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6. Nieve suave

Martes. Sentado en su cama, con las rodillas pegadas al techo y la cortinilla de cabello picando sus ojos, Leon pensaba. Pero no podía pensar muy bien con el estómago tan vacío. El telescopio, armado y apuntado a la ventana del cuarto, daba la sensación de ser un enorme letrero que le decía "idiota, estorbas. Idiota, ¿qué haces aquí? Idiota.".

Sacudió la cabeza con violencia, espera, ¿cuando su madre había mostrado que lo consideraba un estorbo y que prefería que estuviera lejos? Nunca. Nunca lo había hecho. Bien, no hay que apresurarnos, no hay que apresurarnos. Pero como siempre, los pensamientos intrusivos acechaban en su cabeza como martillazos, y le decían que era un estorbo. Se dejó caer de espaldas, se retorció en la gruesa colcha y luego se cubrió la cara con la misma. Cállate ahora. Cállate ya. Leon sabía que su cabeza era quien agravaba el asunto más de lo debido, y el hecho de saberlo, también le atormentaba más y más. Era como hundirse, intentar nadar y sin embargo, seguir hundiéndose casi irremediablemente.

Tenía que salir de ahí. No podía seguir con el telescopio en la misma habitación, ni podía seguir escuchando a su madre hablar por teléfono. Se levantó, salió velozmente hasta la puerta principal, y al abrirla, su madre se retiró un poco el teléfono para decir:

—¿A dónde vas?

—Aaron. Con Aaron.

—¿Y no te pondrás zapatos?

Leon notó en ese preciso instante que andaba en calcetines.

Acostado en el suelo, latas de cerveza estorbando la vista de la televisión, Aaron y Leon miraban un programa sobre cazafantasmas o una mierda de ese estilo. Leon no podía concentrarse porque Aaron nunca se concetraba y siempre terminaba diciendo comentarios al azar que distraían. Sencillamente, no podía ver la televisión por quince minutos seguidos con Aaron a un lado. Aaron parloteaba de esto y aquello, jugaba con una pelusa del suelo. Leon estaba con los brazos detrás de la cabeza...

—Te ves mal —dijo Aaron de la nada.

—¿Cómo mal?

—Más idiota de lo usual.

—Cierra la boca —Leon estiró el brazo y le dio un golpe en el hombro sin ganas.

—¿Es todo lo que puedes golpear?

Leon guardó silencio. Miró a Aaron, con una severa expresión de fastidio, cansancio y algo así como súplica para que se callara y viera la tele.

—Así se golpea.

Y sin darle tiempo de prepararse, Aaron le había golpeado el hombro. Leon se dio la vuelta para darle la espalda. Parecía desmedida la cantidad de fuerza que Aaron tenía para tratarse de su altura (notablemente menor a Leon), aunque era de esperarse, tomando en cuenta las cicatrices de sus nudillos.

Aaron soltó algo como una risa, luego se puso encima de Leon, con un brazo de cada lado. Sonreía.

—¿Estás llorando?

—Apártate.

Y Aaron tenía una vista perfecta del perfil del Leon, de la cortinilla de cabello cubriendo parte del rostro y los labios fruncidos por dolor.

—Golpéame de vuelta —dijo Aaron.

—¿Para qué?

—Es lo que hacen los hombres, idiota.

Leon intentó mirar de reojo, pero todo lo que veía era cabellos castaños.

—¡Sólo estás buscando una excusa para golpearme de nuevo! Apártate, ahora. Ahora mismo.

—No.

Entonces Leon se levantó abruptamente, le dio un empujón y se apresuró a irse.

—¡Hey! ¿A dónde vas?

Aaron decía cosas todavía, pero Leon no escuchaba. Ahora se dirigía hacia el cuarto de baño, iba a vaciar esa porquería de refresco que había tomado por la tarde. Era consciente de su mala decisión y de su propia idiotez al creer que un rato con Aaron le haría sentir mejor, pero de todas forma, ¿qué otra opción había?

