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10. Túnel y una chica

El atardecer estaba llegando. Marilyn, con los brazos extendidos, caminaba por la acera de las calles, el cabello rubio se sacudía debajo de la gorra irlandesa. Reía, daba vueltas sobre su eje sin razón aparente, tocaba las paredes con la punta de los dedos.

-¡Date prisa, Leon!

Y Leon intentaba alcanzarla. Con cada paso tenía la increíble sensación de que acabaría por irse volando lejos, de que con cada parpadeó Marilyn estaba más feliz, de que la banqueta se tambaleaba como un fabuloso puente colgante. Marylin era tan rosada y anaranjada como las nubes del atardecer, los edificios eran enormes pinturas sobre lienzo que sólo estaban de adorno, sus pies se movían por sí mismos y los sonidos a su alrededor desaparecían.

Incluso los de su cabeza.

-¡Mari! Vas muy deprisa.

-No, no es cierto.

-Marilyn, espérame -se reía Leon.

De pronto todo era como ver a través del lente de una cámara: ella estaba enfocada mientras que el fondo era sólo ligeros toques de color que sugerían formas. Parpadeó. Un tirón. Marilyn lo tenía de la mano, y lo llevaba volando por toda la fotografía.

Su risa, la risa de ella era un eco alargado, como escuchar cuarenta personas reírse con el mismo tono melodioso y agudo. Sus dedos, sus dedos en su mano era como tocar un pedazo de nube.

De pronto, Leon sintió algo similar a un cosquilleo. Su ropa se pegó a su cuerpo. Lluvia, grito Marilyn, lluvia. Tu cabello está pegado a tu cara, te ves chistoso.

Llegaron a un barrio sin tránsito. Bajaron a la calle y siguieron riendo, sin soltarse de las manos. Leon tropezaba con sus propios pies, Marilyn se alejaba tanto que en ocasiones los brazos de ambos permanecían tan estirados como una cuerda, y la punta de sus dedos estaban rojas, pero no se soltaban.

Leon echó la cabeza hacia atrás, abrió la boca y sacó la lengua. La lluvia sabía a lluvia, que emocionante. Estás muy mojado, gritó Marilyn para sobresalir del chasquido de las gotas, te vas a enfermar. No me importa, respondió él, yo soy Leon Sawyer, nunca me enfermo.

Marilyn se quitó la gorra irlandesa y en un movimiento rápido la dejó sobre la cabeza de Leon. Ella le tomó de las mejillas, por un instante estuvieron tan cerca uno del otro que Leon confundió sus ojos con dos luminosos faros del auto, pero el susto desapareció porque ella se apartó rápido.

Ven, alcánzame, dijo ella y corrió hacía lo que era un túnel que atravesaba la calle. Risas, otra vez el coro de risas. Leon fue tras ella, ahora él escuchaba su propia voz como si fuese ajena.

Marilyn estaba en medio del túnel para cuando Leon la alcanzó. La ropa humedecida, el cabello pegado al fino rostro...

Que bien te vez, dijo él.

¿De verdad lo piensas?, contestó ella.

Sí, eres muy bonita.

Ven acá, acércate, cuidado que estás cayendo.

Ya llegue.

¿Te gustaría que te dé un beso?

Sí, ¿por qué no?

Y Marilyn se colocó el cabello detrás de la oreja, se inclinó hacia delante y dio un pequeño beso en la mejilla. Gracias, dijo Leon. Volvieron a tomarse de las manos, caminaron hasta casi salir del túnel. Tú

también me pareces muy lindo, dijo ella.

¿De verdad?

Sí.

No te creo.

Repentinamente ella lo tomó de los hombros, usó la fuerza para empujarlo contra uno de los curvados muros del túnel y se abalanzó contra él. Sus labios helados se unieron, pero no sólo eso, sus lenguas también. Entonces ella deslizó la mano por la mejilla de él, luego por el cuello hasta bajarla por el torso y luego acabar en el borde su camiseta. Su otra mano lo mantenía sujeto.

¿Qué tal?, dijo ella. Veo tres Marilyns, respondió.

Se rieron y volvieron a besarse, a besarse tanto que Marilyn no notó que Leon se estaba quedando dormido después de unos minutos.

Haz algo tú también, dijo ella.

¿Algo cómo qué?

No sé, espera, escuchó algo.

Una mujer estaba del otro lado del túnel, les gritaba cosas desde la seguridad de su paraguas.

