26. Recuerdos
Disfruten el capítulo.
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Con mejor energía y serenidad ingresó a las instalaciones de Industrias Kofmant para comenzar su día luego de tan desastroso suceso de la tarde anterior.
Tan pronto la secretaría vió a la pelinegra cruzar las puertas de cristal, dejó todo lo que hacía para concentrar sus sentidos a las órdenes que pudiera solicitar, pero no hubo necesidad alguna.
Silvana fue directo al elevador, paciente a subir al piso indicado. Mientras esperaba, notó que todos se quedaban callados, apresurados a completar con sus labores. Eso le gustaba, le hacía saber que le temían y que nadie estaba por encima de ella.
¿Cómo es que conseguía que todos la respetaran, menos ella? Pensó con desdén. Desde el inicio, Renata representó un reto pero a medida que lo hacía entendía que nunca lo conseguiría.
No, a menos que lo hiciera por la fuerza. Pero no lo ansiaba así. Con el paso del tiempo, sus deseos para con ella fueron creciendo y sonaba loco siquiera pensar que ella se estaba enamorando y hasta ilógico que la quisiera conquistar de verdad.
Lo cierto fue, que había un poco de razón en su locura.
Si no hubiera existido las modificaciones del testamento, nunca se hubiera animado a buscarla porque su orgullo estaba por encima como para hacerlo a voluntad.
Pero pareciera que el mundo buscaba ponerla al límite de sus emociones. Y uno más, estaba a punto de suceder.
—Jefa —habló su asistente apenas verla llegar.
—Ahora no, Javier —se dirigió aceleradamente a la oficina de presidencia.
—Disculpe, pero hay algo que debe saber —La siguió a prisa esperando que no la tomará desprevenida lo que ocurría.
Cuando Silvana abrió la puerta, notó que no estaba vacía. En la oficina, yacía la secretaria ordenando documentos, carpetas y expedientes pero fue insignificante ante la imagen que divisó al costado. Sentada detrás del enorme escritorio que por años su padre ocupó, se encontraba alguien que no quería tener a la vista tan pronto.
—¿Qué está pasando aquí? —habló fuerte para captar la atención.
—Señorita Kofmant —la secretaria se asustó al verla. Por el ceño fruncido marcado en su rostro podía inferir que no se encontraba feliz.
Silvana bajó la vista dirigiéndose a la mujer a su lado. Ella, serena. Aún terminaba de leer el documento que momentos antes le habían dado. Tuvo que aguardar paciente hasta por fin hacer contacto después de mucho a quien formaba parte de su familia.
Mónica Vera Kofmant.
—Silvana —expresó informal. Ella, al igual que su prima conservaba los mismos rasgos físicos: piel bronceada, cabello oscuro y lacio. Aunque a diferencia de la otra, su mirada era más relajada—. Tiempo sin vernos.
Silvana la ignoró. Vió de reojo a las otras dos personas indicando que las dejaran solas.
—Apareciste al fin.
—Ya vez. Mi tío pidió que me encargara de los negocios para que no lo arruines —sonrió cuando percibió el enojo de la otra—. Es broma, Silvanis.
—Deja de decirme así.
—¡ja ja ja! —se acercó a ella apretándole las mejillas un instante, cosa que le molestó—. Sigues siendo la misma gruñoncita.
—Y tú sigues siendo tan fastidiosa como lo recuerdo.
Mónica rió por el comentario. Entendía el malestar que sentía pues era obvio que no le hacía gracia que su tío la eligiera para el puesto antes que a su propia hija.
—Me da gusto que me recuerdes —se acercó a Silvana que estaba en el minibar sirviéndose un vaso con whisky.
—Sabes que es por tiempo indefinido tu puesto, ¿verdad?
—Silvanis, estoy enterada de todo —tomó asiento en los sofás que habían en la oficina—. Se que si no te casas en un año, la presidencia pasará a mis manos de manera permanente.
—Entonces entiendes que yo seré la presidenta.
—¿De verdad? ¿Hay alguien tan ingenuo para casarse contigo?
—Ya cállate —vociferó la pelinegra.
—¡Ja ja ja! Lo siento, pero es gracioso. Si no te conociera, diría que te estás casando por interés. Después de todo, aquel corazón tuyo era como un bloque de hielo cuando dejamos de vernos. Acaso, ¿Hay alguna chica que lo haya derretido?
—No responderé a eso.
—Interesante. Pensé haber escuchado que después de lo de Fernanda, tú ya no te abrirías a nadie más.
—Y así ha sido.
