porqué yo sea gay los demás se van a interesar por mí con esa excusa. Es inmaduro pensarlo así.
—Tienes razón, pero intenta no alimentar la preocupación de tu hermana.
Blanqueo la mirada.
—Ella te ama, Dante. Quiere lo mejor para ti como todos en esta casa.
—Nada de lo que piensas va a ocurrir. Además, está charla fue incómoda. ¿También tendré que hablar con mamá?
Pensarlo me genera escalofríos.
—No lo sé —responde a secas—, pero te aseguro que no saldrás ileso.
«Esto es un desastre.»
***
Dámaris Young en Multimedia.
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