Corrieron juntos hasta salir del túnel y volver a la luz de las estrellas (o quizás eran sólo las farolas de las calles, pero no notaron la diferencia). No supieron por cuánto tiempo estuvieron así, hasta que al pasar por delante de un restaurante con ambientación musical, Marilyn se puso a bailar como una desquiciada, no como había hecho en la habitación, sino de tal forma que parecía una danza con tintes de ritual antes que otra cosa. Sacudía la cabeza y con ello su cabello esparcía las gotas de agua, de un segundo a otro tocaba una guitarra imaginaria.

¡Qué bien bailas!, gritó ella. Sólo hasta ese momento Leon descubrió que también estaba bailando. La fotografía de la gente por la calle los miraba feo. Se tomaron de ambas manos y dieron vueltas y vueltas y vueltas. Leon se sentía en un carrusel a una velocidad enfermiza.

¡Te amo, Leon! ¿Tú me amas?, ella sonreía como nunca.

Vueltas y vueltas y vueltas.

¡Faros!, dijo él.

¿Cómo que faros? He preguntado si me amas.

Detrás de ti. Un auto.

Se detuvieron delante del auto que sonaba el claxon. Risas.

¿Cómo llegaré a casa en este estado?

No sé.

Miércoles. La alarma lo despertó, le amartillo la cabeza con tanta agresividad que le dio una jaqueca suprema. Sacó el brazo de la cama y a tanteo intentó apagar el reloj, pero tuvo que abrir los ojos para poder encontrarla. Eso, abrir los ojos, ardía como el maldito infierno, la luz tenue lastimaba, muchísimo, como abrirlos debajo de una piscina, como ver al sol a través del telescopio. Se dio la vuelta, notó que no tenía camisa, que su garganta estaba seca.

Se frotó la cara con las manos. Levantarse requería de mucha fuerza, y caminar hacia el pomo de la puerta era eterno. Espera, ¿cómo llegó a casa? O mejor dicho, ¿en qué estado llegó a casa ayer? Intentó recapitular todo lo que recordaba: lluvia, vueltas, túnel.., imposible. Todo eso debió de soñarlo. Sí, se sentía como algo que seguramente soñó después de ponerse a fumar en el sillón y quedarse dormido. Sí, eso era lo más claro y coherente que recordaba: sentarse, charlar con Marilyn mientras ella le decía como fumar, ver mierda de la tele, sentir que comenzaba a flotar y que todo se torcía. Sí, es todo.

¿Y que habrá pensado mi madre? Si estoy vivo es porque no me fue tan mal. Fue al baño, bajó las escaleras, no había ruido en ninguna parte. Y al revisar en la habitación, ella no estaba.

¿Qué?

En la cocina había una nota adherida con un imán al refrigerador: Saldré con Joe a un compromiso, dejé comida en el microondas, te quiero.

Leon se fue a sentar a una de las sillas del comedor. Dejó que su cara se diera contra la superficie de madera. Su madre llevaba todo un día sin aparecerse y notar su ausencia. Interesante. En circunstancias normales, aquello lo hubiera dejado abatido, pero bajo aquellas condiciones (entumecimiento cerebral, intolerancia a la luz, mareo, sed) no le importó.

¿Ayer que había pasado realmente? No hay forma de que Marilyn lo haya besado con tal intensidad, y menos tomando en cuenta que ella tiene diecisiete, y sólo se interesa por gente con canas y otros drogados. Y tomando en cuenta que Leon es un patético escuálido con acné del feo.

Escuela. Tenía que ir a la escuela, el autobús pasaria en treinta minutos. Bien, cerró los ojos. Lo del día anterior había sido sólo un poco de paz antes de regresar a la tormenta, tenía que seguir adelante y continuar con..., Que cansado. No tenía fuerzas. Ayer no había comidó absolutamente nada, y ahora su cuerpo sufría por aquello. Y por el jaspe.

Levántate, pensó, levántate y vístete.

Recordó ayer los oscuros ojos azules, que había confundido con un auto. Los ojos azules demasiado cerca, la gorra irlandesa en su cabello castaño, las manos de ella en sus mejillas. Y luego, en ese túnel con más aroma a humedad que la propia lluvia. El sabor asqueroso a jaspe en la boca ella, su mano helada tocando la marca de las costillas. La respiración agitada..., su espalda en el muro...

¿Tú me amas?

Sí, también amo al jaspe.

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