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27. Aceptación


Disfruten el capítulo.

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No siempre Renata ha odiado la navidad. Después de todo, la época era motivo de celebración para pasar una encantadora velada en compañía de los seres queridos.

Pero los motivos que la arrastraron a mantenerse como ermitaña en un solitario lugar como lo es la playa en esa época, fue sentirse abandonada.

Desde el fallecimiento de su abuela, su familia prefirió ya nunca celebrar. Estuvo arrastrada a mantenerse al margen de las peticiones de sus padres. Y luego, cuando creció, el revuelo que causó conocer sus preferencias sexuales fue aún más difícil y angustiante al descubrir lo que pretendían ellos hacer para “curarla”.

Si, ya era libre pero ¿hasta donde podía soportar esa libertad? Si tan sólo hubiera sido la hija modelo que tanto querían sus padres, tal vez no se encontraría sentada ahí, sola a un costado de la playa.

Pero era inútil estar pensando lo mismo, una y otra vez. Mejor valía seguir adelante, a pesar de todo. Estaba bien y podía ser feliz en su camino. ¿Cómo y con quién? Eso tampoco lo sabía y por ahora, evitaría pensar en ello. 

Aunque en su caminó, cierta pelinegra hizo acto de presencia.

—Parece que buscas enfermarte —habló Silvana al llegar a su lado y ver qué únicamente vestía ropa ligera. Pese a que el tiempo era fresco, la brisa del mar alcanzaba a golpear los cuerpos que descansaban cerca.

De inmediato, se quitó el abrigo que usaba y lo colocó sobre su espalda. Aquello causó un sobresalto en la rubia pues estaba tan inmersa en sus pensamientos que no se dió cuenta en qué momento llegó. 

—¿Silvana? ¿Qué haces aquí?

—Olvidas que tengo una casa aquí.

—Ah. Cierto.

—¿Y tú? ¿Qué haces en medio de la nada?

—Uhm. Yo… —se quedó pensando insegura.

—No tienes porque hacerlo si no quieres —dejó de lado la pregunta en cuestión. Sin importarle ensuciarse, tomó asiento sobre la arena para contemplar la agitada vista del mar.

Renata al notarlo, lo hizo de igual forma. En medio de un pacífico silenció disfrutaron del escenario al frente que les ofrecía la naturaleza.

Comenzó a hablar.

—Suelo venir aquí en estas fechas. No me gusta el ajetreo de la ciudad.

—¿No celebras las fiestas de fin de año?

—No. No tengo motivos para hacerlo. Ni siquiera cuando salí de casa he sentido la necesidad.

Nuevamente guardaron silencio aunque no duró mucho. Con más confianza Renata se acercó al costado de la pelinegra y le comenzó a narrar un poco de su vida antes de llegar a la ciudad.

—¿Tú nunca tuviste problema por tus gustos?

—No. Mi padre tenía cosas más importantes en que pensar antes de cerciorarse de que su hija la iba a dejar sin herederos.

Aquello hizo reír a Renata. Al menos ya no se sentía igual que cuando llegó al lugar.

—Tampoco lo celebró por gusto —volvió a decir—, pero mi hermano me obliga a salir con él y sus amigos en año nuevo —se tomó un minuto antes de continuar—. Desde que mi madre nos abandonó, las cosas no fueron las mismas. Mi padre se centró en crecer la compañía y tuve que hacerme responsable a temprana edad.

—Debió ser difícil.

—Bastante. Supongo que siempre es así. Nunca sabes lo dañino que te puede dejar tu pasado.

Renata no respondió. Entendía que la pelinegra tenía sus propios demonios a los cuáles enfrentar y en parte, le daba gusto conocer un poco más de ella. Reclinó su rostro sobre su hombro sintiendo —por extraño que pareciera— como se liberaba de sus preocupaciones con la calma efectuada del contacto mutuo.

A punto de guardarse el sol, Renata se preguntó si era conveniente decirle que se iba, pero la pelinegra se le adelantó al invitarla a pasar a su casa pues no sé sentía a gusto de ver a la otra durmiendo en un pequeño sitio.

—No es necesario, he venido aquí por tres años y todo ha estado bien.

—No me hagas rogarte.

—No es eso, pero es que…

—Eres descuidada, eso es lo que eres —expresó sería. Volteó a ver a Renata y le tendió una hermosa sonrisa antes de decirle que era broma y no se molestara.

—Y tú eres muy protectora y gruñona.

—Me declaro culpable —la rubia sonrió dejando que la otra la guiara con el brillo de la primera estrella en el cielo.

Entró nerviosa a los aposentos de la familia Kofmant. Lo recorrió con mucha cautela y admiración. El sitio era acogedor y se sentía cálido gracias al aire acondicionado.

—Será mejor que subas a bañarte. Primera puerta a la derecha, puedes tomar la ropa que gustes del armario —concluyó Silvana antes de meterse a la cocina.

Renata obedeció y en poco tiempo ya se encontraba de vuelta en la planta de abajo. Percibió un aroma proveniente de la cocina abriendo su apetito al instante.

