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3. Artificial

Disfruten el capítulo

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Era la primera vez que Renata iba a un sitio como aquel y debía decir que lo encontraba… abrumador. Poco a poco la música se fue haciendo más amplia rebotando como eco a lo largo de los pasillos que conectaban con la pista de baile.

La rubia se apresuró a mezclarse entre las demás personas, sólo en caso de que alguien de seguridad le pidiera de vuelta su identificación.

Listo. ¿Y ahora qué?, se preguntó. Intentó ver a todos lados, pero fue casi imposible debido a la escasa luz de fondo. Recibió un mensaje de sus amigas.

Ana: ¿Qué ha pasado? ¿Ya los encontraste?

Renata: No. Sigo buscando.

Guardó el celular en su bolso adentrándose hasta llegar casi a la parte central del lugar. Caminó por unos minutos entre todas esas personas que no paraban de bailar siguiendo el ritmo de la música.

—¿Dónde estará? —susurró para sí.

***

En otra parte del mismo sitio, un par de jóvenes bajaban del auto de lujo aparcado en el área VIP. La mujer de cabellera negra y piel bronceada que descendió, observó el sitio con cara de fastidio. Giró al otro lado donde su hermano se encontraba colocándose la chaqueta.

—¿Qué demonios hacemos aquí, Mario?

El joven hombre caminó hasta su lado y la tomó del hombro.

—¡Qué otra cosa! Venimos a bailar y a beber algo —respondió animado.

—Ese no fue el trato —su voz era firme.

—Por supuesto que sí. El trato fue que cuando cumpliera la mayoría de edad me regalarías este día para ir a donde yo quisiera. Bueno, yo quise venir aquí.

Ella, que tenía aires de grandeza. Le lanzó una fría mirada. Mario ya estaba acostumbrado a sus desplantes de mal humor y dejaba que eso no le afectara.

—Sólo, entremos de una vez para irnos lo más pronto posible.

—No —arregló su cabello con los dedos—. De hecho llegarán un par de amigos y algunas amigas lindas, hermanita… —le lanzó “miraditas” cómplices. Conocía las preferencias sexuales de su hermana mayor y esperaba que al menos entre sus conocidas, alguna le pudiera caer bien—. Así que ¿porqué no olvidas los pendientes de la oficina, te relajas por hoy y disfrutas de la velada?

—¡Ah! ¡Cállate y entremos de una vez!

—Ja, ja, ja. Calma tu humor, que así nadie te sacará a bailar.

—Yo odio bailar.

—No, no lo odias. Sólo has olvidado cómo se hace, así que deberías de conseguirte una buena novia para que te enseñe a bailar.

¡Qué lugar tan vulgar! Pensó la pelinegra al observar la excentricidad del establecimiento. Las luces neón colocadas entre las líneas de las paredes, el bullicio de las personas que iban y venían divirtiéndose, bailando y tomando como si no existiera un mañana…

Fastidio, era lo único que tenía en mente.

Tomó asiento a una de las mesas laterales. Entre comillas, era el único sitio donde podía tener algo de privacidad, en lo que esperaba a que su hermano se encontrara con sus amigos.

La verdad, era que todos le causaban repudió. Únicamente asistió porque absurdamente su hermano menor le pidió de regalo de cumpleaños pasar una velada divertida con amigos y ella.

¡Qué tontería! Canturro. Ellos, la familia Kofmant. Tenían el dinero suficiente para comprar si así lo deseaban, todo el lugar. Y en vez de eso, pidió algo tan simple como una salida de amigos.

Pero, aún si se tratara de un sacrilegio estar ahí, lo haría. Mario era su hermano, su primera y única compañía de valor que estuvo a su lado en los años de infancia y juventud. Aquellas cuyas épocas estuvieron envueltas por abandonos, cambios y crudas realidades, que esperar un futuro feliz era tan complicado como esperar la lluvia en medio de una sequía.

La pelinegra permaneció sentada. Sacó el celular mandando un par de mensajes, todos referentes a las reuniones que tendría al día siguiente.

Detestaba perder el tiempo. Era una mujer ambiciosa cuyo único objetivo recaía en ser dueña y presidenta de la empresa de su familia, trabajando sin descanso por el sueño que la motivaba. 

Estaba tan enfrascada en sus propios asuntos que no se dio cuenta cuando un joven estúpidamente tropezó con ella, envolviendola entre brazos para no herirla.

[…]

—¡Los encontré! —mencionó orgullosa Renata de localizar a su objetivo. Tenía un par de minutos de haberlo visto salir del sanitario, que cuando lo siguió a distancia se topó con una no muy grata escena —¿Esa es la amante? —susurró sorprendida al observarlo abrazar a una hermosa morena de cabellera negra en una de las mesas laterales. Caminó con sigilo para no darse a notar, dejaría que se desenvolviera la escena para evidenciarlo aunque ya no cabía duda. Ella era con quién se veía el novio de Paola.

Mientras tanto en la mesa, el joven se disculpó por aquel infortunio accidente y le ofreció invitarle una copa a manera de disculpa. Antes de que ella arremetiera con alguna ofensa él se fue de ahí. Pensando así, que se había librado del sujeto.

—Listo, mensaje enviado —dijo Renata luego de avisar a sus amigas y así mantener fuera por un momento al hombre infiel. En lo que esperaba el aviso, se mantuvo inquieta jugueteando incómoda con los botones de su coqueto escote.

Por su parte, la pelinegra revisó sus alrededores buscando a su hermano que tenía rato perdido. Fue cuando se percató a unos metros, de una joven hermosa —se trataba de Renata—. Frunció el ceño al verla. Estaba de pie muy cerca de la pista observando a todos lados, como si estuviera buscando algo o… a alguien.

Al volver la cabeza al frente, la luz le dio directo al rostro por escasos segundos. Tiempo suficiente para hacer a la pelinegra contener el aliento, mientras trataba de reprimir las inesperadas reacciones en su cuerpo.

¿Qué demonios me ocurre? Se dijo.

La actitud abierta y seductora de aquella rubia resultaba tan obvia para todo quien la mirase. Llevaba una falda reducida, realmente corta. Con la que le era fácil contemplar sus largas y tonificadas piernas.

Resultaba realmente provocativa.

La rubia se quedó helada al notar que quién la estaba mirando era la amante del novio de Paola —por lo observado momentos atrás—. Al instante, se sintió desfallecer, tal fue el efecto que le causó su feminidad. Y no fue de extrañar, cualquier persona caería ante su belleza amazónica, el porte elegante y la mirada firme, que apenas podía recordar porque había asistido.

Su celular vibró teniendo de enterada que debería poner en marcha el plan.

—Es ahora o nunca Rena… que diga Dulce —como lo indicaba su identificación falsa. Respiró hondo para aplacar sus temores. Una vez lista, caminó a su dirección siendo el momento perfecto para actuar.

La pelinegra la observó caminar con una mezcla de curiosidad y desilusión. Se dirigía a ella, lo sabía. La fría altanería con la que ignoraba a todo quién la mirara le resultaba tan artificial.

Tenía que ser fingida, pensó.

Ella conocía perfectamente a ese tipo de personas. Y le resultaba desagradable que una mujer actuara así.

—Oh, lo siento —se disculpó la rubia tras tropezar accidentalmente frente a ella. Se quedó a su lado, sonriéndole a modo de disculpa, mientras se acercaba tanto que la pelinegra podía oler la fragancia, que por muy extraño que pareciera. Esta era delicada y dulce.

Gracias a los consejos de Ana, no hubo problema en hacer el primer contacto. Aún así, le resultaba repulsivo mientras lo seguía.

Tardó unos segundos en reaccionar, y sólo cuando la observó, la hizo sentir escalofríos al notar sus increíbles ojos verdes envueltos en una mirada penetrante.

