Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2. Tetris

La luz del ordenador iluminaba los rostros de ambos muchachos, quienes observaban con los ojos muy abiertos, casi como hipnotizados. Los bloques de colores caían en la pantalla, Aaron tarareaba la cancioncilla pegadiza a la vez que el ordenador la emitía. Leon presionaba las teclas como desquiciado. Puntos, muchos puntos. Estaba cerca de romper el récord de Aaron. Tetris, decían las letras del fondo.

Aaron hundió la mano en el tazón con papas fritas. Ahora todo lo que se escuchaba en la habitación era la música del videojuego, las teclas y a Aaron masticando con la boca abierta. Leon se encorvó para estar más cerca de la pantalla. Por un segundo su mirada se dirigió al puntaje. Oh, estaba muy cerca de vencer el mejor puntaje de Aaron, que llevaba más de un mes y medio sin ser superado.

—No podrás superarlo, Leon. No tienes la habilidad.

Leon entrecerró los ojos. Más fuerza sobre las teclas.

—Ni siquiera Marylin puede.

El puntaje seguía subiendo.

—No podrás...

La sonrisa desapareció del rostro de Aaron, y Leon pudo notarlo a través del reflejo de la pantalla. Leon nunca podía decidir sobre qué era peor: Aaron con esa sonrisa o Aaron sin ella. Su rostro estaba brutalmente relajado, los labios resecos estaban entreabiertos. En ese estado, las ojeras de Aaron podían apreciarse en su totalidad, podía notarse como formaban una perfecta media luna debajo de sus párpados, e incluso escalaban sobre el rabillo. No eran oscuras totalmente, sólo como profundas sombras que se hacían notar y llamaban la atención. Y los ojos, estáticos, sin reflejo, como si los hubieran pintado con tinta...

Leon se decidió en un instante. Pateó el enchufe de la computadora en un sólo movimiento, y la pantalla se oscureció. Apartó las manos del teclado en acciones casi robóticas, y después las puso inocentemente sobre sus rodillas:

—Oh.. —murmuró.

Aaron se asomó debajo del escritorio, se encontró con el enchufe fuera de sitio y poco después se rió a carcajadas. La risa fue tan violenta y repentina que escupió los trozos de papas fritas. Echó la cabeza hacia atrás y siguió riendo, mientras Leon se le unía. Aaron hizo una pausa para recobrar el aliento y dijo:

—Cuando pienso que no puedes superarte, llegas con algo nuevo y me sorprendes.

—Fue tu culpa, me estabas poniendo de nervios. Literalmente te pusiste a masticar a un lado de mi oreja —rió mientras se ponía a dar medias vueltas en el asiento giratorio del escritorio.

—Excusas... —volvió a agacharse para conectar el ordenador—. Iré al baño, tú intenta batir mi récord otra vez.

Poco después, Leon se quedó solo con la fotografía de la estatua de la libertad como fondo de pantalla. Pasaba los dedos sobre las teclas, inseguro sobre si entrar a Tetris, pues patear el enchufe por segunda vez ya no sería opción. Entonces escuchó un par de pasos, asumió que era Aaron y por ello no se dio la vuelta. Pero en cambio, vio el reflejo de la hermana mayor de Aaron.

—Hola, Leon.

—Marilyn.

—¿Qué haces?

—Nada.

Frío silencio. Pasaron unos segundos y luego la mano cargada de anillos y brazaletes se interceptó entre el camino de Leon y la computadora. Marilyn manipuló el ratón, Leon se concentró en las pulseras cargadas de dijes y como resonaban con cada movimiento. Entonces una musiquilla a ocho bits comenzó a sonar en el ordenador.

—¿Cómo hiciste eso? —preguntó.

—¿Hacer qué?

—Poner música sin videojuego —Leon la miró.

Marilyn sonrió y guiñó uno de sus ojos como diciendo "No lo entenderías si te lo explico". Después, dijo:

—¿No deberías irte ya? Son cerca de las once.

Una bocanada de aire, Leon se levantó de golpe, sin despedirse, corrió fuera de la habitación, luego fuera de la casa y finalmente levantó la bicicleta.




—Habla. Ahora —dijo la madre de Leon, quien había esperado pacientemente en el sofá. Tenía un camisón para dormir, los brazos cruzados y una única lámpara encendida.

Leon se encorvó y se apoyó en sus rodillas. Su respiración estaba agitada y el rostro brillante por el sudor. La puerta principal estaba abierta y desde adentro podía verse a la bicicleta abandonada sobre las dos escaleras de la entrada.

—Perdí noción del tiempo..., y Aaron...

