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epílogo

Cuatro años después.

Jennie se apretó contra el cuerpo de Lisa.

Cuatro largos años habían pasado desde aquella noche en la que decidió dar la oportunidad a Lalisa Manoban. Y la amaba.

Jennie descubrió su pasión por el arte muy rápido. Le encanta coleccionar arte. Le apasiona las hermosas pinturas sobre óleo, la forma en la que capturaban su atención y esencia. Tenía la retorcida idea de pintar a Lisa desnuda. Sonrió ladinamente. Tal vez, muy pronto.

Lisa es hermosa, desde los dedos de sus pies hasta la raíz de su cabello ahora rubio. Una mujer realmente hermosa. Ahora residían en París, se mudaron luego de que Jennie decidiera estudiar Historia del Arte en Francia. Donde el arte se apreciaba y explayaba gratamente.

Su vida dio un giro impresionante, ahora estaba allí al lado de aquella mujer que amaba y adoraba. No importa cuántos años pasaran, parecía que nunca dejaría de amarla. Sí, pelean, se hieren, se aman, se necesitan. Es parte de la relación.

Jennie observó a Lisa con amor, ella dormía pacíficamente. Podía escuchar su respiración calmada. Besó los labios de Lisa y acarició su rostro. Amplió su sonrisa cuando los brazos de Jennie le apretaron más fuerte.

— Buenos días — susurró.

— Buenos días, Pequeña. — Lisa besó su frente, parpadeó repetidas veces adaptándose al sol que se asomaba por el ventanal de aquel departamento en el onceavo piso que decidieron adquirir. — ¿Cómo amaneciste? — preguntó en voz baja.

— Con ganas... — Jennie dijo levantando el rostro hacia ella sin romper su abrazo.

Lisa arqueó una ceja.

En su mente tejiendo la indirecta de Jennie. Jennie se mordió los labios y Lisa echó la cabeza hacia atrás riendo. Lisa miró a Jennie y extendió su mano para acariciar debajo de sus ojos. Ella ama los ojos cafés de Jennie, desde hacía diez años que los admiraba en silencio.

— ¿Ganas de..? — dijo.

Su risa llenó la habitación cuando una chica desnuda de veinticuatro años subió a horcajadas en sus caderas.

La cintura de Jennie fue envuelta por las manos de Lisa, acariciaba la tibia piel pálida con su pulgar, sintiendo la suavidad.

— Ganas de que me jodas — contestó enterrando su rostro en el hueco entre la unión de su hombro y cuello.

Lisa torció los labios.

— Jennie — se quejó.

Sintió a Jennie sonreír.

— Ganas de faire l'amour. — Besó la mandíbula de Jennie y rió.

Lisa es completa y jodidamente feliz, tenía todo lo que siempre quiso. Su mejor amigo apoyaba la relación al cien por ciento. Él y Yuna vivían en Corea, se casaron ya hace dos años, estaban felices tanto como ella lo estaba en ese momento. Es decir, Jennie en sus brazos y viviendo en París, el amor, pensó. El amor te vuelve jodidamente idiota. A Lalisa Manoban le gustaba ser una idiota. Tanta era su felicidad que quizás su corazón explotaría en cualquier momento, suspirando apartó a Jennie de su regazo.

Jennie le miró interrogante y casi indignada de que haya matado su decidida estrategia de animarla. Sonrió y se paró dejando ver su desnudo cuerpo.

Jennie se pasó la lengua por los labios, deseaba ese cuerpo arriba suyo, preferentemente entrando y saliendo de su entrada. Negó con la cabeza cuando Lisa desapareció por el pasillo de la habitación.

Mata pasiones.

Tirándose de vuelta en la cama, su cabeza se enterró en la almohada. Cerró los ojos, disfrutando de la fragancia de Lisa impregnada en su almohada, tomándola, la abrazó. ¿Una persona podía morir de felicidad? Su respuesta llegó rápida y conclusa cuando Lisa estaba al final de la cama arrodillada, mirándole con timidez.

Jennie tuvo que aceptar que estaba un poco asustada, Lisa se veía más pálida de lo normal.

— ¿Qué sucede? — preguntó.

Lisa seguía seria sin decir nada, eso le puso nerviosa. Sentándose sobre sus rodillas miró a Lisa, antes de siquiera seguir hablando Lisa le enseñó la palma, pidiendo que cerrara la boca. Torció los labios

— Nunca pensé que este día llegaría. — Ella respiró hondo. — Tampoco sabía que terminaría aquí contigo, en París. Joder Jennie, estoy tan nerviosa — dijo riendo un poco.

— ¿Lisa? — Ella le volvió a enseñar la palma y Jennie solo quería doblar su maldita mano.

¿Por qué Lisa se pondría tan nerviosa? Eso no tenía sentido.

— Nunca hice esto, entiende si no lo estoy haciendo correctamente, Jennie. Te amo. Te amo tanto que... — Pasó una mano temblorosa por el rostro.

— ¡Solo dilo! — gritó Jennie, impaciente. Lisa rió y extendió una mano agarrando sus dedos.

A Jennie se le formó un nudo en la garganta al observar como una pequeña caja de terciopelo relucía en la mano que ella extendía. Los ojos negros de Lisa le observaban con recelo.

Es una idiota, una hermosa idiota.

Pensó emocionada.

— Kim Jennie, niña mimada y egocéntrica — bromeó. Tal vez, tratando de aligerar el ambiente tenso que creó.

Jennie miró emocionada como abría la pequeña caja, su labio siendo encerrado por sus dientes estaba ansiosa y excitada.

— ¿Aceptas ser mi esposa?

— ¡Si! — gritó Jennie.

Llegó hasta Lisa y estranguló su cuello en un abrazo necesitado. Por fin sus pulmones se llenaron de aire cuando escuchó el ansiado "Sí" que tanto anhelaba. Noches de tortura y ansiedad para poder decirlo sin sonar como una total idiota.

Jennie apenas tenía veinticuatro, ella casi por los treinta y cinco. La diferencia era mucha y había días que se preguntaba por qué alguien tan linda y hermosa como Jennie se quedaba a su lado. Cada vez que las dudas emergían en su fea cabeza, Jennie se encargaba de hacerle comprender que la amaba. Las inseguridades eran parte del ser humano. Lisa odiaba sentirlas cuando Jennie le demostraba su lealtad y amor siempre. Entonces, pensó que era hora de dar este paso.

Lisa quedó hipnotizada por el brillo que adquirió Jennie mientras veía su alianza alrededor de su dedo.

— ¿Cuándo será la boda? — cuestionó rebotando en la cama.

Lisa estiró sus comisuras.

— Cuando quieras... — respondió.

Tomó el rostro de Jennie y la besó lentamente.

— Entonces, serás mi esposa en una semana. — Lisa asintió, su mente colapsando de tanta felicidad.

Desde que vio a Jennie hace trece años atrás, cuando apenas era una niña sintió un gran cariño por ella. Desde ese día Jennie robó su corazón. Bueno, nunca imaginó terminar siendo pareja de la hija de su mejor amigo, pero no lo cambiaría por nada en el mundo.

Lisa se prometió a sí misma en silencio que enamoraría a Jennie cada día del resto de su vida. Ambas cayeron sobre la cama. Jennie rodó sus cuerpos encerrando su boca en un hambriento beso, ahora tendría muchos planes que hacer.

En una semana la boda del año se realizaría. Y sí, tanto Jennie como Lisa morían de felicidad.

— ¿Mia?

Jennie sonrió ampliamente.

— Tuya. Siempre.

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