En el pasillo se topó con Marilyn. Se veía como si estuviera lista para largarse del país: una mochila en un hombro, una chaqueta, gorra irlandesa grisácea, pesadas botas de trabajo (seguramente de su padre), y contrarrestado con su atuendo, estaban los anillos y brazaletes, su maquillaje azul metálico y el cabello rubio incluso más pálido que el de Aaron. En la frente tenía mechones largos y cortos, al igual que en las sienes, pero el resto de su cabello llegaba poco más abajo que los hombros.

—Marilyn.

—Le-on.

—¿Te vas a largar?

—Sí, algo así. No vuelvo hasta en dos semanas.

—¿Dejarás solo a Aaron?

—Sí, sabe usar el microondas.

—¿Con tu padre? ¿Lo dejarás solo con tu padre?

—Él sabe cómo arreglárselas.

—Sí, supongo.

—Adiós entonces.

—Adiós.

Tan repentinamente como la conversación había iniciado, terminó. Marilyn fue por la izquierda y Leon por la derecha, en direcciones opuestas. Aunque estaban ya distanciados por unos tres metros, Leon escuchaba el tintineo de los dijes y los pasos de las botas.

Entonces entró al baño, levantó la tapa y todos sus pensamientos intrusivos saldrían disparados por la garganta. Exacto. Sí. Siempre lo hicieron.

Vacío muy poco, solo residuos de un líquido anaranjada fosforescente, que hace menos de dos horas era una refrescante Fanta. Se lavaba las manos y la boca cuando tocaron la puerta.

—Soy Marilyn. Olvidé mi delineador.

—¿Dónde está?

—En el marco del espejo.

Leon suspiró, tomó el objeto y abrió la puerta. Ella estaba de pie, con la mochila en el piso, brazos a cada lado de cuerpo y mirada seria.

—Te escuché —pronunció a secas, como si hubiera practicando la línea durante horas—. Vomitaste.

—Sí, algo así. Lo siento —le ofreció el delineador.

—Ya te lo dije, no eres una maldita chica. No tienes que preocuparte por cuanto pesas...

—No es eso. Me gustaría ganar peso, de hecho.

Leon intentó salir, pero Marilyn dio un paso para cubrirle el camino.

—Me preocupas, Leon. Tu cuerpo va a decaer si sigues así.

—Sí, supongo. ¿No tenías que irte a alguna parte?

Marilyn desvió la mirada a la puerta:

—Puedo quedarme diez minutos más. Tengo que mostrarte algo.

Aaron seguía abandonado en el piso de la sala, concentrado en la pausa comercial y las canciones que conocía de memoria. Mientras tanto, sentado en el borde la cama, con las manos sobre las rodillas, Leon estaba con la mirada en Marilyn, quien caminaba de derecha a izquierda, de pared a pared, pisoteando ropa sin darle mayor importancia.

—Entonces, ¿por qué lo haces? ¿Y desde cuando?

—¿Por qué te interesa? Es decir, tu tampoco eres la persona más sana que existe. No te he visto comer otra cosa que no sean esos pastelillos empaquetados.

—En primera, Leon, no te entrometas con mis pastelillos kitty-mau.

Leon soltó una ligera risa. En su cabeza resoban la canción del anuncio.

—En segunda, me interesa porque eres amigo de Aaron, y cualquier amigo de Aaron es amigo mio. Y además, tú también te preguntarías porque el chico más normal que conoces tiene esa mal hábito.

—¿Soy el chico más normal que conoces?

—Algo así.

—Bueno, si quieres saber la verdad, yo tampoco lo entiendo del todo. No recuerdo por qué comenzó, no recuerdo cuando.

—Entonces dime por qué lo haces ahora.