—Llamé muchísimas veces, ¿por qué no contestaron?

—Marilyn suele desconectar el teléfono.

—¿Y eso por qué?

—Yo.., no lo sé.

—Bien, Sawyer —dijo su madre mientras se miraba las uñas—. Ahora explícame por qué la dirección que me diste de la casa de Aaron está equivocada.

Leon recobró la compostura. Sentía que la cara le ardía y no sólo por el sudor. Cerró los ojos como había hecho en geografía, como había hecho para pensar en una respuesta con toda la presión encima.

—Error mío. Lo anoté mal.

—¿Dónde vive Aaron realmente?

—Cerca del parque de Robles.

—¿Entonces te equivocaste y me diste una dirección que va en sentido opuesto?

—Lo siento, demasiado.

Su madre suavizó el rostro. Quizás Leon tenía catorce años, pero su madre todavía podía sentir esa aura de torpe y simple inocencia cuando lo veía. Podía sentirlo, por ejemplo, en la timidez y lentitud de sus palabras, la cabeza baja y los ojos cerrados con fuerza, podía percibir cierto grado de infantilismo, y por supuesto, inocencia, como quien realmente no conoce la gravedad de sus acciones y se disculpa con sinceridad. Como un niño, como un pequeño niño de siete años...

—Siéntate acá.

Lentamente Leon tomó asiento, con los dedos entrelazados frente suyo.

—No vuelvas a hacer algo como esto. Nunca, jamás. Me refiero a llegar tarde, ir por la calle a casi media noche, y darme direcciones falsas. ¿Por qué hiciste eso?

—Lo escribí mal. Es todo.

—¿Lo dices enserio?

—Sí.

—Te voy a creer, yo confío en ti.

Con un brazo la mujer rodeó a Leon. Lo acercó a sí y le dio un pequeño beso en la cabeza.

—Me preocupé mucho.

—Lo siento.

—Lo sé. Mañana me ayudarás a limpiar toda la casa como castigo, y no habrá tele por dos semanas. Si se vuelve a repetir, tendré que vender tu bicicleta, ¿está bien?




Al día siguiente, Leon se había prometido que no volvería a ocurrir. La otra noche, Aaron le había impedido irse, él siempre encontraba la manera de volverlo a sentar delante de la computadora, o de involucrarlo en otra partida de Uno, o de convencerlo de hojear esas revistas, o de ir a cavar pozos en el patio porque sí. Y por ello Leon había apagado su inútil sentido de la responsabilidad. Pero no volvería a pasar.

Volvió a levantar la manguera y apuntó al parabrisas del automóvil de su madre. Que calor, que estúpido verano, el más caluroso de toda su vida. Su cara estaba totalmente roja. Con la punta del dedo tocó la pesada línea de agua fría, después miró a todas direcciones para asegurarse que nadie miraba, y finalmente alzó la manguera por encima de su cabeza. El agua le resbaló por la cara, por el cuello, por toda la espalda y pecho. Era como renacer, como quitarse un pesado abrigo de invierno.

Era tan agradable que no notó las risillas de su madre hasta que fueron demasiado sonoras. Ella estaba asomada por la ventana de la cocina, que daba directo a la calle.

—El agua es para el auto, para el auto Leon.

Y diferente a las sonrisas que frecuentaban en Leon, esta vez apareció una que iba de lado a lado, qué le hacía entrecerrar los ojos. Su madre hubiera dado lo que fuera por tener la cámara fotográfica a un lado. Leon ya no sonreía de esa forma desde que cumplió los doce.

Después de terminar la misión, se sentó en las escaleras y esperó para que su ropa se secara. Se sentía bien ahí, en soledad, con el cuerpo fresco, escuchando al viento y los vehículos. Dejó que las sandalias se colgaran de sus dedos, se permitió levantar una mano y retirarse todo el cabello de la frente. Su rostro cambiaba completamente sin la cortina de mechones, no sólo porque su rostro se veía más definido y menos infantil, sino porque su frente estaba repleto de espinillas, de puntos rojos que se extendían por aquí y por allá.

Maldito acné. Ni siquiera dejando todos los productos azucarados podía deshacerse de él, ni siquiera eligiendo galletas asquerosas de avena en lugar de donas glaceadas. Y era un problema por su tono claro de piel (no tan claro como el de ella) que resaltaba los puntos rojos como si fueran focos de navidad. Pero en ese momento, ahí, en las escaleras, no había razón para preocuparse de aquello, nadie miraba.

Una brisa azotó, echó la cabeza hacia atrás. La gota de agua que anteriormente se deslizaba por la curva de su nariz, ahora se deslizaba hacia la frente. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro