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28. Momentos


Disfruten el capítulo.

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El sonido del mar y el aleteo de las aves en vuelo ocasionó que Renata despertara. Estiró los brazos para destensar los músculos producto de un plácido descanso. Cuando por fin logró abrir los ojos y hacer contacto con su exterior, cayó en cuenta que no estaba en la cabaña, ni mucho menos en casa.

Entonces lo recordó.

Posó la vista a un costado sólo para cerciorarse que en serio había sucedido y no fue producto de su imaginación.

A su lado, Silvana permanecía dormida. Aquella noche no logró conciliar el sueño pronto. Después de mucho pensar y malgastar su tiempo en posibles conspiraciones del destino contra ella al dejarse llevar, al final quedó rendida antes de que la otra despertara.

Renata sonrió al recordar la noche. Animada rozó sus dedos sobre la piel de la pelinegra, era suave y hermosa. Le encantaba su tono apiñonado quién a diferencia de ella, no salía de su color pálido.

Se acercó más a su cuerpo y le dió un beso en el hombro, percibió aún mejor su aroma natural, notando las pequeñas marcas rojas de la noche anterior.

—¡Qué hermosa eres! —susurró. Silvana abrió los ojos sintiendo la mirada de la rubia puesta en ella—. Hola.

—Hola —respondió también cuando aclaraba la voz—. ¿Llevas mucho tiempo despierta? —dijo mientras se acomodaba mejor.

—No. Sólo lo justo, para verte despertar.

—Mi cara debe estar hecha un desastre.

—Es perfecta. Me gusta más así, sin maquillaje.

—¡Qué dices!

—Solo lo que pienso —se acercó a Silvana quien veía el techo, pensativa. Renata subió a su cuerpo y le regaló un beso en la punta de los labios. Lo que le hizo sacar una sonrisa—. Feliz Navidad.

—Pensé que dijiste que no lo celebras.

—Bueno, si las celebraciones son así, creo que lo puedo reconsiderar.

—ja ja ja. ¡Eres una traviesa! —la envolvió entre sus brazos.

—Tú traviesa.

—Solo mía —la acercó hasta retomar el beso. La rubia comenzó a acariciar por el borde su cintura descendiendo cada vez más abajo. Cuando Silvana se percató de su acción, se removió de su posición deteniéndola de golpe.

—¿Qué sucede?

—Nada. Es hora de levantarse.

—Uhm. Está bien —Su repentino cambio la dejo confusa. Lo mismo había sucedido la noche anterior, pues aunque no pudo negar que lo disfrutó cuando quiso tocar en la misma zona a su novia, ella se negó, argumentando que no era el mejor momento.

Entraron al restaurante donde las acercaron a una de las mesas que tenía vista al mar. Enseguida, el mesero se acercó con las órdenes qué solicitaron.

—¿Comerás todo eso?

—Si, que tiene.

—Espero no te duela el estómago.

—No, no creo.

—Si tú lo dices —probó su plato de avena y le dió gusto saber que el restaurante había conseguido una buena marca. No solía desayunar otra cosa que no fuera aquello—. ¿Quieres hacer algo hoy?

—Si, ¿Qué tienes en mente?

—Un paseo en yate.

Después de terminar el desayuno salieron hacia el centro comercial para comprar algunas cosas que iban a necesitar en su pequeño viaje.

Renata estaba terminando de escoger un traje de baño mientras Silvana caminaba entre los pasillos observando las prendas en los anaqueles. Su celular timbró por lo que tuvo que salir un momento de la tienda.

—¿Qué sucede?

—Le informo que la presidenta anunció una reunión este viernes.

—Tema a tratar.

—No lo mencionó pero ha estado revisando los proyectos que se tienen en marcha.

—Comprendo. ¿Algo más?

—No. Nada.

—Alista mis documentos. Llegaré mañana en la noche a la ciudad con Renata.

—¿La joven le perdonó?

—Por supuesto. Te dije que lo conseguiría.

—La felicito. Ahora intente no hacerla enfadar.

—No sucederá —notó que Renata salía, por lo que tuvo que cortar la llamada.

—¡Listo! —expresó contenta.

—¿Qué compraste?

—Ya lo verás.

Para el medio día, ya se encontraban disfrutando de la tranquilidad que les regalaba el mar abierto.

Silvana había comprado un bañador de una pieza color negro, las líneas a los costados dejaba a la vista sus caderas y su busto estaba discretamente expuesto. Tal vez había sido un poco mojigata pero no quería exponerse tanto con Renata o al menos la intentaría hacer sufrir.

Desconocía la elección de ella pero era probable que fuera algo similar.

—¿Qué haces con la bata puesta? Anda, ve a quitártelo —ordenó la pelinegra al verla subir a cubierta.

—La mujer que me atendió dijo que era buena elección pero creó que es demasiado revelador —susurró para sí—. ¿Tú qué dices?

Silvana tenía la mirada gacha en el libro cuando la llamó, despegó de golpe la vista de su lectura ante la silueta que apareció al frente de ella.

¡Qué sexi! Pensó al notar el bañador de dos piezas color blanco que llevaba y exhibía su hermoso cuerpo. 

—Es… es lindo —tragó saliva.

—Entonces supongo que fue buena elección —sonrió restando importancia—. Ven. Vamos a nadar.

—No. Te veo desde aquí —se ajustó el puente de las gafas.

—¿Por qué? Ven. No seas cobarde.

—No soy cobarde.

Renata jugó con la posibilidad y provocó un poco a la pelinegra.

—¿Te da miedo el agua? —se burló con picardía. Antes de que le dijera algo, saltó al agua de un clavado.

