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24. Ruleta


Disfruten el capítulo.

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Como lo planearon, llegó el día jueves y con ello, la fiesta a la que tenían pensado asistir.

Si era sincera, la rubia no tenía ganas de salir a divertirse. Había transcurrido ya una semana desde que tuvo la discusión con Silvana y todo parecía igual.

Creyó ingenuamente que ella vendría de inmediato a solucionar las cosas pero su nula importancia al asunto le dió a entender que todo era definitivo.

Y no le rogaría porque en primera nunca tuvo la culpa. Tal vez un poco al no contarle a tiempo sobre su empleo, pero que la otra pensara que andaba con ella por interés, la dejó con una mala visión de todo desde el principio.

Seguía siendo la misma Silvana que conoció.

Sus amigas fueron las que la terminaron de convencer de asistir a la fiesta. A regañadientes, terminó de vestirse. Pronto ya se encontraba esperando a la persona que pasaría por ella en la sala.

El timbre sonó indicando la hora de marcharse. Renata abrió y posó los ojos en la persona que yacía frente a ella. Un salto a su ritmo cardíaco la desestabilizó enseguida.

Hermosa como ninguna otra. Su piel blanca contrastaba perfecto con el vestido que llevaba esa noche. El cabello lo tenía suelto y dejaba a la vista la extensa melena castaña cayendo en cascada por su espalda descubierta.

Jamás había visto a Romina así.

—¿Qué te sucede? —sonrió con gracia al notar a Renata pasmada—. ¿Te sientes bien? Tus mejillas están rojas.

—Si, si —respondió de inmediato aclarándose la voz—. Sólo… no. No es nada. Nos vamos.

—Claro.

Caminó a la fiesta, Renata le preguntó ¿cómo fue que se animó a asistir? Ella sabía que no era muy partidaria de esos ambientes y que fuera Romina la que la invitara, sin duda la dejó con intriga.

—Si te soy sincera. Estoy nerviosa. Pero fue algo que me nació hacer. No sé describirlo pero creo que necesitaba un respiró a mi vida ¿Comprendes?

Renata la observó. Le pareció que hablaba con el corazón y eso lo aplaudía. Decidió poner todo de su parte para hacer que se divirtiera. Tal vez entre las dos pudieran apoyarse y que solo por una vez sus problemas dejarían de importarles.

—Te entiendo. Entonces hagamos que está noche sea un éxito —sonrió con ánimos.

Entraron por el acceso privado de la casa, justo donde un desfile de autos alienados se hallaron.

—¡Renata, al fin llegan! —gritó Ana con ánimos al verlas entrar en una de las habitaciones de la casa. Ella de inmediato las llamó para que se sentaran en dónde estaban conviviendo con otros conocidos más.

—Si. Ya vamos —tomó a Romina de la mano pues la gente en toda la casa era mucha. Esperaba que la castaña no se fuera a perder y que por todos los cielos, no se fuera a emborrachar. Siendo su primera vez en un lugar así, intentaría cuidarla toda la noche lo mejor posible.

—Tengan. Tomenlo —ambas sujetaron los vasos. Renata lo hizo de un sorbo concluyendo que era la bebida especial que solía conseguir su amiga de la reserva privada de su padre—. Paola no demora en venir.

Luego de quince minutos, Paola estaba llegando acompañada de una nueva conquista. Se sentaron con ellos en la enorme sala y como quién no quiere la cosa, Ana comenzó con la tradicional diversión que solía proponer.

—Muy bien. ¡Acérquense mis valientes! Vamos a dar inicio con la extrema diversión. Y ustedes —señalando a Renata y Romina—, van a jugar quieran o no. 

—Este…

—Si. Aceptamos —respondió Romina emocionada.

Solo diez personas se aventuraron a participar. Y eran suficientes para que la intrépida Ana se levantará del suelo a recordar las reglas.

—Esto es muy sencillo. Un juego de azar. Ustedes seleccionarán tres aspectos: color, número y figuras del total de la gama distribuida en esta pequeña ruleta. Será como los puntos a apostar. Si en su turno no logran atinar ninguno que eligieron previamente al girarla, tendrán un castigo proveniente de esta pequeña lista que yo realice.

Muchos se emocionaron al leer el papel que escribió Ana. Estás iban desde tareas sencillas hasta cosas extremas y picantes. 

—Si alguien se negara a cumplir con un castigo. Deberá beber de la botella, sin objeción alguna.

—No tenías nada productivo que hacer en tu tiempo libre, Ana —expresó Renata.

