3. Hijo de nadie
Estaba en la biblioteca, ya había devuelto la enciclopedia y ahora estaba en la búsqueda de un nuevo ejemplar sobre el sistema solar. Otro proyecto para geografía, ahora sería una maqueta. Su compañero de equipo era nadie más y nadie menos que Cleveland, Aaron Cleveland. Leon deslizaba el dedo por la pasta de los libros, leía los títulos sin muchas ganas.
—Aaron, ¿puedes ir a llamar a la bibliotecaria? No encuentro nada.
—Ya voy —respondió Aaron, sentado en el suelo, al fondo del pasillo. Tenía un libro abierto, este cubría su rostro de tal forma que los mechones de cabello amarrillento eran lo único visible.
Leon se puso de puntillas para alcanzar a leer el estante más alto, pero no diviso lo que buscaba. Se rindió y volvió con Aaron. Le pareció extraño que estuviera tan concentrado en un libro; Aaron nunca leía al menos que se tratasen de historietas.
—¿Qué lees? —preguntó Leon cuando estuvo frente suyo. Se agachó para leer la cubierta—. ¿Romeo y Julieta? ¿Enserió?
Aaron puso esa sonrisa; la de alzar las cejas, sonreir hasta mostrar los caninos de los dientes, y sin embargo entrecerrar los ojos, lo que le daba una apariencia burlona y al mismo tiempo, de aburrimiento, o como si te observara el alma e hiciera apuntes de ello. Era una sonrisa extremadamente peculiar, como la que pondría cazador al ver que el ciervo está entrando al rango de alcance de la bala. O una mujer incrédula al escuchar que su esposo a muerto, y todo lo que le queda es sonreir esperando que le digan "es broma".
—Sí, esta muy interesante. Especialmente este capítulo —Aaron bajo el libro y enseñó lo que en realidad estaba interesante.
Esa revista. Con esa mujer en esa mesa de billar.
Leon se apresuró a agacharse y cerrar el libro con un golpe.
—¡Mierda! ¿Qué es lo que haces? La bibliotecaria podría ver esto y...
—¿Y qué? ¿Confiscar la revista y luego deleitarse a solas con ella cuando llegue a casa?
—Cállate.
—Pues ayer fuiste tú quien observó la foto por más tiempo.
—Cállate.
—Estás rojo como un jodido tomate, ¿tanto te afecta tener esto en público?
Aaron alzó la revista en alto, la revista se torció y mostró a la chica en la ducha, la otra en el sofá, otra en el césped. En ese pasillo no había nadie más que ellos dos, pero de cualquier forma Leon se lanzó a intentar arrebatarsela. Aaron se reía y esquivaba los intentos, hasta que Leon dio un puñetazo en las costillas. Aaron se dejó caer al suelo, dramatizando y riéndose.
—Basta Leon, me vas a matar si vuelves a golpearme así.
—Cállate ya —ahora Leon también se reía. Se sentó a un lado del falso cadáver.
—Maldito escuálido.
—Maldito pervertido.
—Si me das diez espinelas puedo conseguir otra revista más reciente.
Leon le arrebató la revista de un tirón. Abrió una página al azar y volvió la vista a la chica del billar. Un cosquilleo. Pero luego pensaba, que obsceno, que indecente, que incómodo. Asco. Patético sentir cosquilleo por una foto estática.
—No gastaré diez malditas espinelas en esto.
Al día siguiente era viernes por la noche. La madre de Leon corría de la cocina a la mesa, de la mesa a la cocina. Los tacones resonaban contra el suelo de madera, los platos y vasos tintineaban.
—Déjame ayudarte con eso —dijo Leon para recibir todos los cubiertos.
—Gracias cariño —la mujer se arregló el vestido azulado—. ¿Cómo me veo?
—Bien, pero te pusiste sólo un pendiente.
Ella se llevó la mano a la oreja para comprobar, soltó una risita y asintió:
—Vale, termina de arreglar la mesa mientras yo busco mi pendiente.
Leon se dedicó a poner tres vasos, tres platos, tres cucharas, y posteriormente a encender las velas del centro de la mesa. Leon vestía una camiseta negra de manga larga y un pantalón de mezclilla. Por primera vez en varios meses, se había tomado el tiempo de arreglarse el cabello, y por ello los mechones no estaban apuntando a todas direcciones. Bien, su madre llevaba semanas esperando esta cena, y Leon se había propuesto hacer que todo fuera en orden.
Su madre regresó, y al mirar que no hacía falta hacer más, tomó a su hijo de los hombros:
—Eres increíble, Leon. Esto es muy importante para mí, y esperó que te sientas cómodo. Quiero que sepas que Joe no está aquí para hacer el papel de tú padre...
—No lo digas. Entiendo eso perfectamente.
—Te quiero.
—Yo también.
Ella dio un rápido abrazo. Poco después la puerta sonó y fueron juntos a abrirla. En la entrada estaba un hombre de mediana edad, vestido con una camisa a botones.
—Joe, este es mi hijo, Leon —presentó la mujer—. Leon, Joe.
—Un gusto conocerte por fin, Leon.
—El gusto es mío.