Claro, Leon nunca había hablado ese tema con nadie. Quizás una pequeña mención a Aaron y Marilyn, pero nunca había examinado el problema como eso, un problema. Y quizás debería sentirse incómodo, pero no lo estaba, después de todo, Marilyn era una de esas personas cuyo aspecto gritaba "no me importa lo que digas de mi, seré una linterna fosforescente andante y no me importa", y en consecuencia, también daba la sensación de que aquella muchacha era incapaz de juzgar a mala manera.

—A veces lo hago porque estoy estresado.

—Ya veo —se tomó de la barbilla, entrecerró los ojos.

—¡Leon! ¡¿Te perdiste camino al jodido baño?! —gritó Aaron.

Marilyn y Leon se miraron como cómplices y después soltaron una risotada.

—La próxima vez será.

—Si estás aquí, por supuesto.

Miércoles. Aaron estaba perdido en los bloques en el ordenador. La musiquilla le aturdia y todo lo que importaba en ese momento eran las teclas. Tan centrado estaba que no recordaba la existencia de Leon, y no se preguntaba porque llevaba quince minutos sin mencionar ninguna palabra. De todas formas, había estado hablando muy poco últimamente.

Y Leon estaba sentado a un lado de Marilyn, en su habitación, quien se pintaba las uñas de las manos con un esmalte morado.

—Quizás lo que necesitas es una mejor forma de aliviar el estrés, una más adecuada.

—¿Cómo qué?

—No lo sé. Uh... —la mano de Marilyn tembló un poco, y por ello el esmalte terminó sobre su dedo—. ¿Qué tal bailar?

—¿Bailar? Yo no bailo.

—No digas eso —Marilyn se puso de pie—. A mi parecer, tienes un tipo de complexión que te favorece para bailar. Vamos. Inténtalo, sólo una.

—¿Aquí? ¿Ahora? Aaron esta...

Leon giró la cabeza para ver a la puerta y al pasillo, cuando regresó la vista, Marilyn ponía el cassette en el reproductor. Leon bajó la mirada, soltó una risa mientras negaba.

—No, Marilyn, yo no....

Y ahora la cancioncilla sonaba, una canción entonada por los Beatles. Marilyn fue acercándose a Leon a la vez que hacía un suave e hipnotizante movimiento de hombros. Leon se apartó, conocía lo suficiente a Marilyn, y sabía que era capaz de hacer todo lo que hacía: pasar de una charla de ayuda a una sesión de baile. Pasar de prestarle una camisa a ayudarlo con su "mal hábito".

Oh darling, if you leave me

I'll never make it alone

Believe me when I tell you

I'll never do you no harm

Believe me, darlin'

—Vamos, Leon. Nadie está viendo. Aaron está lejos.

Leon ladeo la cabeza, indeciso. Listo para negarse, en realidad. Pero también era verdad que Aaron no estaba observando.., y eso, eso realmente significaba algo. Entonces, para cuando Marilyn le ofreció la mano como para sacarlo a bailar a la pista, Leon la tomó suavemente. Se puso de pie, y en movimientos casi robóticos intentó imitar los rítmicos y armoniosos pasos de ella. El movimiento de cadera, los brazos... Sería mentira no decir que la sonrisa y aura que Marilyn desbordaba por todas partes no estaba influenciando. Marilyn era como la nieve en la acera, la nieve suave que te invita a dejarte caer en ella.

Oh darling, if you leave me

I'll never make it alone

Believe me when I tell you

I'll never do you no harm

Believe me, darlin'

Y por ello, por unos breves momentos, estuvieron los dos alrededor del cuarto, uno frente al otro, con la mirada vista en el otro. Leon soltaba risillas nerviosas y a la vez divertidas, casi diciendo "esto no está tan mal". Marilyn lo tomó de la muñeca e hizo el ademán para que diera una vuelta. Leon así lo hizo, y para cuando volvieron a quedar frente a frente, su cara estaba roja de timidez:

—Tengo que ir con Aaron.

—Claro —contestó ella sin muchas ganas—. Seguiré aquí. Por si me necesitas. 

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