5. Telescopio
Lunes en la mañana. Los estudiantes del autobús que por alguna razón desconocida preferían ir de pie (quizas para ejercitarse) se orrillaban para dejar pasar a Leon y su maqueta. Era un papel cascarón con palillos encajados, y en esos mismos palillos estaban los planetas. Sin mencionar que la maqueta parecía que podía ser arrasada por una brisa de viento, lo demás estaba decente. Nada del otro mundo, nada que la profesora de geografía no hubiera visto antes. Leon se concentraba en mantener el equilibrio, pero una voz le obligó a alzar la vista. Ella, sentada casi hasta atrás, con esa amiga que nunca se alejaba. Leon tomó el asiento de al lado, el paralelo, que estaba afortunadamente disponible.
La escuchó conversar.
—¡Te los digo! La profe de español esta demente. ¿Cómo que un ensayo de quince páginas? Quince-malditas-páginas —decía la amiga inseparable.
—Dios, de sólo pensar en escribirlo, ya me cansé.
—Yo también, pero haré lo que sea para no ir a cursos de regulación.
—Exacto. ¡Este es el tramo final, así que ánimo!
Ella le dio una palmada en la espalda a inseparable. En esa fracción de segundos su mirada se cruzó con la Leon, pero él aparto la vista antes de que pudiera procesar que la estaba observando.
Leon estaba sorprendido. Mientras fingía acomodar a Plutón, pensaba en qué escucharla hablar de cosas tan cotidianas resultaba extraño. Que raro. ¿De que otra cosa Leon esperaba que hablara? ¿Cosas filosóficas? ¿Cosas inteligentes? ¿Cosas de vibra hippie? Quizás nunca pensó en la posibilidad de escuchar oraciones enteras pronunciadas de ella.
—¿Y ya viste esa nueva serie de la tele? Esa que pasan en el canal 32.
—¿Hablas de esa serie en la que sale el guapo de Jean Rutherford?
—¡Sí!
Grititos de emoción. Leon sonrió un poco. Cosas de chicas, se dijo a sí mismo. Hablaron sobre Jean durante los próximos diez minutos de viaje, mismo tiempo en el que el corazón de Leon palpitaba con fuerza. Claro, por su cabeza nunca pasó la idea de decir ni un hola, pero la idea de tenerla tan cerca..., a Ella. Sus mejillas se tornaban rojas, y de pronto le surgió la duda: ¿Cuándo? ¿Desde cuándo comenzó a sentirse de ese modo por ella? ¿En qué ocasión? O mínimo, ¿por qué?
¿Para qué? ¿Cuál era el punto de sentirse así por alguien que, sin importar qué la tenía a metro y medio de distancia, sentía que un océano los separaba? Como a América y Taured, había dicho la maestra. Como Mercurio y Neptuno, como el lince ibérico y el lince rojo...
—¿Se supone que ese es nuestro proyecto escolar?
Leon levantó la vista, Aaron estaba mirándolo desde arriba. Leon frunció los labios, se movió al asiento de la ventana y permitió que tomara asiento.
—Parece que la hiciste con los ojos vendados.
—No exageres.
—Lo digo enserio. Me avergonzaría tener que presentarla a la profesora.
Semáforo rojo.
—Pues esto es lo que tendremos para presentar.
—Uh. ¿Y qué se supone que es esa cosa del final? ¿Una antena?
—Plutón.
—La pintura de la tierra parece vómito.
Leon se distanció tanto como pudo, pero chocó contra la ventanilla. No pudo evitar sentir un algo al escuchar la palabra vómito.
—Purpurina y lentejuelas, ¿para qué?
—Son estrellas.
Silencio.
—Me está pidiendo a gritos que la mate.
—No es gracioso.
—No es ningún chiste.
Leon sostuvo la maqueta con más fuerza, agachó la cabeza:
—Cierra la boca.
—¿Qué has dicho?
—¡Cierra la boca!
—Estoy diciéndote la verdad, Leon. Es por tu bien. De esa forma, cuando escuches todos los comentarios del resto de la clase y de la maestra, no te vas a poner a lloriquear como idiota.
La cara de Aaron estaba muy cerca de la de Leon, casi como para captar cada detalle en el cambio de expresión. Y por ello Leon tenía la mirada tan baja que los mechones caían como una cortina. De pronto, las venas de sus manos se marcaron, el papel cascarón comenzó a sacudirse. Comenzó a escucharse algo así como un crujido. Sí, iba a partirse. La base de todos los planetas iba a partirse.
—¿Qué signo del horóscopo eres? —preguntó inseparable.
—Libra —contestó ella.
Leon relajó el agarre. Sonrió pero su mirada continuaba pesadamente frustrada. ¡Libra! Ella era Libra. ¿Qué significaba eso? No lo sabía. Pero, oh, ella era Libra.
La maqueta fue arrojada al contenedor, y la tapa fue puesta encima del mismo con ira. Espera, no era suficiente. Abrió la tapa, dio un escupitajo a la difunta maqueta, y otra vez, el contenedor fue cerrado en un azote.
Había obtenido un diez, la calificación máxima, pero de todas formas ya no existía ningún modo de eliminar el enorme rechazo que sentía por su maquetación-del-sistema-solar. Abrió la puerta, estuvo a punto de anunciar su llegada, pero guardó silencio al distinguir no una, sino dos figuras en el sofá.
—Leon, estás aquí —dijo su madre mientras apartaba el rostro de Joe—. Perdí la noción del tiempo, como tú.
Leon asintió. Intentó reírse. Ja. Ja. Ja. Pésima interpretación. Joe se dejó caer en el sofá, llevó los brazos detrás de la cabeza y por unos instantes fingió que podía hacerse invisible.
—Estaré en mi habitación —murmuró Leon torpemente.
—¿Ya viste lo que hay en la mesa de té? —dijo Joe.
Entonces, su vista aterrizó en dicho lugar. Había un telescopio en su caja. Forzó una sonrisa, y de nuevo, pésima actuación.
—Bueno, ¿por qué no intentas armarlo en lo que yo hago la comida? —sugirió su madre.
—Sí, eso haré.
Lo más rápido que pudo, tomó la caja y se dirigió al fondo del pasillo. Quizás no fue lo suficientemente rápido, porque Joe alcanzó a decir:
—Te ayudaré, no es fácil.
Afortunadamente, decidieron que lo menos horrible sería armarlo juntos en la sala de estar. Por ello Leon fingía que leía el instructivo mientras Joe fingía que organizaba las piezas. Mientras tanto, en la cocina podía escucharse el cuchillo contra la tabla de picar.
Era como un juego previamente acordado. Leon pasaba la hoja del instructivo y daba una mirada cautelosa a Joe, al mismo tiempo que Joe dejaba una pieza en el suelo y volteaba a verlo de reojo.
—Debe ser difícil para tu madre..
Leon continuó con la lectura.
—Debe ser difícil para Rachel tener que trabajar para mantener una casa, un automóvil, y a ti. Tú no trabajas, ¿verdad?
—Mí padre envía dinero cada semana, mis abuelos también lo hacen cada cierto tiempo, mi madre tiene un buen puesto en...
—Tú no trabajas, entonces.
—No. Estoy enfocado en la escuela.
—Estás enfocado en la escuela porque quieres ser médico.
Leon parpadeó. Los dedos se pegaban a las hojas.
—Ajá.
—No tienes porte de médico. Estás temblando.
—¿Qué carajos pretendes?
—Que te vayas.
—Tú eres el que debería largarse.
—¿Nunca te has preguntado si realmente tu madre te quiere cerca? —hizo una pausa—. ¿Verdad que no lo habías pensado? Hagamos un trato. Te dejaré en paz si prometes irte en cuanto puedas, a donde sea. Incluso un internado...
—Imbécil, ¿crees que puedes llegar y torcer mi vida y la de mi madre?
Para este punto había arrugado la hoja y se había puesto de pie.
—Cuatro años.
—¿Qué?
—Estoy con tu madre desde hace cuatro años. Al parecer le asustaba alejarme si te conocía, y por eso esperó demasiado para esto.
Leon no pudo hablar. Estaba quieto, estático, no quería saber nada más. Volteó a ver a su madre cuando ella se asomó desde la cocina.
Quizás sí, quizás realmente estorbaba.
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