—Ah. Ya estás aquí —la vió entrar cuando estaban sirviendo los platos—. Toma, lleva esto al comedor en lo que terminó con lo demás.

—Sí, Chef —habló juguetona.

Sirvió dos tazas de té caliente, sentándose a un costado de la rubia.

Renata degustó la comida sorprendiendose de lo delicioso que estaba todo.

—Sil. Perdóname por creer que no sabías cocinar —devolvió la vajilla al fregadero y regresó al comedor.

—Por supuesto que sé cocinar ¿Pensabas que era una inútil en esto?

—Ja ja ja. No, pero estás más tiempo en el trabajo así que pensé que...

—Es verdad. No suelo tener mucho tiempo libre, pero son de las pocas cosas que disfruto hacer cuando puedo —notó a Renata observar sonriendo, pareciendo extraño y algo abrumador—. ¿Sucede algo?

—Nada. Es sólo que… me gusta escucharte hablar así. Eres increíble —acarició con sutileza su rostro removiendo un par de mechones negros sueltos.

—Tonterías. No me conoces en mi totalidad —capturó su mano y la dejó sobre su mejilla. Le gustó sentir su calidez y la mirada serena reflejada en sus ojos color miel. 

—Quiero seguir haciéndolo… —reclinó su cuerpo más cerca, hasta ser invasivo a la otra.

—¿Qué cosa? —susurró haciendo contacto de los labios a sus ojos. Moría por sentir su boca húmeda y hermosa.

—Quiero saber más de tí. Conocerte en tu totalidad —sus palabras dejaron sin fuerza a su voluntad. La naturaleza de su alma quiso hacer una vez más, lo que su corazón ansiaba.

Y entonces sucedió.

Se besaron con aparente serenidad, mientras oculto bajo su piel, sus pulsos acelerados gritaban con locura ante el acto de amor que comenzaba a florecer presas de sus emociones.

Lentamente hasta hacer que poco a poco, a medida que la temperatura se elevaba, su contacto se proyectaba a otras partes de sus cuerpos.

Renata sonrió al sentir la mano traviesa de la otra tomarla por la cintura haciéndola subir a sus piernas. Ahí, más vivaz que al comienzo, suspiraron extasiadas por el calor fundiéndose a punto de explotar.

—Ven —Silvana la tomó de la mano—. Vayamos arriba —La rubia asintió, cubierta por un brillo intenso de ansiado deseo.

La llevó hasta la habitación donde no reparó en retomar sus besos. Ella cerró la puerta con un pie, cargando a Renata hasta avanzar al inicio de la cama.

—Silvana, espera.

—¿Qué sucede? —susurró sin interrumpir la tortura de besos sobre su cuello.

—Yo. Es que… bueno. Yo nunca he estado con alguien.

La pelinegra cayó en cuenta de lo que trataba de decir, la rubia nunca había tenido intimidad con nadie. Incluso llegó a pensar que con Romina había sucedido algo y le dió gusto escuchar que no fue así.

Pero, ahora ¿Qué sucedería? Ella nunca había tenido un acercamiento propiamente sentimental con otra mujer que no fuera simple sexo. Si le decía que tuvieran relaciones sin agregar el afecto, la pondría en un embrollo porque estaba segura que la otra se enfadaría.

Después de haber entregado todo por Fernanda quién no lo supo valorar, sentía que abrir su corazón sería volver a exponerse. ¡No! ¡No lo volvería hacer! ¡Tenía que resistir!

Por el bien de su cometido y sobre todo de su estabilidad emocional, se engañaría haciendo total énfasis en que para ella, la rubia no significaba más que solo su pase a la presidencia.

—¿Quieres que paremos? —preguntó insegura de escuchar la respuesta. Para su suerte, Renata negó, por lo que decidió avanzar a pasos cortos, tal como pensaba era conveniente hacerlo—. Nunca he tenido una relación duradera pero siento algo contigo que me hace querer hacer las cosas bien. Lamento si en ocasiones mi carácter no es el adecuado. Pero quiero que sepas que por tí, intentaré mejorar. No deseo alejarme de tí. ¿Podemos… intentarlo una vez más?

La sonrisa que adornaba el rostro de la rubia fue tomada para bien. Supo lo difícil que fue aceptar emociones que no mostraba a nadie. Y le gusto saber que de todos, sólo con ella, podía ser así.

—Si, quiero intentarlo nuevamente. Me gustas y te quiero tal y como eres.

La pelinegra estaba en jaque, no pudo responder antes las desconcertantes palabras, sonaban tan sinceras y reales. Fue como si todo por lo que creyó de repente se esfumaba ante la mezcla de sensaciones que le provocó Renata.

No podía contenerlo más.

Con nerviosismo, se acercó a la rubia nuevamente pero solo para abrazarla y reconfortarse de esa calidez que le producía su presencia.

—Eres única Renata —susurró en un suspiro al tiempo en que comenzaba a repartir castos besos.

—¿Me vería tonta si admitiera que estoy nerviosa? —expresó ruborizada.