—Si. Ésto. Ahora toma un shots como castigo y guarda silencio —varios rieron por el comentario.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque yo soy la jueza aquí —le dió un beso en la mejilla a su amiga para serenarla y retomó su papel de jurado—. Ahora ¿quién dará inició con este maravilloso juego? —Volteó a ver a todos, encontrando a la persona indicada—. Tu Romina.

—¿Yo?

—Ya que eres la nueva. Permítenos darte la bienvenida.

—No creo que sea prudente, Ana.

—Está bien, Renata. Quiero hacerlo.

—¡Esa es la actitud! —gritaron entusiasmados.

Escogió sus tres opciones de puesta. Luego de girar la ruleta, se detuvo en una casilla.

Renata esperaba que a Romina en su primer intento no le tocara nada peligroso o —en su defecto—, algo vergonzoso que debiera hacer.

—Eres una mujer con suerte —expresó uno de los jóvenes que también jugaba al observar que la aguja apuntó la única casilla que no tenía reto, ni castigo.

—Je je je. Creo que sí.

—Muy bien. Sigamos —volvió a escoger de entre los presentes.

El tercer turno fue para Renata. Al igual que los demás seleccionó su apuesta girando con fuerza hasta que se detuvo por completo. No cayendo donde esperaba.

—¡Ja ja! ¡Perdiste amiga!

—Ash. Ya dime qué tengo que hacer.

—Veamos. Tienes que… —buscó el número en su lista—. Mira, algo fácil. Comer comida para gato.

—Es broma ¿No? —Ana negó. Fue a la cocina donde extrajo un sobrecito con comida de la mascota. A la rubia no le hacía gracia porque en primera detestaba el sabor del hígado y tampoco quería tomar de la exótica bebida porque está contenía demasiado alcohol.

Acabó con el contenido del recipiente hasta el último gramo y tan pronto lo hizo, se fue corriendo al baño a vomitarlo.

—Ya no quiero jugar —expresó la rubia a Paola después de volver a la sala.

—¿Estás segura? —Ambas prestaron atención cuando vieron que era el turno de Romina.

Esperando a qué resultara como en la primera ocasión, lanzó su apuesta y esperó a que la aguja se detuviera. Por desgracia, no resultó como lo esperaba.

—Ni modos. Revisemos que te toca cumplir. ¡Aquí está! Uy, por fin. Algo más emocionante —observó a Romina y sonrió—. Tu castigo será… entrar al cuarto de servicio por tres minutos con la persona que indique la botella. A hacer, bueno no hay que ser genios para decirlo.

—¿¡Qué!? —habló la rubia exaltada.

—Y como lo dije al principio en esta ronda no habrá segunda opción. Tendrán sí ó sí, que hacerlo.

Romina se quedó muda, no sabía que hacer al respecto y rogaba porque la botella no diera a alguien que fuera desconocido. La suerte estuvo de su lado por segunda ocasión, pues la botella se detuvo frente a la persona indicada.

—Renata. Vas con ella —la rubia se sorprendió, hizo contacto visual con su amiga y está se ruborizó al instante.

—Apresurense mujeres —Ana las tomó de las manos y las llevó al almacén de servicio que estaba a unos metros de dónde jugaban. Entraron sin decir nada y esperaron a que la jueza cerrará la puerta—. Muy bien, niñas. Su tiempo comienza… ahora.

Los tres minutos dieron único. Renata se mantenía a un lado de la estrecha habitación. En el caso de Romina supo que era la única oportunidad de volver a estar tan cerca y a solas con ella. Así que se armó de valor.

—Romi. Si no estás agusto con esto. No pasa nada. Ana puede ser bastante demandante, a veces y… —Guardó silencio cuando notó la cercanía de su compañera al lado. Sintió los brazos envolviendo su cintura, poniéndola más nerviosa de lo que ya estaba.

—Shu… no digas nada —susurró con sigilo. Sin pensarlo tanto, se acercó al comienzo de su boca y atrevidamente la beso en un tacto tan pragmático que descompuso la postura de Renata. Posiblemente se debía al alcohol que circulaba en sus sistemas pero lo cierto fue que la castaña lo disfrutaba porque hacía tiempo que quería volver a sentir el calor de sus labios invadirla.

—Sabes a comida para gato —expresó sonriente antes de volver a acercarse a su boca.

Renata rió. El calor del momento provocó que el deseo la tomara y ella misma volviera a unirse.

¿Cuánto tiempo se suponía que debían permanecer? Ya lo habían olvidado. Sus mentes se concentraron en las ganas de seguir ocultas en esa pequeña habitación.

Su boca emigró a su cuello dónde no reparó en seguir repartiendo besos con mayor intensidad.

