14. Tierra de la esperanza
Ha abierto los ojos. Y al momento de abrir los ojos, se sintio distinto, casi como en otro cuerpo, otra vida. Las cosas ya tenían un nuevo significado para sí, todo lo que importaba se reducía a Marilyn, a la chica de las palabras dulces, a quien siempre lo hacía reír y lo besaba sin pedirle nada a cambio. Marilyn es el jaspe. Marilyn es todo. Ella es para qué y por qué de la vida.
Estaba débil. Demasiado débil como para analizar el lugar donde estaba, que era todo blanco. Podría estar muerto, pero no consideró esa posibilidad porque tenía una aguja intravenosa en el antebrazo. Su expresión, como si estuviera mirando al fondo de un campo de rugby, estaba opaca, casi vidriosa. Los labios estaban entreabiertos, la piel pálida, el cabello apartado de su frente... No le gustaba eso. Necesitaba que le cubrieran la frente. Ahora. Ahora mismo.
A su derecha, izquierda y al frente había cortinas, mismas que limitaban su campo de visión a apenas dos metros. Había una delgada manta sobre sus piernas y torso. Debería de estar llamando a alguien, de levantarse e intentar saber dónde están todos o mínimo preguntar por lo ocurrido. Pero no lo hace. Ni siquiera lo hace cuando una enfermera está frente suyo.
Marilyn, ¿cuándo podrá ir a verla? Eso sí que le provoca algo: tristeza, casi desesperación. Ella es...
-Cariño -susurra su madre con voz dulce, comprensiva, calmada-. ¿Cómo estás? Estoy feliz de que ya estés consciente.
Rachel se sentó en un banco al lado de la cama. Todavía vestía la misma ropa del cine, por lo qué no debió de pasar mucho tiempo.
Ella es...
-¿Todo bien? ¿Te sientes bien? ¿Necesitas algo? ¿Agua tal vez?
La mano de Rachel sostenía la de Leon entre las suyas.
Ella es la tierra de la esperanza.
-No noté las cosas. Los médicos me lo señalaron; tu pérdida de peso excesiva, tu debilidad..., hace apenas unos días noté que no comías, pero los médicos me dijeron que era una situación que llevaba meses. Leon, oh, Dios...
Rachel sollozaba y se aferraba a la mano de Leon. Ella decía algo sobre anorexia o bulimia o una mierda así. Decía promesas sobre que las cosas iban a cambiar, que se preocuparía más por él, que nunca jamás lo volvería a dejar solo.
Y Leon seguía mirando al fondo de ese campo de rugby. Ahora pensaba en lo costoso que sería todo esa atención médica que estaba recibiendo, lo estresada y triste que estaría su madre en los próximos días, y el gran esfuerzo que tendría que hacer para comer un poco más y hacerlo menos evidente. Y de pronto estaba sollozando de nuevo, su madre lo tomó como un "gracias, por fin me vas a ayudar, por fin estarás conmigo". Ella no sabía que Leon lloraba por razones totalmente diferentes.
-Entiendo que esto es difícil para ti, entiendo si no quieres hablar ahora. Está bien. El doctor dijo que posiblemente estés estable mañana.
¿Mañana? Era mucho, muchísimo tiempo. Leon giró lentamente la cabeza para ver a su madre, quien sonreía para darle aliento... y detrás vio a Joe.
-¡Maldita sea! -exclamó Leon tan repente y con tanta energía que los dos contrarios se sorprendieron. Se sentó en la cama, se mareo pero no le importó, y en cambio, dijo: -¿Dónde está mi pulsera?
-Ah, la tengo yo -contestó su madre-. Por cierto, ¿de dónde la sacaste?
Domingo. Dos malditos días sin verla. El sábado ya había estado en casa, pero su madre le prohibió salir sólo para asegurarse de que no tuviera otra "recaída". La cocina se había llenado de suplementos alimenticios costosos, su madre había comprado más de los necesarios. La dinámica diaria se había vuelto distinta: ella hablaba con un tono más suave de lo normal, se esmeraba más al cocinar y en cada ocasión se esforzaba en demostrar afecto. Y Leon se había prometido que mínimo iba a arreglar ese problema con la comida. Así no sólo su madre estaría feliz y menos preocupada, sino también Marilyn.
Marilyn, Marilyn. No había momento que dejase de pensar en ella, quería gritar su nombre y lo mucho que la amaba. Quería estar con ella. Y ese domingo por la mañana estaba dispuesto a cumplir su cometido. Se había puesto un pantalón de mezclilla, una camiseta de manga larga y la pulsera. Iba hacia la puerta cuando su madre le dijo:
-Mañana invité a tus abuelos a comer, así que quiero que estés aquí por la tarde, por favor -últimamente todo se acompañaba de un por favor.
