23. Complicaciones
Disfruten el capítulo.
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—Creí que seríamos nosotras únicamente —mencionó Renata al observar la mesa que Silvana reservó para cuatro personas.
—Fue de último momento.
—Entiendo. Bueno, no importa. El punto es que estamos pasando juntas la velada.
—Es cierto —removió la silla para que su novia pudiera sentarse. A Renata le gustaban los pequeños gestos que ella realizaba en cualquier oportunidad presentada.
Una maravillosa dama en toda la expresión de la palabra.
Las personas que las acompañarían ingresaron al poco tiempo en que ellas lo hicieron. Se trataba de una pareja de avanzada edad que por el aspecto y la vestimenta, parecían no ser del país.
Ambas se levantaron a saludarlos. La pelinegra fue la encargada de hacer las presentaciones pertinentes antes de volver a su lugar.
—Renata. Los señores vienen de Inglaterra. Ellos fueron las primeras personas en creer en la visión de mi padre y a partir de su ayuda, él pudo fundar su empresa.
—Oh. Es un honor conocerlos.
—El honor es nuestra, hija —sonrió a la rubia antes de dirigirse a Silvana—. Y respecto a lo otro. Lamento lo que sucedió con tu padre. Nos enteramos hace poco. Fue una terrible noticia.
—Lo fue —suavizó su habla. Renata le tomó la mano transmitiendo la confianza suficiente para continuar—. Agradezco su presencia.
—En lo que podamos ayudarte, hija —completó la mujer.
—No es necesario pero gracias.
Por un tiempo más, los cuatro disfrutaron de la cena. Se mantuvieron debatiendo entre los negocios que hasta ahora sus empresas llevaban y los futuros proyectos que planeaban.
—Y cuéntanos Renata ¿A qué se dedica? —preguntó el hombre amablemente una vez que se encontraron degustando el postre.
La rubia se removió incómoda, no solía conversar de su vida con gente que no conocía pero dado que eran personas importantes para la pelinegra, tuvo que hacerlo.
—En estos momentos, estoy terminando la preparatoria. El siguiente semestre entraré a la universidad
—Interesante. ¿Qué quiere estudiar?
—Marketing.
—Éxito. Tiene mucho camino por delante.
—Lo sé.
—Y ¿Qué piensan tus padres de su relación? —Otro punto que no ansiaba tocar. Está vez, fue la mujer la que cuestionó.
—Bueno. Ellos… están bien con esto. Es decir, aún no nos hemos presentado oficialmente como pareja debido a que vivo sola en la ciudad.
—Debe ser difícil la lejanía.
—Un poco —se relajó—, pero me mantengo ocupada con la escuela y el trabajo —lo último se le escapó sin querer. Tenía planeado contarle a Silvana a solas pues creía importante que supiera que ella se estaba esmerando por cuenta propia y no con la ayuda que le dió.
—¿En qué trabaja?
Insegura. Les mencionó que era mesera en el restaurante De Gant. Los señores quedaron fascinados porque era un lugar lujoso al que solían visitar en ocasiones. Por otro lado, Silvana no estaba nada agraciada con lo que escuchó. Para empezar, ¿Porqué Renata no se lo había dicho antes? Se sentía tonta al enterarse de otros.
—Debe estar muy orgullosa, Silvana. Tiene como novia a una jovencita trabajadora y entregada a sus estudios —mencionó el hombre a la pelinegra. Ella sólo se limitó a sonreír mientras bebía su copa.
Se despidieron en recepción. Los señores por temas de trabajo debían viajar esa misma noche a su país. Silvana nuevamente agradeció su presencia haciéndoles hincapié en el profundo respeto que sentía por ellos con lo que hicieron por su padre.
Luego de despedirse, se dispusieron a emprender camino al departamento de Renata. Por un buen rato, Silvana no mencionó nada. Mantenía la vista fija al frente mientras apretaba con fuerza el volante en su intento de calmarse. No le gustaba estar desinformada, siempre fue alguien que mantenía el control en todo lo que la rodeaba pero con Renata, era otro tema. Quizá el estrés en el trabajo produjo que saliera su lado más amargo y que no pudiera controlarlo y eso la ponía mal.
—Tu trabajo. ¿Cuando me lo ibas a mencionar? —soltó al encontrarse detenida en un alto.
—No pude hablar antes contigo porque no encontraba el momento preciso para…
—Me sentí estúpida al enterarme con ellos de tu… empleo. Porque se supone es algo que debía conocer primero que nadie.
—Lo sé pero…
—No hay excusa, Renata —su voz salió con fuerza.
—Comprendo que estés sorprendida aunque creo…
—Quiero que dejes tu trabajo —soltó de golpe.
—¡Qué! ¿Qué dijiste? —pronunció ingenua de lo que oía.
—Lo que escuchaste.
Sus palabras fueron suficientes para sacar a flote su molestia. ¿Quién se creía ella para pedirle hacer y deshacer en su vida?
—¡Ja, ja! —rió sarcástica—. Estás muy equivocada conmigo —confrontando de inmediato—. No lo haré.