—Quiero pensarlo, Silvanis. Aunque es inevitable no sentirme nostálgica con el pasado. Te volviste muy… atrevida luego del beso que nos dimos. Creo que desencadenó una serie de eventos a raíz de tus deseos reprimidos.
—Lo que sucedió ya es pasado y ni se te ocurra siquiera recordarlo.
—Je je je. Está bien. No hablaremos del tema —la vió levantarse situándose a un costado del ventanal, luego la observó en una pose desafiante.
—Ya que estarás aquí, voy a advertirte. Mantente al margen de tus obligaciones y no me estorbes en mi camino. Porque al final del día quién será la presidenta, seré yo.
—Ya lo capto, pero entiende que… las cosas han cambiado. Yo soy la jefa. Y hasta que no vea una boda realizándose antes de un año, las órdenes las daré yo.
—No tienes ni que decirlo. Así se hará —concluyó su charla saliendo de la oficina principal para ir al piso de vicepresidencia.
Un piso la separaba de su sueño como presidenta. Y hasta que no cumpliera con la cláusula del testamento, estos estarían truncados.
—Tengo que conseguir que vuelvas conmigo, Renata.
Luego de acabar con sus labores, se dirigió pensativa a la mansión. Estaba agotada de todo lo que ocurría ahora en su vida.
Se dejó caer con pesadez mientras contenía el mar de recuerdos que le produjo la llegada de su prima. La época ingenua y “feliz” que tuvo con la persona que pensó que amaba y luego, la traición más difícil que experimentó en carne propia y que abrió de nueva cuenta las cicatrices que tenían ya y que la dejaron abatida…
“… De pie ante la pared, observaba como analizando el mejor ángulo que necesitaba para terminar su pequeño proyecto personal.
—¿Qué haces? —Fernanda pronunció confusa al entrar y ver el ajetreo de su novia en la habitación.
La pelinegra no respondió al momento. Se apresuró a colocar las fotos sobre la cama, ordenándolas por la fecha en las que fueron tomadas.
—¡Así está mejor! ¡Hola, amor! —la abrazó por la cintura robándole un beso de pico—. Ven, siéntate. Estoy por pegar nuestras fotos en esta enorme pared. Para que cada vez que me despierte y te extrañe, vea la hermosa cara de mi novia.
—No seas infantil, Silvana.
—Je je je. Lo soy porque te amo —intentó besarla de la mejor manera. Fernanda al percatarse de su acción, se levantó incómoda por la situación y su cercanía.
—Será mejor bajar. Ya estarán esperándonos Samuel y tu hermano —casi logró huir, de no ser por la mano que sujetaba su brazo.
—¿Por qué haces esto? —bajó la cabeza cabizbaja.
—¿Hacer qué?
—Huir siempre que quiero estar contigo. Acaso… ¿Ya no me quieres?
Asfixiada por la escena absurda de Silvana. Tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no hablarle como desearía. No era el momento indicado y necesitaba soportar aún sus caprichos.
—Amor, deja de ser una tontita. Yo te amo. Más que nada en este mundo. Pero entiende que hay momento para todo. Y este no es el indicado para tener algo más… íntimo. ¿Lo comprendes? —la rodeó de vuelta por la cintura.
—Creo que sí —suspiró con tristeza—. Es sólo que han pasado dos años y seguimos sin dar el paso. Tú sabes…
—Te dije que no me siento lista. De todas formas, no lo necesitamos. Si tú y yo sabemos lo que sentimos, lo demás pasa a segundo plano.
—Si. Creo que tienes razón.
—Siempre la tengo, tesoro. Ahora bajemos. No quiero hacer esperar a Samuel.
Silvana sonrió sin gracia.
—A veces pienso que quieres más a mi amigo que a mí.
—Tonterías. Te quiero a tí y todo lo que conlleva nuestro noviazgo —se aventuró a besar con sutileza sólo para derretir las inseguridades de su “mina de oro”, una vez más.
La pelinegra pensó que no necesitaba de nadie más. El simple hecho de tenerla ahí, compartiendo aquellos cortos momentos lindos, le hacía pensar que todo seguía valiendo la pena, igual que como el primer día.
A pesar de todo…”
Después de largos momentos disfrazados de amor, en las que Silvana no experimentó ni el mínimo rastro de cariño. Ni siquiera con sus padres. Comprendió que aquello no era más que un engaño y que lo único real fue la ingenuidad de ella al pretender creer que el amor era la base de la verdadera felicidad.
—No es más que tonterías.