—Creo que te verías tonta si dijeras que no lo estás —sonrió enternecida—. Tranquila —tragó saliva y sin más, se acercó hasta sentir como su suave boca acariciaba a la suya y se quedaba ahí, a su respuesta de continuar. Lo hizo con un tacto delicado que no le importó otra cosa más que seguir en su labor disfrutando de Renata en una escena que parecía irreal para sí misma.

Ambas avanzaron hasta la orilla de la cama. Silvana recostó a su novia reclinándose al frente para seguir besándola con soltura.

Se colocó a horcajadas, con la sangre hirviendo y una sonrisa cómplice, desabotonó su blusa hasta exponerse frente a Renata quién la miraba embelesada por la tonalidad bronceada de su piel.

Tal vez era por la ropa formal que siempre estuvo acostumbrada a ver, qué se tornó asombrada con la línea de tatuajes alrededor de sus brazos y su abdomen, pues nunca los había siquiera notado.

—¿Sucede algo? —habló la pelinegra ante la mirada inquisitiva de la otra.

—No, es sólo que… tus tatuajes. Nunca los había visto —acarició el borde de su hombro dónde tenía uno. 

—No les tomes importancia —fue lo único que dijo antes de quitar el broche del brasier y desprenderlo hasta dejarlo caer.

Luego, tomó las manos de Renata y las posó sobre sus caderas para que se degustará del tacto a voluntad. Lo hizo hasta subir al borde de sus pechos, se quedó ahí incontables segundos hasta por fin animarse a acariciarlos.

—¿Te gustan? —cuestionó Silvana excitada, la rubia asintió disfrutando de esa parte de su cuerpo el tiempo suficiente para hacerla reaccionar y escuchar en primera fila, suspiros de placer.

—Puedo…

—Hazlo —susurró jadeante al sentir la lengua de la rubia resbalar desde sus bordes hasta apresar el centro y succionar como si intentará obtener algo. 

Las manos de Silvana la mantuvieron unida a su pecho hasta comenzar a descender. Ya deseaba poder verla en todo su esplendor.

Se desnudaron entre sonrisas cómplices y besos, hasta que lo único que quedó fue la imagen expuesta de dos jóvenes a punto de entregarse a sus más puros sentimientos.

—Eres… la perfección hecha mujer —susurró al ver el cuerpo de la rubia enrojecida y aperlada por una ligera capa de sudor—. Eres hermosa, Renata.

Ella no dijo nada, sólo se ruborizó ante las palabras brindadas por su novia quien la veía cautivada. Se recostó. La incitó a bajar retomando sus besos y recorriendo con caricias cada parte de su cuerpo.

—Me encantas, Renata —expresó cuando empezó a tocarla entre las piernas hasta arrancarle gemidos de verdadero placer.

—¿Qué más te encanta de mí? —expresó jadeando.

—Me quedaría corta si te lo dijera.

—Dimelo —aquello sonó como en demanda.

—Eres altanera conmigo —acompañó sus embestidas con pequeñas mordidas en su cuello mientras le narraba su sentir—, pierdo la cabeza cuando no se lo que harás. Pero sabes que… —la vió directo a los ojos—. Me encanta.

Una ola de placer mando contracciones a su cuerpo. Por breves segundos Renata se sumergió en lo que consideró, la mejor experiencia de su vida.

Se detuvieron un momento pensando en lo que había sucedido: para Renata, su primera vez tenía un enorme significado emocional, siempre escucho que el primer encuentro nunca era planeado y casi siempre terminaba mal, pero aunque en parte tuvieron razón, pensó que está historia, su historia, tendría un final feliz.

En el caso de Silvana, aunque la súbita de emociones la dejó atónita, no pudo negar que había disfrutado con lo que hizo. Seguía sintiendo sus latidos a punto de reventar y presa de ese encanto fue que prefirió continuar antes de que la culpa y la razón la tomara rehén de vuelta.

Ya habría tiempo de lamentaciones.

Tomó a Renata de las caderas para fundirse en un beso, sediento de más…

“… Silvana sonreía. Estaba embelesada admirando la silueta desnuda de su novia Fernanda. Era la primera vez que tenían un acercamiento íntimo. Se sintió desfallecer por todo lo que su corazón consiguió sentir, a pesar de no haber sido como lo había soñado.

—Te amo, Fer —susurró con ternura en busca de un beso más.

La otra se removió incómoda de la cama ignorando las palabras cargadas de inocencia que escucho. Silvana no lo sabía pero gracias a lo que extrajo para su novia de la oficina del señor Kofmant, al fin podía dar por concluida la tormentosa experiencia de fingir amor a la pelinegra.

Eres tan inocente, niña. Pensó Fernanda. 

—Descansa, Silvana.

Ella asintió, comenzando a caer en un sueño profundo con la esperanza de que al despertar, el mismo sueño junto con su novia la siguiera acompañando al día siguiente.

Pero por desgracia, no fue así…”

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¡Uff!

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Nos leemos luego.

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