—¿Por qué carajos no? No necesitas nada de eso conmigo.
Aquello fue la gota que derramó el vaso. ¿Acaso Silvana pensaba que ella estaba a su lado por interés? Eso era aún más indignante.
—¿Qué? Yo no te quiero por tu dinero.
—Entonces ¿Por qué sigues aceptando los cheques que envío a tu casa?
No hubo palabras que describieran la molestia que sintió la rubia por la manera en que se expresó de ella.
—Detén el auto.
—¿Qué vas hacer?
—¡Qué detengas el maldito auto! —Silvana freno de golpe. La rubia se apresuró a tomar sus pertenencias bajándose a media avenida no importando que los autos siguieron transitando a su lado—. Y que te quede claro una cosa. No soy alguien a quien puedas denigrar. Mañana te haré llegar todo tú estúpido dinero.
—Tú no me vas a hacer esto.
—¿Quieres ver qué sí? Lo nuestro se acabó —concluyó cerrando con fuerza la puerta del copiloto.
Por breves instantes, Silvana se quedó de piedra hasta por fin reaccionar. Le gritó incansables veces para que volviera adentro pero fue imposible ante la terquedad de la otra. Notó cuando la rubia le hizo la parada a un taxi poniendo fin a su discusión.
—¡Maldita sea, Renata! —susurró furiosa, arrancando en dirección a la mansión.
***
Los planes de la pelinegra para la semana se centraron en dar pie a los nuevos proyectos. Por desgracia aunque quisiera negarlo, la “ruptura” con Renata la mantuvo distraída la mayor parte del día.
¿Quién se creía esa niña para hacerme esto? Pensó sin gracia. Nunca antes nadie la había puesto en su lugar, que llegara ella y lo hiciera…
—Es un fastidio.
—Señorita Kofmant, le acaba de llegar un sobre a recepción —comentó la recepcionista por la línea privada.
—¿Quién lo dejó?
—Un mensajero. Dejó un recado de quién lo envía.
—¿Qué recado?
—Se lo leo.
—Si.
—¿Se… segura?
—Hazlo de una vez.
—Dice textualmente: Buenos días, doña gruñona. Le envío su preciado dinero para que no piense mal de mí. Ni se moleste en contar los cheques porque igual y la cantidad no coincidirá. Al contrario, me tomé el atrevimiento de enviarle dinero de más porque como lo dije, su dinero no me importa. Por tú atención, gracias
La pelinegra cortó la llamada. La recepcionista volvió a marcarle.
—¿¡Qué quieres!?
—Ah… —se intimidó. Le daba miedo cuando la mujer se molestaba, creía que en cualquier momento la despediría—. ¿Qui… quiere que lo suba?
—¡Hazlo! Maldita sea —corto de vuelta la llamada. Furiosa, arrojó el teléfono a su costado no importando que se descompusiera.
A su regreso del almuerzo, observó el sobre en su escritorio. Le dió un vistazo y luego lo arrojó en el cesto de basura.
—Jefa. Aquí están los documentos que solicitó.
—Déjalos en el escritorio y vete.
—Si —se apresuró a dejarlo y a su paso, visualizó el contenedor del suelo con un sobre. Creyendo que se le cayó por error—. ¿Y esto? —lo abrió sólo para comprobar que no fuera basura pero rectificando a fondo, se trató de… ¿Dinero?—. ¿Son los cheque que me pidió enviarle a su novia?
—Eso parece.
—¿Sucedió algo? Parece levemente molesta —la vió servirse un vaso de whisky.
—Renata, es lo que pasa. Esa niña cree que puede hacer y deshacer conmigo lo que se le venga en gana.
—¿A que se refiere?
—Terminé con ella. —Todavía recordarlo le producía malestar. Cómo quién no quiere la cosa. Le termino contando lo que aconteció en su cita, días atrás.
—Con esto pudo comprobar que lo que dijo ella era cierto. No está interesada en su dinero y honestamente no parece ser esa clase de mujer.
—Las apariencias engañan. Pero tal parece ella no lo es. O quizá sólo lo hizo para…
—Dudo que se desviva planeando lo que usted en este momento está pensando —la observó pensativa. Era difícil descifrar lo que sus gestos mostraban pero tal parecía que algo en sus palabras tocaron sus puntos exactos de sensatez—. Quizá necesite volver a hablar para aclarar los malentendidos. Y disculparse.
—¿Disculparme yo? ¡Ja! Por favor.
—Entonces ya no hay tema que discutir aquí. Usted terminó definitivamente con la señorita y se acabó. De lo contrario, ya sabe lo que tiene que hacer —se retiró de la oficina a seguir con su trabajo.
La pelinegra lo ignoro. Bebió hasta la última gota del whisky y fijó su vista en los papeles que tenía. Ahora encontrándolos más interesantes que nunca. Con tal de no pensar en lo mismo, todo lo que le pusieran enfrente estaría bien para ella.
Lógicamente no quería aceptar que por primera vez en su vida, ella no tenía la razón.
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Nos leemos luego.
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