—¿Nos conocemos? —preguntó al fin. Su tono de voz, su compostura, resultaban cortantes.

Sabía lo que pretendía la rubia aunque desde luego, no lograba comprender cómo una mujer como ella podía necesitar ir de caza por los bares buscando víctimas tontas para manipular. 

O quizá sí, pero prefería no pensarlo. Había muchas mujeres como bien sabía, capaces de hacer lo que fuera por dinero y con quien fuera.

—Pues... en realidad, tú a mi no. Pero espero que pronto me conozcas mejor —se alegró de que el lugar estuviera escaso de iluminación porque sentía el calor inundar su rostro—. Y bueno, es que acaso ¿No me invitas una copa?

—¿Cómo te llamas? —preguntó la pelinegra, ya se le notaba molesta por su actitud, específicamente atrevida. Le resultaba despreciable, pero más despreciable era sentir que estaba reaccionando a su coquetería.

¿Acaso era una niña de dieciocho años para responder así? Por supuesto que no. Era toda una mujer de veinticuatro años, hecha y derecha.

—Soy Dulce, pero me puedes decir bombón —De acuerdo. Eso último había sido muy patético, pensó Renata.

—Mira, esto es un error —se removió a escasos centímetros de su lugar.

—No, tú jamás serías un error —acarició con sutileza su hombro. Desconocía su actuar porque simplemente las palabras salían acompasadas con sus acciones y oscuros deseos—. Al contrario, con alguien como tú... —se acercó lentamente a su cuerpo en medio de una hipnosis de seducción.

—Está bien, niña —reaccionó separándose con frialdad. ¿Qué le sucedía? Estuvo a punto de caer en sus redes y eso la puso de mal humor—. Como no entiendes, te lo diré de frente: No pierdas el tiempo conmigo. Después de todo… para alguien como tú, perder tiempo es perder dinero. Así que ¿Por qué no buscas a alguien más y dejas de molestarme? Que ciertamente puedo ver tu inexperiencia a distancia —completó sin más.

Renata la observó incrédula de lo que escuchó. Nadie en su joven vida la había llamado de esa forma, ni mucho menos, tratado tan mal. Estaba por responderle como fue debido pero una llamada la interrumpió, era la señal de Paola avisando que el novio volvía entonces tenía que pasar al plan B.

—¿Y bien? —preguntó la pelinegra cruzando los brazos.

—Está bien, me voy. Pero no sin recibir algo a cambio —al soltar la última palabra, Renata se lanzó a la pelinegra en un beso.

Dicho acto fue sorpresivo para la otra que intentó separarse de Dulce —como se hizo llamar—.

—¡Basta! —alcanzó a gritar la pelinegra al empujarla para atrás. Sus ojos reflejaban la furia contenida y su corazón no dejaba de latir acelerado por toda la ira brotando de sus venas.

Una tercera persona interrumpió.

—¡Ah...! Siento interrumpir señoritas —observó a ambas y luego posó la vista a la pelinegra— , sólo le traigo como le prometí su bebida, discúlpame de haber tropezado con usted. Lamento las molestias —se retiró.

¡Qué rayos! ¿Era el novio de Paola? Observó incrédula Renata.

Otra persona llegó con ellas, se trataba de Mario. —Uff... Pero si hermanita, no creí que lograras ligar tan rápido. Me presentas a tu hermosa novia —mostrándose emocionado por la escena de beso que presenció.

La pelinegra volteó a ver a la mujer, quien ignorando al entrometido de la copa y a su bobo hermano seguía inmersa en lo sucedido. Todo ocurrió rápido. Sin más ni más, se levantó haciendo que Renata retrocediera un paso, lo que vino después dejó a la rubia paralizada al sentir la bofetada en seco en su mejilla.

—¡Hazte a un lado! —gritó la pelinegra saliendo de inmediato del lugar.

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Uff... Brava nos salió la mujer.

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Nos leemos luego.

🌷😉

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