Luego de intentar despejar la mente durante toda la noche. Silvana consiguió caer en cuenta de que necesitaba ser más astuta y no dejarse llevar tanto en el paso de sus planes con la rubia. Sería complicado pero si no lo hacía así, podría quedar atrapada en un abismo de nunca acabar.
—Me mandó a llamar, señorita Kofmant.
—Javier, toma nota. Envíame los reportes de producción del último trimestre, también necesito las carpetas.
—¿Algo más?
—Necesito que llames a esta joyería y pidas que me envíen un collar. Quiero que sea algo único y exclusivo.
—Entiendo. Será para su uso personal. ¿Desea que le envié las medidas del anterior joyero? —lo detuvo de seguir.
—No es para mí. Se lo enviaré a Renata como un obsequio.
—Disculpe el atrevimiento pero, la señorita no parece ser del tipo que le apasioné dichos objetos.
—¿Qué quieres decir?
—Que si lo que busca es alejarla, va por buen camino. De lo contrario, necesita renovar su estrategia.
Se quedó pensativa. Por mucho que lo odiara, el comentario de su asistente acertaba. Sólo que no quería aceptar que conquistarla requeriría un enorme esfuerzo con la posibilidad de caer en la engañosa trampa del amor, una vez más.
Pero lo tendría que hacer, si la quería conseguir a su lado.
—De acuerdo. Cancela mis citas de mañana, veré que se me ocurre.
—Lo que ordene.
Lo hizo puntual, a primera hora de la mañana. Las nubes cubrían el cielo y el viento soplaba levemente dejando en visto el periodo invernal del año.
—Al menos no me harás llevarte a la playa con este clima —por incesantes minutos llamó al timbre del departamento donde espero a que la rubia la recibiera.
Tenía pensado llevarla a un sitio tranquilo, probablemente un restaurante y luego a caminar por la plaza o donde sea que se le ocurriera divertirse si con eso la mantenía de buen humor para conseguir una oportunidad.
Se dió cuenta que no estaba en casa. Y tampoco contestaba las llamadas. La otra opción fue que se encontrara trabajando en el restaurante trás su descanso vacacional. Algo que no le agradó porque fue por ello que ambas terminaron su relación.
Llegó hasta el restaurante De Gant, pidió una mesa y esperó pacientemente a notar entre los meseros a Renata, pero nunca apareció.
Pensó que lo más conveniente sería regresar a la empresa e intentarlo en otra oportunidad pero si era sincera, le intrigaba saber dónde es que pudiera estar.
¿Y si algo le sucedió? Se preguntó. No era propio de la joven desaparecer así como así. En parte no le convenía, pero por otro lado, sentía algo en el pecho atarse en un nudo de estrés al pensar que estuviera en peligro.
Sin dudarlo, marcó al número que guardó de las amistades de Renata. Si alguien pudiera darle información, tendrían que ser ellas.
Con Ana no obtuvo respuesta dado que ni siquiera entraba la llamada y con Paola consiguió comunicarse, pero fue difícil que le dijera algo. Al parecer, se trataba de un tema delicado y por ende no quería que nadie lo supiera.
—Estos días son… complicados para ella. No suele estar aquí en la ciudad.
—¿A dónde se fué?
—No puedo decírtelo.
—Necesito saberlo, es importante.
—¿De verdad, amas a mi amiga? —guardó silencio esperando por su respuesta—. Eh… hola ¿Sigues ahí?
—Si —suspiró resignada. No valía la pena ponerse a la defensiva si con ello perdería la posibilidad de saber en dónde se encontraba—. Yo… quiero a Renata.
—Bueno al menos eres sincera. El primer paso para amar de verdad es querer.
—Si. Supongo que es así.
—Está en la playa. ¿Ubicas la que está al sur?
Por supuesto que la conocía. Pensó. Ya la había llevado allá en su primera cita y estaba casi segura dónde localizarla.
—Ella renta una cabaña y se queda hasta año nuevo. Es difícil que regrese antes pero si lo intentas tal vez pueda ceder. De ser así, házmelo saber, quisiera que viniera a pasar el último día del año con amigos y no en solitario.
Silvana se sorprendió al oír eso, creía que ella en esos días se la pasaba conviviendo en fiestas y al parecer era todo lo contrario.
En eso se parecían, un poco.
—Lo intentaré.
—Por favor. No le digas que te dije. Me matará si se entera.
—Descuida, no lo haré.
—Gracias, Silvana. Renata es afortunada de tenerte. Mucha suerte—concluyó la llamada.
Tan pronto ubicó la ruta más sencilla, emprendió al momento el viaje para encontrarla y descubrir ¿por qué hacía aquello?
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Nos leemos luego.
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