Se vieron nuevamente por un instante y fue más que suficiente para la rubia porque, sin saber cómo, su mente le hizo recordar a la que fue su novia, Silvana Kofmant.

—No —expresó nerviosa separándose abruptamente de Romina—. Lo siento. No podemos seguir.

—Yo… perdón me excedí —no supo decir nada más.

Ante el silencio que se presentó enseguida, ninguna supo a dónde mirar. Por fortuna, alguien irrumpió de golpe luego de haberse acabado el tiempo.

—Salgan —Paola observó a ambas. Pese a los divertidos gestos de Ana al tratar de analizar porque su amiga Renata estaba sonrojada en exceso, las dejo sentarse sin preguntar en un extremo de los sofás. 

El resto de la ronda siguieron jugando. La mayoría de sus lanzamientos fueron castigos menos excesivos y que pudieron cumplir sin problema.

Unas rondas más bastaron para que la poca cordura que aún tenía Renata se fuera a la basura. El último trago que su amiga le dió la puso bastante mareada. Supo entonces que ya era suficiente de juegos, notando también lo tarde que era ya.

—¿Estás segura que se quieren ir? —expresó Ana en el estacionamiento de la casa—. Si quieren se pueden quedar a dormir. Hay habitaciones libres.

—Gracias pero debo volver pronto. Mis padres no saben que salí.

—Niña mala —sonrió—. ¿Crees poder dejar a Renata en casa? Ella… está algo mareada.

—Si. Sin problema. Descuida —entró al auto, donde la rubia ya la esperaba adormilada—. Te llamaré cuando lleguemos al departamento.

—Por favor.

Las calles estaban sólidas, condujo con precaución por media hora hasta llegar al departamento de la rubia.

—Ren. Renata despierta. Hemos llegado.

—Silenció, Romi —susurró antes de volver a cerrar los ojos.

La dejó descansar por un par de minutos. Tiempo que aprovechó admirando sus rasgos. Notó sus labios enrojecidos debido al frío y ansío volver a tenerlos cerca. 

—Si tan sólo… —se acercó, pero desistió cuando vió a Renata despertar.

Al cabo de diez minutos, entraron entre tropiezos y risas al departamento.

—Llegamos a tu habitación a salvo. Solo quítate está chaqueta y las botas antes de meterte a la cama.

—No. ¡Mejor bailemos! —expresó efusiva la rubia. El alcohol ya había hecho efecto y se encontraba más alegre que de costumbre. Con torpes movimientos se logró zafar del agarre de Romina dirigiéndose a la pequeña bocina que tenía—. Ven a bailar.

—¿Qué haces? —sonrió divertida—. Ni siquiera te puedes mantener en pie.

—Na… eso se arregla con esto —intentó ponerse firme sin moverse pero era casi imposible. Estuvo a punto de caer pero su amiga la sujetó de la cintura.

—¿Ya te estarás quieta, borrachita? —expresó divertida.

—Sí pero quiero que bailes conmigo.

—Lo haré. Por supuesto —susurró. La abrazó justo cuando una melodía lenta inició. Se movieron sin decir ninguna palabra, sólo estaban abrazadas con los ojos cerrados, disfrutando de las notas musicales mientras cada una se desvivía en sus pensamientos.

El corazón de Romina latía a mil por hora. Tener así de cerca a Renata —aunque fuera por unos minutos—  se sintió con deseos de congelar el tiempo para permanecer a su lado. Sufría, porque no podía ser libre para amarla como ella quería hacerlo.

Sus deberes con su familia y la negación de sus padres la mantenían encadenada y prisionera alejada de su libertad para ser feliz.

Su primer amor.

—Te odio, lo sabes —escuchó la voz de Renata pronunciar.

—¿Por qué dices eso?

—Porque me enamoré de tí y correspondiste a mis sentimientos. Me dejaste elevarme tanto para luego dejarme caer.

Un nudo en la garganta se formó en Romina. Le dolía el sufrimiento de Renata. En el fondo sabía que seguía conservando sentimientos hacia ella y le hizo feliz saberlo. Pero ya no la podía seguir hiriendo, por su bien tenía que poner punto final.

—Lo… Lo lamento. Lamento haberte lastimado de la peor manera.

La rubia asintió. Se quedó callada hasta conseguir la suficiente paz en su corazón. Sabía que era difícil pero una parte en ella lo quería hacer. No perdía nada intentándolo porque a fin de cuentas ya no tenía a nadie.

—Romina… —susurró entrecortada.

—Dime.

—No te cases —expresó segura—. No te cases, por favor.

—…

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Nos leemos luego.

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