Silvana notó que Renata hacía tiempo no mencionaba nada después de haber entrado a nadar. Dejó su libro para ir a revisar a la orilla pero no la vio por ningún lado.

—¡Renata! ¡Renata! ¡Responde! —preocupada, se retiró las gafas y sandalias. Salió a buscar un salvavidas colocándolo sobre ella y luego llegó a la orilla donde intentó saltar, pero su cuerpo nervioso se congeló por lo que pretendían hacer.

Respiró hondo y sin dar tiempo a la razón, se lanzó sintiendo al instante el agua fría invadir hasta regresar a flote gracias al chaleco.

Volvió la vista a los costados tratando de nadar —algo que hacía terriblemente mal— para encontrarla. De repente dió un sobresalto cuando alguien la abrazó por detrás.

—Te animaste a saltar —sonrió Renata al verla abajo, aunque no fue del agrado de la otra pues creyó que la rubia estaba en peligro.

—¡Maldita sea, Renata! ¡No vuelvas a hacerlo! —intentó nadar hasta el yate pero solo conseguía ir en dirección contraria.

—Perdón. Ven, dejame ayudarte.

—No necesito ayuda —habló mientras trataba de llegar a las escaleras.

—Yo creo que sí —La ayudó a impulsarse hasta agarrar los barrotes consiguiendo subir.

Estando la pelinegra arriba volvió a su misma silla para secarse sin decir ninguna palabra.

—Silvana. Acaso ¿No sabes nadar?

Ella no respondió.

—No sabes. Y aún así, bajaste.

—Eso que importa.

La vió pelearse con la toalla mientras se quitaba el exceso de agua en el cabello. Era obvio que Silvana no sabía nadar pero eso no le había importado para saltar e intentar "salvarla".

Se arrodilló frente a ella, lo que captó de inmediato su atención.

—Perdón por preocuparte. Lo que hiciste fue muy valiente, pensé que sabías nadar y aún así te lanzaste, por mí.

—Creí que te estabas ahogando. Ahora sabes que no sé nadar. ¡Ja! Debes estar pensando que soy tonta —se rió de sí misma tratando de levantarse pero Renata se lo impidió.

—Quita esos pensamientos de tu cabecita. Tú eres muy valiente y hoy me demostraste que estarías dispuesta a todo, por mí bienestar.

No supo qué decir o cómo defenderse.

Silvana la escuchó hablar y sintió un poco de culpabilidad en lo que oía. Le gustaba aquella mujer —más allá de sus intereses en mente— pero no podía corresponderle al cien por ciento como quisiera, dado que le estaba ocultando los principales motivos por los que la había buscado en un inicio.

Tampoco es como si quisiera revelarlos, tan sólo de imaginarse el escenario, todo lo que había conseguido con ella, se vendría abajo.

Y perderla no estaba en sus planes.

Inconscientemente había realizado un acto por su bienestar pero al darse cuenta —y ocultando su sentir real— lo utilizó a su conveniencia para ganarse su confianza.

—Eso y más, es lo que haría por tí —se acercó a su rostro para fundirse en un beso apasionado.

[…]

—¿Cómo está tu hermano? —pregunto en medio de una plática justo cuando descansaban sobre el camastro. Silvana la mantenía abrazando disfrutando de la paz que había en la orilla del mar.

—Él está bien. Un poco triste porque no has ido a verlo.

—Si. Me dijo que quería que fuera a conocer su fundación y hasta la fecha no ha sido así.

—Eso lo podemos remediar.

—Si. Tan pronto estemos en la ciudad, iré a visitarlo.

—¿Qué tal pasado mañana? —planteó la idea—. Tengo unos pendientes en la oficina pero sin problema te puedo llevar cuando me desocupe.

Renata dudo. Desde que llegó a la ciudad, ha mantenido la costumbre de mantenerse en ese lugar, ya que regresar antes de que acabaran las fiestas de fin de año sonaba abrumador.

—No tengas miedo. Todo estará bien si volvemos antes —reafirmó a su petición.

—Es sólo que ver a todos en familia celebrando estas fechas, se vuelve sofocante para mí.

—Y… ¿No crees que haya alguien más qué quiera celebrarlo contigo?

Se quedó pensando su respuesta.

—Sí, pero siempre les he negado estos días y estoy insegura en que quieran verme después de negarme por mucho tiempo.

—Podrías intentarlo. Son tus amigas.

—Lo pensaré —la mantuvo abrazando mientras veían el oleaje llegar a la orilla junto a la pronta puesta del sol. Se levantó confundida—. ¿Cómo sabes que son mis amigas de quién te estoy hablando?

El descuido de la pelinegra estaba por provocar una molestia pues sabía que preguntar a sus amigas de su ubicación debía mantenerse en secreto. Por lo que tuvo que desviar el tema.

—¿Con quién más lo celebrarías?

—Cierto. Con nadie más. Eres lista.

—¿Lo dudas?

—A veces. 

—¡Oye!

—Ja ja ja. Es broma.

A Silvana no le hacía gracia que la molestaran pero con Renata, siempre parecía ser natural aceptar sus pequeños juegos de palabras. La sonrisa que exponía a su paso era lo necesario para hacerla caer sin negar nada.

—Pero ahora que regresemos. Yo quiero ser alguien más con la que puedas sentirte bien. Quiero estar contigo en estas fechas, no importa como sea.

—¿De verdad?

—Por supuesto.

—Gracias. Significa mucho para mí —sonrió feliz.

La mantuvo a su lado aún sin comprender que todo lo que hacía era tan sincero como lo que empezaba a sentir por ella.

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Aunque lo niega, Silvana ya cayó.

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Nos leemos luego.

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