-De acuerdo.
El trayecto en autobús (su madre todavía no le dejaba "sobre esforzarse" con el uso de la bicicleta) fue un parpadeó. De la nada estaba tocando la puerta de la habitación, de la nada tenía a Aaron con el ceño fruncido delante suyo.
-¿No deberías estar estudiando para los exámenes finales? -preguntó Aaron sin ganas.
-Quítate -dijo Leon.
Apartó a Aaron de un empujón, y este estaba tan atónito que no pudo responder con otro empujón como hubiera hecho. Leon revisó la cocina, la sala..., finalmente fue hacia la habitación del fondo. Y ahí estaba ella, con una escoba en las manos, un pañuelo en la cabeza. Marilyn levantó la mano y le saludó con media sonrisa.
-Me preguntaba cuándo vendrías -dijo.
-Te extrañe -Leon se acercaba.
La habitación estaba muy limpia en ese momento. Nada fuera de lugar, el suelo recién barrido. Ellos se quedaron frente a frente.
-¿Por qué....?
Marilyn no alcanzó a finalizar su pregunta porque Leon ya la estaba besando. Ella se rió y cuando se separaron, dijo:
-¿Qué demonios te picó? ¿Fumaste jaspe otra vez?
-Parecido.
La escoba dio un golpe seco en el suelo. Todo daba tantas vueltas en Leon, todo se sentía muy real y muy imaginativo a la vez. De pronto estaban charlando de esto y aquello, de pronto comían Kitty-mau, se tomaban de las manos, de pronto estaban sobre la cama. De pronto Leon estaba sobre Marilyn, con un brazo de cada lado, con las manos de ella en su rostro y Leon besando sin pensar si lo estaba haciendo bien o no.
Se separaron y se miraron. Marilyn desde abajo, con una sonrisa de esas que pones cuando miras a un cachorro, con los ojos entrecerrados. Leon también sonrió, ya sin timidez, con el cabello cayendo como una cortina.
-Ven, acércate -murmuró ella.
Leon bajó un poco la cabeza. Las manos de Marlyn estaban alrededor del cuello de su camiseta.
-Te amo, ¿me amas, Leon?
-Por supuesto, demasiado.
-¿Está bien si hago esto?
Ahora la mano de ella estaba en el borde de la camisa de Leon, tiró de ella hasta dejar expuesto parte de su torso.
-¿Ahora quieres esta camisa también? -dijo Leon.
-Mírate, ahora también bromeas. ¿Qué te está pasando?
-No lo sé.
Sus dedos acariciaban ese hueco de la espalda dónde está la columna..., luego en dónde están las costillas asomadas.
-Marilyn, estuve en el....
Una tercera voz llamó desde afuera, ña puerta estaba cerrada.
-¡¿Qué demonios están haciendo?!
-Lárgate Aaron, no te entrometas -gritó Marilyn medio riéndose-. ¿Qué ibas a decirme?
-Estuve en el hospital.
Marilyn dejó la camisa en su sitio y tumbó a Leon para quedar ambos sobre la cama, frente a frente.
-¿Y por qué estuviste en el hospital?
-Porque me desmayé. Fue deshidratación o una mierda de ese estilo, no presté atención.
-¿Está relacionado con eso de que te haces vomitar, verdad?
-Supongo.
-Escúchame, mientras yo esté viva, no quiero que vuelvas a hacer algo como eso. Nada que te ponga en riesgo, ¿está bien?
-Lo intentaré.
-Deberíamos salir juntos, como a un picnic, ¿qué tal mañana en la mañana?
-Mañana tengo clases.
-¿No podrías faltar por mi?
-Claro.
Ella sonrió de nuevo, apartó un poco el cabello del rostro de Leon. Ella tomó la mano de él y la llevó por debajo de la blusa..., a uno de sus pechos.
-En el túnel, cuando dije que hicieras algo, me refería a algo como eso, idiota -dijo sin evitar soltar una risilla.
-Ya lo entiendo.
-¡También haz algo ahora!
Leon apretó y sintió la cosa suave entre su mano. Marilyn soltó un "ay", le dio un golpetazo en la mano y rodó entre risas hasta medio caerse de la cama.
-¿Qué pasó? -Leon se asomó por el borde de la cama, mientras veía a Marilyn con el cabello revuelto y ahogándose en carcajadas.
-¡No tan fuerte!
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