En unos minutos se encontraban reunidos en el comedor, el estofado de carne de res y verduras estaba servido.
—¿Estás seguro de que tienes catorce? Luces un poco mayor —comentó Joe para romper esa típica incomodidad inicial.
Leon estuvo por contestar cuando su madre lo hizo por él:
—Es por esa camisa de cuello largo. Pero sí, tiene catorce —sonrisa forzada.
Por un momento las voces murieron de nuevo como lo habían estado haciendo durante toda la cena. Leon se concentró en el estofado y su cuchara, sin probar mucho más que cuando su madre observaba atentamente.
—Leon, ¿por qué no nos dices como te fue en tu exposición del lince?
—Creo que es un tema un poco viejo.
Otra vez, cuchara y estofado.
—Dime, ¿tienes algún pasatiempo? ¿Juegas algún deporte o estás en alguna actividad extracurricular? —preguntó Joe.
—En realidad no tengo ninguno. Bueno, me gustan los videojuegos. Aunque de momento sólo juego en la casa de un amigo, y estoy ahorrando para mi propio ordenador o quizás una consola...
—Yo podría comprarla —se apresuró a decir. Lo dijo tan rápido que parecía que lo tenía premeditado. Hizo una pausa—. Aunque, ¿no te parece un poco infantil? Deberías buscar algo más serio. ¿Qué tal un telescopio? ¿No te interesa la astronomía? Los cometas, la luna y esas cosas.
Leon desvió la mirada. ¿Qué tenía de interesante ver puntos en el cielo? Miró a su madre, hecha un manojo de nervios.
—Oh, sí. Me agrada la idea.
—¿Y qué carrera te gustaría estudiar?
Leon parpadeó. Nunca lo había pensado, ni siquiera tenía claro que estudiar una carrera era algo que debía de tener previsto desde ya.
—Quizás.., ¿medicina?
—Perfecto.
—Iré a servir el postre, enseguida vuelvo —se excusó su madre a la vez que se levantaba y se iba tan rápido como podía.
Entonces Leon y Joe se observaron fijamente. La incomodidad alcanzó niveles casi insoportables, pues el silencio se hizo casi absoluto. Los ojos castaños de Leon estaban fijos en los ojos azul glacial.
—Ven aquí un segundo —dijo Joe.
Leon asintió lentamente y se levantó. Cuando regresó la vista a Joe, le sorprendió notar que algo había cambiado, algo era distinto en su rostro...
Le costó caminar por alguna razón. Una vez estuvo a su lado, tuvo que inclinarse para acercar el oído.
—Tú y yo sabemos que está cena no está yendo bien, y tú bien sabes que no me interesas en absoluto. Estoy aquí por Rachel. Así como tú, yo también estoy fingiendo que me interesas. Esto es como recibir una patada en el culo.
Leon se puso erguido. Espera, ¿qué acababa de decir? Joe lo tomó del brazo y lo acercó de nuevo a sí.
—Lo que quiero decir, niño, es que me desagrada la idea de que Rachel tenga un hijo de nadie. No esperes que nos hagamos amigos, o que yo sea tu nueva figura paternal. Yo estoy aquí por Rachel. Estoy comiendo estofado contigo por ella, y te compraré un maldito telescopio por ella. Y tú, dirás que me amas y toda esa mierda.
Leon intentó safarse, pero la mano lo sostuvo con más fuerza. Entonces su cuerpo cedió a cómo normalmente lo hacía, y se quedó viendo el estofado a medio comer de Joe.
—Así que, después de esto, te encargas de convencer a tú madre de que soy su mejor opción.
—Sí, está bien.
—Perfecto, León, sí que le haces honor a tu nombre.
El hombre lo soltó, pero de todas formas el chico se quedó ahí, observando las verduras frotar.
—¿Todo en orden? —preguntó la madre de Leon mientras dejaba el pastel de zanahoria en la mesa.
Leon volvió a sí. Retrocedió un pasó, tomó el cuchillo de la mesa y con la mirada todavía baja, dijo:
—Déjame ayudarte a servir el postre.
Con la esponja en mano y el agua dando contra los platos, Leon lavaba los platos de la cena y al mismo tiempo pensaba. Su madre amaba a Joe, se lo había dicho muchas veces, le había contado sobre esas cenas, sobre esos desayunos en la cafetería. ¿Cómo podía Leon alejarla de él? ¿Cómo podía quitarle algo a su madre? Después de todo, Joe estaba para ella...
—¿Qué opinas de Joe? ¿Te agrada?
Su madre se apoyó en la encimera, a un lado del fregadero.
—Sí.
—¿Sólo eso vas a decir? Déjame recordarte que quiero que entre en nuestras vidas, pero no lo voy a hacer si no estás de acuerdo, Leon.
—Parece buen tipo.
—¿Es todo?
Su mano derecha comenzó a temblar, tragó saliva. Oh, era malo para mentir.
—Quiero.., darme un tiempo y conocerlo mejor.
—¡Genial! Vamos al cine un dia de estos, algo menos formal. ¿Qué te parece?
Su madre sonreía. Esa sonrisa llena de entusiasmo y alegría genuina que Leon no pudo evitar intentar imitarla.
—Suena bien para mi.
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