8. Temor de los siete mares
Lunes. La respuesta a sus preguntas era sencilla, Leon tan sólo tenía que olvidarse de su madre, y problema resuelto. Sí, de esa forma podría evitarse el dolor, la tristeza, las ganas de vomitar..., sí. Olvidarte de una cosa es cómo eliminar el poder que tiene sobre ti.
Entonces Leon apartó la mochila cuando el autobús estaba en esa parada familiar. Escuchó al grupo de pasos, vio el cabello rubio y luego...
—¿Estás bien?
Aaron no respondió, sólo tomó asiento. Estaba pálido, tenía moretones en el rostro, y lejos de parecer triste, estaba inexpresivo.
—Aaron, ¿estás bien?
Él siguió con la vista al frente.
—Puedes venir a mi casa hoy por la tarde, si quieres —dijo Leon.
—¿Quién te gusta?
La voz del rubio salía torcida, como si llevase años y años queriendo pronunciar esas palabras. Un escalofrío invadió a Leon mientras levantaba el dedo para señalar a las filas traseras, y con ello, señalar a la chica de los rizos.
—Oh, ella. No sé cómo se llama, y a decir verdad, es fea, pero combina contigo.
Leon fijó la vista en la ventana y la suave lluvia.
—Tiene cara de idiota, cómo tú, tiene una sola amiga, como tú, no es muy inteligente, como tú, su maqueta del sistema solar fue un asco, como la tuya, ambos parecen niños de mami, oh, Leon, ella es tu alma gemela.
¿Y no era eso lo que le gustaba de ella? Que ambos eran parecidos, y sin embargo ella parecía estar feliz y cómoda con esas condiciones.
—¿Cómo está Marilyn?
Aaron le dio un golpe con el codo.
—Deja de acosar a mi hermana. Me da igual si no te gusta, aléjate. Es raro que te metas hasta su habitación, maldito pervertido.
—Aaron, por favor...
—¡Yo he visto lo que haces cuando hablas con ella! Tú ojos miran hacia abajo, pervertido. ¡Mírala al rostro, no a sus jodidos pechos!
—Eso no es cierto, baja la voz...
Los muchachos alrededor de ellos los miraban con disimulo. Leon bajo la cabeza como para esconderse. Debió de haberlo imaginado, no había escapatoria en días como estos, con Aaron lastimado. Aaron pateaba compulsivamente el asiento delantero, la chica que estaba ahí se giró.
—Yo sé, seguramente sueñas con ella, sueñas con que te permita poner una mano en sus senos. Que jodido asco. Seguramente por eso finges que quieres ser su amigo, que asco.
—¡Aaron! —Leon estaba con un nudo en la garganta.
—¡Cállate y provócate el vómito, pervertido!
Leon empujó al rubio, quien casi pierde el equilibrio y se cae al suelo. Entonces, él sonríe. Oh, no. Leon se ha equivocado, le ha dado lo que quiere. Le ha dado permiso. En cuando Aaron volvió a acomodarse, se abalanza contra Leon, estrelló su cara contra el cristal y luego le tiró un puñetazo a la mandíbula.
—¡Vomita! Es lo único que sabes hacer, jodido pedazo de idiota.
Alrededor de los chicos se dirigieron todas las miradas sin ningún tipo de discreción. Los estudiantes de las filas delanteras se subían de rodillas a los asientos para mirar, las traseras se asomaban. Leon tenía la cabeza contra el cristal, Aaron estaba arriba del asiento y sostenía a Leon del cuello de la camisa.
—¡Llora, llora ahora!
Leon torpemente intentó quitarse a Aaron de encima, pero él demostraba tener una fuerza descomunal.
—Pelea, pelea —canturreaban las voces más jóvenes del autobús.
Entonces Aaron soltó otro puñetazo a la mandíbula, tan fuerte que Leon se olvidó por un segundo de dónde estaba. Cuando volvía a sí, notó que el autobús se había detenido, y que el conductor estaba apartando a todos los estudiantes de pie para intentar a llegar a ellos, pero todavía estaba lejos.
—¡Vete a lloriquear con la estúpida de tu hermana! —gritó Aaron.
A pesar de que el coro de voces seguían incitando a una pelea, Aaron se quedó perplejo, soltó a Leon y se bajó del asiento. Leon lo observó, observó la silueta que tenía los ojos muy abiertos, las cejas curvadas como si..., como si fuera a echarse a llorar. Por primera vez mostraba un poco de vulnerabilidad. El hecho fue tan impresionante que Leon se incorporó y se puso de pie para quedar frente a frente, horrorizado.
—Lo siento, Aaron —Leon estiró el brazo, estuvo a punto de ponerlo en el hombro de Aaron.
Pero Aaron le dio un golpetazo furioso en el brazo. El conductor gritó algo sobre que estuvieran quietos, y envió a Aaron al asiento más cercano a la puerta de entrada, y a Leon al asiento más cercano de la puerta opuesta.
Leon estaba por sentarse cuando una voz le preguntó:
—¿Estás bien?
Oh, Dios santo. Era ella. Leon se olvidó del dolor de su rostro, de la ansiedad por tener cuarenta miradas encima, de Aaron. Del esto y aquello. Asintió compulsivamente, su cabello se sacudía por todas partes.
—Sí, gracias.
Aaron se volvió el temor de los siete mares, se repetía el mismo evento que sucedía por lo menos cada mes, pero quizás hoy era peor. Por donde sea que caminara, un estudiante resultaba empujado, una mochila era jalada o algún libro terminaba en el suelo. Leon lo perseguía de todas formas, iba tras él. No le pedía que se detuviera, pero iba disculpándose con todos las víctimas desafortunadas. Y el chico rubio se reía; se reía cuando veía a la gente al frente suyo haciéndose a un lado del pasillo, evitando clavar la mirada con la suya o siquiera acercarse en un rango de cinco metros. Aaron emanaba un aura tan pesada que incluso los estudiantes que no conocían esa faceta de Aaron Caldwell le tenían alguna especie de respeto.
Leon necesitaba urgentemente llegar a la clase de matemáticas, necesitaba terminar ese recorrido eterno entre clase a clase. Y también necesitaba terminar ese día tan jodido.
Un niño de doce años, del primer curso, caminaba de prisa con lo que era un batido de fresa. Leon vio como si todo fuera en cámara lenta: el niño levantando la malteada a sus labios, Aaron cambiando abruptamente de dirección para dar un golpe con el hombro y finalmente..., al niño dar contra la pared, perder el equilibrio hasta el piso y la malteada rosa esparcida por todas partes, sobre la ropa, sobre el suelo...
Aaron siguió sin darle mayor importancia.
—¡Aaron! Mierda, regresa aquí ahora —gritó Leon, mientras intentaba levantar al niño.
—¿Te molesta? —la voz del rubio estaba rasposa.
—Sí, me molesta, no puedes andar por ahí...
De pronto ambos se encontraban frente a frente, Aaron alzando la cabeza para compensar la falta de altura.
—Escúchame Aaron, entiendo que todo esto es tu forma de desquitarte por lo de tu padre, ¿pero eres consciente de la cantidad de daño que haces? ¿Eres consciente de que en has arruinado el día a veinte personas como mínimo?
—¿Y tú qué sabes? ¡¿Tú qué demonios sabes acerca de mi padre, o de mi?!
—Ya no te soporto.
—Ni yo a ti.
—¿Qué demonios te he hecho yo, Aaron? Me tratas siempre como si me quisieras muerto.
—¿Y quién dice que no te quiero muerto?
Breve silencio.
—Oh, suficiente. Me largo. Se acabó. Todo.
Leon se dio la vuelta, en dirección opuesta a la clase de mates, el chico de la malteada sólo observaba.
—¿Y a dónde irás sin mi? Además de irte a vomitar, por supuesto.
Aquellas palabras habían sido pronunciadas tan fuerte que Leon sintió que todo el instituto estaba enterado de su penoso secreto, como si ahora conocieran a detalle cada rincón de esas horribles implicaciones. Ya no sólo la gente del autobús. Sintió que la respiración se aceleraba. ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué de la nada todos se esforzaban en recordarle lo asqueroso de sí mismo?
—¡Basta! ¡Yo no tengo la culpa de lo que tú jodido padre te haga! No es mi culpa que te odie, que te dé una paliza cada que llega ebrio —ahora nuevamente estaban de frente, Leon gritaba con tanta energía que hacía movimientos corporales exagerados—. No es mi culpa, yo intentó preocuparme por ti, pero lo único que haces es decirme que me quieres ver muerto. No te importó, en absoluto, nada. ¡Eres un hijo de puta! ¡Quizás te mereces todo lo que te pasa!
Por un instante, se miraron, perplejos de la furia que el otro emanaba. El rostro de Aaron se torció en rabia.
—¡Maldito idiota! ¡¿Qué harías tú sin mí además de ser una escoria social?! ¿No notas todo lo que hago por ti? Te estoy salvando, te salvo de tu estúpida soledad. No imagino peor desgracia para ti que quedarte solo contigo. Eres tan patético, Leon. Eres tan aburrido, tan tímido, y yo te soporto. ¡¿No lo notas?! Oh, ¿estás llorando? ¿Verdad que tengo razón? Si yo merezco lo que me hace mi padre, tú mereces lo que yo te hago. ¿Verdad que sí? Dilo más fuerte. Vamos, más alto.
—Sí, es verdad.
—Oh, bingo. Ahora vayamos a mate.
Nunca lo había hecho en la escuela, pero ahí estaba. En el baño, vaciando cosas que no tenía. Basta, los días últimamente se volvían insoportables a niveles absurdos. Todo dolía; su cara, su estómago, su corazón, su cabeza...., ni siquiera en su cabeza podía encontrar paz. Al salir del cubículo y verse en el espejo, se dio cuenta de lo horrible que se veía. Que asco, como ver a un pobre y fallido intentó de muchacho.
Aaron estaba tan calmado como nunca había estado. Había una severa tranquilidad en sus palabras, quizás producto de una nueva incomodidad que había entre ambos. No había sonrisas ni expresiones vacías, nada. Leon se carcomía la cabeza pensando..., pensando en que iba a suceder ahora.
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